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Un comentario sobre la vigencia del marxismo y de la propiedad social

Fuentes: Rebelión

Los dos componentes del título de este artículo están estrechamente vinculados por la finalidad práctica del pensamiento de Carlos Marx, revelada en síntesis en la trascendente tesis 11 sobre Feuerbach, en la que alude a la transformación entendida como práctica, como actividad que incluye el pensamiento abstracto y la teoría y no como un «hacer» […]

Los dos componentes del título de este artículo están estrechamente vinculados por la finalidad práctica del pensamiento de Carlos Marx, revelada en síntesis en la trascendente tesis 11 sobre Feuerbach, en la que alude a la transformación entendida como práctica, como actividad que incluye el pensamiento abstracto y la teoría y no como un «hacer» desprendido de la racionalidad.

En efecto, hablar de marxismo es hablar de la superación del modo de producción capitalista, es hablar de revolución, de cambio y no solo de crítica del capitalismo real. Por ello, hablar de marxismo con un sentido práctico es también encarar del reto de superar la propiedad privada y la cultura mercantil capitalista que esta genera.

Creo que es obligado reconocer desde el vamos que si bien la preocupación acerca del marxismo o de los marxismos posteriores a Marx no es nueva, sí adquirió mucha mayor notoriedad después del derrumbe del sistema socialista de Europa del Este y de la confusión que cundió en todo el mundo progresista.

Comparto la idea de los que piensan que el fracaso del experimento socialista eurooriental nacido con la revolución de Octubre de 1917, no fue solo un fracaso «de los soviéticos» ni «del campo socialista» fue, esencial e históricamente hablando, un fracaso de toda la humanidad; fracasó aquel socialismo como componente de la realidad mundial nacida de aquella revolución primigenia y fue particularmente un fracaso mayor para la izquierda consciente y radicalmente anticapitalista. Eso explica en parte por qué muchos los asumimos con sus defectos y vimos en el antisovietismo una posición contrarrevolucionaria y también por qué -aun reconociendo sus deficiencias, errores, insuficiencias y excesos- no nos sentimos reivindicados con el fracaso de la URSS, sino debilitados. Pero si bien la vida ha comprobado con creces que no estamos «mejor» ahora, también ha sacado a la superficie de modo dramático el costo social y político de los errores y, simultáneamente, que ese fracaso no lo fue del «marxismo» y menos aún «de la obra de Marx», aunque lógicamente al analizarlo nos remitimos inevitablemente al pensamiento fundador y su producción posterior.

Ahora bien, ¿por qué nos interesa debatir sobre el marxismo, cuando estamos en medio de tanta incertidumbre y crisis en el planeta? Creo, en primer lugar, que es por la convicción de que el marxismo tiene todavía mucho por hacer en este mundo porque sigue sirviendo a los propósitos de la política revolucionaria, la de hoy, la de un mundo cambiado y cambiante.

Un primer asunto es precisamente este, el marxismo posterior a Marx solo puede tomar su marxismo, el de Marx, en relación con un mundo cambiado y cambiante, pero no escogiendo pedazos de este que consideremos «buenos» porque en tal caso no podríamos hablar de «marxismo» sino de interpretaciones parciales y descontextualizadas de un pensamiento, una de cuyas principales virtudes, si no la principal, es su integralidad. El otro aspecto es tener en cuenta el carácter abierto de este sistema filosófico, por lo que un abordaje que imponga límites, terminaría inevitablemente en posiciones dogmáticas que acabarían necesitando un marxismómetro que revelase cuánto marxismo hay en un pensamiento, en un enfoque, en un ensayo, etc. y claro está se necesitarían los especialistas en marxismometría para hacer las mediciones y otorgar calificaciones.

La esencia holística del marxismo es el fundamento de su principal fortaleza teórica, es intrínsecamente multi, trans e interdisciplinario, exige ver la sociedad desde las perspectivas económica, política, jurídica, cultural, ética, estética, antropológica, etc., integralidad que no siempre ha sido asumida por el sujeto de la construcción socialista con el rigor que imprimió Marx a su estudio de la historia, a su crítica del capitalismo, a su perspectiva del socialismo, lo que ha traído importantes desfases en la vida cotidiana resultantes de la falta de articulación práctica de las actividades socioeconómica, organizativa, jurídica normativa e ideológica política; precisamente al análisis de este particular hemos dedicado buena parte de los esfuerzos para estudiar los problemas de la transición socialista [2] .

