Recomiendo:
0

Un difícil momento para los revolucionarios

Fuentes: Rebelión

No cabe duda que el pensamiento y acción radical, anti-sistema, en Chile pasa por uno de los momentos más débiles de los últimos decenios. Chile cambió sustancialmente y entre otras cosas, el sentido común (cosa importante) esta hegemonizado por el denominado «neoliberalismo». Sentido común hegemónico, a partir de las enormes transformaciones materiales realizadas por la […]

No cabe duda que el pensamiento y acción radical, anti-sistema, en Chile pasa por uno de los momentos más débiles de los últimos decenios.

Chile cambió sustancialmente y entre otras cosas, el sentido común (cosa importante) esta hegemonizado por el denominado «neoliberalismo». Sentido común hegemónico, a partir de las enormes transformaciones materiales realizadas por la revolución capitalista luego de 1973. Poco queda del sentido común que predominó en los 70 e incluso en los 80, cuando se luchaba contra la dictadura; ya no está presente la lucha revolucionaria. El socialismo y el anti-capitalismo son cosas de pasado. Hoy por hoy casi 100 años de construcción social colectiva quedaron reducidas a menudencias.

Las nuevas generaciones de chilenos y chilenas, son altamente individualistas, consumistas, que tienen como sentido de vida la acumulación de bienes materiales superfluos. Generaciones que ya no creen en logros colectivos, sino individuales, «soy lo que tengo y tengo lo que soy».

En la matrix en que vivimos, se dan fenómenos, donde lo social y vivir en comunidad, es cada día más difícil, porque cada uno está en competencia con el otro; incluso a muerte en los sectores populares. El otro u otra, es lo que hay que someter a toda costa. Disfrazado de civilización vivimos en la ley de la selva, el reino de grandes o pequeñas mafias. Lo «anti-social» como lo «social», el «pegamento» que permite que vivamos en un mismo espacio, ahora como «extraños», una especie de bosón de Higgs, es el mercado.

Vivimos momentos de crisis social aguda, de una crisis de convivencia que no tiene solución, es una crisis civilizatoria.

No hay sentido de vida, no solo para los que aspirábamos al comunismo, sino para todos los grandes relatos. Aparentemente el imperio del liberalismo extremo es la nueva religión.

Vivimos fenómenos como la apatía por lo comunitario, que conlleva la crisis de la familia tradicional donde la actual sociedad no es capaz de ofrecer otra forma de convivencia, con todo lo que implica a nivel de la infancia e incluso de adulto mayores, donde niños y viejos son desechables. El 70% de los chilenos no entiende lo que lee y a nadie le interesa. El 60% de la población vive drogada para soportar el día a día. Somos el país con más altas enfermedades mentales en los niños menores de 6 años. A nivel de jóvenes, somos el país, luego de Corea del Sur, con más alto suicidio adolescente, y muchas cosas más.

A la élite de poder no le interesa lo que pasa en Chile, que pasa con su gente (ver Quintero- Punchuncaví), solo le interesa gobernar con el garrote, mantener las apariencias comunicacionales y obtener ganancias económicas. Cada vez pierden el pudor incluso para ocultar la corrupción de sus negociados.

Pero qué más da, somos en la región, el país con más celulares por persona, el que tiene más tarjetas de créditos, el más «bancarizado», con más autos per cápita, el que rompe los record en la venta del retail, pero al mismo tiempo el más endeudado, el que trabaja más horas promedio al día, el que tiene menos organizaciones sociales, el que cada vez empeora su calidad de vida porque su gente vive en zonas de sacrificio medioambiental o con transportes de pésima calidad.

La mayoría de los chilenos y chilenas se da cuenta de la situación social injusta en que vive, pero está convencido que así es el orden natural de las cosas y los que no surgen en esta realidad en definitiva es por ser flojos. La máxima de «nada es gratis en esta vida» le hace sentido a la mayoría.

Como sabemos el sentido común es contradictorio, son múltiples capas de ideas en la sociedad, donde convive lo de ayer, lo de hoy, incluso lo que viene, hay ideas que son mas hegemónicas que otras y muchas veces son pensamientos, costumbres, que son predominantes en sectores sociales, de acuerdo a las clases sociales a que pertenecen, nivel cultural, generaciones, zonas del país, religión, tipo de familia o múltiples factores que lo hacen complejo y contradictorio.

Junto con el predominio del pensamiento «neoliberal», en parte de la sociedad, particularmente en los más viejos, hay un malestar social, un querer «emparejar la cancha», existe crítica social. Ese pensamiento esta hegemonizado por lo que llamaremos neokeynesianismo, que ve como horizonte, como paradigma, la conquista del Estado de Bienestar, la conquista de un capitalismo más humano, menos brutal, donde todos tengamos derechos. Son generaciones que a partir de lo que paso en la dictadura, valoran la «democracia» y sienten que no son buenos los «extremos», como los que nos llevaron a la crisis política en el tiempo del gobierno de Allende. En ese paradigma, no está en cuestión la crítica a la explotación capitalista, sino a sus excesos, no está presente la crítica a la enajenación y la propiedad privada.

Se reemplazó la «revolución» por el «progresismo». Las ideas de emancipación humana, de autodeterminación y libertad se cambiaron por ideas que ponen el acento en los derechos de los consumidores.

Es un pensamiento que ve en la «política», en la institucionalidad, en las elecciones, la única vía de solución de los conflictos sociales, es un pensamiento que reivindica la democracia burguesa a la cual llaman Democracia ya sin apellido.

A esta visión de mundo derivaron todos los partidos políticos que en un momento de nuestra historia reivindicaron el anti-capitalismo en especial antes del 1973. Partidos que leen, forzadamente, el proceso de la Unidad Popular, como un camino de profundización de la Democracia, al que asocian un posible «contínuum» pacífico al «Socialismo», sociedad futura ya de tipo europeo.

En otras palabras, el Chile actual, está dominado por ideas hegemónicas neoliberales y neokeynesianas, ninguna de ellas cuestiona el capitalismo y tienen como consenso el papel del MERCADO y la necesidad de vivir en Democracia, a la cual se le ha quitado el apellido de burguesa.

Los que aspiramos a no quedar atrapados entre el neoliberalismo y neokeinisianismo, tenemos un desafío no menor.

En primer lugar, debemos asumir sin complejos que somos una ínfima minoría, que no tenemos peso político en la sociedad chilena actual.

Esta realidad ha llevado a muchos a asumir que no está «el horno para bollos» y que hay que ser «políticos» y acomodarnos a lo que hay. Se aspira a que en algún momento el viento sople a nuestro favor. Las variantes para esta «política realista» son múltiples, desde acomodar contenidos a ser el «polo izquierdo de coaliciones amplias». La verdad que hasta ahora, esa política solo ha significado ser arroz de proyectos neokeynesianos, proyectos que terminan por ganar con sus ideas a aquellos que no poseen las condiciones materiales y espirituales para soportar la hegemonía del capital.

En segundo lugar hay que también tomar en cuenta que a lo menos tres aspectos negativos se cruzan para poner en duda el futuro de la humanidad: la crisis para vivir en comunidad (la crisis para vivir en sociedad), la hecatombe medioambiental y la tecnología en manos del capital que aumenta la obsolescencia de la mayoría de los humanos.

Es decir somos minoría y no tenemos peso social, pero a la vez la crisis civilizatoria en la que estamos insertos no tiene solución.

Hay una disyuntiva para todos nosotros: nos acomodados a una realidad tan «charcha» o asumimos que la humanidad se hunde en una sociedad post apocalíptica y por ello tenemos que luchar con la rebeldía de siempre.

Es la vieja disyuntiva entre el pesimismo y la esperanza, los que queremos una sociedad distinta a la actual, el único camino posible es apostar a la esperanza. El gran triunfo del capitalismo, el gran triunfo de las clases dominantes, es que no existan las utopías, los sueños de libertad y por tanto que nos sometamos y asumamos que lo único posible y deseable es lo que ellos proponen como convivencia humana.

Hay que cambiar radicalmente la forma de vida actual, no por capricho, no por ser porfiados, es porqué el sistema no tiene soluciones viables para, incluso, la sobrevivencia de la humanidad. La avaricia que define a la élite en el poder y las clases sociales que representa, hace imposible salvar al planeta con ellos gobernando. Bien decía Fidel «socialismo o barbarie», pero no cualquier tipo de socialismo sirve, tiene que ser uno que represente una sociedad, donde el Poder Popular, el Poder de la Comunidad Organizada sea el corazón de la nueva forma que adquiera la manera en que vivamos. «Comunismo o barbarie» refleja bien la disyuntiva futura.

Un comunismo, donde la comunidad sea la base, donde no existan clases sociales, un comunismo que retome cosmovisiones de los pueblos originarios, como las ideas del «buen vivir», de vivir en contacto y respeto con la madre tierra, donde la inmensa tecnología y conocimiento científico acumulado por los seres humanos, nos abra paso a la superación de nuestras limitaciones materiales como especie. Conocimiento tecnológico, filosofía, ética, poder, tienen que ser el centro del que hacer de la comunidad para hacer posible el sueño de Roxa Luxemburgo «Por un mundo donde seamos socialmente iguales, humanamente diferentes y totalmente libres«.

Para ser francos, no tenemos idea como serán esas revoluciones, ni siquiera tenemos la capacidad de teorizar, sabemos sí, salvando así la crítica radical, salvando el espíritu revolucionario que nos queda, que la solución no vendrá de las distintas versiones capitalistas, ni las más extremas, ni las «más humanas», ni las de un capitalismo disfrazado de socialismo. El cambio necesario, de sobrevivencia, tendrá que retomar lo social, a través del poder popular, tendrá que dejar el extractivismo y el falso progreso material y volver a vivir en base a una economía comunitaria, que respete a la madre tierra, teniendo como base a los productores directos, a los trabajadores, sin toda la farsa de las economías de papel y su gigantesca burocracia.

Estamos frente al desafío de levantar el comunismo, la sociedad sin clases como futuro posible.

Una locura, cosas del pasado, utópicos, dinosaurios, «monos con navaja», «no proponen nada», dirán los bien pensantes

Se puede y se debe ser radical, pero hoy más que nunca será a contracorriente.

La lucha de clases continúa y una mala noticia, será violenta.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.