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Víctor Ancalaf Llaupe, prisionero político

Un luchador enjaulado

Fuentes: Azkintuwe Noticias

Quien fuera -a fines de los años noventa- uno de los fundadores y líderes de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), organización de la cual se distanció política y públicamente a fines del año 2001, luce más activo y conversador que en nuestra última visita, hace ya varios meses. Lleva más de tres años tras las rejas […]

Quien fuera -a fines de los años noventa- uno de los fundadores y líderes de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), organización de la cual se distanció política y públicamente a fines del año 2001, luce más activo y conversador que en nuestra última visita, hace ya varios meses. Lleva más de tres años tras las rejas y su comportamiento lo delata. Asumimos que llegamos en un buen periodo y contagiados de su hospitalidad, precaria como solo puede serlo en una cárcel de alta seguridad, accedemos por infinidad de celdas, pasillos y rejas hasta el sector de visitas del penal.

Concepción. Medio día del sábado. Llegamos hasta la cárcel El Manzano, moderno recinto amurallado que alberga en su interior a una población de más de mil 600 internos. Uno de ellos es Víctor Ancalaf Llaupe, dirigente mapuche de la zona de Collipulli y quien cumple una condena a 5 años de prisión por «atentado terrorista» contra maquinarias e instalaciones de Endesa España en la cordillera de la octava región. Nunca la justicia pudo comprobar realmente su participación en los hechos, pero el ministro de la Corte de Apelaciones de Concepción, Diego Simpertigue, señaló tener «presunciones fundadas» de su responsabilidad y lo condenó sin demora. Fue el primer mapuche acusado y procesado en virtud de la Ley 18.314, sobre Conductas Terroristas. Un privilegio que Ancalaf hubiera preferido no merecer.

Quien fuera -a fines de los años noventa- uno de los fundadores y líderes de la Coordinadora Arauco-Malleco (CAM), organización mapuche de la cual se distanció política y públicamente a fines del año 2001, luce más activo y conversador que en nuestra última visita, hace ya varios meses. Lleva más de tres años tras las rejas y su comportamiento lo delata. «Uno aquí adentro pasa por períodos, buenos y malos, y el carácter de uno, el genio como se dice, es la foto de lo que se está viviendo aquí dentro», nos dice. Asumimos que llegamos en un buen periodo y contagiados de su hospitalidad, precaria como solo puede serlo en una cárcel de alta seguridad, accedemos por infinidad de celdas, pasillos y rejas hasta el sector de visitas del penal. Específicamente, rumbo al módulo 9, donde comparte reclusión con medio centenar de internos rematados.

A simple vista, Ancalaf dista mucho de ser aquel temido dirigente mapuche que -tras estallar masivas recuperaciones de tierras en las regiones octava y novena el verano de 1999- era sindicado por la prensa como una especie de Osama Bin Laden local, responsable de cuanta ocupación, sabotaje o enfrentamiento tenía lugar en los campos de la zona sur del país. Los medios, ávidos de sensacionalismo y de personificar en alguien el reclamo mapuche de siglos que estallaba frente a sus narices, se dieron un festín mitificando la figura del dirigente. Que había estado en Chiapas. Que tenía instrucción guerrillera. Qué era el más duro entre los duros. Hoy este padre de cinco hijos, campesino de toda la vida, se ríe de esas historias y nos asegura que su única virtud fue hacer lo que decía y decir lo que pensaba. Simplemente eso. Sin tapujos ni medias tintas. Mucho menos diplomacia.

«Eran tiempos de conflicto, tiempos de hablar fuerte, no de pedir permiso ni bajar el moño ante cualquier autoridad. Fuimos dirigentes en un tiempo muy duro y muchas debimos estar a la altura de lo que la gente nos exigía. Si no era que nos gustaba ser así o asá, hacer esto o aquello, nuestra gente muchas veces decía: «Ya, debemos hacer esto» y teníamos que asumir no más. Muchas veces tuvimos que gritonear, muchas veces quisimos imponer nuestros términos, para bien o para mal, la historia es siempre la que juzga al final. Ahora creo que nos equivocamos en muchas cosas, fuimos impulsivos, inmaduros en cierto sentido… Pero igual a la larga, uno no deja de estar orgulloso por todo lo que se logró, a pesar de todo lo que se nos vino encima», reflexiona Ancalaf.

Y lo que se les vino encima no fue poco. Decenas de dirigentes encarcelados, comunidades allanadas y militarizadas, comuneros prófugos de la justicia, alejados forzadamente de sus familias y comunidades, no pocos heridos e incluso muertos, como el joven Alex Lemún asesinado en Ercilla de un balazo policial aún impune o Julio Huentecura, prisionero político mapuche asesinado por delincuentes comunes al interior de la Penitenciaria de Santiago en septiembre del año 2003. Ancalaf los conoció a ambos, incluso recuerda haber compartido largos períodos de tiempo con Huentecura en su comunidad de Collipulli, allá en la mítica Choin Lafkenche, lugar donde el joven warriache -procediente de Cerro Navia, Santiago- arribó a mediados del año 1999 buscando sumarse a la lucha que libraban sus hermanos en el sur.

