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Entrevista al ministro cubano de Cultura, Abel Prieto

«Un revolucionario no puede aceptar sin más la rutina, tiene que ser un perpetuo crítico de lo que hace y hacemos entre todos, como sociedad»

Fuentes: Propuesta Comunista

Esta entrevista con Abel Prieto forma parte del número 55 de la revista Propuesta Comunista ([email protected]), dedicada al 50 aniversario de la Revolución cubana y a los 25 años del Partido Comunista de los Pueblos de España.


Camina con pausa y también las hace antes de contestar a cada pregunta; da la impresión de que, como en un tablero de ajedrez, las palabras fueran piezas cuya combinación encerrara, en sí, algo más que el hecho mismo del habla. Moviéndose con comodidad entre ellas, Abel Prieto, ministro de Cultura de Cuba, aborda la importancia de sembrar ideas («como dijo una vez Fidel») en estos tiempos de crisis e insiste en que, en un proceso revolucionario como el cubano, todo ha de debatirse para enriquecerse. Y afirma que democratizar la cultura, sin populismo y sin hacer concesiones, fue siempre la idea fundamental de la Revolución.

El texto que sigue a continuación es el resultado de un encuentro habido en Madrid el pasado mes de febrero con motivo del homenaje a Antonio Gades, que se celebró en el Palacio de Congresos y Exposiciones y que organizara la Fundación Obrera de Investigación y Cultura (FOIC) con el apoyo del Partido Comunista de los Pueblos de España (PCPE).

Durante el mismo, Abel Prieto fue tajante en el análisis del mercado como un censor implacable de las manifestaciones culturales, pero sobre todo en la necesidad de mantener viva la idea de que la verdadera libertad está, indefectiblemente, asociada a la cultura.

¿Qué lleva al Gobierno cubano a implicarse en el homenaje a Gades?

Primero, porque fuimos invitados por los organizadores, por el PCPE, por la FOIC, y, después, porque para nosotros Gades es una figura muy especial, alguien muy querido en Cuba, como artista excepcional y, al mismo tiempo, como un amigo solidario (Alicia Alonso, cuando Fidel le entrega la Orden José Martí, habla de Gades y se refiere a su solidaridad sin límites y sin fisuras).

El pueblo cubano siente que Gades es uno de esos amigos a toda prueba, uno de esos amigos que siempre estuvo respaldándonos, apoyándonos; una persona muy solidaria, que le hizo esa nota a Fidel (que está en su tumba en las montañas del Oriente de Cuba): «nunca me sentí un artista, sino un simple miliciano vestido de verde olivo, con un fusil en la mano para donde, como y cuando sea, siempre estar a sus órdenes». Es un hombre admirable, que desde que llegó por primera vez a Cuba, en el año 75, llevó todo su arte a nuestro país: hizo Bodas de Sangre, con el Ballet Nacional; bailó con Alicia en una obra muy importante de Alberto Méndez que se llama Ad Livitum, con música de Sergio Vitier; se sumó al Ballet Nacional, con Giselle, viajando a Estados Unidos con la representación de ballet de Cuba, y, a partir de entonces, estuvo yendo a Cuba muchas veces, haciendo una amistad extremadamente íntima con Fidel y con Raúl, y quiso que sus restos descansaran en Cuba, para orgullo nuestro.

Nosotros lo sentimos como un cubano más, como alguien que nunca nos falló, que siempre estuvo cerca de nuestras batallas, y como un artista inmenso.

Por eso, entendemos y vivimos este homenaje como una iniciativa muy oportuna y tremendamente necesaria; por eso, es imprescindible que Cuba estuviera presente aquí.

En un mundo en el que el mercado decide por dónde debe discurrir la obra y la evolución de los intelectuales y artistas, razón -señalaba anteriormente- que impide que los artistas críticos tengan un hueco en ese mercado, ¿qué legado podemos extraer de la trayectoria profesional, artística y personal de Antonio Gades?

Gades dejó un ejemplo muy claro de trabajo con las tradiciones populares, de mucho rigor, sin aceptar lo colateral, las lentejuelas con las que a veces esa tradición popular se presenta, buscando lo esencial con gran valentía artística, con mucha claridad en términos estéticos y en términos éticos, y, al propio tiempo, es ejemplo de persona de una vocación social y política de avanzada, de vanguardia.

Es una persona que nunca se apartó de esas lealtades esenciales. En un tiempo en que la gente renegaba de sus ideas de izquierda, se mantuvo muy firme en la defensa de esas ideas y, en este sentido, es muy significativo que Gades se haya muerto siendo miembro del Comité Central del PCPE y llevando como bandera su amistad con Raúl, con Fidel y con la Revolución Cubana. Todas esas cosas, en tiempos donde hay tanto oportunismo, donde hay tanta gente vendiéndole el alma al diablo (u ofreciéndosela, a ver si se la quiere comprar -risas-), donde se han visto tantos espectáculos lamentables, su figura y su trayectoria dan una imagen de firmeza, de lealtad, de coherencia intelectual y moral que, sin duda, trasciende con mucho su obra, su espacio y los años de su vida. Esa herencia le pertenece al futuro.

La cultura en Cuba también sufre las consecuencias del bloqueo impuesto por Estados Unidos. Quisiéramos tener la perspectiva de qué podría haber sido la cultura cubana de no haber estado sometida a ese bloqueo.

