Por lo que se ve, se oye, se sabe y se adivina en los parlamentos autonómicos, en el Congreso o en los medios este país es sumamente preocupante. Parece mentira que siga perteneciendo a la Europa institucional. Preocupante, no sólo para los desesperados y desheredados de toda fortuna, sino para la médula social que son […]
Por lo que se ve, se oye, se sabe y se adivina en los parlamentos autonómicos, en el Congreso o en los medios este país es sumamente preocupante. Parece mentira que siga perteneciendo a la Europa institucional. Preocupante, no sólo para los desesperados y desheredados de toda fortuna, sino para la médula social que son los biennacidos y las clases medias cada vez más adelgazadas.
A cualquiera que siga las peripecias de este país, que siga los casos de corrupción, incesantes, que van apareciendo sin ninguna consecuencia excepto el amagar y no dar de las prisiones preventivas o el fugaz paso por las cárceles de algunos corruptos; a cualquiera que asista a los asuntos turbios de policías a su vez propietarios de innumerables sociedades o empresas; y todo ello autorizado y todo como referente de lo que debe ser un buen empresario y al mismo tiempo un mejor policía…; a cualquiera que preste atención a todo eso, digo, tiene que estallarle el alma de indignidad, de vergüenza, de desesperación y de tristeza.
Y es que el tejido del concepto «público» se deshilacha vertiginosamente al compás del saqueo generalizado de lobos sociales que depredan con la boca permanentemente ensangrentada en un espectáculo dantesco que obliga a abominar de esta falsa democracia; falsa, porque ni hay separación de poderes ni gobierna un pueblo abandonado a su suerte mientras muchos políticos roban y desvalijan, y mientras los bancos españoles y los prestamistas europeos engrosan bárbaramente sus ganancias en un proceso inexorable como la lava de un volcán que avanza dramáticamente para engullirse a todo un pueblo…
En Irak unos malnacidos, seguramente pagados por otros malnacidos de entre los invasores, destruyen a marchas forzadas monumentos de piedra de dos mil años de antigüedad. Los malnacidos detestan y no perdonan la grandeza en cualquiera de sus múltiples manifestaciones. En España los malnacidos no destruyen estatuas (aunque algunas de ellas sí debieran derrumbar), pero sí todo lo que tiene que ver con el dinero y con los bienes públicos. Esos malnacidos no están entre invasores pero pertenecen a las glándulas del poder; de los poderes, de todos: del legislativo y del ejecutivo, cuando expelen leyes y decretos nauseabundos; del judicial, cuando archiva lo justiciable y encarcela a los hartos de abusos; del empresariado, cuando humilla al trabajador; de los bancos y Cajas, cuando expulsan de sus viviendas a familias desgraciadas; de las policías, cuando refuerzan los desafueros que cometen todos ellos a la par que se enriquecen, eso sí, con el permiso de la Autoridad…
¿Quién ha dicho que esto es una democracia y que estos gobernantes son dignos de otra cosa que no sea la cárcel o la expulsión fulminante de las poltronas del poder que sangra a este país hasta su completa ruina?
Jaime Richart es Antropólogo y jurista
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