El marxismo posterior a Marx, si lo consideramos como sistema integral puede enfocársele desde su característica de ser cosmovisión, teoría de la historia, el ser guía para pensar una sociedad histórica y culturalmente definida, una región, o una actividad humana, por ejemplo: la Economía, el Derecho, la Ética, y verse también como ideología. Todos estos enfoques, claro está, están interrelacionados.

El marxismo, en tanto expresión teórica, totalizadora, es ciencia y como tal está necesitada de incorporar constantemente los nuevos datos de la realidad, de mantener su carácter abierto, de autocrítica y superación ante los nuevos conocimientos, incluyendo aquellos que pueden determinar cambios en su epistemología. La complejidad que hoy se reconoce en la relación sujeto – objeto, que a mi modo de ver se exagera en ocasiones hasta el extremo de diluirse uno en otro caotizando al conocimiento, impone, sin embargo, un reto para la epistemología que no puede ser obviado.

El marxismo como ideología exige una visión integral de la realidad social y convoca a una actitud revolucionaria desde una perspectiva de regularidad que parte de considerar la finitud inevitable del sistema socioeconómico capitalista y del modo capitalista de vida como un resultado natural de la evolución de la historia. Aquí se nos presenta una disyuntiva. No habría Carlos Marx sin Hegel. La modernidad que se levantó sobre las bases del modo capitalista de vida construyó su subjetividad, generó sus filósofos, la filosofía clásica alemana no cerró con Feuerbach, cerró con Marx. Marx, al pensar la crítica del capitalismo estaba criticando también a la modernidad de entonces, a su modernidad, y al postular como inevitable el postcapitalismo en forma de socialismo, también estaba postulando una nueva modernidad o, si se quiere, una postmodernidad, obviamente de signo y contenido muy diferente a la ya pasada moda «postmoderna» y dado su fundamento filosófico hegeliano, ese cambio era visto en una dialéctica de la negación que para nada evocaba una etapa desprendida de la sociedad anterior, sino, como recordara en su Crítica al Programa de Gotha, «con las manchas del parto».

La ideología marxista es un sistema de principios, teorías, ideas y valores construido sobre la base del convencimiento y prueba del carácter finito del modo de producción y de vida del capitalismo. Por esta razón -en rigor- no toda ideología anticapitalista es necesariamente una ideología marxista tal como Marx vio la historia, pero sí en muchísimos puntos de contacto, no solo por este particular, sino por muchos otros, porque una ideología política revolucionaria es siempre un sistema vivo de ideas, valores, códigos, convicciones, actitudes, y el marxismo en tanto ideología, solo puede existir realmente en una sociedad concreta, histórica y culturalmente definida, solo puede existir, para decirlo con palabras de Isabel Rauber, mestizado, de lo contrario estaríamos ante una pura abstracción de escaso sentido práctico y la ideología, como enseña Fidel, es conciencia y actitud de lucha. [3]

Las preocupaciones e incertidumbre que muchos asumen respecto del futuro de la humanidad llevan a estas personas que rechazan al capitalismo como sistema, que sufren y reflejan sus contradicciones, a luchar contra este, aun sin el convencimiento de que necesariamente está condenado a desaparecer. Pero en tanto postura anticapitalista, esta posición va al encuentro del marxismo y construye sus sentidos con fundamentos muchas veces coincidentes con este, pero se detienen en el concepto de la desaparición ineluctable del sistema, como necesidad histórica, como regularidad.

Lo anterior nos lleva a otra pregunta bien diferente ¿qué tanto importante es para la práctica que las personas reconozcan como cierta tal regularidad? Cabe pensar incluso que no esperar que el devenir histórico determine el cambio implica asumir mayor responsabilidad por parte de ese sujeto anticapitalista, que, por así decirlo, «se queda solo» sin la ayuda del demiurgo de la necesidad histórica y por ello está probablemente en mejor capacidad de prepararse para las incertidumbres, para pensar y reaccionar ante lo casual, y asumir nuevas actitudes prácticas, algo que -dicho sea una vez más- no tiene por qué no ser también una actitud positiva de quienes sí reconocen esa regularidad.

