Recomiendo:
0

El deporte moderno no tiene nada que ver con el juego o el goce sino que más bien refleja las limitaciones y la ideología de la sociedad capitaista.

Una carrera hasta el fondo

Fuentes: Socialist Worker

Traducido para Rebelión y Tlaxcala por Àngel Ferrero

Esta semana comienzan los JJ.OO. de Pekín en China. Será lo más destacado en otro sobrevalorado «verano del deporte» que se nos anima a ver y disfrutar.

Para millones de personas el deporte proporciona una válvula de escape a la realidad del día a día. Proporciona algo con lo que pueden identificarse, ya se trate de un equipo o de un atleta individual, en un mundo en el cual estamos cada vez más aislados los unos de los otros. Pero la realidad es que los Juegos Olímpicos son un acontecimiento controlado por las grandes corporaciones. La esponsorización para los juegos de Pekín es el doble de la de los juegos de Sidney en el 2000 y el triple de los de Atenas en el 2004.

Las autoridades de la ciudad de Pekín se han puesto en guardia y multado cualquier anuncio que no perteneciera a los patrocinadores de los juegos. El gasto en vallas publicitarias y otro tipo de publicidad exterior ha alcanzado los 2’7 mil millones de dólares. McDonalds proporcionará el principal comedor de las Olimpiadas en Pekín, y Coca-Cola será la bebida oficial de los juegos.

Mientras tanto, se ha alentado a un millón de obreros inmigrantes a abandonar la ciudad. Nada nuevo: los rusos limpiaron Moscú de disidentes en 1980. Cuatro años más tarde, los americanos sacaron de Los Ángeles a todos los sin techo de la ciudad. Los gitanos de Barcelona fueron expulsados de las zonas designadas olímpicas en 1992.

Cuando las protestas contra el trato que China reserva al Tíbet recibieron a la llama olímpica en Londres y otras ciudades, apareció la consigna: «mantened la política fuera del deporte.» Pero la política siempre ha sido parte de los Juegos Olímpicos.

Infamias

El ejemplo más notorio fueron los juegos de 1936 en Berlín, utilizados por Adolf Hitler para exhibir al Tercer Reich. En 1968 los gobernantes mexicanos ordenaron la masacre de estudiantes en protesta en vísperas de la apertura oficial de los JJ.OO. La Unión Soviética consiguió los juegos de 1980 solamente después de amenazar con retirarse del Comité Olímpico Internacional. Los EE.UU., alentados por Margaret Thatcher, lideraron un boicot en protesta por la invasión rusa de Afganistán. El bloque soviético respondió a su vez boicoteando los juegos de Los Ángeles.

Pero la política no es sólo central a los JJ.OO. Modela todo el deporte. El deporte se nos presenta como algo tan viejo como las montañas. Pero es un producto del capitalismo.

Durante la mayor parte del tiempo que los seres humanos han vivido sobre el planeta no han tenido ninguna ni la más remota idea de lo que hoy llamamos deporte moderno. En las sociedades anteriores a la división de clases los humanos cooperaban juntos para asegurar su existencia. El ejercicio físico era una realidad diaria más que algo separado del proceso productivo.

En los Juegos Olímpicos de la Antigüedad clásica se celebraban ceremonias religiosas, incluyendo sacrificios, y competiciones militares entre «atletas» representantes de las diferentes ciudades-estado de Grecia enfrentadas. No tenían nada que ver con el deporte tal y como hoy lo conocemos.

Algunas actividades relacionadas con balones se han estado practicando durante siglos en Japón y en China, pero se trata de rituales budistas. Entre los americanos nativos se «jugaba» al lacrosse como una forma de entrenamiento militar.

Los «juegos» de pelota medievales o preindustriales en el Reino Unido eran mêlées, empleadas para reforzar los vínculos parroquiales o de cualquier otra naturaleza, más que una competición jugada entre pueblos o entre habitantes de un mismo pueblo. No existía ninguna distinción entre los espectadores masculinos y los participantes, y las reglas eran inexistentes.

Hasta la fecha no hay ninguna prueba que conecte estos acontecimientos a juegos modernos como el fútbol o el rugby.

Se dice que el fútbol es el deporte más popular del mundo. Se desarrolló como un juego popular en este país durante la segunda mitad del siglo XIX: el tiempo libre de los sábados por la tarde lo convirtió en un deporte popular. Una cuarta parte de los clubes de las cuatro ligas principales de fútbol fueron fundados por iglesias, deseosas de aumentar su influencia en los nuevos barrios obreros.

Los industriales rápidamente promocionaron el deporte. El Arsenal estuvo compuesto de trabajadores de la Royal Arsenal de Woolwich. Otros clubes cuyos orígenes se encuentran en equipos de trabajo incluyen al West Ham United (Thames Iron Works [trabajadores metalúrgicos]), Manchester United (Lancashire & Yorkshire Railway [trabajadores ferroviarios]) y el Southampton (Woolston shipyard [astilleros]). El Sheffield Cutlers [los chuchilleros de Sheffield] se convirtió en el Sheffield United.

La regulación en el puesto de trabajo se reflejaba en el campo de fútbol. Los períodos de tiempo para las competiciones se establecían y medían cuidadosamente gracias a cronómetros cada vez más sofisticados. La división del trabajo en los equipos se tradujo en la división de los jugadores en posiciones específicas que habían de poseer una destreza especializada, en oposición a una formación general. La división entre ganadores y perdedores no tenía ninguna ambigüedad: era clara, indiscutible y absoluta. De este modo se integraron las jerarquías en el deporte.

