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Un breve y luminoso texto de Antonio Gramsci sobre filosofía, sociología de la ciencia y educación científica

Fuentes: Rebelión

Para Marta Arnal, que me enseñó ríos y montañas En una de las anotaciones que Francisco Fernández Buey dejó escritas para su nuevo libro sobre humanidades y tercera cultura [1] puede leerse: «Nota. Gramsci: Con un punto de vista más ecuánime que el de los filósofos alemanes de la crisis también Antonio Gramsci escribió, hacia […]

Para Marta Arnal, que me enseñó ríos y montañas

En una de las anotaciones que Francisco Fernández Buey dejó escritas para su nuevo libro sobre humanidades y tercera cultura [1] puede leerse: «Nota. Gramsci: Con un punto de vista más ecuánime que el de los filósofos alemanes de la crisis también Antonio Gramsci escribió, hacia 1932, en los Cuadernos de la cárcel, sobre la infatuación por la ciencia y la superstición científica; pero para luchar contra ella Gramsci propone, precisamente, un mejor conocimiento público de las nociones científicas esenciales. Véaselo en «Sobre la superstición científica», A. G. Para la reforma moral e intelectual. Los Libros de la Catarata, Madrid, 1998″.

Efectivamente, mejor resumen imposible, el texto del revolucionario sardo fue escrito entre 1932 y 1933, pertenece al Cuaderno XI, y fue seleccionado por el propio Francisco Fernández Buey para la antología que él mismo preparó y editó, con prólogo del malogrado Antonio A. Santucci, para «Pensamiento crítico» de Los Libros de la Catarata, una colección que también él codirigía con su discípulo, amigo y compañero Jorge Riechmann [2].

Es justo y conveniente recordar (y comentar brevemente) el texto gramsciano.

«Hay que notar que junto a la más superficial infautación por la ciencia», señala el autor de los Quaderni, «existe en realidad la mayor de las ignorancias respecto de los hechos y de los método científicos». La descripción y valoración no ha perdido su actualidad ni corrección; la percepción grasmciana apunta, sigue apuntando a una de las paradojas centrales de nuestra situación.

La creciente dificultad de los saberes y procedimientos científicos no se le escapa al antifascista encarcelado. Hechos y métodos, prosigue, son «cosas ambas muy difíciles y que cada vez tienden a serlo más por la progresiva especialización en los nuevos campos de investigación». Podemos suponer lo que pensaría sobre nuestra actual hiperespecialización 80 años después.

Sigue Gramsci apuntando, y el paso es especialmente brillante, que «la superstición científica conlleva ilusiones tan ridículas y concepciones tan infantiles que hasta la superstición religiosa acaba ennoblecida». ¿Por qué? Porque los avances científicos, lo que comunista internacionalista en expresión de la época llama «el progreso científico», «ha hecho nacer la creencia expectante en un nuevo tipo de Mesías que convertirá esta tierra en el país de Jauja». La falsaria ideología tecno-cientificista que asegura, contra toda aproximación crítica y contra toda descripción social objetiva, la resolución vía «progreso científico» de los conflictos, problemas y desigualdades sociales.

País de Jauja, ensoñación abonada y no externa a sus propios promotores, que Gramsci describe magníficamente: «como si las fuerzas de la naturaleza, sin que intervenga la fatiga humana, sino por obra de mecanismos cada vez más perfeccionados, fueran a dar a la sociedad, y en abundancia, todo lo necesario para satisfacer sus necesidades y vivir cómodamente«. La creencia, no por casualidad por supuesto, sigue estando esculpida en hierro en la mente de muchos colectivos. Vale la pena destacar la mirada equilibrada, de límites, casi ecologista avant la lettre, que Gramsci parece transitar en este brillante paso.

