Cualquier aproximación a lo sucedido en Japón exige previamente pensar en los miles y miles de ciudadanos y ciudadanas, millones sin exagerar en este caso, afectados por el seísmo, el tsunami y la catástrofe nuclear en aristas esenciales de su vida, trabajo, familia y amistades. Además, claro está, de las personas fallecidas y de la […]
Cualquier aproximación a lo sucedido en Japón exige previamente pensar en los miles y miles de ciudadanos y ciudadanas, millones sin exagerar en este caso, afectados por el seísmo, el tsunami y la catástrofe nuclear en aristas esenciales de su vida, trabajo, familia y amistades. Además, claro está, de las personas fallecidas y de la destrucción de proporciones dantescas. Los gobiernos de izquierdas y humanistas de todo el mundo, los ciudadanos que no queramos cerrar nuestros ojos, mente y corazón para tranquilizarnos, deberíamos hacer todo lo que esté en nuestras manos para ayudar en la forma que mejor se estime y sea más eficaz a personas que han vivido y están viviendo un desastre de dimensiones apocalípticas. Por internacionalismo, por solidaridad, por humanismo, por ayudar al que no tiene y sufre, por lo que se quiera. Es igual, no hay aquí un nudo de divergencia.
Dicho lo anterior déjenme que ponga ahora el acento en un asunto muy marginal. Hablo desde las entrañas celulares.
¿Recuerdan el otro gran desastre atómico? Fue hace 25 años, en Chernóbil, Ucrania, entonces parte de la Unión Soviética, un país que estaba entonces en un proceso de transformación, apostando por la glasnot y la perestroika, y retirándose de Afganistán. ¿Qué se dijo entonces o al cabo de muy poco? No sólo que la central estaba descuidada, no sólo que las medidas de seguridad dejaban mucho que desear, no sólo que la tecnología usada era totalmente obsoleta, no sólo que los fallos humanos se acumularon sin justificación, no sólo se habló de incompetencias encadenadas, sino que se añadió una guinda al pastel que incluso ahora vuelve a repetirse: las centrales nucleares exigen una tecnología sofisticada y el socialismo soviético no sólo era ineficaz, poco productivo, burocrático, carcelario, irresponsable, sino que además no alcanzaba ni podía alcanzar ciertas metas. El capitalismo y, con él, el fin de la historia, no sólo era más productivo y democrático, se dijo y repitió una y mil veces, sino que, además, avanzaba aceleradamente hacia la máxima perfección y el bienestar generalizado de toda la ciudadanía mundial.
Está pasando lo que está pasando en la que, hasta ahora, era la tercera economía del mundo, uno de los países tecnológicamente más desarrollados. No sólo es que, según diversas y contratadas informaciones, existe un fuerte enfrentamiento entre la multinacional propietaria de la central y el gobierno nipón de centro-derecha sino que, además, según los necesarios e imprescindibles cables de Wikileaks (¡libertad para el soldado Bradley Manning!), la central sólo ha realizado, contraviniendo medidas y exigencias de organismos internacionales, en unas tres décadas, tres revisiones completas de seguridad.
El mito de la total seguridad nuclear es, desde luego, un mito. La afirmación sobre el enorme mimo con que las grandes empresas japonesas cuidan sus instalaciones es, claro está, un cuento, otro más. Lo sucedido en 2007 en Japón, o incluso en fechas previas, ya nos enseño [1]. ¿Qué deberíamos concluir entonces si razonamos de la misma forma en que se razonó y se sigue razonando sobre el caso de la central de Chernóbil? Pues que el capitalismo, sus grandes corporaciones representativas, no sólo no es tan eficaz como se dice, no sólo sitúa las cacareadas medidas de seguridad en el desván dependiente de cálculos y beneficios, no sólo abona una apuesta fáustica y netamente irracional por el progreso sin freno ni precauciones, sino que además genera interesadamente todos los cuentos que puede y mil más y, como ya dijera León Felipe, nos sabemos de memoria todos sus cuentos.
PS: María Teresa Domínguez, la presidenta del Foro Nuclear español, uno de los lobbys más peligrosos que sufrimos y permitimos, ha afirmado uno de estos días, el 14 o el 15 de marzo si no ando errado, lindezas leibnizianas de este jaez: «Es el menor de los accidentes posibles… No ha habido fallo de tecnología y no ha faltado nada hacer frente a la situación (…) La planta está limpia y no ha habido impacto en el exterior» [2]. No sólo es una refutación en toda regla del falsacionismo ingenuo -o incluso del sofisticado- popperiano, no sólo es que, una vez más, se reconstruyen los hechos para teorías inalterables e intereses ocultos sino que generan y diseñan un mundo de hormigón desde el desastre, el ocultamiento, el poder insaciable y… una inconmensurable cara dura. Como contraste, vale la pena, vuelven a ver «Los sueños» de Akira Kurosawa, la que probablemente fuera su última película, su legado: la otra cara de la luna.
Notas:
[1] A finales de julio de 2007, un terremoto de intensidad 6,8 golpeó la provincia de Niigata, en la isla de Honsu, a 200 km de Tokio, y puso fuera de funcionamiento Kashiwazaki-Kariwa, una gigantesca planta nuclear, una de las mayores del mundo. Nueve personas fallecieron, un millar resultaron heridas a causa del terremoto. Se destruyeron o dañaron unas 800 casas. Vías y puentes quedaron impracticables, se cortó el suministro de agua, gas y electricidad, se averiaron instalaciones industriales de la zona. La secuela más grave tuvo que ver con la industria nuclear. El accidente, ya entonces, generó preocupación sobre la seguridad de ‘lo nuclear’. La planta, propiedad de la TEPCO, Tokyo Electric Power Company (si no ando errado, la misma propietaria de la central de Fukushima), posiblemente esté situada encima de la línea de una falla sísmica. Los informes elaborados en aquellos momentos hablaban de fugas radiactivas, de conductos obsoletos, de tuberías quemadas, además de los incendios.
[2] Tomo las declaraciones de la presidente del Foro-lobby pro-nuclear del artículo de Ignacio Escolar, «La seguridad es un estado mental». Público, 17 de marzo de 2011, p. 56.
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