Ha finalizado el mes de noviembre. Y otra vez queda archivado en el pasado el aniversario del nacimiento de uno de los hombres más ilustres que ha producido esta tierra. Me refiero a Clotario Blest Riffo, funcionario público y sindicalista, organizador de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales ANEF, de la Central Única de Trabajadores […]
Ha finalizado el mes de noviembre. Y otra vez queda archivado en el pasado el aniversario del nacimiento de uno de los hombres más ilustres que ha producido esta tierra. Me refiero a Clotario Blest Riffo, funcionario público y sindicalista, organizador de la Asociación Nacional de Empleados Fiscales ANEF, de la Central Única de Trabajadores de Chile CUTCH, del Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales CODEHS, del Movimiento de Izquierda Revolucionario MIR, entre otras muchas agrupaciones sociales.
Blest vino al mundo el 17 de noviembre de 1899, cuando aún la primavera de ese año anunciaba en todo su esplendor la ardiente proximidad del verano; de vivir hasta el día de hoy, hubiere este brillante sindicalista cumplido ciento cinco años. Pero no pudo ser de esa manera: el otoño de 1990 tomó posesión de su cuerpo cuando aún no enteraba los 91 años y se encontraba postrado en cama, enfermo, solo, desnutrido, en el Convento de los Padres Franciscanos. Como sucede con todos los grandes hombres, nadie se preocupó de su suerte. Una publicación de 2006, financiada por el Gobierno de Chile, señala, en una de sus partes:
«Pese a que habría preferido morir en su hogar, ningún organismo sindical cooperó económicamente para que ello sucediera».
Es verdad que ‘ningún organismo sindical cooperó’ para tales fines, pero tampoco lo hizo el Gobierno de turno dirigido, en ese entonces, por Patricio Aylwin Azócar. Si bien apenas producido el deceso del dirigente, manifestó esa administración la intención de tomar a su cargo la realización del funeral, tal acción no fue motivada por un respeto a su persona o a algún compromiso con sus ideas, sino guiada solamente por bastardas ambiciones políticas. No debe sorprender, entonces, que ex miristas, personas independientes pero tremendamente comprometidas con el interés de las clases dominadas, grupos anarquistas y elementos del Frente Patriótico Manuel Rodríguez, quitaran de la tuición de las autoridades el féretro que ocultaba el cuerpo del sindicalista, dispararan salvas en su honor y lo pasearan por algunas de las calles adyacentes a la Iglesia de San Francisco, de Santiago, en donde se realizaba la ceremonia.
Por razones económicas, no pudo cumplir con aquel ferviente deseo su más cercano colaborador, Oscar Ortiz quien, en las escasas oportunidades que pudo verlo recluido en el convento, había recibido de él una desgarradora súplica imposible de realizar:
«¡Sáqueme de aquí, Ortíz, por amor de Dios! ¡Sáqueme de aquí!»
Un sencillo acto en uno de los salones de la Universidad Central realizado por esa casa de estudios, en donde se le rindió homenaje en el preciso día de su cumpleaños, y otro, posterior, que se efectuara el 1 de este mes, en el Pedagógico de la Universidad de Chile, organizado por el Comité de Derechos Humanos ‘Clotario Blest’ de La Legua y el Comité de Defensa de los Derechos Humanos y Sindicales CODEHS – agrupación que el mismo homenajeado fundara en 1970 – , fueron los únicos actos que recordaron el nacimiento de quien fuera uno de los más extraordinarios hijos de Chile. Porque Blest, a pesar de todos los intentos que han hecho algunos sectores interesados en desvirtuar su figura y su mensaje, inicia su paso apresurado para incorporarse a la galería de los personajes más notables de la historia de Chile. A diferencia, sin embargo, de muchos otros que ingresan allí para consolidar la dominación de una clase por otra, Blest lo hace para marchar de la mano del estamento más glorioso de esa historia, de la mano de los trabajadores, de los movimientos sociales, de la mano de quienes verdaderamente construyeron y siguen construyendo esta nación.
Blest no es un personaje cualquiera; no puede, por lo mismo, analizarse su figura como si se tratara de una simple personalidad, concepto que, por lo demás, aborrecía. Y es que Blest fue la negación de todo aquello. Y, a la vez, negación de muchos otros valores que incitan a la población a rendir culto a personajes de dudosa relevancia a quienes se les atribuye hoy el derecho de desfilar impunemente por las páginas de la historia de la nación. Porque Blest pertenece a una tipología especial de individuos, de esos sujetos que pasan a la posteridad no porque ésta quiera o busque incluirlos en su relato sino porque le es imposible omitir su trascendencia. Dicho de otra manera: porque no ha podido evitar mencionarlos, referirse a ellos, tan destacada ha sido su participación en los hechos más notables de una nación. Son los ‘convidados de piedra’ al banquete de la Historia, personajes que, al estar impedidos de ingresar por la puerta, se ven obligados a hacerlo por la ventana enarbolando en sus manos la bandera de los desposeídos. Clotario Blest fue uno de ellos; antes lo habían sido Fermín Vivaceta y Luis Emilio Recabarren, antihéroes, iconoclastas, constructores de poder social, dignos antecesores de quien organizaría a los trabajadores en torno a un solo organismo: la Central Única de Trabajadores de Chile CUTCH.