El terrible costo económico que tiene el bloqueo afecta a las posibilidades que tiene el gobierno revolucionario de hacer cosas en la cultura, a lo que pudiéramos realmente impulsar y promover si no existiera esa guerra financiera y económica. El mercado del arte norteamericano es el más activo del mundo y sería una fuente importante de ingresos para nuestros artistas (sólo por derechos de autor, es difícil calcular cuánto pierden nuestros compositores, nuestros músicos). El bloqueo impide calibrar el peso que podrían tener en EEUU las artes visuales cubanas (que tienen una vitalidad muy particular), el mundo del espectáculo, el propio Ballet (que antes de Bush viajaba muchas veces a EEUU, pero nunca con un carácter comercial), figuras del jazz que llaman latino (tenemos muchas figuras jóvenes, aparte de Chucho Valdés y otros artistas ya consagrados; estos profesionales de la música tendrían allí un mercado seguro).

El propio intercambio con artistas norteamericanos está limitado. Yo creo que, en general, habría opciones de intercambio cultural con lo más auténtico del arte de EEUU. A nosotros no nos interesa vincularnos con el arte de la industria del entretenimiento: ahí hay subproductos, pseudocultura, basura, en definitiva, que más bien empobrece, y no es para nosotros, en absoluto, una prioridad cultural. Pero hay muchos artistas muy valiosos y mucha producción audiovisual alternativa que nos interesa. Además, nosotros tenemos aliados naturales en los mejores artistas e intelectuales de EEUU (Noam Chomsky, Howard Zinn, Bellafonte, Danny Glover, Sean Penn, Robert Redford -todos ellos siempre han estado interesados en Cuba y visitando nuestro país, aunque, a partir de las limitaciones que impuso Bush, en la última etapa, ese intercambio prácticamente se cortó).

Así que, sin duda, el bloqueo influye en la cultura nuestra porque limita nuestros intercambios y nuestras posibilidades económicas de una manera muy radical y pienso que, si algún día se logra vencer ese cerco y derrotar esa política espantosa y genocida, la cultura tendría ventajas importantes.

A pesar del bloqueo, la Revolución avanza. ¿Cuáles son los principales logros que ha tenido la cultura cubana durante estos 50 años?

No es fácil sintetizar. Lo primero que me viene a la cabeza son las escuelas de arte. Hoy tenemos más de 60 escuelas de arte en Cuba, en todas las provincias, que garantizan la democratización del hecho cultural, que fue uno de los principios de la política del país desde el propio año 59. Las primeras escuelas de arte se crearon en el año 60 y la idea central de Fidel y de la dirigencia revolucionaria en ese tiempo era que no se perdiera ningún talento, ya estuviera en la Sierra Maestra o en los barrios más marginales de las ciudades. Yo creo que eso se ha ido logrando. Hoy, el resultado de las escuelas de arte, en términos de calidad, es muy, muy bueno. Cada vez que mandamos a un artista joven a cualquier país del mundo, a los concursos internacionales en Europa, esos artistas ganan los primeros premios. Son muy competitivos (hay que reconocer que el nivel es muy alto y que compiten en él de manera natural) los jóvenes graduados en nuestras escuelas. Esa es una de las grandes conquistas revolucionarias, que va desde las escuelas elementales de arte (para niños de enseñanza primaria) hasta la universidad de las artes, que es el Instituto Superior de Arte (ISA), que está en La Habana.

Otra conquista importantísima es la producción de libros. En Cuba tenemos más de 100 editoriales, tenemos la Feria del Libro, que es el evento cultural más trascendente del país, el más masivo, que recorre las provincias de Cuba después de inaugurarse en La Habana. Alejo Carpentier tuvo una frase cuando se creó la Imprenta Nacional, en el año 1960; él dijo entonces: «terminaron para el escritor cubano los tiempos de la soledad; empiezan los tiempos de la solidaridad». Porque antes de la Revolución no había prácticamente editoriales, y, las que funcionaban, eran privadas. Así, Nicolás Guillén publicó su primer libro gracias a un premio que se ganó en una lotería (con ese dinero se pagó su propia edición de su poemario, que después resultó fundamental en la lírica cubana). Alejo Carpentier nunca publicó un libro antes de la Revolución, aunque ya era un escritor de fama mundial, que vivía en Venezuela al final de la década del 50.

De modo que se puede decir, sin faltar a la verdad, que no había un respaldo para la labor del escritor y no había lectores. Teníamos un 30% de población analfabeta y un porcentaje importantísimo de ciudadanos que, aunque sabían leer, lo hacían de una manera muy rudimentaria. Era un país con una élite cultivada, de grandes poetas, de grandes intelectuales, y una masa de gente ignorante, que era la tragedia de la Cuba prerrevolucionaria (una de las cosas más grotescas que se ven hoy es gente, en Miami, tratando de idealizar la Cuba de los tiempos de Batista, la Cuba previa al 59, que tenía ésta que acabo de esbozar como una de sus caras más horribles).

