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Las “masas” hacen la historia

Un ejemplo barcelonés anti-inquisitorial con corolarios actuales

Fuentes: Rebelión

El término es importado. De la física. La biología y las ciencias físicas han ayudado lo suyo a la construcción y ampliación del vocabulario de las izquierdas marxistas y anarquistas. En este caso, en mi opinión, sin demasiado fortuna. Masas -como multitudes por ejemplo- remite a algo inerte, sin vida, de encefalograma plano, maleable a […]

El término es importado. De la física. La biología y las ciencias físicas han ayudado lo suyo a la construcción y ampliación del vocabulario de las izquierdas marxistas y anarquistas.

En este caso, en mi opinión, sin demasiado fortuna. Masas -como multitudes por ejemplo- remite a algo inerte, sin vida, de encefalograma plano, maleable a nuestro antojo, casi a nuestra disposición, manipulable por las élites de la inteligencia, sin finalidades propias, carne de cañón y trabajo forzado, dispuestas o predispuestas a la realización de cualquier acto de barbarie, vitalmente necesitadas de energía y fuerzas exteriores.

Y no es eso: los ciudadanos-obreros, los ciudadanos populares, no son masas sin inteligencia, independencia y autodeterminación, y con nulo criterio. Las «masas» -digámoslo mal- pueden «hacer», orientar o intervenir en la historia -¡y de qué manera!- sea ésta o no un proceso sin sujeto ni fines como apuntó en su día Louis Althusser, un filósofo marxista que jamás las despreció.

Un ejemplo de ello basado en el excelente artículo de Xavier Theros sobre «El señor inquisidor» [1], sobre el secretario Coloma -ahora «secretari Coloma»- el introductor, nada menos, de la inquisición española en Cataluña.

En el barrio de Gràcia, señala XT, existe, sigue existiendo, «una calle que atraviesa con desparpajo las barriadas de Camp d’en Grassot, Gràcia Nova y la Salut, y que va desde la Travessera hasta la Ronda del Guinardó» [2]. Si reparamos en la placa municipal «veremos que esta recuerda escuetamente a un secretario apellidado Coloma, que así contado podría ser un modesto administrativo». Y no es eso, compañeros, no es eso.

Los vecinos están soliviantados «e insisten en cambiarle el nombre. Solicitan que se dedique a Pau Alsina, que fue el primer diputado obrero del Parlamento español». Con razón. ¿No recogen firmas? ¿Dónde ubicamos las nuestras? ¿No es esta, por cierto, una prueba de sofisticada inteligencia popular de masas?

Y no solo es eso, esas mismos vecinos y vecinas, esas mismas «masas», apuntan que «el vecino instituto Secretari Coloma sea rebautizado con el nombre del cómico Pepe Rubianes o del escritor Josep Moncada». ¿Algún problema? Por cierto: ¿de qué genio partió la idea de llamar a un instituto de enseñanza secundaria «Secretario Coloma»? ¿Le concedieron alguna medalla al esfuerzo y la meditación?

¿Y por qué y desde dónde tanta queja, tanta indignación vecinal de masas?

Joan de Coloma, señala XT, «era secretario, en concreto del rey Joan II de Aragón». Molt català, por supuesto. «Un secretario de Estado de padre ampurdanés, que fue barón de Alfajarín y Valencia, conde de Salinas, señor de Elda y Petrer y virrey de Cerdeña». No era un cualquiera: «Su firma puede verse al final de las Capitulaciones de Santa Fe, que permitieron a Cristóbal Colón hacer su primer viaje a América, en las que firmó en nombre de los Reyes Católicos». Era, además, el notario mayor -algo así como un Rajoy de la época- «de Fernando II y una de las personas de más confianza de la monarquía».

Hasta ahí, en opinión de XT, «no parece tampoco que el personaje se merezca ser borrado del nomenclátor urbano». No sé, no sé… ¿Seguro?

Sea como fuere, la cosa «comienza a estar más clara si sabemos que Joan de Coloma también fue secretario del Santo Oficio, que firmó personalmente la orden de expulsión de los judíos de 1492 y que se le considera con justicia el introductor de la Inquisición española en Cataluña».

XT nos cuenta la historia. Sucintamente, abreviando evitando traicionar: la Inquisición aragonesa funcionaba desde el XIII, «aunque estaba casi exclusivamente dedicada a perseguir sodomitas y blasfemos». En muy pocos casos recurría a la tortura y prefería las multas en metálico. En 1483, «el papa Sixto IV aceptó crear un nuevo tribunal para el joven reino de España y nombró inquisidor general a fray Tomás de Torquemada, un nombramiento que el Consell de Cent y los diputados del general rechazaron». El papa designó por ello «a Torquemada inquisidor especial de Barcelona. Y este, con el apoyo de Coloma, puso al frente del tribunal a fray Alonso de Espina».