Y es que si bien los costos de esta lucha no han sido menores, Ancalaf es consciente también de que gran parte de los avances en materia de políticas indígenas evidenciados en los últimos años, llámense Programa Orígenes o Comisión de Verdad Histórica y Nuevo Trato, o las visitas al territorio de personeros internacionales como el propio Relator de Naciones Unidas, Rodolfo Stavenhagen, llevan su marca registrada. La suya y la de otros tantos como él que llegado el momento de «salir al ruedo», como él mismo lo grafica, no dudaron en ocupar su lugar en esta historia.

«Pudimos haber sido pocos, el gobierno siempre decía que éramos un grupo minoritario, un puñado de gente, pero logramos poner el tema mapuche en el primer lugar de la agenda del estado. Nosotros pasamos por encima de su famosa ley indígena, tal como ellos mismos lo hacían y comenzamos a hablar de territorio mapuche, de autonomía, de exigir respeto como lo hacían los antiguos, hablando de igual a igual, con ministros, subsecretarios, incluso el presidente… recuperamos pocas tierras, es cierto, pero para mi había algo más importante aún: recuperar nuestra dignidad y el orgullo de ser y sentirnos mapuches, no chilenos como ellos nos decían que éramos. En eso les ganamos, es cosa de ver a nuestros hijos, a los más jóvenes, a las nuevas generaciones, orgullosas de lo que son», nos dice Ancalaf.

Mientras charlamos, un reo que comparte módulo con el dirigente se nos acerca. Pregunta al «peñi» Ancalaf si necesita otra silla, que él nos la puede prestar para estar todos más cómodos. Nos ve apretujados en la única banca disponible y se preocupa. Agradecemos el gesto y nos damos cuenta del inmenso respeto con que sus compañeros de la población penal, en su mayoría reos rematados y calificados popularmente como de alta peligrosidad, se dirigen al «peñi» Ancalaf. Lo tratan con respeto, agradeciendo quizás con simples gestos las innumerables veces que el dirigente ha denunciado, en el marco de sus entrevistas con observadores de organismos internacionales de derechos humanos, las malas condiciones en que vive la población penal común, hacinada en un recinto colapsado y cuya capacidad de origen no superaba los 900 internos. Actualmente, cerca de 400 internos deben pasar la noche durmiendo de a dos por litera. O recostados en los pasillos.

La necesidad de rectificar

Ancalaf es un luchador innato. Y por carisma y cercanía de trato, un líder indiscutido allí donde se encuentre. Lo demostró siendo cabeza visible de un movimiento mapuche plagado de destacados dirigentes, tales como Remigio Chureo (Lumako), Pascual Pichún (Traiguén), Avelino Meñaco (Lleu-Lleu), Manuel Fren (Cañete) y el propio José Huenchunao, líder de comunidades en la zona de Arauco, hoy también distanciado de la CAM. «No hay ninguna organización que tenga la fuerza que tuvimos nosotros en ese tiempo», nos dice Ancalaf. Y si bien lo dice con orgullo, esto no le impide reconocer que los tiempos actuales son otros. Tiempos de reorganización, de explorar nuevos caminos, de transitar desde la protesta hacia un accionar político más efectivo, indica.

«El país ha cambiado, nuestra gente también lo está haciendo, se abren puertas, espacios que podemos ir ocupando. Muchos peñi están en los municipios, están haciendo gobierno y eso lo veo positivo si están allí también para mejorar la vida de nuestra gente. Antes nosotros decíamos que todo lo institucional, todo lo que oliera a winka era malo. Creo que no es tan así, hay espacios y lo principal a estas alturas, más allá si nos gusta o no esta cosa, es que nuestra gente participa de esas instancias, no comparte muchas veces los prejuicios de los dirigentes, las posturas confrontacionales. Eso es algo que debemos evaluar si es que en verdad queremos hacer política para nuestro pueblo y no para un grupito de comunidades o familias», señala.

Tres años de encierro han hecho madurar en Ancalaf las ideas. «Tres años y dos meses», nos corrige, adelantando que ya se encontraría además en condiciones de optar a determinados beneficios penitenciarios, tales como la añorada «salida dominical». «He cumplido ya más de la mitad de la pena y no he tenido una conducta conflictiva aquí dentro, por lo que las autoridades deberían acoger la solicitud que presenté hace ya varias semanas. Ahora estoy esperando a ver que dice la Comisión que se reúne y _evalúa cada caso. No me hago muchas ilusiones, ya que es malo hacerlo estando aquí dentro, uno se bajonea cuando las cosas no resultan, pero pienso que merezco que se respeten mis derechos y uno de ellos es poder optar a pequeños beneficios como este», nos dice.