Otra de las conquistas fundamentales es la creación de un cine nacional (el ICAIC -Instituto Cubano del Arte y de la Industria Cinematográfica- se crea en el año 1959), y la formación de un público masivo para el cine de calidad. Hoy tenemos el Festival del Nuevo Cine Latinoamericano, que es un evento anual y se forman colas enormes de gente, que no van a ver las películas de Hollywood, sino el mejor cine de América Latina y el cine experimental de todas partes. Se creó una cultura masiva en relación con el cine, se creó un cine nacional, con obras maestras (Memorias del Subdesarrollo, Lucía); Santiago Álvarez, que es uno de los más grandes documentalistas de la historia del cine, se forma en esos años; y se funda una industria del cine, que, al propio tiempo, influye en toda América Latina y, de manera decisiva, en el nacimiento el movimiento del nuevo cine latinoamericano. Todo eso tiene que ver con la Revolución Cubana. Creo que en el propio campo del ballet, de la danza, de las artes escénicas, esas manifestaciones se extienden y tienen ejemplos verdaderamente de vanguardia. El Ballet Nacional, por ejemplo, ha dado una pléyade de artistas impresionantes, y se ha creado un público masivo para el Ballet. Es decir, en general, en las artes plásticas -tenemos un evento de primer nivel, la Bienal de Artes Plásticas-, en las artes visuales, apostamos por el arte más cuestionador, ajeno a todo el mundo comercial mediocre y defensor de los valores del llamado Tercer Mundo.

Creo que, en general, hay un nivel cultural, a una escala masiva de la población, que alcanza manifestaciones de las más sofisticadas. Es una idea que está muy clara en los discursos de Fidel en torno al tema de la cultura (Palabras a los intelectuales, del 61), o de Armando Hart y de los grandes dirigentes de la política cultural de la Revolución: la idea de democratizar la cultura sin populismo, sin hacer concesiones. Eso se ha demostrado con el cine de calidad, con el ballet de calidad, el ballet clásico, con las expresiones de vanguardia en las artes plásticas. Es decir, esa idea de que el pueblo tenga acceso, comprenda, evalúe y disfrute lo mejor del arte cubano y universal es un espacio ganado, una victoria más de la Revolución.

La cultura en Cuba ha tenido también una concepción descolonizadora: la Casa de las Américas se crea en el mismo año 1959 y es una institución de la descolonización, una institución que hizo que el pueblo cubano se sintiera latinoamericano y caribeño, tomara conciencia de que pertenecemos a una patria mayor. La Casa de las Américas hizo un trabajo, con Haydée Santamaría -su fundadora- al frente, de promoción de la literatura latinoamericana y caribeña verdaderamente extraordinario. Al tiempo, se creó un lector cubano para esa literatura, un espectador para las manifestaciones teatrales de América Latina. Es decir, esa visión no colonial de la cultura, esa visión afirmadora de la identidad, es también una conquista de la Revolución. En este sentido, y paralelamente, se hizo un importantísimo trabajo en nuestras editoriales con la literatura africana (Arte y Literatura tradujo y publicó a los mejores autores de África). Un ejemplo señero es del nigeriano Wole Soyinka, que fue Premio Nobel, y que se tradujo por primera vez al español en Cuba, antes de ser internacionalmente conocido tras recibir ese galardón.

En definitiva, la política cultural que se fundó en el año 59 en Cuba, sin ser para nada chovinista, defiende lo nuestro, a la par que defiende el acceso del pueblo al patrimonio cultural universal. Es una política que no se atiene a los patrones coloniales, sino que busca las expresiones culturales del mundo del Sur, muchas veces subestimadas y, a veces, saqueadas.

Otra cosa importante fue la recuperación del patrimonio cultural de origen africano, pues la Cuba prerrevolucionaria era muy racista, profundamente racista y la Iglesia Católica era muy reaccionaria (nosotros no teníamos sacerdotes -como ha habido en América Latina- asociados a las luchas de liberación; muy al contrario, en la lucha de liberación cubana, la iglesia se alió a la alta burguesía y rechazó de una manera visceral y muy racista todo el legado espiritual africano, que es fundamental para la nacionalidad cubana). La Revolución, combatiendo esto, fundó el Instituto de Etnología y Folclor; desde el Teatro Nacional se hizo un trabajo de investigación muy importante; se creó el Conjunto Folclórico Nacional y las revistas que se editaron en torno a este tema fueron fundamentales.

Se creó una fundación, que hoy preside Miguel Barnet, que se llama Fernando Ortiz (en homenaje a uno de los estudiosos más relevantes de ese legado africano), que ha contribuido a que el cubano sepa y entienda que forma parte de esa multiculturalidad, es decir, que sus raíces vienen de las distintas regiones de España, pero también de las distintas regiones de África, que tienen unas raíces asiáticas (chinas), etc. Yo creo que esa imagen del cubano que tiene ver con la diversidad de sus orígenes es otra de las ganancias de la Revolución.

¿En qué se diferencia una cultura basada en criterios de mercado y una cultura como la cubana, basada en un modelo revolucionario, con prioridades más sociales? ¿Qué organismos tiene Cuba para fomentar y desarrollar este tipo de cultura? Y, sobre todo, ¿cómo puede participar la juventud en ellos?

Una de las cosas que a veces dicen los medios de la derecha es que los intelectuales de las izquierdas se han puesto viejos; se habla de que no hay nuevos valores en la izquierda intelectual, en la izquierda artística. Es una especie de argumento que he visto a menudo. Sobre esto hemos debatido un poquito en Cuba y una de las cosas que hay que decir es que cuando uno analiza la derechización de los últimos 20 años, en el campo de los mecanismos de legitimación cultural, uno se da cuenta de que es muy difícil para un joven talento, con posiciones de herejía y revolucionarias, con posiciones de oposición al sistema, hacerse famoso. En los últimos 20 años, la derecha ha copado los mecanismos de legitimación intelectual: esa es la verdad.