Ni Marx ni Engels tuvieron posibilidad de participar de una práctica de construcción socialista, no pudieron, por tanto, continuar su labor teórica alrededor de tal experiencia. Su legado se circunscribe al desarrollo de la concepción materialista de la historia, el estudio a fondo del capitalismo, el descubrimiento de sus contradicciones, de las lógicas internas que generan las potencialidades para su necesaria superación, pero no tenían ni podían tener idea de cómo en un país subdesarrollado y bloqueado como Cuba, por ejemplo, podía organizarse la producción y alcanzarse la eficiencia. Siendo como eran, científicos, se alejaban de la especulación. Solo llegaron a plantear algunos criterios acerca de cómo podría ser la distribución. Lenin participó en los primeros intentos de organizar el funcionamiento socioeconómico del socialismo en la antigua URSS, con las conocidas etapas de comunismo de guerra y la NEP [4] , pero vivió poco tiempo después de iniciado este proceso, nos legó su análisis del imperialismo e importantes trabajos acerca de la NEP, pero tampoco él tuvo una práctica dilatada, suficiente, como para sistematizar y generalizar algunas experiencias.

Si reconocemos que el marxismo hay que verlo en relación con un mundo cambiante y cambiado, a la pregunta ¿cuál marxismo? hay que anteponerle la pregunta ¿cuál realidad?, ¿qué ha cambiado en el mundo? No podemos aquí pretender el imposible de señalar siquiera todos los cambios fundamentales, sino asomarnos al problema. Muchos entonces nos hacemos preguntas como estas: ¿Cuál y cómo es hoy el sujeto del cambio revolucionario?, ¿Cómo se construye el poder del cambio?, ¿Cómo se expresa hoy la relación economía – sociedad?, ¿Cómo ver hoy el determinismo económico «en última instancia»?

Acerca del papel del marxismo

El marxismo tiene que dar cuenta hoy de las transformaciones que han ocurrido y siguen ocurriendo en el mundo en lo tocante a la estructura socioclasista. La contradicción capital – trabajo, obviamente vigente, se interpretó muchas veces de modo reduccionista, colocando en el polo capital a la burguesía y en el polo trabajo al obrero, la visión mecanicista de esta oposición, llevó incluso a definir como esencialmente «bueno» al obrero y esencialmente malo al «burgués», recordemos de nuestra práctica las planillas con la pregunta: «origen social».

El desarrollo del capitalismo ha producido también cambios en los trabajadores, los cambios han llegado al enfrentamiento de los obreros que pelean entre sí por mantener el trabajo, la competencia ha calado hasta la médula a toda la sociedad, no es que sea un fenómeno nuevo en la historia, los trabajadores mejor remunerados hace años se distancian de su clase y también se han puesto entre ellos zancadillas, pero el capitalismo tardío ha empleado, y hábilmente, además de sus armas económicas, las extraeconómicas, las armas de la ideología y ha terminado culpando al individuo de las miserias del sistema y con muchos individuos aceptando las culpas y reconociéndose «incapaces» y «perdedores».

Mientras, han surgido nuevos actores sociales no necesariamente directamente vinculados -como tales actores- a la función económica del capital, al metabolismo económico, a la producción de bienes y servicios bajo la explotación capitalista, pero sí indirectamente y sufriendo las contradicciones del sistema en su etapa de perversión y sus disímiles vías de parasitar en la sociedad, y le han nacido al capitalismo tardío nuevos enterradores cuyas vías de participación y empoderamiento ya no vienen del modo decimonónico ni como fue en el pasado siglo. No puede decirse que los obreros serán los enterradores, que son los únicos que no tienen nada que perder sino sus cadenas, o que son los encargados por el devenir de ocuparse de acabar con el capitalismo una vez que se apropian de la ciencia del cambio. De igual manera es fundamental la recuperación y relanzamiento de la experiencia y las tradiciones de lucha de los trabajadores. Todo ello introduce muchísimas interrogantes y desafíos acerca de la función de las organizaciones políticas, los modos de articulación, las formas de lucha, las vías de empoderamiento, etc.

Lo anterior conduce a otra reflexión acerca de cómo considerar la construcción del poder para el cambio. Este ya no puede verse sólo como atributo básico «de una clase con sus aliados». En las nuevas circunstancias históricas no pierde centralidad el trabajo como polo opuesto e imprescindible del capital, pero sin perderse o diluirse el concepto de clase en el presente la centralidad se agranda y el capital que fue otrora el trasfondo y fundamento económico de un modo de vida y de un cambio progresista, aparece hoy como un gigantesco cuerpo parasitario que se relaciona de modo dañino con la humanidad y con la naturaleza. En consecuencia, el desarrollo hoy del marxismo plantea a la izquierda el estudio, seguimiento, elucidación de las nuevas formas de construcción y ejercicio del poder para el cambio, desarrollo y consolidación de un nuevo modo de vida.

