En octubre del año pasado, falleció en Valparaíso Alejandro Segovia, antiguo militante comunista. En 1972, mientras trabajaba en el Departamento de Cine y TV de la CUT, junto a su amigo Carlos Fenero y un pequeño equipo, rodó el documental Un verano feliz sobre los balnearios populares en el gobierno de Salvador Allende. La cinta […]
En octubre del año pasado, falleció en Valparaíso Alejandro Segovia, antiguo militante comunista. En 1972, mientras trabajaba en el Departamento de Cine y TV de la CUT, junto a su amigo Carlos Fenero y un pequeño equipo, rodó el documental Un verano feliz sobre los balnearios populares en el gobierno de Salvador Allende. La cinta pudo haber corrido similar suerte que las que las hordas uniformadas redujeron a cenizas en Chilefilms tras el 11 de septiembre. Segovia era director de radio Caupolicán y estuvo detenido en Valparaíso. De regresó en su casa, en Playa Ancha, su vivienda había sido allanada. Se encaminó al patio y en un saco papero escondió el filme.
Revisar las imágenes de Un verano feliz es asistir al registro de una experiencia social. Con esos balnearios se ejecutaba la Medida Nº 28 del Programa de la Unidad Popular, que prometía el turismo para aquella mayoría que desconocía qué eran unas vacaciones.
La locación escogida para el filme fue Rocas de Santo Domingo. Ni Segovia ni los miembros del equipo imaginaron que el ejército ocuparía las cabañas destinadas al descanso obrero y las transformarían en un campo de adiestramiento para la naciente Dina, y luego en centro de detención.
En noviembre pasado la Fundación por la Memoria de San Antonio logró que el Consejo de Monumentos Nacionales declarara patrimonio histórico ese lugar, evitando su venta por el ejército. El lugar se transformará en un Parque de la Memoria.
LOS BALNEARIOS
En 1971, el municipio de Rocas de Santo Domingo transfirió a la Corporación de Mejoramiento Urbano, hoy parte del Ministerio de Vivienda y Urbanismo, las trece hectáreas adyacentes a la llamada Playa Norte de Marbella. El objetivo era habilitar uno de los catorce balnearios populares que se emplazarían en el litoral central.
«A pocos días de asumir el gobierno de Allende, el ministro de la Vivienda, Carlos Cortés, solicitó al arquitecto Renato Hernández Orrego, de la División de Planificación del Equipamiento Comunitario, un proyecto destinado a la construcción de una red de balnearios populares a lo largo del país. Así fue como se buscaron localizaciones en las mejores playas, aprovechando la disponibilidad de terrenos en poder de Bienes Nacionales», cuenta Miguel Lawner, arquitecto y ex director del ente estatal, en su texto «La demolición de un sueño», presentado al Consejo de Monumentos Nacionales en enero de 2014.
En los terrenos se construyeron cabañas con paneles prefabricados de pino insigne, que tenían forma de A y hospedarían de seis a ocho personas. «La familia nuclear en ese tiempo era más numerosa», señala Lawner. Los balnearios albergarían hasta 500 personas. Cada grupo podía veranear dos semanas mediante un pequeño aporte.
A fines de 1971, los balnearios estaban listos para funcionar. Continúa Lawner: «El Minvu entregó la administración de los balnearios a la Dirección de Turismo (hoy Sernatur), entidad que los dotó con equipamiento interior. También participó en este programa la Consejería Nacional de Desarrollo Social, que seleccionó los equipos de monitores encargados de dirigir las actividades de niños y adultos y organizó las presentaciones de grupos artísticos y culturales». Si bien el propósito era transferirlos a la CUT, esto no fue posible. El golpe se interpuso. Tan sólo dos temporadas alcanzaron a durar estos centros de veraneo.
LA PELICULA
Hacia 1971, Carlos Fenero estaba a cargo del Departamento de Cine y TV de la CUT, que contaba con los equipos y técnicos necesarios. «Ibamos todas las semanas a los sindicatos a dar películas. Había realmente acceso a la cultura», cuenta Fenero. En 1972 su antiguo compañero de liceo Alejandro Segovia se le acercó para proponerle realizar una película sobre los balnearios populares. Segovia había trabajado como asistente de producción en películas de Aldo Francia.
La historia era sencilla. Mostrar cómo un obrero y su familia podrían gozar de vacaciones. Conseguido el visto bueno de la CUT, las escenas se rodaron en Textil Progreso, que se encontraba estatizada.
Después de las escenas realizadas en la fábrica, el equipo enrumbó a la costa. El lugar escogido fue Santo Domingo, porque el padre de Segovia residía en San Antonio. El equipo podría pernoctar allí. Había otro factor: eran los obreros textiles los que veraneaban en ese balneario. Los cineastas llegaron junto a delegaciones de Progreso y Sumar.
