A pesar de que las ideologías políticas en general se han ido adaptando a los tiempos, algunas siguen ancladas en la retórica del pasado. De sus ideas para la acción, que esperan ser llevadas a la práctica, siguen empeñados en sacar a escena temas tan trasnochados como el de expropiar a los ricos para repartir […]
A pesar de que las ideologías políticas en general se han ido adaptando a los tiempos, algunas siguen ancladas en la retórica del pasado. De sus ideas para la acción, que esperan ser llevadas a la práctica, siguen empeñados en sacar a escena temas tan trasnochados como el de expropiar a los ricos para repartir sus bienes entre los pobres. La pervivencia de tal proyecto viene a demostrar demagogia barata y falta de imaginación. Lo que lleva a sus promotores a recurrir a argumentos de novela, fuera del contexto social, con el propósito de mantenerse en el escenario político a cualquier precio.
Que a los desfavorecidos de la fortuna se les vendiera en otros tiempos el sueño de ser ricos, quedaba bien para quien no tenía donde caerse muerto. La leyenda de quitar el dinero a los ricos y repartirlo entre los pobres era un reclamo ocasional. En aquellas épocas, abusando de la candidez de algunos, podría tener acogida. Los prudentes pensarían que habría que unirse a la causa por si caía algo aprovechable. Los más ambiciosos verían la oportunidad de desplazar a los ricos y situarse en su lugar y mejorar su situación personal. La cosa más o menos iba por ese camino.
Políticamente, en los comienzos de la aventura radical, el proyecto de los igualitarios en último término era confeccionar una elite propia -pese a la igualdad que predicaban-, con su líder a la cabeza, para iniciar la cruzada y quitar el dinero a los ricos y repartirlo entre ellos, dejando algo para los afiliados. En cuanto a los demás, no afines a la ideología del grupo, que se buscaran la vida como pudieran. Cuando los vendedores de ilusiones se hacían ricos expropiando a los otros, aprovechando el poder que les concedía dirigir a una masa de incondicionales, cambiaban de tercio y matizaban que eso de quitar el dinero a los ricos ya no era necesario o solo aplicable a sus competidores. Había que respetar la propiedad y el nuevo lema era que, en todo caso, el dinero suyo era suyo y el de los demás ricos, si es que quedaba alguno, sería para repartir entre ellos mismos y los nuevos pobres. Fue el viejo modelo de justicia social.
Ahora, los pobres ya no parecen ser tan pobres como antaño ni tan necesitados, porque antes era la cosa del comer, el techo y necesidades de pura subsistencia, mientras que en el momento actual otras necesidades consumistas aprietan y las empresas proveedores exigen el pago en efectivo. En todo caso, la situación tampoco es tan apremiante, porque siempre estará para respaldar a los necesitados Papá Estado. En parte orientado en sus funciones por las ideologías avanzadas y, del otro lado, por el empresariado, dispuesto para aliviar sus penurias y ampararlos a todos, ya no a costa de los ricos, sino de los que tiene la dignidad de no declararse pobres, es decir, el resto de la sociedad que paga la factura como puede.
En cuanto a las elites radicales que se han enriquecido aprovechando las oportunidades que a veces concede la retórica política, siguen comulgando con la ideología de la expropiación y la igualdad, pero con matices. Ahora dicen los radicales que lo de repartir está bien, pero debe hacerse con las propiedades de los demás, por lo que mucho ojo con lo suyo, no se puede tocar, ya que está protegido por el derecho de propiedad. Aunque se haya defendido que la propiedad es un robo, viene resultando que no está de más acumularla. Algo parecido sucede con acceder a un buen sueldo en el gobierno, dejando lo de abajo para las bases, que con posa cosa se conforman, para eso son militantes. Vamos que iguales de palabra sí, pero sin llegar a ser tontos. Luego, en lo que se refiere a las líneas del discurso electoralista, poco han cambiado
Todo apunta a que la ideología de la igualdad radical se enfría. Primero, porque sus patrocinadores van ascendiendo posiciones, dejan de ser iguales y el tema ya no les preocupa. Entonces no es preciso empobrecer a los ricos para aliviar la situación de los pobres oficiales, eso solo queda para casos desesperados, mientras los otros son esos pobres de nuevo cuño que viven de ejercer la pobreza. Segundo, para aproximarse a la igualdad basta con empobrecer al Estado. Que se endeude para sufragar tanto las ocurrencias radicales como las demandas empresariales. Al final alguien tendrá que pagarlo. Tercero, a esta situación se ha llegado porque los ricos de apariencia ya han sido expropiados y los que son ricos de verdad están demasiado arriba para expropiarles. A nivel de calle ya no quedan ricos de nombre ni medio ricos, aquellos a los que un día se llamó clase media, solo contribuyentes resignados. El viejo discurso ya no sirve.
Vacía de contenido la propuesta de expropiación, en los tiempos de los Estados benefactores, hay que modificar el discurso para contribuir a acortar las diferencias entre personas. Ahí están asuntos como el salario universal, el acceso a una vivienda digna, la atención social, las mejoras del bienestar y mucho más. Sin embargo el radicalismo se ha quedado rezagado en estos temas, mientras por delante han ido avanzando la planificada actividad del consumismo capitalista y la expropiación impositiva. Capitalismo y Estado del bienestar han dejado poco espacio para el radicalismo.
Poniendo los pies en la tierra, resulta que como la sociedad global ha cambiado, a la política del radicalismo le queda poco por hacer, porque se han adelantado los capitalistas, previa obtención de beneficios, y el Estado se encarga de casi todo. Parece que es hora de abandonar definitivamente el viejo discurso de pobres y ricos, dejando a un lado la demagogia y lo de incitar al personal a que practique la envidia del vecino -porque seguro que en eso cualquiera es experto-. Si el radicalismo aspira a gobernar de verdad y abandonar las ocurrencias absurdas, basta con que se dedique a abordar realidades subsanables y lo haga con seriedad, aparcando definitivamente el viejo proyecto de clientelismo barato. Se impone menos retórica y más soluciones, sin caer en temeridades económicas. Todo ello porque la potencial clientela en su mayoría reclama intuitivamente modernizar el discurso y abordar otros asuntos en línea con las demandas sociales del momento, acudiendo a algo esencial que es la racionalidad o incluso bastaría con algo menos, hacer política con sentido común.
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