Maquiavelo utilizó la metáfora del poder encarnado en un centauro. La parte animal representaba la fuerza y la parte humana era símbolo de las ideas. Gramsci utilizó otra imagen para graficar esta dualidad: habló del poder como un puño envuelto en un guante de seda. La idea es la misma: quien ejerce el poder debe lograr que la señora juanita repita entre sus vecinos lo que ellos dicen.
Para consentir el poder son esenciales las formas mediante las cuales contamos lo que nos sucedió. Las estatuas son representaciones de esas historias. Su estructuras son la consagración de un determinado suceso. Portan un sentido y una forma de interpretar la historia. Son «símbolos de poder». Al removerlas, como esta sucediendo en distintos países del mundo, se remueve también el relato de quienes defienden el sentido que cargan. Sus defensores pierden poder simbólico, hegemonía, sentido común.
Y cuando se saca la seda que cubre el puño, o la parte humana del centauro, queda solo el poder en su animalidad mas descubierta, intensa y brutal. Si no se puede convencer solo queda reprimir con, por ejemplo, contingentes de guerra de carabineros entrando con violencia a un comedor popular, atacando a rescatistas de la salud y prensa independiente. Sin protocolos. Sin restricciones. Saltándose todos los tratados del derecho internacional. Golpeando, amedrentando. Mostrando el puño sin el guante de seda. La parte animal del centauro.
Sin una constitución que garantice mecanismos para repartir y revocar el poder, este gobierno solo puede mantenerse mediante el “monopolio legitimo de la violencia” que ejerce a través de carabineros. Pero legalidad no es legitimidad. Legalidad es solo la parte dura del poder. No convence. Un gobierno escondido detrás de carabineros es incapaz de generar un relato o sentido común. Es pura fuerza bruta quedando bien con el mundo de Kast y la jauría y bots que lo apoyan.
Por mucho tiempo se habitó en un país que parecía pertenecer a ese grupito pequeño de personas que concentraban todo. Ellos generaban una idea y visión de país que filtraban hacia abajo y mucha gente hacia suya. De una u otra forma, todas las fuerzas políticas se acomodaron a un orden en que repensar la visión del país parecía una cuestión ideológica. Y ahí descansaba un supuesto poderoso que sustentaba al partido del orden: parecer apolítico y neutral y, así, presentar sus objetivos, símbolos de poder y necesidades como bienes universales. El espacio político, en el sentido de la deliberación y dinámica del poder, fue sustituido por el funcionamiento de las instituciones. Las instituciones reemplazaron la deliberación ciudadana. La democracia era sólo una forma para renovar una elite que, sustentada en dicha institucionalidad, manejaba la superestructura del sistema instalando una idea del bien común que todos debían aceptar. Mientras funcionaran las instituciones, poco importaba quién ocupara el Gobierno.
De ahí que se hablara de un Modelo. Modelo: “cosa que sirve como pauta para ser imitada, reproducida o copiada”. El problema de los modelos es que dejan de cuestionarse a si mismos. Se vuelven autocomplacientes. Al alcanzar una especie de verdad y virtud, dejan de repensarse. Son una estatua.
Hoy los relatos que sustentaba ese modelo están despedazados. No existe una sola idea del bien común. La democracia ya no es elegir a candidatos que imponen los partidos políticos. Aún más profundo: es incluso cuestionada la historia que cuenta lo que fuimos. Es discutible, por ejemplo, eso del “ejercito vencedor jamás vencido” cuando las guerras fueron contra su propio pueblo. ¿Qué es eso de ser anti chileno planteado en la carta de las fuerzas armadas? ¿Existe algo así como un verdadero chileno? ¿Significa adorar a las fuerzas armadas e ir al rodeo? ¿Los verdaderos chilenos habitaban en ese país de la eterna transición que prohibió la entrada de Iron Maiden, por ejemplo? ¿Pensaron que jamás se cuestionaría ese modelo estático de ser un “verdadero chileno”?
El poder sin mascaras se ejerce al mismo tiempo en que otros relatos cuentan y contarán otro Chile. Sin la imagen del general Baquedano, la plaza Dignidad cercada por un metal horrible y a la espera de escribir una nueva Constitución, Chile simbólicamente es un país abierto, que no es sino que está siendo. Y no lo construirán las instituciones no deliberantes de Carabineros o las fuerzas armadas, que solo reciben ordenes. Tiene que hacerlo la gente. Los civiles. El primer descendiente de una familia que logró entrar a la universidad y estudiar. Una madre, un padre. Un profesor de escuela publica. Los abuelos que no llegan a fin de mes. La gente real que habita este país, ojalá haciendo política sin los políticos profesionales de siempre. No una estatua que encarna un Chile muerto.