La cárcel ha sido una dura experiencia para este dirigente nacido en Nehuentue, sector costero de la Novena Región. Sin embargo, más allá de ser acusado de «terrorista» por las autoridades de gobierno y tratado como un delincuente común por la justicia penquista, ha sido la lejanía con su familia y sus cinco pequeños hijos lo único que ha estado a punto de hacerlo quebrar. «Y de manera casi definitiva hace un año atrás», nos confiesa, rememorando quizás sin querer una de las etapas más duras de su encierro.

«Es particularmente duro cuando estás además tan lejos físicamente de tu casa, en otra región, en una ciudad desconocida, sin nadie de tu familia que te visite en semanas o meses, sin poder ayudarlos económicamente, pensando por las noches cómo estarán, si algo les hará falta, si estarán tus hijos bien o enfermos. La cárcel es un lugar que ha nadie se lo recomendaría, es el último lugar al cual debemos llegar en esta lucha, por más que algunos se llenen la boca hablando de «asumir la cárcel», incluso la muerte. Eso es actuar irresponsablemente, porque no podemos ofrecer a nuestros jóvenes, a nuestros peñi y lamngen, esta vida de encierro», señala.

De allí su alegría al enterarse -a través de radio Bio-Bio-, del refugio político que Pascual Pichún Collonao solicitó la semana recién pasada en Buenos Aires, acogido a tramitación además por las autoridades del vecino país. «A Pascual lo conocí personalmente allá en su comunidad de Temulemu, compartimos mucho con su padre, con la demás gente de su comunidad cuando apoyamos el año 1999 la ocupación del Fundo Santa Rosa de Colpi, que ahora entiendo les pertenece. Ellos han sufrido mucho como familia y por eso me alegró la noticia de su refugio político. Y es que cuando pasan estas cosas, cuando un peñi logra su libertad o consigue quebrar la injusticia, como que uno también se libera, siente suyo también ese triunfo, por pequeño que sea», nos dice.

Ancalaf reconoce estar además esperanzando en que la «audacia e inteligencia» del joven Pichún de Traiguén, ayude a que el tema de los presos políticos mapuche pueda ser conocido a nivel internacional, rompiendo el cerco informativo impuesto por la propaganda oficial del gobierno y una prensa que -según nos dice-, siempre habría estado coludida con los grandes «saqueadores» del territorio mapuche. «Como ese señor Matte y su socio Anacleto Angelini», especifica.

«El refugio de nuestro peñi es una buena oportunidad para denunciar lo que pasa en este país, el doble estandar, los dobles discursos y acciones del gobierno del señor Lagos. Yo pienso que muchos afuera se deben haber sorprendidos que Chile, el país más democrático y exitoso de América Latina, como ellos dicen, tenga gente pidiendo refugio político en el exterior. Y es que esa es nuestra realidad y está bueno que de una vez por todas se conozca, se denuncie, se diga que acá hay presos políticos mapuches, que se usa la Ley Antiterrorista de Pinochet para encarcelarnos, que nuestra gente, nuestros niños mueren ahogados en el sur por no tener una lancha o un camino para trasladarse al colegio, como pasó hace poco en el lago Maihue», enumera el dirigente, alzando la voz.

«Hay tanto que decir y es tan poco el tiempo que uno tiene a veces», nos dice Ancalaf cuando una sirena anuncia el fin del horario de visitas en El Manzano y un gendarme nos interpela a despedirnos y acompañarlo rumbo a la salida. Muchos temas políticos conversados se nos quedan en la grabadora. Otros simplemente quedaron en el tintero, desplazados por las anécdotas y recuerdos de otros años que nos inundaron en esta breve pero enriquecedora visita. Sorpresivamente, Ancalaf se acerca al gendarme y este lo autoriza a acompañarnos hasta una de las innumerables puertas de control del recinto. Mientras caminamos, un favor especial. Llevarnos con nosotros una carta manuscrita, dirigida a Matías, Moroni, Adelaida, América y Kintu Rayen, sus pequeños hijos y tesoros.

Es hora de despedirnos. Lo hacemos con un fuerte abrazo. «Saluden a los demás peñi y lamngen de mi parte», nos recuerda antes de perdernos entre pasillos fortificados y cámaras de seguridad que nos siguen los pasos. Un guardia nos entrega nuestras cédulas de identidad y nos aprestamos a cruzar la última frontera de esta fortaleza amurallada, la misma que Ancalaf sueña por estos días poder cruzar tras largos años de interminable y doloroso encierro. Lejos de su tierra. Lejos, muy lejos de los suyos.