La competición es un elemento central del capitalismo y afecta a todo tipo de actividad humana, desde las relaciones sentimentales y sociales al juego. La competición caracteriza por encima de todo al deporte. No hay deporte sin competición: sería contradictorio. El deporte representa la tiranía de las máquinas -el reloj y las reglas arbitrarias- sobre el esfuerzo humano.

Así pues, bajo el capitalismo, el deporte fomenta el tratar de ser siempre el primero, derrotar a con quien se compite y hacerlo mejor que los demás y establecer un nuevo récord. El entrenamiento es el trabajo pesado del deporte y es cada vez más inhumano.

Los deportistas son retratados como hombres y mujeres libres e iguales. De acuerdo con esta idea, compiten en condiciones de igualdad y luego se les clasifica según su rendimiento. El héroe de esta ideología es el hombre o la mujer «hecho a sí mismo», que logra mejorar sobre la base de su propio mérito y mediante sus propios esfuerzos. La lección es que cualquiera puede llegar a lo más alto. Pero la realidad es otra muy diferente.

Los adolescentes que alcanzan la categoría de futbolistas profesionales no son necesariamente los «mejores» jugadores, ni tampoco los que tienen más talento. Son los que a menudo están más preparados para aceptar la disciplina férrea y el entrenamiento intensivo que se les exige y que distorsiona sus cuerpos en el proceso. El consumo de drogas se generaliza en el momento en que los atletas tratan de ir más allá de sus límites físicos naturales. La actividad física ha sido separada del juego y del goce. No habrá ningún «juego» en los Juegos Olímpicos. Nadie ha ido para jugar, sino para competir y ganar.

El nacionalismo es otra de los vectores que atraviesan al deporte, y lo será de nuevo en los Juegos Olímpicos, tanto como lo fue en la Copa del Mundo. El deporte ha sido utilizado frecuentemente como una herramienta del imperialismo. CLR James, el marxista de Trinidad, demostró cómo el cricket fue empleado por los ingleses en la India como herramienta para propagar las ideas fundamentales para el mantenimiento de su dominio colonial.

El papel del ejército

La gimnasia se desarrolló en Alemania como un intento consciente por entrenar a los jóvenes para el servicio militar. Los modernos Juegos Olímpicos fueron inventados por el Baron Pierre de Coubertin, quien creía que el deporte era algo básico para ganar las guerras.

El deporte se nos vende como una válvula de escape a las tensiones de la vida diaria, y mucha gente a pie de calle lo ve así. Examinemos el papel del «entretenimiento» bajo el capitalismo, y la realidad del trabajo.

Vivimos en una sociedad donde tenemos que vender nuestra fuerza de trabajo para vivir. El trabajo se convierte en algo que domina nuestras vidas, que no controlamos, creando un sentimiento de éxito evanescente o nulo. En este marco, el tiempo de trabajo se va separando, cada vez más, de una manera profunda y hostil del tiempo de ocio. Le damos un enorme valor a nuestro tiempo «libre». Pero el tiempo «libre» no es libre, sino que depende y es modelado por el mercado.

Como argumenta el marxista estadounidense Harry Braverman, «la tarea de llenar el tiempo fuera del trabajo también ha pasado a depender del mercado, que desarrolla hasta niveles masivos todo tipo de distracciones y entretenimientos pasivos y espectáculos que encajan en las circunstancias limitadas de la ciudad y son ofrecidos como sustitutos de la vida misma.»

El papel de las empresas

«Desde que se han convertido en los medios para llenar todas las horas de tiempo «libre», surgen por doquier las instituciones corporativas, las cuales han transformado todos los medios de entretenimiento y «deporte» en parte del proceso de producción para la acumulación de capital.»

Añade Braverman: «así, la iniciativa se convierte en un capital que, incluso cuando el esfuerzo es hecho por uno u otro sector social para buscar su propio camino hacia la naturaleza, el deporte o el arte a través de su actividad personal o de la innovación amateur o underground, es rápidamente incorporado al mercado tan pronto y de manera tan completa como sea posible.»

El deporte como lo entendemos hoy es un producto del capitalismo, modelado por todos los prejuicios y limitaciones que existen en la sociedad. No ha tenido ni tiene un desarrollo natural.

En un mundo en el cual controlásemos nuestras vidas y fuésemos uno con el medio ambiente, disfrutaríamos del acto de nadar en el mar o de escalar montañas tanto como de leer un libro, ayudar a construir una casa o plantar árboles. La actividad física se liberaría de las limitaciones de la competición.

La emancipación humana no se producirá gracias a 22 hombres jugando a fútbol, observados por 50.000 espectadores y millones más a través de la televisión. Ni tampoco lo hará con hombres y mujeres nadando con denuedo en una piscina olímpica, compitiendo los unos con los otros, y todos contra el reloj.

Las actividades físicas recreativas y el juego deberían significar el disfrute del propio cuerpo, de la compañía humana y del medio ambiente. Y el deporte no proporciona nada de eso: se trata de competir y obedecer reglas arbitrarias. Una preparación ideal para el proceso productivo capitalista.


Enlace original: