Una dama viuda, cuando le reprocharon que se hubiera enamorado de un joven muy apuesto, pero tosco y sin estudios, respondió: «Para lo que yo lo quiero, mucha filosofía sabe, y más que Aristóteles» (El Quijote, I, 25, adaptado) Una situación preocupante Partiremos de lo que ya es sabido: nuestro sistema educativo tiene un elevado […]
Una dama viuda, cuando le reprocharon que se hubiera enamorado de un joven muy apuesto, pero tosco y sin estudios, respondió: «Para lo que yo lo quiero, mucha filosofía sabe, y más que Aristóteles» (El Quijote, I, 25, adaptado)
Una situación preocupante
Partiremos de lo que ya es sabido: nuestro sistema educativo tiene un elevado índice de ineficiencia. Así lo acreditan todos los análisis internacionales, como el conocido informe PISA. Sólo añadiremos los indicadores establecidos por la Unión Europea para medir el grado en que cada país va alcanzando los objetivos fijados para 2010. Si Europa avanza poco, España destaca por retroceder en tres de los cinco objetivos. Permanece estancada en el de aumentar la formación permanente y sólo mejora en el de aumentar el número de titulados en Ciencias, especialmente mujeres. Pero en los objetivos más decisivos va en dirección contraria: crece el abandono escolar prematuro, es decir, los jóvenes que no siguen estudios postobligatorios; retrocede el porcentaje de titulados en Secundaria Superior; y aumentan los alumnos con dificultades en comprensión lectora (1).
De confirmarse estas tendencias, estaríamos ante un escenario poco propicio al optimismo, en el que no nos serviría de justificación apelar al secular atraso de España respecto a Europa. Es indudable ese déficit histórico en educación, como en tantas otras cuestiones. Baste decir que la escolarización obligatoria hasta los 16 años se estableció en Francia en 1959, treinta años antes que en España. Pero lo importante es que nuestra educación ni funciona bien, ni da síntomas de mejora. Es decir, al paso que vamos no nos acercamos a los niveles educativos europeos, sino que nos vamos alejando de ellos.
Pero, aunque dejemos de compararnos con Europa, la radiografía no sale mucho mejor. Los datos sobre fracaso escolar son tremendos. Desde hace años estamos estancados en torno a un 30% de alumnos que acaban su escolarización obligatoria sin el Graduado en ESO, título mínimo para insertarse en buenas condiciones en la sociedad. La cifra real debe de rondar el 35%, ya que las estadísticas no incluyen a los alumnos que han abandonado el sistema educativo antes de ser evaluados en cuarto de ESO, porque ya han cumplido los 16 años o porque han desertado antes de cumplirlos. Ese porcentaje global tiene una distribución social muy desigual: mientras sólo el 27’5% de los hijos de obreros sigue estudios después de la ESO, el 85% de los hijos de profesionales sí lo hace (2). Después de una reforma educativa destinada a fomentar la igualdad de oportunidades, tenemos un fracaso escolar que cada año afecta a más de un tercio de jóvenes de 16 años, en su mayoría chicos de clase baja. Y no pasa nada.
Esta es la cuestión: ¿Cómo es que la grave situación educativa suscita tan pocas reacciones? ¿Cómo es que estos datos no provocan un amplio debate político y social? ¿Cómo es que año tras año los organismos internacionales encienden señales de alarma que aquí sólo son noticia unos días y después todo vuelve a la «anormalidad»?
Tópicos educativos
Una primera respuesta podría ser que las consecuencias de la mala situación educativa no son del todo visibles a corto plazo y desde una perspectiva superficial. Además, el establishment educativo lanza balones fuera y no manifiesta ningún interés en hacer un diagnóstico serio que promueva un debate social. Por eso el problema parece menos grave de lo que realmente es.
Sin embargo, queda sin aclarar por qué no se manifiestan más claramente las consecuencias sociales de la ineficiencia educativa. Porque eso sería lo esperable, de acuerdo con los más típicos tópicos educativos:
– la educación es decisiva para el futuro del país, es la mejor inversión
– el modelo económico de futuro es la sociedad del conocimiento, basada en la educación, en la investigación científica y técnica, en la innovación tecnológica
– la economía de la sociedad del conocimiento se fundamenta en el capital humano, en un tipo de trabajador con una elevada formación inicial, que le permita ir adaptándose a los cambios mediante una formación a lo largo de la vida.
– la educación es el motor del desarrollo económico y social de un país, etc., etc.
Tendríamos que concluir, pues, que la economía española va al desastre, ya que se aleja cada vez más de la sociedad del conocimiento. Pero no parece que la realidad confirme esas hipótesis. Para empezar, veamos cómo tenemos distribuidos a nuestros jóvenes, de acuerdo con su nivel de estudios.
Tabla 1. Distribución de jóvenes de 20-24 años, por situación educativa (2002)
|
No siguen estudios |
Estudian |
||
|
Sin Secundaria Postobligatoria |
Con Secundaria Postobligatoria |
Con Estudios Superiores |
|
ESPAÑA |
30’5 |
12’4 |
13’7 |
43’4 |
OCDE |
14’7 |
38’3 |
9’6 |
37’1 |
OCDE (2005), Panorama de la educación
Es fácil comprobar las importantes diferencias que España presenta respecto al resto de países de la OCDE. Tenemos el doble de jóvenes sin el título de Secundaria Postobligatoria (Bachillerato o FP). En España sólo lo posee un 12% de jóvenes, es decir, una tercera parte de la media de la OCDE. En cambio, tenemos un 57% de jóvenes que estudian o han terminado estudios universitarios, frente a un 46% de media en la OCDE.
El nivel educativo provoca, pues, una distribución dual de los jóvenes: por un lado, una masa con baja cualificación educativa frente a otra masa con estudios superiores, mientras que los que siguen estudios intermedios son muy pocos. Y, dentro de esa franja intermedia, encontramos una distribución anómala:
Tabla 2. Distribución del alumnado de Secundaria Superior (2001)
|
Bachillerato |
FP |
ESPAÑA |
62’0 |
38’0 |
UNIÓN EUROPEA |
37’3 |
62’7 |
C.E. (2005), Las cifras clave de la educación
Nuestra distribución es exactamente la inversa de la del resto de Europa. Al acabar la ESO en España se produce una deserción masiva del sistema educativo, y además los que siguen estudiando se decantan en exceso hacia el Bachillerato y los estudios universitarios. Es éste uno de los agujeros negros del sistema, que tiene importantes repercusiones laborales y sociales, ya que está configurando una sociedad polarizada, con una débil franja de clases medias. En los países avanzados son mayoritarias, y proporcionan equilibrio político y cohesión social. Son las que marcan el «tono sociológico» predominante: desde los hábitos culturales y de consumo al grado de civismo en la vida cotidiana. Tener, como tenemos, una franja socio-cultural intermedia tan estrecha no es, desde luego, un síntoma de sociedad equilibrada y cohesionada. Pero ¿cuál es la repercusión de estos fenómenos educativos en el mercado laboral? ¿Hasta qué punto el sistema educativo se ajusta a las demandas del sistema productivo? Fijémonos en cómo encajan los jóvenes en el mercado laboral al acabar sus estudios.
Tabla 3. Tasa de empleo de jóvenes que no siguen estudios (2002)
Edad |
20-24 |
15-19 |
25-29 |
20-24 |
25-29 |
25-29 |
Estudios |
YALLE(*) |
Sin Secund. Postobligatoria |
Sin Secund. Postobligatoria |
Con Secund. Postobligatoria |
Con Secund. Postobligatoria |
Con Estudios Superiores |
ESPAÑA |
71’5 |
59’9 |
69’6 |
75’7 |
82’4 |
80’1 |
OCDE |
60’0 |
48’5 |
62’1 |
75’7 |
79’3 |
87’5 |
OCDE (2005), Panorama de la educación
(*) YALLE: Grupo de adultos jóvenes con bajo nivel de educación
Lo más relevante de la tabla 3 es que la descompensada distribución por nivel de estudios encaja bastante bien con las necesidades del sistema productivo, con sus demandas laborales. Los jóvenes de baja cualificación obtienen empleo en unos porcentajes unos 10 puntos superiores a los de la OCDE. Los de titulación intermedia tienen la misma tasa de empleo que los de la OCDE En cambio, hay un claro desajuste en la inserción laboral de nuestros titulados superiores, siete puntos por debajo de los de la OCDE.