Lo dicho nos lleva de la mano a rever el tema recurrente del determinismo económico. El determinismo económico de Marx se inscribía en la lógica del desarrollo de las fuerzas productivas, ellas eran las generadoras del cambio inevitable, pero ese ángulo hay que verlo detenidamente, porque la influencia de los procesos económicos en la vida social tiene características específicas y regulares, independientemente del grado y nivel de su desarrollo. No albergamos dudas al afirmar que cuando hay crisis en la actividad económica, esta se refleja en la sociedad en su conjunto con fuerza que determina direcciones de la historia, tampoco dudamos de la estrecha en insoluble relación de los procesos económicos con los procesos sociales en general y nos dirigimos a estudiar los eslabones mediadores cuando queremos elucidarla, pero también debemos plantearnos ante los nuevos problemas que se presentan hoy ¿Qué corresponde al marxismo como ideología política, como guía para la acción superadora del capitalismo, como ciencia del cambio? ¿Debemos, para decirlo en buen cubano, «seguir la rima», enfocar la sociedad que queremos construir sobre la base de competir con capitalismo para «producir más» y «consumir más» porque de lo contrario no lo derrotaríamos, o debemos plantearnos una crítica profunda y específica en cada sociedad de la producción y el consumo que heredamos del capitalismo y forjar un modo de vida, una cultura, auténticamente nuevas, superiores? Digo esto, sin dejar de tener en cuenta las deudas de consumo básico elementales que se heredan con el subdesarrollo o con las injusticias y desigualdades del capitalismo en los propios países desarrollados y que el emprendimiento por una nueva sociedad no puede soslayar.

Uno de los temas más importantes, en los que en la experiencia socialista mundial ha olvidado la integralidad del pensamiento de Carlos Marx es el referido a las formas de organizar la propiedad social.

Ha quedado suficientemente claro que el capitalismo no es «el fin de la historia», ahora bien, si no es superado por algo -y valga la redundancia- «superior», acabará con la historia, que no es lo mismo, pero como dijo el poeta, es igual.

En consecuencia, el socialismo está hoy más que nunca a la orden del día. También ha quedado claro que no habrá una única forma de existencia del socialismo, sino tantas como condicionen las diferentes sociedades que emprendan tal camino de transformación de la sociedad.

El proceso político de transformación socialista abarca no solo el ámbito de la economía, sino también el de la ética, el derecho, la organización, la cultura. Si el capitalismo es el predominio del egoísmo, el socialismo es el predominio de la solidaridad, si el capitalismo es el predominio de la explotación, el socialismo lo es de la justicia, si el capitalismo es el predominio de la competencia, el socialismo lo es de la colaboración, si el capitalismo es el predominio de la irracionalidad, el consumismo y el lujo, el socialismo lo es de la racionalidad, el consumo saludable y el bienestar general, si el capitalismo es el predominio del mercado, en el socialismo debe predominar el plan, si el capitalismo es el predominio de la propiedad privada, el socialismo es el predominio de la propiedad social.

Cuando una sociedad ha acumulado suficiente fuerza, organización e inteligencia y emprende el camino socialista desde el predominio de la propiedad privada, podrá avanzar progresivamente en su socialización. Donde ya -como es en la realidad cubana- predomina la propiedad social y hay casi medio siglo de hábitos y experiencias acumulados en su organización, administración y funcionamiento, estoy convencido que lo sensato no es retroceder privatizando masivamente la pequeña y mediana empresa bajo el supuesto de que es el único modo de asegurar el estímulo a la tan necesaria eficiencia.

Pensar así, sería dejar de lado la integralidad que caracteriza al marxismo. Téngase en cuenta que siendo Cuba un país subdesarrollado, la pequeña y mediana empresa abarcan una parte importante del contingente de trabajadores que asegura la producción nacional. Pasar esa propiedad a manos privadas, además de plantear un complejo dilema ético, jurídico y político generado por las preguntas: ¿a manos de quién van a pasar? ¿Por qué? ¿cómo quedarían después de eso las políticas sociales?, etc; significaría, en el hipotético caso de que así fuere, que cientos de miles de trabajadores y sus familias pasarían, por decisión de la propia voluntad socialista, al bando del mercado, el individualismo y la competencia mercantil, recreándose el motor reproductor de valores capitalistas y la base socioeconómica de rearticulación de una ideología capitalista dependiente, superada en lo fundamental por el proceso revolucionario de 1959. Es una falacia pensar que el problema tiene solución estratégica en los impuestos que controlarían esa propiedad privada.

