Hace cuatro décadas los altos mandos de las Fuerzas Armadas cometieron graves delitos de sublevación y rebelión al derrocar a un gobierno legalmente constituido y suspender la Constitución. Paralelamente instauraron un régimen dictatorial con una feroz represión. Ni los ejecutores del golpe ni los civiles con los que se conjuraron han sido juzgados (1), hasta […]
Hace cuatro décadas los altos mandos de las Fuerzas Armadas cometieron graves delitos de sublevación y rebelión al derrocar a un gobierno legalmente constituido y suspender la Constitución. Paralelamente instauraron un régimen dictatorial con una feroz represión. Ni los ejecutores del golpe ni los civiles con los que se conjuraron han sido juzgados (1), hasta ahora reina la impunidad.
El régimen cívico-militar, que duró 17 años, liquidó el proyecto de socialismo democrático e instauró una dictadura, que fue un laboratorio en la aplicación de políticas neoliberales en el mundo, reduciendo el rol del Estado, privatizando lo más posible, haciendo hasta de la educación y la salud simples mercancías. Una de las consecuencias fue ampliar las desigualdades, siempre a favor de los más poderosos.
Quienes sucedieron a la dictadura siguieron administrando el modelo económico e incluso ampliaron las privatizaciones (apertura de la explotación del cobre a las transnacionales, el agua…).
Por su parte, los que dieron el golpe de Estado y eliminaron la Constitución, hoy tienen la desfachatez de plantear que la Constitución de la dictadura solo debe modificarse según las normas que allí se establecen. Más sorprendente aún es que opositores a la dictadura tengan la misma posición y -junto a la derecha- se nieguen a llamar a una Asamblea Constituyente para elaborar y aprobar democráticamente, con un plebiscito, una nueva Constitución.
Llama la atención que en nuestro país los años de la Unidad Popular no sean muy conocidos ni reivindicados, más bien han sido denigrados, mientras que Salvador Allende -con razón- ha ganado en prestigio y es mucho más valorado, sin embargo la gran obra de Allende es, precisamente, la Unidad Popular. Las fuerzas políticas que fueron partícipes de ese proyecto no lo han reivindicado, en parte -seguramente- porque hoy ya no tienen esas posiciones revolucionarias de transformación de la sociedad, puesto que ni siquiera plantean, por poner un solo ejemplo, la nacionalización del cobre.
Con el paso del tiempo, resalta aún más la figura de Allende y su clarividencia. Basta recordar su discurso sobre el comienzo de la globalización neoliberal, en la ONU, el 4 de diciembre de 1972, criticando «el poder y el accionar nefasto de las transnacionales, cuyos presupuestos superan al de muchos países… Los Estados aparecen interferidos en sus decisiones fundamentales -políticas, económicas y militares- por organizaciones globales que no dependen de ningún Estado y que no responden ni están fiscalizadas por ningún parlamento, por ninguna institución representativa del interés colectivo».
Quisiéramos destacar el compromiso y la fidelidad de Allende, hasta su muerte, con las causas sociales y políticas de los más pobres y al mismo tiempo su realismo político, su capacidad de agitar, de educar y sobre todo de unir fuerzas en torno a un programa popular, dirigiendo ese gigantesco movimiento que llevó al pueblo al gobierno en 1970.
Hay que recuperar la memoria de un presidente que hizo de la ética su más alto valor, que murió en el bombardeado palacio de La Moneda, recalcando su combate por un socialismo democrático y revolucionario. Allende no es un simple mártir, no se debe olvidar que bajo el gobierno de la Unidad Popular Chile recuperó el cobre, profundizó la reforma agraria, defendió la enseñanza pública y gratuita, creó el área social de la economía, promovió la participación popular en las decisiones. Con Allende los chilenos recuperaron la dignidad.
Desde luego que la Unidad Popular cometió errores y Allende actuó a veces con cierta ingenuidad (2), pero los errores no justifican, en ningún caso, el golpe de Estado, que fue un crimen contra el pueblo y la democracia. Como ha quedado demostrado, la Unidad Popular y Allende fueron víctimas de las transnacionales, del imperio estadounidense, de los grandes empresarios chilenos y de la traición de los militares golpistas. Jamás se debe confundir a las víctimas con los verdugos, nunca el error de una víctima justifica el crimen contra ella.
El ejemplo de Salvador Allende hoy vive en los combates de los estudiantes y de los pueblos, tanto en Chile como en América Latina. Su ejemplo nos ayudará a conquistar ese otro mundo tan necesario y posible con el que tantos soñamos.
Notas:
1. Ver Eduardo Contreras, A 40 años, Juicio a los golpistas civiles, Edición chilena de Le Monde Diplomatique, abril 2013 y también Jorge Magasich, El golpe cívico-militar y el terrorismo, en este ejemplar de septiembre 2013.
2. Ver documental «El último combate de Salvador Allende». Cuando temprano el 11 de septiembre de 1973 no logra ubicar a Pinochet, Allende le dice a Carlos Jorquera, «Pobre Pinochet, debe estar preso».