La conclusión parece clara: el mercado laboral español ofrece mayores oportunidades de empleo a los jóvenes de baja cualificación educativa, mientras reduce las de los jóvenes con titulación superior. Nuestro modelo de crecimiento necesita mucha mano de obra no cualificada, y muy poca con alta cualificación. Es justamente al revés de lo que ocurre en la mayoría de los países de la OCDE, en los que la tendencia general es: a mayor nivel de educación, mayor probabilidad de empleo cualificado.
Ahora ya podemos identificar la causa principal del abandono escolar masivo. Es lo que la OCDE denomina «la mayor oferta de empleos poco cualificados» (3), que actúa como imán (o señuelo) de esa masa de jóvenes sin título de ESO o sin motivación para seguir formándose. Esa oferta se concentra en la construcción, el turismo y el comercio, y va dirigida más a los chicos con fracaso escolar que a las chicas (4), que tienen menores tasas de fracaso y mayor tendencia a seguir estudiando. Pero la voracidad del mercado laboral no se sacia con esa masa de muchachos, sino que necesita mucha más mano de obra, y tiene que recurrir a la inmigración masiva. La inmigración no cualificada es otro de los pilares del sistema: trabaja en condiciones precarias y a menudo ilegales, rebaja el poder adquisitivo de los salarios (estancado desde 1996) y estimula la demanda de productos y servicios, como la vivienda.
Cuanta menos educación, mayor prosperidad económica
Empezamos a comprobar que los tópicos acerca de las enormes repercusiones sociales de la educación dejan de tener sentido en España, un país prodigioso, en el que las altas cotas de ineficacia educativa son compatibles con elevados índices de crecimiento económico. Aquí, menos es más: menos educación se traduce en más riqueza.
Sin ninguna duda, los indicadores macroeconómicos son espléndidos. Desde hace 10 años asistimos a lo que se ha llamado «el milagro económico español». Nuestro PIB crece más del 3’5 anual, por encima de la media europea. La Bolsa está eufórica, y varias empresas españolas tienen una amplia proyección internacional. A este ritmo, en pocos años alcanzaremos la renta media europea y nos situaremos por debajo de la tasa europea de paro. El año pasado España creó el 60% de los puestos de trabajo de la Unión Europea. En fin, ya podemos considerarnos la novena potencia económica mundial, a la par de Canadá.
Sin embargo, mientras que casi todos los países avanzados mantienen una correlación entre su desarrollo económico y su nivel educativo, España es una clara excepción, ya que la novena potencia económica ocupa los últimos puestos en las clasificaciones educativas de la Unión Europa o de la OCDE. Dentro del Estado español, las Baleares reúnen más que ninguna otra Autonomía esta combinación de fracaso escolar y prosperidad económica (5). La paradoja tiene una explicación clara: el fracaso escolar proporciona la mano de obra sin cualificar que necesita el sector turístico.
Fijémonos en algunos puntos débiles del modelo de crecimiento español: baja productividad, reducida innovación, fuerte endeudamiento (en el comercio exterior y en la economía familiar), especialización en sectores de bajo valor añadido (turismo y construcción) e importante dimensión de la economía sumergida y especulativa. El sector de la construcción es el buque insignia de esa próspera economía. Baste decir que en Estados Unidos se venden 4 casas por cada 1000 habitantes, mientras que en España se venden 15. La abundante oferta no reduce la demanda, lo que provoca un encarecimiento desmesurado de la vivienda. Otros daños colaterales son: la corrupción de los ayuntamientos, la destrucción medioambiental y el reciclaje de dinero negro, tanto nacional como de las mafias internacionales. No parece casual que España acapare el 26% de todos los billetes de 500 euros de Europa, claro síntoma de la potencia de la economía sumergida.
Ahora bien, si utilizamos parámetros de la sociedad del conocimiento, España queda muy mal parada: a la cola de Europa en la incorporación de las nuevas tecnologías a la empresa; sólo un 36% de los hogares con acceso a Internet, 12 puntos por debajo de la media europea; en último lugar de la OCDE en número de patentes registradas… Igual que ocurría con los objetivos educativos europeos, España se aleja de los objetivos de la sociedad del conocimiento establecidos por la Unión Europea para 2010. Si en 2004 ocupaba el lugar número 13, en 2006 ha pasado al número 15, según el Foro Económico Mundial. En el mismo informe, España ocupa el número 18 en cuanto a crecimiento sostenible, y el número 23 en cuanto a cohesión social (6).
Ahora ya sabemos por qué «sobran» titulados universitarios e investigadores, que han de marcharse del país para poder desarrollar su trabajo. En definitiva, estamos ante la estatua de un gigante con los pies de barro, o mejor, de ladrillo. Menos mal que, en medio de tanta euforia, los sectores empresariales más conscientes han comenzado a reclamar un cambio de rumbo hacia un modelo de crecimiento basado en la educación, la innovación y la productividad (7).
Una sociedad alegre y confiada
No es necesario desempolvar los manuales de marxismo para justificar que los fenómenos económico-sociales generan las ideas, los valores dominantes en una sociedad. El modelo económico que acabamos de describir genera unos valores sociales de nuevo rico, de los cuales el caso Marbella no es más que una versión esperpéntica, pero muy emblemática. Se trata del culto al enriquecimiento fácil y rápido, basado en la corrupción o la especulación, el despilfarro, el lujo ostentoso, exhibido con obscena grosería… Estos valores, difundidos en los medios, causan estragos en un país que inventó la picaresca, que no realizó su revolución burguesa y que todavía no ha enterrado los fantasmas de «la España de charanga y pandereta». A los jóvenes, esos valores les llegan en versiones más modernas, a través de series televisivas o concursos como «Gran Hermano». Por eso no es extraño que los empresarios noten que los jóvenes «buscan el éxito inmediato, no tienen constancia en el trabajo y no valoran la cultura del esfuerzo» (8). ¿Verdad que esas quejas se parecen mucho a las de los profesores respecto a sus alumnos?
Pero los medios no hacen más que difundir lo que tiene demanda. La mentalidad de nuevo rico se ha hecho tan popular porque refleja fenómenos sociológicos, como la importante movilidad social de sectores de las clases medias y bajas, que se han enriquecido rápidamente y sin pasar por la lenta vía de los estudios. La construcción es un negocio propicio para la economía sumergida, las maniobras especulativas, etc., y requiere habilidades que no se adquieren en la universidad. Es lógico que estas nuevas clases medias o altas no valoren los estudios como vía de promoción y sólo se planteen la elección de centro escolar como símbolo de estatus y marco de relaciones de sus hijos.
De una manera general, las familias españolas comprueban que los títulos académicos no garantizan un buen estatus social, ni tan siquiera el acceso a una vivienda digna. El «mileurismo» y la carestía de la vivienda están atrapando en sus redes tanto a los jóvenes de baja cualificación como a los de altísima preparación, que a menudo cobran menos que un vendedor de pisos. De esta manera se destruye la mentalidad meritocrática, que tuvo su auge en los años 70 y 80, y que buscaba la promoción social a través de la educación. El retroceso de esa mentalidad es un síntoma de polarización social, de debilitamiento de las clases medias, que encuentran serias dificultades para proporcionar a sus hijos un nivel de vida parecido al de los padres, a pesar de haberse esforzado en darles una buena educación (9).
De momento, la sociedad española vive alegre y confiada. La creciente masa de jóvenes mal integrados en la sociedad todavía no constituye un grave problema social, pero comienzan a verse indicios de protesta (movimientos antisistema, movilizaciones contra la carestía de la vivienda…) o de estilos de vida inconformista («botellón», okupas). Resulta significativo que España ocupe los primeros puestos de Europa en el consumo de drogas entre los jóvenes (10). Pero ¿qué pasará el día que falle la euforia económica y el mercado laboral no pueda absorber a esos jóvenes?
