En Francia se está debatiendo la posibilidad de crear escuelas musulmanas para los hijos de los inmigrantes y también entre nosotros se habla de las ayudas que hay que prestar a la educación musulmana. Por supuesto que nada tengo en contra de que se ayude a todas las culturas y se subvencionen escuelas para los […]
En Francia se está debatiendo la posibilidad de crear escuelas musulmanas para los hijos de los inmigrantes y también entre nosotros se habla de las ayudas que hay que prestar a la educación musulmana. Por supuesto que nada tengo en contra de que se ayude a todas las culturas y se subvencionen escuelas para los hijos de todas las culturas que florecen en nuestro suelo, pero creo que si queremos construir una sociedad verdaderamente justa y equitativa y ser fieles a la Constitución, antes tendríamos que preocuparnos de nuestra propia escuela pública y laica, que adolece de falta de recursos de todo tipo, lo que le impide gozar de la importancia y el prestigio que precisa.
La escuela pública es el ámbito común de libertad y un derecho que proclama la Constitución. Por este motivo ha de ser laica, porque sólo así puede acoger en igualdad de condiciones a todos los alumnos sean ricos o pobres, españoles o extranjeros, creyentes o no creyentes. Sólo en la escuela pública y laica se da prioridad a las ideas que como tales son universales, sobre las creencias que no lo son.
LAS IDEAS de libertad, igualdad, justicia y solidaridad son aplicables a todos los seres humanos de la Tierra, mientras que la religión o la moral y las costumbres son creencias que en las escuelas confesionales se anteponen a las ideas universales y que de ningún modo se pueden imponer a la totalidad de la comunidad nacional.
Las creencias deberían moverse en el terreno de lo particular, de la intimidad, de la familia, como opciones de los individuos, pero jamás del Estado. Tal vez este convencimiento es el que nos lleva a no aceptar que en la escuela francesa, que es pública y laica desde hace más de 200 años y dispone de los recursos necesarios, se acepten signos externos de las distintas religiones, como el velo, el kipà o la cruz, y sin embargo nos parezca risible que sea una monja con velo la que en España no aceptara el velo de una niña de religión musulmana.
Por otra parte, tampoco es justo que el dinero público, el que aportamos todos al mantenimiento de la nación, se conceda a iglesias o instituciones que sólo representan a una parte de la sociedad. En los formularios de la declaración de la renta existe un apartado para señalar si queremos o no aportar una parte de nuestros haberes a la religión en la que creemos. Que cada cual haga lo que su conciencia le dicte, pero que nadie se crea con el derecho de otorgar a lo que no es público el dinero de los contribuyentes.
Si bien se mira, lo lógico y honesto en un país que es aconfesional por su Constitución es que la educación en la religión y la moral pertenezca al ámbito de la familia, que será quien decida enviar a sus hijos al lugar donde ellos practican su religión: musulmanes a las mezquitas, católicos a las parroquias, judíos a las sinagogas y cada cual donde crea oportuno.
Partiendo de estas premisas no es de razón que, estando la escuela pública tan falta de recursos y careciendo del nivel adecuado que necesita para que sea de verdad ese ámbito común de libertad y de transmisión de conocimientos, se distraigan fondos para la iglesia católica, la musulmana, los Legionarios de Jesucristo, el Opus Dei, los Testigos de Jehová, los protestantes o a cualquiera otra iglesia o secta.
NO HAY QUE olvidar que la escuela pública del año 2004, ni en medios ni en prestigio ha alcanzado aún el nivel que tuvo en la Segunda República Española, que sólo contó con cinco años y se situó en uno de los primeros puestos de Europa, y por lo tanto éste debería ser el primer objetivo de los responsables de educación. En cuanto hubiéramos alcanzado el nivel óptimo en la escuela pública y laica, podríamos comenzar a hablar de repartir o no repartir ayudas a las distintas confesiones.
La creación y promoción de la escuela pública es mucho más necesaria de lo que creemos para conseguir la aceptación de unos valores cívicos que, en nuestra sociedad, hoy por hoy, languidecen. Tras 40 años de dictadura e imposición religiosa católica y 25 años de una democracia que no ha sabido restituir en la escuela pública la magnitud y significación de una enseñanza y formación igualitarias, es fundamental que no confundamos la aceptación de una determinada cultura con la consolidación de este ámbito común de libertad en el que han de formarse sin distinciones todos los niños y niñas de nuestro país.