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Un pie forzado, solo uno

Fuentes: Rebelión

El que acaba de atravesar el puente sin retorno podría recordarse como el año de los rumberos, los poetas repentistas y los lectores de tabaquería. Las instituciones, siempre cautelosas pero retardadas frente a los saberes populares, han terminado reconociendo lo que cada cubano, de a pie o de a caballo, sabía, sentía y preservaba en […]

El que acaba de atravesar el puente sin retorno podría recordarse como el año de los rumberos, los poetas repentistas y los lectores de tabaquería. Las instituciones, siempre cautelosas pero retardadas frente a los saberes populares, han terminado reconociendo lo que cada cubano, de a pie o de a caballo, sabía, sentía y preservaba en lo profundo de su ser: el Complejo de la Rumba, la Poesía Oral Improvisada y la Lectura de Tabaquería son Patrimonio de la Nación. Según la clasificación de la UNESCO habría que añadirle el adjetivo de intangible, de inmaterial; cosa que funciona dentro de una taxonomía no centrada en lo antropológico, pues si pensamos, con detenimiento, de seguro llegaríamos a la conclusión de que no hay nada de inmaterial en el hombre, o mejor, que no hay nada que escape a su materialidad, ya que ella es recipiente y poder, encarnación, fuente de donde mana el espíritu, por lo que en él todo le pertenece, como materia iluminada. Basta con reconocer la condición de obra, de contructo cultural, para tengamos que asumir también su tangibilidad.

Después de saltar de la valoración y preservación de lo edificado al terreno de los invisibles visibles, de lo que suena y raspa, después de valorar la piedra habiendo celebrado los susurros y las marcas, la humanidad ha dado un gran paso hacia el tiempo presente como el único disponible y vivible. Reconocer que algo sea patrimonio común es identificar y legitimar su vigencia y presencia, luego entonces, lo que se está celebrando es su materialidad en el aquí y ahora.

Hemos llegado hasta los decretos y valoraciones recientes gracias a los portadores, tanto activos como pasivos, que no son tan anónimos como suponemos, sino que funcionan en los ámbitos de la Cultura Popular, para la que autoría, originalidad y propiedad individual no son valores ni categorías rescatables ni destacables; y, por otro lado, el jolgorio es posible gracias a la intervención conciente de investigadores, promotores y gerentes de la cultura, o, fundamentalmente, por la permanencia de los receptores de esos saberes que continúan asumiéndolos y consumiéndolos. El olvido y la memoria son motores de acción simultánea, imprescindibles, que obligan a las artes populares a entrar en procesos de permanente resignificación y refuncionalización.

Si la rumba, la lectura en voz alta o el repentismo, se hubieran congelado dentro de una tradición hubieran muerto. Los poetas orales ya asumen más temas urbanos o librescos que bucólicos; los rumberos tiene tanto de hip hop o de reguetón como de yambú, columbia o güagüancó, y los lectores de tabaquería saltan de la noticia al panfleto, del informe a la arenga, de la poesía a la novela, de la obra clásica a la contemporánea; y es que sus cultores y consumidores no viven en una campana de cristal o en la torre de marfil del pasado, por mucho que este pueda parecerse a una edad de oro.

Celebramos, como país, las declaraciones y legitimaciones sucesivas, que son necesarias, en tanto focalizan la atención y obligan a que los que deciden vayan más allá de su propia subjetividad, escala de valores o salten por encima de prioridades, vaivenes y circunstancias. Que una manifestación o género de la Cultura Popular esté en la lista de lo hay que conservar y estimular garantiza su preservación desde la igualdad y la identidad en el reconocimiento y la jerarquía. Por lo tanto habría que seguir ampliando el rango de lo conservable.

La poesía cantada e improvisada, en la rumba y el repentismo, así como la lectura en voz alta, por su cualidad performática, son manifestaciones de la Oralidad, que como se sabe es un sistema simbólico de expresión, de creación de lenguaje, que no se circunscribe únicamente a los tres géneros o productos culturales destacados. Habría que avanzar y terminar por reconocer como Patrimonio de la Nación a la Oratoria cubana, al Relato oral -chistes, cuentos, leyendas y mitos, saberes paremiológicos, y otras formas narrativas-, a la Narración oral – «tradicional» y contemporánea- y los Narradores orales, hasta las manifestaciones orales-representacionales como fiestas, desfiles, procesiones, fórmulas de cortesía, ceremoniales sociales públicos y privados, etc.

Como denuncia el título este es un pie forzado, solo uno, luego entonces, la décima y la canturía la deberían poner otros. Esperemos, con paciencia carmelitana, que las instituciones de la cultura reaccionen y apuren el paso de modo que puedan identificar las huellas de aquellos que ya han ascendido hasta la cumbre de los «poderes creadores del pueblo» pero que aún esperan que los decretos y legajos hablen.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.