Si ahora volvemos al ámbito educativo, ya podemos entender las causas profundas del desprestigio social de la educación y de los profesores, a pesar de que tengan uno de los niveles salariales más ventajosos de la OCDE; de la desmotivación y del rechazo de los estudios y de la cultura del esfuerzo de una parte importante de los alumnos; del abandono masivo del sistema educativo al acabar la escolarización obligatoria; del escaso nivel de nuestros alumnos; de por qué la indisciplina en las aulas se ha convertido en un grave problema; etc., etc.
Sin reducir las responsabilidades específicas del sistema educativo y de todos los agentes que en él intervienen, en primer lugar las del profesorado, la conclusión no puede ser otra: la causa principal de la ineficacia educativa hay que buscarla en el modelo económico y social que se ha impuesto en España en las últimas décadas. Dicho más directamente: España tiene el sistema educativo que se merece. La hipótesis se confirma si nos fijamos en los países de mejor nivel educativo. El modelo escandinavo (Finlandia) y el modelo asiático (Corea del Sur) son muy distintos, pero tienen en común una estrecha correspondencia entre los valores educativos y los valores sociales. Los estudiantes excelentes (que son la mayoría) serán ciudadanos cívicos y trabajadores eficientes, adecuados a sociedades y modelos productivos basados en el capital humano, en la sociedad del conocimiento. De ahí que los expertos internacionales cada vez den más importancia a la valoración social de la educación como factor que influye mucho en los resultados educativos.
Conclusión
Si nos preguntamos si nuestro sistema educativo es globalmente adecuado y coherente con el actual modelo de crecimiento, nuestra respuesta ha de ser, a pesar de los pesares, positiva. Como el novio de la dama viuda citada en el Quijote, es ineficaz, pero esa ineficacia responde a las demandas del sistema productivo. Por eso, de momento, el fracaso educativo no se convierte directamente en problema social, sino que contribuye a sostener el elevado ritmo de crecimiento.
No hace falta decir que esta correspondencia entre sistema educativo y sistema productivo no está planificada conscientemente. Pero se produce de manera objetiva porque el modelo económico genera valores que impregnan el conjunto de la sociedad, a las familias y a los alumnos, que entran en el aula con una motivación o una desmotivación que determinan su rendimiento escolar. Por eso, al analizar los problemas del sistema educativo, las cuestiones clave desbordan el marco estrictamente escolar: ¿Hasta cuándo podemos seguir apostando por un modelo económico y social tan poco sostenible? ¿Qué pasará si entra en crisis? ¿El sistema educativo ha de adecuarse a las demandas inmediatas del sistema productivo o ha de proponer otro tipo de modelo social, mucho más sostenible, cohesionado y equitativo?
(Publicado en Cuadernos de Pedagogía, nº 369, Junio, 2007, pp. 84-88)
NOTAS
1) Estruch, J. (2006), «Los objetivos educativos de la Unión Europea: Europa avanza poco, España retrocede», Trivium, nº4, Febrero. Comisión.Europea. (2005), Progress Towards the Lisbon Objectives in Education.
http://europa.eu.int/comm/education/policies/2010/doc/progressreport05.pdf
2) «El 72% de los hijos de obreros deja de estudiar tras la ESO», El País, 27.04.06
3) OCDE (2005), Panorama de la educación, MEC-Santillana., p. 306.
4) «El mercado laboral rechaza a las chicas con fracaso escolar, pero acepta a los chicos», El País, 19.02.02.
5) P. Franch y M. Perelló (2005), «El Batxillerat a les Illes Balears», Anuari de l’educació de les Illes Balears, Universitat de les Illes Balears.
6) World Economic Forum (2006), The Lisbon Review.
7) Círculo de Economía (2006), Educación: la gran prioridad, Barcelona.
8) «A los empresarios les preocupa la formación y los valores de los jóvenes», El País-Cataluña, 22.11.06.
9) «Las capas medias se diluyen», La Vanguardia, 3.12.06.
10) OEDT (Observatorio Europeo de las Drogas y las Toxicomanías) (2005), Informe anual.
El autor es Catedrático del IES Jaume Balmes, Barcelona