Cuando uno mira a la cultura y ve a Mario Benedetti, Ernesto Cardenal, Volodia Teitelboin, Julio Cortázar y otras figuras que uno recuerda y que tienen que ver con la idea de la revolución, del cambio y de la transformación, uno no encuentra nombres jóvenes, es muy difícil. Por supuesto, los hay: el mismo Manu Chao es un artista con propuestas muy interesantes, para nada frívolas. Hay que estudiar un poco el tipo de discurso que él propone porque es muy válido. Pero, en general, no es fácil encontrar gente joven famosa. Hay mucha gente joven haciendo cosas interesantísimas, pero les cuesta mucho trabajo colocarse (vamos a decirlo así) dentro de los circuitos grandes de promoción y de divulgación, que están copados por la gran maquinaria de la derecha para premiar al intelectual y al artista que se pliega al sistema y, con ello, premiar la frivolidad, la tontería, el subproducto vacío y castigar a aquello que puede ser revolucionario.

Hay ejemplos muy ilustrativos: a la gran canción-protesta norteamericana (Bob Dylan, Joan Báez, hasta el propio Pete Seger) o a todos los cantautores de los 60, que hicieron canciones que tenían una fuerza transformadora extraordinaria, el mercado los fue acorralando, los fue llevando a cauces inofensivos. Lo mismo pasó con el hip-hop, con el rap, que nacieron como expresión de protesta por las condiciones en que vivían los negros en los barrios marginales de EEUU y, al final, el mercado absorbió todo eso hasta el punto de que ahora el rapero por excelencia es Eminem, un hombre de raza blanca.

El arte de vanguardia y de rebeldía ha sido sometido por el mercado, que es un censor implacable, que ha ido acorralando las manifestaciones que pueden resultar peligrosas para el sistema, mutilándolas, anulando su sentido revolucionario y transformador y premiando aquello que, de un modo u otro, funciona como un factor de integración al sistema.

En Cuba estamos trabajando duro para apoyar todo lo que sea experimentación, apoyar un arte que no tenga que hacer concesiones mercantiles, apoyando a los jóvenes en este objetivo.

Nosotros tenemos una institución, la Asociación Hermanos Saíz, de artistas y escritores jóvenes, muy activa, que es muy crítica con la gente que dentro de Cuba, que los hay, hacen concesiones al mercado. Esa Asociación tiene un discurso muy crítico de la industria hegemónica del entretenimiento, muy crítico de la contaminación que a veces llega hasta nuestros artistas, muy crítico de errores que pueden cometer las instituciones nuestras, repitiendo modelos coloniales. Hoy hay un movimiento de novísima trova en Cuba, con figuras muy jóvenes, que está haciendo una canción pensante; grupos de rap muy valiosos; tenemos, incluso, una agencia de rap atendiendo a ese movimiento; tenemos una agencia de rock, que se encarga de este sector de la música.

En las artes plásticas, hay gente valiosísima en Cuba. En la Bienal de este año presentan instalaciones -son sobre todo instalacionistas- que van más a lo intelectual, a la pregunta intelectual más que a lo ornamental. La Bienal hace especial énfasis a ese tipo de arte. Hay mucha gente joven haciendo cosas muy interesantes en las artes visuales. Se acaba de celebrar la Muestra de Cine Joven. Muchos realizadores jóvenes cubanos están haciendo, a partir de las nuevas tecnologías digitales (que abarata mucho la producción cinematográfica), un cine muy valioso, muy interesante. Este evento ha tenido un efecto importante en la promoción de estos jóvenes valores del cine. Ahí enfrentamos la tragedia de que las instituciones nuestras tienen recursos muy limitados frente a la explosión de talento que hay en el país; hay un desfase enorme entre las posibilidades de las instituciones culturales del país de promover esa obra, ese talento, ese mensaje, y la cantidad y calidad de nuestros intelectuales y artistas.

Un tema recurrente en los ataques a Cuba es la libertad de expresión. Sin embargo, entendemos que esta libertad no se basa tanto en las manifestaciones irreflexivas como en el hecho de que haya condiciones materiales para que esa libertad se pueda ejercer realmente y con responsabilidad. ¿Cómo ha trabajado la Revolución en el tema de la libertad de expresión en la cultura y más allá de ella?

Voy a empezar por la cultura. Yo creo que nosotros hemos logrado, a pesar del acoso al que nos han sometido, a las agresiones cotidianas, al bloqueo, que no haya una mentalidad de plaza sitiada. No ha habido una contracción en la discusión, en el debate, en nuestra democracia, a pesar del enorme peligro externo y a pesar de los feroces ataques.

En la sociedad cubana se debate extraordinariamente. En el Congreso de la UNEAC -Unión Nacional de Escritores y Artistas-, en abril de 2008, se discutió a fondo, con gran profundidad y crudamente, sobre todos los temas que tienen que ver con nuestra política cultural, todo el funcionamiento de nuestras instituciones; se discutió el tema de la educación en Cuba, la ética; se discutieron temas asociados a las manifestaciones de corrupción que estamos viviendo, lamentablemente; en definitiva, todos los temas que afectan al tejido espiritual nuestro. Estuvieron presentes todos los Ministros cuyas tareas se relacionan con algunos de los temas que fueron tratados allí -el de Turismo, el de Educación, yo mismo. Fue un Congreso muy serio, muy riguroso, donde predominó el espíritu crítico desde un punto de vista totalmente revolucionario.