Hay que combatir, pues, esta infautación; sus peligros son evidentes. ¿Cuáles? La fe abstracta y supersticiosa en la fuerza taumatúrgica del hombre, escribe un magnífico Gramsci dialéctico, «lleva paradójicamente a esterilizar las bases mismas de la fuerza humana y contribuye a destruir todo amor al trabajo concreto y necesario, como si se hubiera fumado una nueva especie de opio». La denuncia de la apuesta fáustica, a la consideración quimérica en la peor de sus acepciones de la empresa tecnocientífica, y el desprecio al trabajo concreto, a sus valores y complejidades, a su misma necesidad, es, sigue siendo más que pertinente.

Hay que combatir, pues, esta infautación con varios medios, prosigue, de lo cuales el más importante -son palabras de Gramsci- «debería ser: facilitar un mejor conocimiento de las nociones científicas sencillas». En absoluto abandono, en absoluto búsqueda de otro tipo de conocimiento no-científico o supuestamente superador del muy limitado saber tecno-científico sino mejor conocimiento de las nociones básicas de las ciencias, instrucción real en este ámbito de la cultura humana. Ninguna concesión al irracionalismo anticientífico.

Para ello, va concluyendo el autor de La revolución contra El Capital, «lo que conviene es que el trabajo de divulgación de la ciencia lo hagan los propios científicos y estudiosos serios». Trabajo de divulgación, pues, de educación científica de la ciudadanía, hecho no sólo por científicos sino por estudiosos serios, informados, que no tinen por qué ser científicos, que sepan en verdad de qué están hablando. No, por el contrario, por «periodistas sabelotodo o autodidactas presuntuosos». Tal cual. La pregunta es pertinente: aparte de mil cosas más, ¿era Gramsci vidente también?

En realidad, es el excelente toque final, «como se espera demasiado de la ciencia, se la concibe como una superior hechicería», como una forma idolatrada de ideología, y por eso «no se logra valorar de manera realista lo que la ciencia ofrece en concreto». El racionalismo temperado de Gramsci, su llamada al realismo político y cultural en la consideración social de la ciencia, hecha además en condiciones difíciles, casi insoportables, es si cabe aún más digno de admirar.

Nunca tanto en tan pocas líneas. ¿Se entiende que el texto de Gramsci pudiera servir de inspiración a Manuel Sacristán [3] y Francisco Fernández Buey, dos de sus grandes estudiosos y continuadores? Una conjetura, una sugerencia: leer La ilusión del método y muchos artículos de Pacifismo, ecologismo y política alternativa (y otros materiales inéditos) desde la mirada esbozada por el autor de los Quaderni en este breve, magnífico e imprescindible texto.

Notas:

[1] De próxima aparición en El Viejo Topo, con prólogo de Jorge Riechmann y Alicia Durán.

[2] Con la antología de Gramsci se abría la colección crítica de los Libros de la Catarata.

[3] La siguiente nota fue escrita por Sacristán como entrada «Gramsci» para el Diccionario de filosofía de Dagobert D. Runes cuya traducción él mismo coordinó:

«Antonio Gramsci (1891-1937). Político y filósofo italiano, fundador del PCI. Estudió lingüística y Filología (sobre todo Glotología) en la Universidad de Turín, sin llegar a terminar la carrera por su dedicación a la política… Encarcelado en 1926, muere el 27 de abril de 1937, a los seis días de haber cumplido la condena que el fiscal había motivado con la frase «Durante veinte años tenemos que impedir que funcione este cerebro». La obra de Gramsci consta de artículos periodísticos anteriores a su encarcelamiento y de una treintena de cuadernos de notas escritos en la cárcel («Quaderni del carcere»). Las cartas escritas por Gramsci desde la cárcel fueron consideradas por Benedetto Croce como una nueva pieza de la literatura italiana».

De Sacristán sobre Gramsci sigue siendo imprescindible El orden y el tiempo (Trotta, Madrid, edición de Albert Domingo Curto). De Francisco Fernández Buey, Leyendo a Gramsci (El Viejo Topo, Barcelona).

Salvador López Arnal es miembro del Front Cívic Somos Mayoría y del CEMS (Centre d’Estudis sobre els Movimients Socials de la Universitat Pompeu Fabra de Barcelona; director Jordi Mir Garcia)

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.