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Vergonzosa campaña del ayuntamiento de Madrid

Un millón de euros para justificar el modelo capitalista de desarrollo y sus obras

Fuentes: Rebelión

Una vista sobre la madrileña Gran Vía: carruajes, caballos, burros y vías de tranvía mezcladas con transeúntes extrañamente ataviados. Estamos en el sucio Madrid de principios del siglo XX. Se trata de uno de los varios ejemplos que conforman una nueva campaña del Ayuntamiento de Madrid. Sobre ella aparece el eslogan «¿Qué pasaría si nunca […]

Una vista sobre la madrileña Gran Vía: carruajes, caballos, burros y vías de tranvía mezcladas con transeúntes extrañamente ataviados. Estamos en el sucio Madrid de principios del siglo XX. Se trata de uno de los varios ejemplos que conforman una nueva campaña del Ayuntamiento de Madrid. Sobre ella aparece el eslogan «¿Qué pasaría si nunca pasara nada?».

Parece que las deudas de la capital, las protestas contra los parquímetros o los precios abusivos del transporte público no son razones lo suficientemente buenas como para dejar de invertir el dinero de los contribuyentes en campañas que resultan, lo menos, insultantes para todo aquel que mire un poco más allá de los anuncios que copan el Metro y la propaganda partidista de TeleMadrid.

No somos abogados y no vamos a entrar a discutir sobre si es legal o no que Ayuntamiento lance campañas que promuevan sus propias actuaciones. Ninguno hemos conocido el Madrid de hace un siglo así que no hablaremos de la condición de sus calles más allá de lo que las propias fotografías nos cuentan. Pero hay una cosa que sí somos, ciudadanos (¡y encima vivimos en Madrid!). Y es que una campaña como esta en algún otro lugar, que se aproveche del desconocimiento del público que se la traga todavía tendría algún sentido. ¿Pero en Madrid? ¿Cómo pueden intentar crear y explotar la ignorancia con tal descaro?

La Gran Vía de este siglo, la que conocemos todos, es la de los coches, la de los atascos. Es parte de esa capital en la que un simple paseo por sus calles más céntricas hace que lloren los ojos, pero no de pena como bien podría ser, sino por la polución de su aire. Se trata de la calle de las esperas interminables para que el semáforo de peatones se ponga verde. La misma que se llena de anuncios cubriendo sus fachadas promoviendo toda clase de consumo innecesario. La calle del ruido, un ruido mucho más intenso que el de un botellón. La calle del sin techo que tirado a pocos metros de las grandes cadenas de ropa, de las de comida rápida, de los espacios para espectáculos vacíos de mensaje y contenido, alarga la mano deforme en un intento de vender su propia desgracia y dignidad. Madrid se revuelve en el propio fango de sus obras, sus desechos y su miseria, pero un millón de euros se invierten en convencer al ciudadano ignorante del buen funcionamiento del sistema de «trabaja, compra y olvida».

Cabe reflexionar qué habría pasado si la ciudad no se hubiese entregado durante todo este último siglo a el desarrollo desenfrenado, a la especulación del suelo. Si el modelo de crecimiento hubiese sido un poco más justo y social, orientado al ciudadano, y hoy contásemos con una red urbana de carriles bici, con transporte público barato y de calidad, con un canal de Isabel II que no perdiese un 25% de su agua en fugas. Tal vez las calles seguirían siendo del ciudadano y no del coche. Puede que se pudiese respirar por ellas sin arriesgar la salud. Puede que «salir al centro» dejase de significar «ir de compras» y que si quisiésemos ver u oír un anuncio tuviésemos que esforzarnos para ello. Si nunca pasara nada Madrid sería muy distinto. Durante un siglo han estado pasando cosas y cuando miramos las fotografías antiguas, con la glorieta de Cuatro Caminos embarrizada, el campo verde junto a la plaza de toros o con la calle O’Donnel sin un sólo coche, sólo podemos sonrojarnos de vergüenza por los muchos y deplorables efectos que el mal llevado «desarrollo» ha traído a la gran urbe.

* Héctor A. Sanjuán Redondo. Jóvenes Verdes de Madrid

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