Fue Blest, por lo mismo, un sujeto anti Estado. Lo cual explica que no haya habido un acto oficial en memoria suya y que su figura sólo pueda destacarse junto a otras que fueron su antithesis en un dudoso Museo de los Trabajadores abierto en la Subsecretaría del Ministerio del Trabajo. Porque, para la historia oficial, los seres humanos se definen a la manera del tango ‘Cambalache’, en donde es frecuente homenajear a las víctimas junto a sus verdugos, a los que buscan la unidad sindical y a quienes la desintegran, a los que defienden los privilegios de los ricos junto a quienes lo hacen en defensa de los pobres. Y porque, además, el Estado es una creación militar. Lo cual explica que los diferentes Gobiernos conmemoren sólo batallas, combates, guerras, epopeyas gloriosas, expoliaciones, conquistas. Descabellado sería hacerlo con el nacimiento de una persona que privilegió la organización popular y sindical y repudió constantemente el ejercicio irrestricto de la violencia institucional como forma excelsa de mantener la cohesión social.
Aunque escribió mucho sobre sindicalismo y organización, Blest no fue un ideólogo. De sus obras (dispersas aún en hojas mimeografiadas o mecanografiadas que quedaron en poder de sus más cercanos colaboradores) no puede deducirse una completa teoría social. Sin embargo, quienes tuvimos la suerte y honra de trabajar junto a él en los difíciles años de la dictadura pinochetista, sabemos que defendió siempre el derecho de los trabajadores a construir una nueva sociedad; podemos aseverar, al mismo tiempo, que su vida estuvo regida por principios que defendió como pilares básicos de una organización social verdaderamente participativa. Estos principios, de una u otra manera, los ha hecho suyos la organización que creara en 1970 (el CODEHS) y que supervive aún en el trabajo de muchos de sus colaboradores. En la imposibilidad de referirnos a cada uno de ellos por razones de espacio, abordaremos, en esta oportunidad, los principios de independencia y autonomía.
Para Clotario Blest, el principio de independencia era aquel en virtud del cual las organizaciones sociales y sindicales no sólo pueden sino deben ejercer sin impedimentos el inalienable derecho a actuar en defensa de sus propios intereses, con prescindencia de lo que, al respecto, puedan suponer o realizar los organismos e instituciones del Estado, en especial sus partidos y movimientos. No implica, por lo mismo, en modo alguno, la prohibición de militar en partidos; por el contrario, la militancia partidaria es plenamente posible si no es obstáculo para la defensa de los intereses propios de las organizaciones sociales y sindicales.
Blest jamás puso en tela de juicio el derecho que cada persona tiene a participar en la organización política que considere más cercana a sus ideas, pero sí mantuvo su más enérgico rechazo al sometimiento absoluto que algunos partidos exigen de su militancia obligándola a poner por encima del interés colectivo, el de la propia organización política.
La adopción de este principio no fue casual. Blest sabía que, cuando no se respeta, se deja abierta la puerta al ingreso de la cooptación, con lo que se inicia la corrupción del sujeto y de la institución que dirige. Lo había experimentado en carnes propias.
En efecto, cuando se desempeñaba como presidente de la nación el ex general Carlos Ibáñez del Campo, Clotario Blest era la figura sindical más relevante del país con fuerte apoyo y prestigio en las bases. Las demandas de las organizaciones de trabajadores proliferaron. La huelga, el paro, la marcha, la concentración, fueron las armas predilectas para los sindicatos tanto en la defensa de sus derechos como cuando el diálogo se hacía imposible. Poco o nada importaba a ese dirigente laboral que la forma de protesta fuese o no legal; estando amenazados los intereses de la clase trabajadora, tomaba bajo su mando la dirección de las protestas para encabezar su lucha contra la autoridad. Ibáñez, entonces, ideó una forma de neutralizar la acción del sindicalista: el empleo de la cooptación o, lo que es igual, la compra del dirigente. No por otro motivo, lo invitó a conversar con él. En el curso de esa entrevista, le ofreció el mando de la Tesorería General de la República, ofrecimiento que Blest rechazó visiblemente molesto aseverando que, de aceptarlo, estaría traicionando a la clase obrera y a sus compañeros. Y eso no podía ser. No debe extrañar que, en 1970, cuando Luis Figueroa, militante del partido Comunista y presidente en ejercicio de la CUT, fuese llamado por Salvador Allende a desempeñar el cargo de ministro del Trabajo, sostuviese Blest que aquel nombramiento constituiría un error político de proporciones que el movimiento sindical, a la postre, pagaría muy caro.
