Aquel día de primavera de 1931 los reclusos de El Dueso, cerca de Santoña, en la costa cantábrica, se agitaban inquietos. Hartos de pasar hambre y de vivir hacinados entre una suciedad extrema, todo parecía indicar que estallaría un motín. La nueva directora de instituciones penitenciarias acababa de llegar y tenía ante sí una estampa […]
Aquel día de primavera de 1931 los reclusos de El Dueso, cerca de Santoña, en la costa cantábrica, se agitaban inquietos. Hartos de pasar hambre y de vivir hacinados entre una suciedad extrema, todo parecía indicar que estallaría un motín. La nueva directora de instituciones penitenciarias acababa de llegar y tenía ante sí una estampa impresionante. Una fortaleza con amplios muros y torretas, llena de convictos violentos y encaramada en un acantilado sobre la playa de Berrio. Tomó una decisión. Convocó a los presos en el patio, subió a una plataforma y se dirigió a ellos: «Señores, la República posee medios sobrados para obligarles a deponer su actitud y acabar con esta situación. Pero espero que tiren las armas al suelo». Minutos después todos habían obedecido.
Aquella mujer era Victoria Kent (1892-1987), una de las grandes figuras políticas de la Segunda República, y también una de las menos conocidas. Sólo hoy, veinte años después de su muerte en Nueva York, cuenta con una biografía fuera del circuito universitario. El periodista e historiador Miguel Ángel Villena (Valencia, 1956) ha escrito Victoria Kent. Una pasión republicana (Debate), un retrato documentado del carácter enérgico de una mujer pionera (implantó una reforma revolucionaria del sistema penitenciario) que quizá es más conocida por haber apoyado aplazar la concesión del voto a las mujeres en las elecciones generales de 1933. Muchos creyeron entonces, como Kent, que el voto femenino, considerado tradicionalmente conservador, decidiría el triunfo de la derecha, y así sucedió efectivamente.
Un personaje aislado
Decisiones como aquélla condujeron a que Kent fuera encasillada como un personaje fastidioso, de una independencia aislante. Tras la caída del Gobierno constitucional, tuvo que huir a París, donde vivió escondida, con miedo a que los colaboracionistas pudieran localizarla. De allí pudo escapar de nuevo y viajó a México, y más tarde a Nueva York, un lugar alejado del exilio republicano, donde se refugió definitivamente. Kent demostró una vez más la solidez de sus convicciones, irritante para muchos, años después, en 1977. Al iniciarse la transición, volvió a España, pero su partido, Acción Republicana Democrática Española (ARDE), era ilegal, así que por principios decidió abandonar el juego político y hacer las maletas para regresar definitivamente a Nueva York.
Escorada en tierra de nadie, su legado ha quedado desvanecido y sólo dos tesis universitarias casi inencontrables se han ocupado de su vida. «Hubo una operación sistemática para borrar su huella. Incluso se cambió la referencia a su nombre del chotis de Celia Gámez. Ha sido complicado seguir las huellas de Victoria Kent», reveló el periodista ayer, durante la presentación de la biografía, en Madrid. Al acto también asistieron tres sobrinos nietos de la republicana malagueña.
Hace tres años y medio, Villena sintió curiosidad por la figura de Kent y acudió a la Biblioteca Nacional. Quedó asombrado al comprobar que la bibliografía sobre aquella mujer, que fue la primera inscrita en el Colegio de Abogados y que ocupó un cargo decisivo en el Gobierno de Azaña, se reducía a un par de títulos. «Era increíble, Kent es una de las figuras más importantes de la historia de España. Fue un modelo de honradez, coherencia y dignidad. No se merecía permanecer en el olvido», reflexionó Villena.
«Se debatió entre los principios y la oportunidad», consideró ayer la novelista Almudena Grandes, en referencia al episodio más conocido de la vida de Kent. «Entonces [en 1931] escogió la oportunidad sobre los principios. Era consciente de la oportunidad de oro que tenía este país. Sus cálculos fueron irreprochables» -añadió Grandes- «quizá si se hubiera aplazado [el voto femenino], las mujeres podrían haber votado muchas más veces; e incluso los hombres».