Otro ejemplo es el discurso de Raúl del 26 de julio de 2007, que abrió un proceso de debate nacional (en los centros de trabajo, de estudio, en los barrios) que derivó en una avalancha muy valiosa de propuestas de la gente (más de un millón) que pedían de nosotros que hiciéramos un socialismo más eficiente, que resolviéramos los problemas de la burocracia, que resolviéramos los problemas que tienen que ver con la distorsión de nuestro socialismo (no con el socialismo en sí). Es decir, el cubano masivamente no ve en lo absoluto que las soluciones puedan estar en el capitalismo, y, al mismo tiempo, debate y analiza. Nosotros estamos obligados (todas las personas con responsabilidades institucionales) a hacer asambleas mensuales con los sindicatos, tenemos que rendir cuentas permanentemente de nuestras gestiones.

Por otro lado, nuestro Partido no es un partido electoral. En el propio Partido hay una democracia interna muy notable, hay mucho debate, mucha discusión.

Decir que en Cuba no hay libertad de expresión es una caricatura con visiones fascistoides de la ultraderecha, cada día más desprestigiada.

En el contacto que tuvimos, el Secretario del PCPE decía que defender a Cuba hoy, a la luz de todo lo que está ocurriendo, con la crisis brutal del capitalismo y del modelo neoliberal, es más fácil que en otros momentos.

Las tesis de Fidel se han venido confirmando y yo pienso que cada día se va a mirar con más respeto a Cuba. En los últimos tiempos, ha habido un montón de visitas importantes de mandatarios del mundo a Cuba; nuestro país acaba de entrar en el Grupo de Río; Raúl ha hecho una gira internacional muy importante. Así que el prestigio de Cuba se ha ido consolidando de una manera muy clara, al tiempo que se ha ido desprestigiando toda aquella filosofía que se ha usado para atacar al socialismo y para atacar a nuestro país.

Hay mucha libertad de expresión en Cuba: en el teatro, en el cine, en la literatura, en todos esos ámbitos se denuncian y critican duramente nuestros problemas. Nosotros no promovemos un arte propagandístico; hay una extraordinaria libertad de expresión, que habría que ver si tiene igual en el mundo del mercado neoliberal.

¿Qué perspectiva se tiene desde Cuba de la crisis capitalista actual y del hecho de que, pese a ser la clase obrera la más perjudicada en este proceso, las ayudas de los Gobiernos vayan a los bancos y financieras?

En Cuba va a haber en estos días un evento que se ha venido celebrando en los últimos años para analizar el tema de la crisis económica global. Nosotros pensamos que es un momento en que resulta trascendente la elaboración de proyectos alternativos, resulta esencial la crítica de lo que está pasando, pues a lo que estamos asistiendo es al intento de salvar el sistema, no a la revisión de sus bases. La intervención estatal en esta crisis, la que está haciendo EEUU y Europa está orientada a salvar el sistema, sin entender que lo que está en crisis es el sistema mismo. Es un momento para trabajar en el campo intelectual

Yo recordaba recientemente, en la intervención que hice en la Feria del Libro, la frase de Fidel, cuando se celebró el 150 aniversario del natalicio e Martí en La Habana (se reunieron muchos intelectuales del mundo en Cuba), que decía que, ante lo que estaba pasando, ante la barbarie de la guerra, ante el genocidio cotidiano del neoliberalismo, había que «sembrar ideas y sembrar conciencia». Pues bien a mí me parece que en el momento actual hay que sembrar ideas, hay que difundir las ideas del cambio, toda esa producción interesante. Creo que hoy estamos viviendo que la izquierda salió del trauma, del golpe aquel tan espantoso del desmantelamiento del bloque socialista (la propia URSS, cosas que parecían eternas y que se vinieron debajo de una manera muy poco gloriosa) tras el que mucha gente se quedó paralizada.

Aparte de los oportunistas, que rápidamente cambiaron de casaca y empezaron a tratar de hacerse un lavado de biografía, mucha gente honesta se quedó desconcertada ante el terrible cataclismo (en Cuba fue muy fuerte, económicamente y también en términos de ideas, de paradigmas). Pero pienso que ha habido un repunte en los últimos años de las ideas de izquierda; lo que está pasando en América Latina es muy alentador, realmente alentador y creo que hay aprovechar el momento para consolidar esas ideas, difundirlas, debatirlas, buscar alternativas para que esos esfuerzos intelectuales de la izquierda auténtica no queden aislados; crear redes articular que esa producción intelectual se conozca.

Yo creo que hay mucha gente hoy en el mundo, mucha gente, que son, que forman núcleos de resistencia cultural y que están trabajando de manera dispersa. El reto entonces es crear una red o consolidar las redes ya existentes y hacer que estén conectadas unas a otras. Me parece que ahí hay un trabajo, que tiene que ver con ese tejido intelectual, que es muy importante hacer, que es vital hacer.

En cuanto a la crisis, este fenómeno va a tener un efecto didáctico durísimo, amarguísimo para toda esa gente que pensaba que, efectivamente, el capitalismo y el neoliberalismo eran soluciones. Estamos viendo todos esos fetiches derrumbarse (estamos viendo la caída del Muro de Berlín del capitalismo y el neoliberalismo) y frente a esto hay que crear alternativas, llevar la crítica hasta sus últimas consecuencias.

