La compañía, que tenía un pie en Berlín y otro en Moscú durante los años ’20, albergó a grandes como Eisenstein, Pudovkin y Vertov, pero también produjo animación y hasta ciencia ficción. En el festival se verán cuarenta films, varios de ellos desconocidos.
Si hay algo que siempre caracterizó a la Berlinale, a diferencia de otros festivales, es que no sólo se ocupa de la actualidad del cine sino también de su historia. Gracias a su asociación con la Deutsche Kinemathek, uno de los archivos más importantes del mundo, la Berlinale supo preparar en los años ’90 retrospectivas memorables, dedicadas a grandes maestros del cine de lengua alemana -desde Eric von Stroheim hasta los hermanos Curt y Robert Siodmak, pasando por Fritz Lang- que llegaron a tener su esplendor en Hollywood. Otra de las cumbres pasadas fue una revisión dedicada al cine de la Kalte Krieg, la Guerra Fría, como solamente podía ofrecer la que alguna vez fue la capital mundial del espionaje. En ese mismo sentido, la retrospectiva que ofrece este año el festival promete estar a la altura de las mejores: titulada «Die rote Traumfabrik» (La fábrica de sueños roja) presenta treinta programas con más de cuarenta films, mudos y sonoros, que a fines de los años ’20 y comienzos del ’30 fueron producidos por Mezhrabpom-Rus, una compañía con un pie en Berlín y otro en Moscú, lo que le permitió sumar talentos tanto del cine alemán como del soviético, en un momento en el que ambos frentes representaban lo mejor de la vanguardia cinematográfica mundial.
Moisei Aleinikov, un pionero y productor del cine ruso durante el zarismo, con gran instinto comercial, y Willi Münzenberg, un comunista alemán y agitador y promotor de los nuevos medios rojos, unieron sus fuerzas en 1922 y fundaron Mezhrabpom-Rus (después llamada Mezhrabpom-Film), una productora rusa con sede en Berlín, pensada tanto para desarrollar el arte cinematográfico como para difundir las nuevas ideas de la revolución, sin por ello dejar de hacer buenos negocios. Unica en su tipo, la Mezhrabpom llegó a producir unos 600 films, pero su experimento internacionalista fue brutalmente cancelado once y catorce años después, respectivamente, con la llegada al poder de Hitler por un lado y Stalin por el otro.
La retrospectiva de la Berlinale incluye algunos títulos justamente famosos y, por lo tanto, insoslayables, como El acorazado Potemkin (1925) y Octubre (1928), de Serguei Mijáilovich Eisenstein, de las cuales esta última se verá en una versión restaurada, con la música original del alemán Edmund Meisel interpretada en vivo, en el Friedrichstadt-Palast, por la Orquesta Sinfónica de la Radio de Berlín. Pero el valor de la muestra radica en la infinidad de títulos poco frecuentados o directamente desconocidos que los organizadores han logrado exhumar, particularmente de las bóvedas de los archivos de Moscú, que siguen siendo una infinita caja de sorpresas.
De Boris Barnet, un gran cineasta olvidado, que supo ser celebrado por Jean-Luc Godard en sus tiempos de crítico cinematográfico en los Cahiers du Cinema, no sólo se verán sus clásicos La muchacha del sombrero (1928) y Okraina (1933), sino también una media docena de títulos que eran hasta ahora inaccesibles y de los cuales apenas si se tenían noticias por referencias bibliográficas. Por su parte, del alemán Erwin Piscator, una figura fundamental de las artes representativas en la República de Weimar, impulsor junto con Bertolt Brecht de las técnicas de distanciamiento y pionero en el uso de mecanismos, proyectores y escenarios giratorios en la producción teatral, se verá La revuelta de los pescadores (1934-1935), un film hasta ahora desconocido y que realizó durante su exilio en Moscú, adonde huyó luego del ascenso del nazismo en Alemania.
«Entre 1933 y 1936, Mezhrabpom se convirtió en un refugio para los artistas alemanes que escapaban de Hitler», explica Rainer Rother, director de la Cinemateca Alemana y curador del ciclo, en el exhaustivo libro que editó la Berlinale en ocasión de la retrospectiva. Según Rother, este eje socialista entre Berlín y Moscú ya estaba muy desarrollado desde comienzos de los años ’20, con la creación en Alemania de la Internationale Arbeiter-Hilfe (IAH), una asociación de ayuda al pueblo soviético. «Intelectuales como Karl Kraus contribuían con dinero procedente de sus lecturas públicas y conferencias», recuerda Rother. «Y en ese momento en que la intelligentsia de izquierda alemana se acercaba a los nuevos creadores surgidos de la revolución bolchevique, Aleinikov y Münzenberg supieron captar rápidamente el espíritu de la época. Mezhrabpom nació primero con la intención de producir documentales sobre la situación en la Unión Soviética, pero no tardó en embarcarse en proyectos más ambiciosos y creativos, con cineastas como Fjodor Ozep filmando tanto en Berlín como en Moscú.»
Entre los grandes éxitos internacionales de la compañía estaban no sólo los films de grandes como Eisenstein, Vsevolod Pudovkin y Dziga Vertov (Tres cantos sobre Lenin, de 1934) sino también films de animación y de ciencia ficción, como Aelita (1924), una comedia futurista de moraleja revolucionaria. Financiada por una colecta de la IAH alemana y rodada en Moscú por Jakob Protazanov, Aelita tiene una inventiva visual que sigue deslumbrando hoy en día, incluso en una ciudad tan atenta al diseño como es hoy la nueva Berlín, que parece escapada de ese extraño sueño cinematográfico de hace casi un siglo atrás.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-24318-2012-02-10.html