El documental muestra a una familia obrera aprovechando los beneficios del balneario: las cabañas, los juegos para niños con instructores, el policlínico, el almuerzo y la cena a cargo de un equipo de dietistas (para que los obreros sólo se preocuparan de descansar) y las veladas nocturnas, con números artísticos realizados por los mismos veraneantes.
El rodaje tomó quince días. Fenero rememora: «El primer día, cuando había tertulias familiares con fogatas, tuve que decirles quiénes éramos y en qué andábamos. Y les pedimos colaboración. La gente aplaudió. Fue muy lindo», señala mientras recuerda que entre esos hombres y mujeres había quienes no sólo vacacionaban por primera vez, sino quienes no conocían el mar.
De regreso en Santiago, la película fue montada en veinte días. Alejandro Segovia decidió añadirle música. Se escuchan las voces de Víctor Jara, Los Blops y Charo Cofré. Un verano feliz fue estrenada en el auditorio de la Universidad Católica de Valparaíso. Luego sería mostrada en el cine Bandera de la capital, en los programas que la CUT realizaba en convenio con Chilefilms.
Tras el golpe, el balneario popular fue ocupado por el regimiento de Tejas Verdes para sus crímenes.
TORTURAR Y ASESINAR
Los balnearios fueron repartidos cual «botín de guerra», dice Miguel Lawner, entre las ramas de las fuerzas armadas. La Armada y la Fach hicieron lo suyo en Puchuncaví y Ritoque, que fueron empleados como campos de prisioneros.
El sitio de Rocas de Santo Domingo fue campo de adiestramiento de la Dina. Luego fungió como centro de detención, tortura y asesinato. Posteriormente allí también vacacionaron militares y sus familias.
Ana Becerra, presidenta de la Fundación por la Memoria de San Antonio, estuvo dos veces detenida en ese lugar. «La información sobre Santo Domingo ha sido difícil de recopilar porque los sobrevivientes han sido pocos. Este fue un lugar de exterminio. No está siquiera en el Museo de la Memoria», señala. Esa fue la razón por la que la agrupación de ex presos políticos y sobrevivientes comenzó, a fines de los años 80, a recabar información.
LA RECUPERACION
En 1982, desconociendo la cesión previa a la Cormu, la municipalidad de Santo Domingo transfirió el predio a la CNI.
En noviembre de 2013, las cabañas fueron demolidas por el ejército. La Fundación por la Memoria se propuso recuperar el predio para transformarlo en un Parque de la Memoria. Apoyados por organizaciones de derechos humanos de todo Chile, así como por Miguel Lawner y el periodista Javier Rebolledo, autor de El despertar de los cuervos (Ceibo, 2013), presentaron la solicitud para declarar el lugar como monumento histórico, en enero de 2014. En octubre el ejército argumentó que el predio sería enajenado para construir una población militar en Porvenir, Región de Magallanes. En agosto, el municipio de Rocas de Santo Domingo había rechazado similar petición, ya que el terreno «no tiene la connotación que se describe» sino que es una «apacible zona destinada a Parque de la Naturaleza, patrimonio natural y ecológico de nuestra comuna, conteniendo el humedal más importante de la zona central de nuestro país». La carta, dirigida al Consejo de Monumentos Nacionales, estaba firmaba por el alcalde Rodríguez Larraín.
Al ingresar hoy al recinto, constatamos que sólo quedan como vestigios el piso de baldosa plástica de algunas salas. O los dos peldaños que permitían acceder a las cabañas. O los pilares. Para Ana Becerra la demolición es «la destrucción de la evidencia» y tiene que ver con el encausamiento del coronel (r) y ex alcalde Cristián Labbé y el desafuero del diputado Rosauro Martínez (RN).
En noviembre pasado, el Consejo de Monumentos Nacionales, por 13 votos contra 1, decidió declarar el terreno como Patrimonio Histórico. Una decisión que incluso sorprendió a los solicitantes.
Para Ana Becerra, el objetivo es construir una escuela de derechos humanos y, en lo que resta del predio, un espacio para la creación. «No sacas nada con decir ‘Nunca más’. Esa frase es vacía si no va acompañada de educación sobre los derechos humanos en su amplitud».
El próximo viernes 13 de marzo, la Agrupación de Derechos Humanos de San Antonio exhibirá Un Verano Feliz en el Centro Cultural de dicho puerto, y realizará un conversatorio entre algunos de los entrevistados en esta nota.
FELIPE MONTALVA
Desde San Antonio
Publicado en «Punto Final», edición Nº 823, 6 de marzo, 2015