Se están reeditando libros de Marx (es muy ilustrativo esto), que parecía que había quedado en un panteón arqueológico y ahora resulta que, de pronto, la crítica y el desmontaje que hizo Marx del sistema capitalista adquiere una gran actualidad. Por supuesto hubo cosas que Marx no pudo prever, como la especulación que domina el mundo económico de hoy, pero es muy interesante que sus ideas vuelvan al primer plano de la discusión intelectual del mismo modo que se está volviendo a hablar de las ideas comunistas y de las doctrinas de emancipación que parecían ya superadas.

¿Qué papel se le reconoce al pensamiento crítico (desde el plano de rechazar los dogmatismos) en la profundización del proceso revolucionario y cómo se aborda la apertura de espacios para el desarrollo de la crítica? ¿Se percibe este hecho como una necesidad?

Hay una frase de Fidel, del momento en que se creó la Imprenta Nacional, en que refirió algo así como: «no le decimos al pueblo cree, sino lee». Esa frase es muy reveladora de cómo concibe Fidel, desde ese mismo momento, la formación de ese pueblo, de ese hombre nuevo sobre el que se ha debatido tanto. Lo cierto es que no pretendemos formar fanáticos. Desde sus inicios, a la Revolución no le interesó formar fanáticos, robots que fueran con las banderas marchando sin argumentos y sólo repitiendo consignas. Es decir, trabajamos siguiendo la idea de que tenemos que formar un pueblo culto, un pueblo libre, que ejerza el pensamiento crítico como algo habitual, esencial, que le resulte orgánico. Un revolucionario tiene que ejercer esa valoración crítica de manera tan natural como el hecho mismo de respirar.

Fidel, en su concepto de revolución, dice también: «revolución es cambiar todo lo que deba ser cambiado». O sea, un revolucionario no puede ser alguien que acepte la rutina, que se conforme con cuatro esquemas y cuatro consignas; tiene que ser un perpetuo crítico de lo que hace y hacemos entre todos, como sociedad, y a mí me parece que ese debate, esa discusión, es muy enriquecedora. El ejemplo que más presente tengo ahora es ese Congreso de la UNEAC al que antes hice referencia, y que sirve mucho para ilustrar esto que digo: el papel de la crítica entre revolucionarios es vital y no puede ser sustituida por nada. No hay manera de defender nuestro socialismo, de transformarlo para hacerlo más socialista, más eficiente, que no sea a través de esa crítica, del análisis de nuestros problemas; eso es una idea esencial.

Usted se ha referido en varias ocasiones a los medios de comunicación de masas, al rol que juegan en la sociedad. ¿Qué papel les toca a estos medios en el remonte de la crisis ética actual y en la superación de la influencia ideológica que, incluso en Cuba, se transmiten a través de los productos de consumo que ofrecen? ¿Cómo se subvierte el efecto que esos productos tienen sobre la gente? ¿Cómo se cambia el individualismo que propugnan por la solidaridad, cada vez más urgente?

En torno a los medios masivos de comunicación, a nosotros nos interesa mucho formar ciudadanos que sean receptores críticos de ese mundo de la información y de la cultura que nos viene desde todas partes; es decir, yo creo que la idea de que tenemos que crear esa capacidad en la gente es en la que tenemos que trabajar. Sería ridículo ponernos ahora a prohibir una película o a prohibir algún tipo de texto; en primer lugar, porque no sería realizable en el mundo de las tecnologías y de Internet, y, en segundo lugar, porque resultaría pueril e ingenuo pretender que alguna idea o mensaje, informativo o político, no llegue a la población. La batalla hay que ganarla en el interior de la gente, en la formación de valores en la ciudadanía. En definitiva, es mantener viva esa idea de Martí de que la libertad está asociada a la cultura y que tener un pueblo culto es tener un pueblo al que no se pueda manipular ni hipnotizar, un pueblo que tenga referencias muy claras, una cultura muy sólida y, también, una cultura política muy sólida.

Nosotros, en ese campo, hemos tenido avances muy importantes: no hay manera de explicar que el pueblo cubano haya resistido, junto a Fidel y junto al Partido, el durísimo embate de los 90, un período de tanta falta de todo tipo de cosas materiales, si no es con una cultura política muy sólida.

A mí me parece que eso es una conquista de la Revolución, que no es una batalla definitivamente ganada, sino que hay que seguir construyendo, trabajando con las jóvenes generaciones. Esa batalla se libra y se gana en el debate y en la participación; estoy convencido de que la cultura política se gana participando.

Todas las grandes subtareas de la Revolución se hicieron participando. La campaña de alfabetización se hizo con la participación de decenas de miles de personas, y, como ésa, se han llevado a cabo infinitas grandes obras revolucionarias, haciendo que el pueblo participara en ellas, que fuera parte de ellas.

La idea de un pueblo con ese sentido crítico muy acusado, capaz de resistir todo ese diluvio de falsedades, de subproductos culturales; de decidir, a partir de sus propias referencias y de sus propias convicciones y principios, qué, de todo eso, vale la pena y qué no tiene sentido, porque lo pretende es manipular; tener esa capacidad es lo que verdaderamente hace libre al pueblo cubano.

