Reseña de Manuel de León y Ágata Timón, Vida y legado de Turing, Madrid, CSIC, 2014.
Una introducción, 11 breves capítulos, una coda final -«Hitos en la vida de Turing»- y una sucinta bibliografía componen esta aproximación -que pertenece a la serie de divulgación del CSIC «¿Qué sabemos de?»- a la obra y vida de Alan Mathison Turing [AMT]. Está -es una de sus principales virtudes- al alcance de todos.
La cita con la que se abre no es probablemente la mejor de las concebibles: «Un hombre provisto de papel, lápiz y goma de borrar, y sujeto a una estricta disciplina, es en efecto una máquina universal». AT, por supuesto, fue más, mucho más, que una máquina universal. Como todos nosotros. Hubiera sido mejor empezar con un lema que corría en la escuela de Hazlehurst donde AMT estudió: «A Turing le gusta el campo de fútbol/ porque en las líneas de banda están los problemas geométricos».
El objetivo del libro de Manuel de León y Ágata Timón se anuncia en los pasos iniciales de la introducción: esbozar la vida del matemático británico a la vez que repasar sus logros científicos más importantes. Y sucintamente. Lo consiguen sin aportar, no es su pretensión, nuevas ideas, hipótesis, sugerencias o informaciones.
El trabajo de AMT sentó las bases de las ciencias informáticas de nuestros días. Fue decisiva su colaboración criptográfica en la aceleración del final de la II Guerra Mundial (rompió los códigos de las máquinas «Enigma» del ejército alemán). Introdujo conceptos esenciales para lo que hoy denominados «inteligencia artificial» e incursionó, el aspecto menos conocido y tratado de su obra, en las aplicaciones matemáticas en el ámbito de la biología (morfogénesis, biología del desarrollo). Su muerte es un ejemplo (desastroso) de intolerancia y persecución, del cruel papel que jugaron los «estrictos códigos morales de la sociedad británica de ese tiempo». La principal fuente de información sobre ello, la biografía que su madre, Ethel Sara Turing, publicó en 1955 poco después de su muerte; ha sido reeditada recientemente. Recuérdese que unas seis décadas atrás, en 1895, Oscar Wilde había sido condenado a dos años de prisión con trabajos forzados por sodomía.
En 2013, unos sesenta años después de su muerte, se concedió a AMT el perdón real otorgado por la reina Isabel II. ¿Se le concedió el perdón? No es necesario comentar el despropósito.
En la Sherborne School, muy joven, conoció a Christopher Morcom quien probablemente fuera su primer amor. La temprana muerte de su amigo en 1930 marcó con fuerza la adolescencia de Alan, un año más joven. AMT entró en el King’s College de la Universidad de Cambridge en 1931. Sus intereses científicos ya entonces eran muy variados: Russell y su Introducción a la filosofía matemática; Alfred von Neuman y la mecánica cuántica, y Erewhon, de Samuel Butler, «una sátira de la sociedad victoriana en la que se advertía del peligro de que las máquinas se apoderaran del mundo.»
Uno de sus logros científicos más importante fue alcanzado no mucho tiempo después de su graduación, el conocido como problema de la decisión, el «Entscheidungsproblem». Dada una determinada proposición: ¿podemos diseñar siempre un algoritmo que nos permita decidir si ese enunciado es verdadero o falso? Los autores presentan el contexto histórico y matemático del problema y la solución de Turing en los capítulos 3 y 4 del libro.
AMT escribió su decisivo artículo en 1936 (casi al mismo tiempo que Alonzo Church publicaba su gran aportación -«An unsolvable problem in elementary number theory»- en el American Journal of Mathematics) y lo publicó en 1937: «On Computable Numbers, with an application to the Entscheidungsproblem». Es aquí donde introduce por primera vez la definición de número computable: un número real cuya expresión decimal pude ser producida por una máquina de Turing, un dispositivo abstracto descrito en las páginas 33-36; el número pi, por ejemplo, es un número real computable, pero muchos otros números reales no lo son. También introdujo las definiciones de máquina computadora y máquina universal, trabajo en el que prueba que el problema de la decisión es insoluble. Su tesis doctoral, defendida e 1938, versó sobre «Systems of logic based on ordinals». De ella proviene el concepto de lógica ordinal y de computación relativa.
La ruptura de los códigos alemanes Enigma (un invento, usado al principio comercialmente, del ingeniero alemán Arthur Scherbius al final de la I Guerra Mundial) se describe en el capítulo 6. Esta es la presentación: «La Enigma era una combinación mecánica y eléctrica; consistía en un teclado como el de las máquinas de escribir usuales, un engranaje mecánico y, en la parte superior, un panel de luces con las letras del alfabeto». En su interior, la máquina «poseía varios rotores interconectados, cada uno de ellos con 26 contactos que correspondían a las 26 letras del alfabeto. Cada uno de estos rotores estaba cableado de una forma diferente….» Cuando se pulsaba una tecla, «el sistema eléctrico de la máquina, de acuerdo con la configuración particular del cableado que se hubiera dispuesto, daba como resultado otra letra distinta en el panel de luces». De este modo, «el mensaje cifrado se obtenía sustituyendo las letras del texto original por las que proporcionaba la máquina».
La cuestión se complicaba algo más para aumentar la encriptación y dificultar el proceso inverso: cada vez que se introducía una letra, la posición de los rotores cambiaba, de tal manera que cada vez que se pulsaba la misma tecla el resultado era diferente al anterior. Las configuraciones iniciales se distribuían cada mes (y con mayor frecuencia tiempo después). Se distribuían en unos libros de instrucciones facilitados secretamente a los militares encargados de la encriptación y del envío de mensajes.
Tres matemáticos polacos, en 1932, iniciaron exitosamente la descodificación de Enigma. Pero el libro de Turing –The Prof’s Book– fue decisivo en toda esta historia. En 1945 se le otorgó la Orden del Imperio Británico (OBE) por sus grandes contribuciones a la victoria de los aliados en la guerra.
Su artículo sobre pensamiento y máquinas -en su momento publicado en castellano en SIGMA, una enciclopedia matemática y filosófica editada en Grijalbo cuya traducción coordinó Manuel Sacristán, que apareció posteriormente también en Hipótesis, la colección codirigida por el traductor de El Capital y Francisco Fernández Buey-, el gran artículo de AMT, decía, data de 1950: «Máquinas de computación e inteligencia». Se publicó en Mind, una revista filosófica, y está basado en una conferencia que AMT dictó tres años antes.
Los pasos iniciales del trabajo: «Propongo que se considere la siguiente pregunta: «¿las máquinas pueden pensar?». Para ello, lo primero sería dar definiciones del significado de los términos «máquina» y «pensar»». La cuestión de fondo: averiguar si una máquina se puede llegar a comportar de manera indistinguible (en estos ámbitos) de cómo lo haría un ser humano. La respuesta es afirmativa: si ambos «jugadores» fueran lo suficientemente hábiles en el juego diseñado, un juez no podría distinguir entre cuál es cuál. Además de proponer el juego de imitación, AMT describía en su trabajo los fundamentos matemáticos y la estructura del computador inteligente.
El capítulo IX del libro, dedicado a la morfogénesis, narra la que probablemente es la menos conocida de las aportaciones científico-filosóficas de AMT: las aplicaciones de las matemáticas a la teoría de la forma en biología. Sólo publicó un artículo sobre el tema: «Las bases químicas de la morfogénesis». «En el proponía un modelo de reacción-difusión como base para describir el desarrollo de patrones en la piel de los animales o en las conchas de los moluscos, como las motas o las bandas. Cambiando las constantes que aparecen en las ecuaciones, se pueden producir muchas texturas diversas» (p. 70). En su modelo las rayas de un tigre o las manchas de un leopardo se forman por interacción de un par de morfógenos «los cuales son las moléculas que señalizan el desarrollo del tejido».
La tragedia irrumpió el mismo año en que publicó este último artículo. Turing no ocultó nunca su orientación sexual, la consideraba «algo natural». En 1952 fue arrestado por prácticas homosexuales, entonces prohibidas en el Reino Unido de su gloriosa Majestad. La mañana del 8 de junio de 1954 su casera halló su cadáver en la cama. A su lado, la manzana mordisqueada.
¿Suicidio, accidente, práctica de los servicios secretos británicos? No lo sabemos. John Le Carré, ex agente del MI5 y del MI6, reconoció en 2010 que en aquellos años los agentes secretos llevaron a cabo mucha acción directa, «hicimos cosas muy malas». No concretamente la que comentamos que, por otra parte, no excluyó. El 10 de setiembre de 2009, 55 años después de lo sucedido, Gordon Brown, entonces primer ministro británico, pidió disculpas públicas por el trato dispensado a AMT después de la II Guerra Mundial… Pues vale.