Pero la única forma de existir la propiedad social en el socialismo, no es la de su administración estatal, verticalista y centralizada, y el hecho de aceptarla como fundamento de la construcción económica socialista no significa que con ello deja de existir automáticamente la ley del valor. No solo porque esta predomina en el mundo real y obliga a una sociedad subdesarrollada y de economía abierta, necesitada del comercio internacional a subordinar su metabolismo socioeconómico en buena medida a esa ley, sino -y en mi criterio básicamente- porque en la propia sociedad cubana, luego de medio siglo de transformaciones socialistas no ha sido eliminada -ni lo podrá ser por largo tiempo- la psicología de intercambio de equivalentes que han generado en la especie humana siglos y milenios de práctica mercantil.

También es fundamental -en mi criterio- tener en cuenta que la economía cubana no tiene otro modo de procurar la eficiencia si no asume conscientemente la necesidad de ser una economía mixta, en la que predomine la propiedad social, pero en la que se conjuguen diferentes tipos y formas de propiedad: privada, mixta, cooperativa, la propiedad social administrada por el Estado o con la modalidad de asociación, etc. y articular toda su armazón social económica, jurídica, política, ideológica, ética, sobre la base de esta realidad.

La existencia de la propiedad privada puede asumirse excepcionalmente también en empresas grandes o medianas y pautarse por un tiempo determinado siempre según la conveniencia social y ser más amplia en la pequeña propiedad (como lo es hoy la de la tierra de los pequeños agricultores o la de los cuentapropistas). [5]

En resumen, entre los conceptos vigentes del pensamiento de Marx está el de la superación de la propiedad privada (sobre lo cual Engels en «Principios del comunismo» afirmó que sería un proceso gradual) como base de la superación del capitalismo por el socialismo. Pero la propiedad social en el socialismo no será eficiente si no adopta las formas que pauta la realidad social, si no se organiza de manera tal que los colectivos laborales estén adecuadamente estimulados material y moralmente para trabajar con eficiencia y eficacia, para generar iniciativas, para propiciar la creatividad. Ello requiere una diversidad de formas de organización del trabajo y los salarios que ponga en manos de los colectivos muchas funciones que hoy están en estructuras que no se relacionan directamente con los procesos productivos y que, por tanto, no pueden tener la necesaria sensibilidad para adoptar las mejores decisiones.

Cada forma organizativa, empresa, unidad de producción, de servicios, etc. si es eficiente estará organizada de manera específica, diferente en la medida correspondiente de todas las demás incluso de aquellas que hacen una producción similar de bienes o de servicios; de forma adecuada a su tecnología, vías de realización comercial de la producción, condiciones socioeconómicas y geográficas en la que están sus instalaciones y se realiza su trabajo, etc.

El socialismo es un proyecto consciente de transformación de la realidad en el que corresponde tener participación a la sociedad en su conjunto, algo impensable sin un sistema de ideas compartido básicamente por la mayorías, que sustente la conjugación de los esfuerzos sociales en dirección a dejar atrás el modo capitalista de producción y de vida y forjar uno nuevo, superior, sistema de ideas, ideología, cuyas líneas maestras constituyan la orientación fundamental de los cambios. La ideología de la transformación revolucionaria de la sociedad cubana se nutre de las experiencias de su construcción, de los aportes de la sociedad en su conjunto, de los avances en la economía política y de la teoría general del socialismo en Cuba, cuya tarea principal será entonces la de contribuir a la estructuración sistémica del metabolismo socioeconómico de la sociedad en transición socialista, enigma cuyas respuestas no encontraremos en los clásicos.



*El autor es licenciado en Ciencias Políticas, Dr. En Ciencias Filosóficas, miembro del Consejo Editorial de la Revista Cuba Socialista.

[2] Puede consultarse: Darío L. Machado Rodríguez, «¿Es posible construir el socialismo en Cuba?», Editora Política, La Habana, 2004 y «La persona y el programa del socialismo en Cuba», Editorial Vadell y Hnos., Caracas, 2010.