Ahora bien, en Cuba sí tenemos una influencia muy fuerte de la industria del entretenimiento (el cine estadounidense de la peor especie entra en Cuba todo el tiempo y, personalmente, opino que influye en la población nuestra, aunque no de una forma determinante). Lo que se ha venido haciendo en todos estos años de Revolución, con la inserción de los instructores de arte en el sistema general de educación, ha sido fundamental en este combate. Hoy tenemos 6 mil instructores de arte graduados, trabajando con niños, con adolescentes, porque estamos convencidos de que hay hábitos culturales que si no se inculcan en la persona en edades tempranas, después es muy difícil que formen parte de la vida adulta de cualquiera de ellas. Todas estas ideas orientadas a crear hábitos culturales desde la infancia y la adolescencia son formas de defenderse frente a esa oleada de la industria del entretenimiento.

Háblenos de la experiencia de la revista digital Calibán (1)

La Revista Calibán tiene que ver con las distorsiones en el campo de la historia. Yo creo que la batalla de ideas (como la bautizó Fidel) se da en y por el presente, pero también por el pasado. Ustedes en España tienen esa tragedia muy viva, en torno a la relectura que se ha hecho de la historia de este país desde la derecha, que resulta muy obvia y nefasta. Sin embargo, ese hecho ocurre a escala global; de manera permanente se está intentando revisar la historia. Es muy obvio también lo que se ha venido haciendo con la guerra de Vietnam (a través del cine, a través de la literatura) y qué decir de lo reescrito y dicho de la Segunda Guerra Mundial. La memoria histórica y la memoria cultural del mundo ha sido trabajada, distorsionada de una manera muy intencionada, muy perversa, por parte de los dueños de los grandes medios de comunicación y de difusión cultural.

Hay, en definitiva, una lectura reaccionaria, imperial, de los procesos históricos de los cuales venimos todos nosotros. Un ejemplo es la folclorización de las figuras de la izquierda. Hollywood ha hecho una labor muy destructiva en este sentido (hay una película vergonzosa en esta línea, la dedicada a Lorca, en la que el papel protagonista lo encarna el actor de origen cubano Andy García, y que merecería ser enterrada en el centro de la tierra; también hay otra sobre Frida Kahlo, otra sobre Evita Perón, otra sobre Emiliano Zapata), llevando al terreno de la chabacanería y el esperpento a figuras que han estado vinculadas a procesos revolucionarios o transformadores de distinto tipo, limpiándolas y convirtiéndolas en fetiches de brillo y lentejuelas. Todo esto se ha hecho a través del libro, de la ficción, de las películas, de una mediocre documentalística asociada a un supuesto cine educativo (el History Channel -Canal Historia- es el estereotipo de este vergonzoso crimen que se está cometiendo con la historia y con la memoria cultural del mundo).

Pues bien, Calibán tiene esa intención, asociada sobre todo a la historia de Cuba, y tiene que ver con la idealización, verdaderamente impúdica, que se está haciendo, en el exterior, de la Cuba del régimen batistiano. Es insólito que se pretenda ignorar de qué abismo sacó a Cuba la Revolución, un abismo sin fondo en términos morales, sociales, culturales. Éramos una colonia envilecida, y da vergüenza que haya gente que se preste a dar una imagen edulcorada de aquella parte de nuestra historia.

Calibán (que toma el nombre de un gran libro de Roberto Fernández Retamar, que, a su vez, hace una relectura de La Tempestad, de Shakespeare, utilizando el Calibán del escritor británico para reivindicar nuestra esencia, usándolo como símbolo del Sur) es una revista digital, en la que están participando historiadores cubanos, donde se debate en foros en los que todo el mundo puede participar, porque no sólo se trata de la historia de Cuba, sino que de lo que habla y se discute es de hasta qué punto la historia de nuestro continente, de América Latina (y, en general del mundo) puede conformarse con la visión reaccionaria que se está dando de su evolución y de sus procesos.

Antes hablaba de la absorción de muchos intelectuales y artistas por parte del sistema y del empeño que sus gestores ponen en llevar a la práctica una línea de acción y unas políticas destinadas a aniquilar cualquier expresión de pensamiento crítico y a neutralizar todas las manifestaciones culturales y artísticas que les resulten peligrosas. En esta línea, existe entre alguna gente de la cultura cubana la sensación de que, si bien no con la misma forma, pero sí con un resultado que podría acercarlo mucho al panorama esbozado antes, en Cuba se ha producido un fenómeno, el del acomodamiento, que hace que intelectuales y artistas no estén respondiendo al momento histórico que se está viviendo en el mundo, e, incluso, dentro de la propia Cuba. ¿Qué análisis cabe hacer de esta inquietud?

En cuanto a las manifestaciones culturales más jóvenes, la Asociación Hermanos Saíz ha estado impulsando conciertos, giras, discos. Hay un montón de gente muy joven haciendo cosas muy interesantes que creo que sí tiene ese núcleo de rebeldía que caracterizó a la Nueva Trova. En general, mi percepción es que los artistas jóvenes no están haciendo concesiones mercantiles -y me refiero a la novísima canción cubana pensante, porque hay sectores, como dije antes, en los que algo de eso sí ocurre. De todos modos, yo creo que esos peligros están siempre presentes; no creo que podamos eludir ese tipo de debate, ese tipo de discusión; yo insisto mucho en lo importante que es tener en Cuba, en activo, a críticos de arte y de las distintas manifestaciones de la cultura que nos estén ayudando continuamente a detectar cuándo se está distorsionando el sentido esencial de la creación cultural.

