Sobre los efectos de la violencia de género en la vida cotidiana de las mujeres y en la sociedad.
Y la niña preguntaba ¿por qué mi mamá siente tanto miedo cuando sale a la calle? a lo que ellos respondierían con una verdad a medias: por ser mujer. Ella, al igual que muchas mujeres cargamos con el estigma de haber nacido en un sistema que sutilmente nos enseña a odiar la condición de mujeres, antes que soportar con resignación el paradigma que nos oprime.
El sistema capitalista y patriarcal por antonomasia, ha entrenado bien el pensamiento, a tal magnitud que cualquier argumento misógino y retrógrada resulta lógico para muchas personas, lo cual es sumamente grave. Nuestra capacidad de discernir entre la maldad y bondad de nuestras acciones se ha visto relativizada en medio de la masa informativa que impide condenar la violencia de género en todas sus dimensiones.
¿Acaso asesinar, violar, golpear, acosar, difamar, amedrentar, hostigar o intimidar no son actos malos? Nadie va por la vida clamando que lo asesinen, lo violen o vulneren su dignidad. No son actos deontológicamente deseables. Además de buscar los puntos de encuentro entre las distintas posturas feministas para conciliar y fortalecer un movimiento que lleva décadas luchando por los derechos de las mujeres en todo el mundo y por la equidad entre ambos géneros, es urgente una llamada de atención y una llamada a la acción ante la violencia sexista más evidente, pero también, ante aquellas formas de violencia sexista normalizadas y de baja intensidad. En México ésta se torna una medida acuciante.
Gran parte de la violencia que se ejerce sobre las mujeres permanece invisibilizada, y tal parece que mientras se configura a cuentagotas una sociedad que tolera las desigualdades de género y alimenta la misóginia, hay quienes se mantienen a la expectativa. Alguien dijo que a «palabras necias, oídos sordos». Sin embargo las reacciones sociales que se suscitan ante estas agresiones y actos delictivos en contra de las mujeres contienen una carga de necedad que resulta enormemente ofensiva para la condición humana. Y ante esto no podemos callar, ni continuar impasibles. Ya no. -Una mujer sale a correr como cada mañana. Un hombre la acosa y ella, guiada por el instinto de conservación y la rabia corre tras él enfurecida.
En el camino encuentran a una patrulla y consiguen localizarlo. El hombre es detenido y ella oscila el resto del día de una a otra comandancia. Al final, debido a su templanza emocional, las «autoridades» consideran que no parece tan afectada como debería. Bajo tal argumento el agresor sale en libertad y su caso no procede.
-Una periodista denuncia acoso sexual y es insultada y amenazada por la red. Cansada de que las autoridades tampoco intervengan en su caso, se ve forzada a abandonar el país.
-Una joven denuncia cómo un cerdo depravado (tengo que usar esos epítetos, porque no hay otros) eyacula encima suyo en el metro de la Ciudad de México. La chica comparte su desconcierto por la agresión en internet y a cambio recibe insultos porque «se lo merecía, por provocadora».
-Una mujer de 60 años es condenada a 25 años de prisión por herir a su pareja en defensa propia, quien falleció a causa de la lesión. El ministerio público no consideró como atenuante la defensa propia, ni la violencia sistemática a la que estuvo sometida a manos de su agresor, quien era adicto a las drogas.
-Grupos de «juniors» agreden a jovencitas, abusan sexualmente de ellas, alardean de los abusos en las redes sociales, operan con total impunidad y siguen libres ante las pruebas fehacientes de su conducta delictiva y sistemática, simplemente por ser hijos de «gente influyente».Internet arroja estas historias día tras día. Más terribles aún son las historias de feminicidios que llenarían infinidad de páginas con tinta de humo.
Eso no basta para interiorizar la magnitud del problema pues en cualquier momento, las víctimas podríamos ser nosotras, nuestras compañeras, nuestras hijas, nuestras madres, nuestras esposas, nuestras hermanas. La ley nos ampara, pero no quienes la hacen efectiva, en su mayoría varones.
La sociedad se indigna, pero no repele tales agresiones y en la mayoría de las ocasiones criminaliza a las víctimas después de juzgarlas con su dedo moralizante. Las familias se sorprenden y atemorizan, pero continúan delegando los estereotipados roles de género en la crianza de hijas e hijos, instruyéndolas a ellas para ser madres y a los otros para no llorar. Los medios de comunicación, como extensiones de un sistema opresor, construyen un imaginario en el que las mujeres continúan siendo objetos de intercambio y reproducen un lenguaje con una fuerte carga sexista y androcentrista.
Las escuelas se alarman ante la amenaza real de que sus alumnas sean objeto de una agresión sexual, sin embargo, no rompen con los esquemas educativos en pro de la equidad de género, los derechos humanos, el respeto y la reciprocidad, e igualmente reproducen el mismo discurso patriarcal que neutraliza e invisibiliza esta problemática. ¿No son éstas razones suficientes para movilizarnos? ¿En qué momento se rompió el eslabón de la cadena o se insertó un eslabón equivocado?¿Cómo hemos llegado a esta situación? La pregunta es retórica, sin embargo la explicación puede ser muy sencilla.
La violencia de género es estructural y se basa en relaciones de dominación, y aunque socialmente hemos alcanzado a reconocer la necesidad de un cambio, no se ha dimensionado la urgencia para frenar esa violencia. No se persiguen ideales opuestos, sino un imaginario social en el que la igualdad y la equidad sean transversales. La educación es fundamental, pero también las políticas públicas, las garantías en el ejercicio de las leyes, la empatía y las redes de solidaridad.
Nunca deberíamos responder que nos provoca miedo nuestra condición de género, mucho menos, despreciarnos o avergonzarnos por haber nacido mujeres. Debemos frenar el acoso y la violencia, con nuestras voces, con nuestro grito cargado de futuro.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso de la autora mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.