[3] La ideología de la revolución cubana es resultado también del mestizaje y encarna las lineas maestras de un proyecto de socialidad, lo que constituye una fortaleza del propio proceso, incluye objetivos, finalidades, ideales y también sueños que mañana pueden ser realidad si hay la conciencia que oriente los esfuerzos por convertirlos en verdad en el futuro. Lo anterior evidentemente no ha sido entendido o no es compartido por Julio César Guanche, quien en su ensayo «La verdad no se ensaya. Revolución, ideología y política en Cuba», publicado por la página de Rebelión en Internet, escribe en la página 7: «La cuestión de las mayúsculas define lo esencial: de quién es la Revolución, ¿del sujeto o de «la ideología»?, ¿del ciudadano o de la «naturaleza»? La mayúscula hace que la ideología funcione como la racionalización de la política, como metajustificación del comportamiento de «La Revolución». «En tanto instrumento de transformación consciente de la sociedad, la ideología de la Revolución Cubana desempeña un papel decisivo en la correcta solución de los problemas sociales, orienta sus acciones ante la realidad cambiante». He aquí un sueño que produce monstruos: la ideología haciendo las veces de programa infalible de gobierno.» (Ver: http://www.rebelion.org/, Libros Libres)

No es necesario referirse a su interpretación de las mayúsculas, pero es imprescindible aclarar que lo que cita de mi libro «Cuba. Ideología Revolucionaria.» está fuera de contexto, a continuación transcribo un tramo mayor del texto que rodea a su cita, aunque el referente más amplio es lógicamente el propio libro:

La ideología de la Revolución Cubana no es un resultado acabado, se enriquece y transforma al calor del propio proceso de desarrollo social, y es deber de sus portadores preservarla de derrotas. En su vínculo indisoluble con el proceso social cubano, a la ideología de la Revolución Cubana le es inherente el constante enriquecimiento y transformación, el desarrollo.

Al proceso de creación de ideas y valores ideológicos, al desarrollo de la ideología del proceso revolucionario cubano contribuyen no solo los ideólogos, los cuadros, militantes, científicos, trabajadores de la esfera espiritual, sino también la opinión pública, las masas, los individuos, los grupos sociales.

Como dijimos, esta puede verse como resultado y como proceso. En tanto instrumento de transformación consciente de la sociedad, la ideología de la Revolución Cubana desempeña un papel decisivo en la correcta solución de los problemas sociales, orienta sus acciones ante la realidad cambiante. En el proceso de afrontar con soluciones nuevas los nuevos problemas es donde se enriquece y desarrolla la propia ideología.

Otra característica es la complejidad creciente de la actividad ideológica consciente. Está condicionada por el desarrollo científico-técnico, el desarrollo cultural general, e ideológico, en particular de las masas, por complejidades específicas de cada etapa y coyuntura, y por el desarrollo de los métodos y medios de la actividad ideológica. (Ver Darío L. Machado Rodríguez, «Cuba. Ideología Revolucionaria», Editora Política, La Habana, 2000, pp. 178-179.).

 

Su valoración acerca de que ello es «un sueño que produce monstruos: la ideología haciendo las veces de programa infalible de gobierno.» es cuando menos difícil de entender. Espero, sí, que su escrito sirva para invitar a la lectura de mi libro, que ciertamente hoy escribiría de otro modo en más de un aspecto, pero sin renunciar al papel de la ideología de la revolución cubana, a sus valores, sus principios, sus ideales y su ética, como instrumento decisivo en la orientación del proceso revolucionario cubano y no estrecha y forzadamente «haciendo las veces de programa infalible de gobierno».

[4] Nueva Política Económica, «NEP» por sus siglas en ruso ( Nóvaia Ekonomícheskaia Política) . Política económica, impulsada por V.I.Lenin y el Partido Comunista a partir de 1921, en sustitución del comunismo de guerra y su fundamento: el sistema de contingentación. La NEP basada en las relaciones monetario-mercantiles perseguía impulsar la producción, en particular la agrícola.

[5] Ver capítulo Propiedad social y mercado en la sociedad cubana actual, en Darío L. Machado Rodríguez, «¿Es posible construir el socialismo en Cuba?», Editora Política, La Habana, 2004, pp.119 – 143.

 

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.