Nos pasó con grupos de rap, que empezaron a hacer reggaeton buscando éxito y se posicionaron en la línea de hacer música comercial sin más. También en las artes plásticas ha habido casos de artesanos y artistas que han encontrado una fórmula exitosa y se dedican a repetirla. Son algunos casos de ese fenómeno que planteas, que desde luego no es representativo.

En cualquier caso, eso no lo puede resolver un ministerio ni una institución. Para hacerlo hay que crear un clima de debate donde este tipo de fenómenos sea discutido abiertamente con argumentos y que el artista que se reconozca en esa línea de acomodamiento pueda evaluar su trayectoria y reposicionarse. En ese sentido, creo que el debate propiamente artístico es vital también para el desarrollo de la cultura revolucionaria.

¿Qué relación existe entre los intelectuales y artistas cubanos que están fuera del país con los que trabajan y viven en la isla y cómo se articula desde las instituciones culturales esa relación?

Nosotros, desde hace algunos años, hemos adoptado una política -que creo que ha sido muy útil- de no excluir a los artistas que viven fuera de Cuba de nuestro trabajo de divulgación y promoción, y de separar, incluso, la posición política del artista del aporte que han hecho a la cultura cubana. Es decir, resulta absurdo pensar que, porque alguien se muda y se va de Cuba, ya lo que haga deja de ser cultura cubana. El ejemplo más clásico de esto que expreso es un libro de una escritora cubana, Lidia Cabrera, titulado El Monte, que publicamos en el año 1985 en Cuba. Ella, que vivía en Miami y mantenía una posición de gran hostilidad hacia la Revolución, hizo esta obra -que es como la biblia de la santería cubana-, que nosotros publicamos porque ese libro forma parte de nuestra cultura. De la misma manera hemos ido publicando obras de artistas emigrados, que nos pertenecen, aunque no estén, y forman parte irreversible de nuestro acervo cultural.

Por supuesto, en ese campo de los emigrados hay muchas gradaciones: los hay que trabajan con nuestras embajadas en la defensa de la causa cubana, en el movimiento por la liberación de los cinco revolucionarios presos en EEUU; hay otros que no hacen eso, pero que, al mismo tiempo, son respetuosos de la obra de la Revolución; en este tema hay muchos matices y tenerlos en cuenta es muy importante. Pero, en general, cuando la obra es valiosa, hay que divulgarla en Cuba.

Tenemos un caso muy cercano: con motivo del 50 aniversario de la Revolución, se publicó una antología del cuento en la que se incluyó uno de Cabrera Infante (ahora la viuda nos está reclamando no sé bien qué), pues entendemos que un proyecto como éste, que quiere reflejar la cultura de estos 50 años, ha de tener entre sus páginas cuentos de Cabrera Infante, de Jesús Díaz, gentes que se convirtieron después en personas, digamos, profesionales de la contrarrevolución; pero esos cuentos son nuestros y enriquecieron entonces, y siguen enriqueciendo ahora, el patrimonio cultural cubano. Eso lo hemos tenido claro y lo vamos a seguir haciendo de este modo.

Haciendo una traslación de la coherencia y el compromiso político de Gades a su obra como artista, y extendiendo esa relación al mundo de la cultura y de sus expresiones, ¿cuánto ha de haber de política en las manifestaciones culturales de los intelectuales para lograr la coherencia y materializar el compromiso con la lucha de los pueblos?

Yo, personalmente, no creo que la cultura, para ser revolucionaria, tenga que llevar temas revolucionarios (y no estoy hablando ahora como funcionario del Gobierno cubano). Hay demasiados ejemplos de mala literatura que pretende ser revolucionaria, de teatro mediocre que pretende ser teatro revolucionario; hay casos excepcionales (Bertolt Brecht) que hicieron un arte portador directo de un mensaje revolucionario y que, al tiempo, era de la más alta calidad; ahora bien, yo creo que el arista tiene que ser consecuente con su mensaje, con lo que quiere decir. A mí me preocupa el arte que se propone hacer propaganda, porque ni funciona como propaganda ni funciona como arte.

¿Cómo se ve desde Cuba el papel que ha de jugar la cultura en los procesos de cambio, de transformaciones soberanistas, que vive América Latina, de cara a la profundización y fortalecimiento de los mismos?

En América Latina, todos estos procesos de cambio no han generado (sería precipitado afirmar algo así) un arte y una cultura que sean portadores de los ideales de justicia, de los ideales de democracia verdadera, que están hoy haciéndose visibles en todos estos procesos. Al propio tiempo, entiendo que sí hay una batalla por el rescate de las culturas populares, hay una batalla por la diversidad cultural. Se creó, por Fidel y Chávez, el Fondo Cultural del ALBA, que es una entidad que nació en La Habana hace unos 4 años, nueva, a la que se adscribió Bolivia, Nicaragua, a la que estuvieron invitados desde el principio Haití, Ecuador, y que tiene entre sus objetivos trabajar por un modelo de integración también en la cultura, trabajar al margen del gran mercado, crear distribuidoras, etc.

La cultura en estos procesos tiene un valor que va más allá de lo coyuntural político; tiene un carácter de siembra que la hace mucho más permanente. Sin embargo, no se puede negar que en todos estos procesos, en sus esfuerzos de integración, la cultura está llamada a tener un papel protagónico, aunque -añadiría- habría aún mucho que hacer en ese campo.

NOTA

(1) Dirección de Calibán, Revista Cubana de Pensamiento e Historia: www.revistacaliban.cu