El nuevo inquisidor llegó a Barcelona el 20 de julio de 1487. «Los consellers no salieron a recibirle y nadie le aclamó por las calles. El propio obispo metropolitano manifestó no reconocer su autoridad en toda la diócesis». Le importó un pimiento, aunque no fuera maduro: Alonso de Espina comenzó inmediatamente su tarea. «El primer auto de fe tuvo lugar el 25 de enero de 1488. Dos mujeres y dos hombres fueron agarrotados en la plaza del Rey [sigue actualmente con ese curioso nombre] por judaizantes, y luego les quemaron en el Canyet, una antigua laguna donde hoy se extiende el cementerio de Poblenou [cementerio donde están actualmente enterrados muchos obreros republicanos, mis padres y mi tía entre ellos], a la que arrojaban despojos animales y los cadáveres de los ajusticiados para ser devorados por los lobos».

Entre 1488 y 1490, señala XT, «se dictó un periodo de gracia, para que los detenidos pudiesen confesar sin represalias o denunciar a otros». Salvaron la piel de este modo 253 penitentes. De los que no confesaron, «12 fueron quemados -siete mujeres y cinco hombres-, y otros 229 ardieron en efigie tras haber huido». El fuego siempre ha sido cosa muy española (¡Y catalana, of course!).

La esposa de Joan de Coloma era judía conversa. No importó tampoco un pimiento: «los inquisidores se cebaron en esta minoría que formaba la espina dorsal de la Administración. Entre los primeros detenidos figuraron el consejero Gonzalo de Santa María y el escribano real Luis de Santángel, que poco después iba a prestar el dinero para la expedición de Colón. Estaba el lugarteniente del tesorero real Jaime de Safranca, el canónico Dalmau de Tolosa y el filósofo Sent Jordi».

No se andaban con miramientos: «Juana Badosa, la esposa del médico personal del rey Fernando fue estrangulada y quemada. Poco después, su marido, Lorenzo Badós, encontró el mismo destino». ¡Los caminos del señor son inescrutables! ¡Válgame Dios!

A la persecución de los judíos se le unió la represión de los insultos a la Corona -¿les suena?- y las supersticiones populares. Fue el caso, señala XT, «del artesano Francesc Garret, condenado a cadena perpetua por injuriar a la reina Isabel cuando estaba trabajando en su obrador». Un masa menos. En 1522, tenía lugar también «el primer auto de fe de una bruja celebrado en Barcelona». Otra masa a descontar.

La Inquisición española -que también fue «a por ellos»- extendió su influencia durante tres siglos, hasta el año 1808, «cuando las autoridades napoleónicas firmaron en el palacio Larrard su ilegalización». ¡Tres siglos nada menos! ¡Los centinelas de Occidente! ¡Qué historia más triste es la de España, aunque esta vez -corrigiendo a Jaime Gil de Biedma- la historia tiene final feliz!

Hasta su primera abolición, señala XT, «la Inquisición había encausado a unas 150.000 personas», ¡ciento cincuenta mil!. De ellas, entre 3.000 y 5.000 fueron asesinadas. El tribunal regresó con Fernando VII. ¡Todo lo sólido se desvanece en el aire pero en España, que es diferente como es sabido, permanece impertérrito!

Finamente, las «masas», como las vecinas y vecinos de hoy, intervinieron. Aprovechando la nueva prohibición de la Inquisición durante el Trienio Liberal, su sede en Barcelona «fue asaltada en 1820 por una muchedumbre enfurecida y dejó de existir. En España sería anulada definitivamente en 1834».

¿Tenían o no razón para estar enfurecidas? ¿Cometieron algún acto de barbarie? ¿Tienen o no tienen cabeza las «masas»? ¿Piensan o no piensan con su propia cabeza?

Por lo demás: ¿no la tienen -¡y qué cabeza!- los vecinos y vecinas actuales que piden la revisión y anulación de ese infame nombre? Ciudad de prodigios o ciudad con barbaries histórico-semánticas. Esta es también la cuestión.

 


Nota:

[1] Xavier Terso, «El señor Inquisidor». El País, 15 de agosto de 2012 (edición Cataluña), p. 5.

[2] Lamento no poder informar sobre el nombre de la calle barcelonesa durante la Segunda República española.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.