Los acontecimientos de los últimos meses, desde el 22M hasta el resultado de las elecciones europeas de mayo, han abierto de par en par la puerta de la ilusión, una ilusión de cambio que despertó en una gran parte de la sociedad en los días previos a las elecciones municipales de 2011, con el 15M. […]
Los acontecimientos de los últimos meses, desde el 22M hasta el resultado de las elecciones europeas de mayo, han abierto de par en par la puerta de la ilusión, una ilusión de cambio que despertó en una gran parte de la sociedad en los días previos a las elecciones municipales de 2011, con el 15M.
A lo largo de este periodo hemos asistido a un cuestionamiento social, como nunca antes, del régimen surgido de la Constitución del 78 y de sus instituciones, hasta el punto de intuirse la posibilidad de una alternativa real al bipartidismo. Este creciente estado de opinión nos devuelve el debate sobre la toma del poder y las formas de conseguirlo. Existe la tendencia a equiparar poder e instituciones, como si aquellos que realmente deciden estuvieran sentados en un sillón de concejal, alcalde, diputado o ministro.
Sin embargo, la realidad nos muestra lo inocente de esta visión, ya que se toman más decisiones sobre lo común en los consejos de administración que en las instituciones públicas. Es por ello que no debemos engañarnos y es obligado situar en su justa medida el acceso a las instituciones, un paso más en el proceso de toma de poder. Aun en el caso de que una fuerza política alternativa consiguiera una victoria electoral, el verdadero reto consistiría en ser capaz de llevar a cabo medidas rupturistas con el entramado neoliberal y mantener ese poder en unas condiciones de enfrentamiento abierto con el poder económico y mediático que se le opondría. Es aquí donde entra en juego el otro elemento imprescindible de la toma de poder, la movilización social. El apoyo social necesario para sostener ese gobierno requiere de un alto grado de concienciación y solidaridad entre la mayoría de la población.
Analizados ambos elementos, el político y el social, se advierte que es imprescindible que compartan estrategia y se alimenten recíprocamente. Y, desde este punto de vista, no existe actualmente ninguna organización o conjunto de organizaciones, políticas o sociales, que puedan llegar a ser hegemónicas por si solas para alcanzar el poder en toda su magnitud. Sólo la unidad y confluencia de intereses entre las organizaciones sociales, políticas y la mayoría de la población puede aspirar a la victoria de la sociedad frente a los poderes económicos. Es la asunción de esta idea, aunque sea parcialmente, la que está haciendo que se reproduzcan por todo el país experiencias de unidad y empoderamiento ciudadano, que siendo diferentes, comparten el mismo objetivo.
Sin embargo, la unidad nos recuerda a esa entelequia que se repite desde multitud de intereses cada vez que se aproxima una cita electoral sin que el debate vaya más allá de la suma de siglas o las posiciones al conformar una lista. El error que se comete es intentar una unidad artificial, creada en un despacho y sin reflejo real en la calle. La unidad deseable, duradera y transformadora sólo puede venir tras un proceso de trabajo conjunto, de colaboración sincera entre el conjunto de fuerzas sociales, políticas y ciudadanía que pretendan dar respuesta a las necesidades de la mayoría de la población. Y ese trabajo requiere de un elemento vertebrador: las aspiraciones comunes, las medidas que trasformen nuestra realidad, es decir, el programa.
Un buen ejemplo de ello son las recientes Marchas de la Dignidad. El éxito de esta movilización va más allá del esfuerzo y la dignidad de los caminantes, más allá de la concentración de centenares de miles de personas demostrando su fuerza por las calles de Madrid. El éxito, y la novedad, radicó en la vertebración por todo el estado de espacios de colaboración entre colectivos y ciudadanos, habitualmente distantes y recelosos, que trabajaron durante meses por un ideal y unas reivindicaciones comunes. Y actualmente son la herramienta de poder popular más palpable que podamos encontrar.
El camino, por tanto, para sumar una presencia institucional fuerte y con posibilidad de cambio, coordinada con una movilización creciente en la calle, debe ser aunar voluntades contra el bipartidismo, por la ruptura con un régimen neoliberal que ha demostrado no ser capaz de satisfacer nuestras más elementales necesidades. Este proceso deberá hacer frente a los obstáculos que plateen tanto las oligarquías que detentan el poder como el oportunismo que aparece camuflado en tiempos convulsos. Y deberá demostrar que es posible un avance social generoso, amplio y plural basado en la confianza en quien trabaja a tu lado y que aglutine a la mayoría que vive y sufre los efectos de este sistema que nos despoja de unas condiciones de vida dignas.
En Jaén vivimos una situación de emergencia social que no admite dilaciones ni «juegos de tronos» electoralistas. El grado de empobrecimiento y desesperación de una gran parte de nuestra sociedad reclama pasos audaces, asumir responsabilidades entre todos y avanzar hacia el empoderamiento ciudadano por la vía del trabajo sobre el programa. Un programa común y de mínimos que, siendo conscientes de la realidad económica del Ayuntamiento y los impedimentos legales actuales (Ley de Racionalización y Sostenibilidad de las Administraciones Locales) y futuros (modificaciones de la Ley Electoral) derivados de las políticas oligárquicas de la UE y de la modificación del artículo 135 de la Constitución, que PP y PSOE llevaron a cabo en 2011, recoja medidas factibles y no vanas promesas que caigan en saco roto.
Para ello, el próximo jueves 2 de octubre, el Frente Cívico de Jaén ha convocado una Asamblea Ciudadana. La propuesta es clara: crear un espacio común de debate y trabajo para elaborar un programa de medidas que den respuesta real y urgente a las necesidades de los jiennenses. Esta Asamblea necesita de la participación de todos: de movimientos sociales que aporten contenidos programáticos claros y cercanos a la realidad, de las asociaciones que están en contacto con todos los aspectos de la vida de la ciudad, de las organizaciones políticas que contribuyan con experiencia y capacidad de trabajo desinteresada y de una ciudadanía consciente que esté dispuesta a coger las riendas del gobierno de la ciudad para sí misma. Hay que ampliar y encontrar los cauces para la participación de todo el espectro social para verdaderamente aspirar a crear un contrapoder y no limitarnos a la, luego decepcionante, victoria electoral.
De lo que no se trata es de una reunión para unir partidos o pelearse por puestos en una lista. Dejémosle esas cuestiones a los intereses subalternos, por acción u omisión, al bipartidismo. Si la Asamblea, soberanamente y cuando el trabajo programático se convierta en toma de conciencia ciudadana, decide que la opción electoral es el mejor camino para alcanzar su objetivo, bienvenido sea. Pero sin olvidar que el fin debe ser mantener una entidad autónoma que, con la participación de todos pero sin control de nadie, elabore un programa de mínimos factible y controle su ejecución por parte de aquellos que detenten la representación en las instituciones.
El momento es propicio y la oportunidad histórica. El trabajo local es necesario por ser el eslabón más débil de la política institucional centralizada y donde menor es el control de los aparatos. Y por ello es más sencilla la participación directa, cotidiana de la ciudadanía. Queda por ver si estamos todos a la altura y aprovechamos las condiciones para hacer algo nuevo, sincero y generoso. No sólo es «ganar» sino «mantenerse», recuperar el poder para el pueblo y que éste sea soberano. Construir un espacio autónomo de debate y toma de decisión, que se prolongue más allá de las municipales de 2015, es una necesidad que no acepta demoras ni intereses alejados de la toma de poder popular.
Manuel Montejo López. Frente Cívico «Somos Mayoría» Jaén.
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