Paralelo a ese principio de la independencia, fue defendido tenazmente por Clotario Blest el principio de la autonomía. No era este principio para el sindicalista sino el derecho que deben ejercer todas las organizaciones sociales para actuar en la vida pública sin sujeción a ideologías, imposiciones arbitrarias o regulaciones en cuya gestación no hayan intervenido ellas mismas. En realidad, este principio tenía un alcance mayor y se encontraba resumido en una frase que Karl Marx había acuñado como lema para la Primera Internacional y que Blest hizo suya, incorporándola como principio fundamental al momento de constituirse la Central Única de Trabajadores de Chile CUTCH: «La liberación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos».
En ese orden de ideas, Blest sostenía que las formas de organización de las agrupaciones sociales no debían establecerse por ley sino ésta debía aceptar aquellas propuestas por las propias agrupaciones; con mayor razón ese principio debía regir a las organizaciones sindicales. La CUTCH, por lo mismo, siempre fue ‘alegal’ y solamente durante el período de Salvador Allende pudo ser reconocida su organización interna gracias a una ley dictada especialmente para ella.
Esta idea de la autonomía no se limitaba solamente al tipo de organización que cada grupo social estimaba conveniente para sí. Blest sabía que, más allá de esa forma de organización autónoma que los trabajadores y pobladores podían construir para sí, subyacía la concepción según la cual el modelo de sociedad que deben darse los seres humanos ha de depender de ellos mismos y no de un poder situado por encima que los obligue a adoptar determinadas forma de organización reñidas, muchas veces, con sus intereses particulares y generales. Esta nueva sociedad, que debía reemplazar a la actual, fue llamada por él ‘democracia del proletariado’. Correspondía a lo que, en otras instancias, se acostumbraba a llamar ‘poder social organizado’, ‘poder popular’ y, también, ‘gobierno de los productores directos’.
Tuvo Clotario Blest, además, una concepción especial de ser humano: el ‘hombre nuevo’, concepto que creyó ver encarnado en la persona de Ernesto ‘Che’ Guevara, y que correspondía al verdadero sujeto revolucionario, al ser probo, el individuo de conducta y moral intachables, al dirigente capaz de hacer cualquier sacrificio por el bien los demás; incluso, dar la vida por aquellos, como lo hicieran el guerrillero argentino y Cristo, a quienes concebía indeleblemente unidos en torno a ese principio supremo. Blest había renunciado ya, por amor a los demás, a los propios sentimientos que profesaba a quien debió ser su mujer, principio que ella respetó y que también hizo suyos por amor a él.
Fue Blest, pues, un hombre especial; digamos más: fue un hombre antisistema y un hombre completo, en el más exacto sentido de la palabra. De ninguna manera una ‘autoridad’ como las que hoy se instalan en las esferas del poder. Vano sería esperar homenajes, en su nombre, de parte de quienes representan a un sistema que precisamente él buscaba abolir. A pesar de ello, en una comuna alejada del bullicio central y por voluntad de cierto alcalde más comprometido con las luchas sociales, hay una calle que lleva su nombre. ¿Alguna estatua en recuerdo suyo? No, de ninguna manera. Solamente hay lugar para las de otras autoridades como la del Almirante Merino, en la ciudad de Valparaíso, la del ex alcalde Patricio Mekis, ubicada en Santiago, frente al Teatro Municipal, y otras que siguen recordando la obra de la dictadura pinochetista, con el beneplácito de la coalición gobernante.
Nació, como ya lo hemos aseverado, cuando la primavera anunciaba el verano, estación en donde la naturaleza revive y parece estallar en gozo y colores. No deja de ser irónica, a la vez que trágica, la circunstancia que haya elegido morir cuando el otoño, después de despojar a los árboles de sus hojas y abrir las puertas al ingreso del frío y de la lluvia, anunciase la inminencia del invierno. Como si jamás hubiere creído en la manida consigna de ‘La alegría que viene’. Como si hubiese querido apagar la luz de sus ojos para no contemplar los acontecimientos posteriores que tendrían lugar en los próximos años de democracia tutelada.
Santiago, diciembre de 2014
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.