La política no es siempre fría, dura y despreciable; es a menudo digna, piadosa y apasionada. Porque los que optan por la política, muchas veces lo hacen para cambiar el mundo, para salvarlo del mal, para hacerlo más humano, más bello y mas virtuoso. Y en Chile tenemos numerosos ejemplos de jóvenes y otros no […]
La política no es siempre fría, dura y despreciable; es a menudo digna, piadosa y apasionada. Porque los que optan por la política, muchas veces lo hacen para cambiar el mundo, para salvarlo del mal, para hacerlo más humano, más bello y mas virtuoso. Y en Chile tenemos numerosos ejemplos de jóvenes y otros no tan jóvenes que en época de dictadura entregaron sus vidas por la justicia, la verdad y la libertad, dando muestras de un heroísmo y de un coraje a menudo suicida.
Estos sacrificios emocionan a muchos, especialmente a quienes ven en ellos la encarnación de los ideales más puros y de la grandeza a la que quisieran acceder. Para los que vivimos en la época de aquel caballero de lentes, el impacto emocional que nos sacude en estos momentos, al ver lo ocurrido en Valparaíso, es muy hondo. Algunos estarán sacando cuentas, porcentajes y proyecciones. Yo estoy simplemente conmovida.
La gente ahora mira con horror y desprecio todo lo que ve a su alrededor: desigualdad, niños que mueren en el Sename, viejos rendidos por el hambre, corrupción en políticos de todos los colores; predominio del egoísmo y de la desvergüenza.
Pero de pronto apareció una luz. Este fenómeno ha ocurrido muchas veces en la historia. Los hechos están ahí, y repentinamente penetran en la conciencia y todo cambia. Sucede, como decía Lenin , cuando «los de abajo no quieren seguir viviendo como antes, y los de arriba tampoco pueden seguir gobernando como antes lo hacían».
Y ahora está pasando en Chile. Muchas personas no votaron por asco, por desilusión, algunas porque no creen que sirva para nada, o porque el voto lo sienten como una complicidad con el sistema. Y sorpresivamente surgió la esperanza en Valparaíso, nuestro querido y mágico puerto. Se unieron los desencantados y los esperanzados y votaron por uno de ellos, un joven, un muchacho hasta ahora casi desconocido. Sólo sabemos que es abogado, originario de Punta Arenas, donde fue dirigente de los estudiantes secundarios y después alumno de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, cuya Federación estudiantil llegó a presidir.
Y cuando vimos a ese joven evocando con una canción al caballero de lentes de hace tantos años, nos pusimos a llorar de emoción. Y no sólo los viejos, muchos jóvenes también. Este caballero de lentes que para los jóvenes es muy lejano pero que siempre está presente, para nosotros es muy cercano y nos recuerda a nuestros compañeros asesinados y a nuestros sueños perdidos. Pero vemos que él está de vuelta y nos ponemos a reír, a bailar y a abrazar a todo el mundo.
¿Se puede extender esto que ocurrió en Valparaíso al resto de Chile? Muchos dicen que no, que es una excepción. Pero yo creo que sí, porque la emoción, la alegría, el entusiasmo se expanden y se contagian, y parafraseando a Neruda podríamos decir: La esperanza cae al alma como al pasto el rocío.
¿Me equivoco, nada de esto va a suceder, me estoy ilusionando vanamente? Quizás. Pero no importa, el joven Sharp nos trajo nuevamente a Salvador Allende con sus lentes y con su tremenda grandeza, y nos recordó que nuestra historia heroica nos inspira y nos obliga.
En este marco es deber imperioso de todas las personas honestas el esforzarse por lograr esa unidad del pueblo, de sus organizaciones, de sus sindicatos, de sus estudiantes, de sus pescadores, de sus habitantes, de la mayoría de sus vecinos, como ha ocurrido en Valparaíso, para encontrar finalmente una salida honrosa, popular y limpia, a la situación desdorosa de desprestigio y vergüenza en que el duopolio que gobierna ha sumido a Chile.
Y entonces con Jorge Sharp podremos decir «que hace como 40 años, alguien, un caballero de lentes, intentó hacer algo de lo que estamos tratando de hacer nosotros. Porque tenemos que ser nosotros los que levantemos Chile».
Y nosotros somos todos, somos el pueblo de Chile. No el duopolio que manda desde el gobierno o desde afuera, desde las empresas millonarias y avaras, todos ellos apoyando al modelo económico de la dictadura, que todavía no se va.
Llegó el momento en que nos manifestemos no sólo en las urnas, sino en la organización, en la unidad, en la protesta justa, en la crítica y en las propuestas creativas, en la construcción de una democracia participativa. Tendremos que crear un frente amplio del pueblo en todo Chile, para realizar una verdadera Asamblea Constituyente que reconstruya a un país grande y a la vez modesto, poderoso y a la vez prudente, fraterno e integrado con nuestros vecinos. Vamos a rescatar este país que fue pionero en América en la cultura, en la educación, en la salud y en muchas otras cosas, y que ahora ha sido deshonrado. Y otra vez con Neruda, diremos «sólo con una ardiente paciencia conquistaremos la espléndida ciudad que dará luz, justicia y dignidad a todos los hombres»(1). Esa ciudad fue Valparaíso y luego será todo Chile.
(1) Pablo Neruda, discurso pronunciado cuando recibió el premio Nobel de Literatura, en 1971.
Publicado en «Punto Final», edición Nº 864, 11 de noviembre 2016.