Finalizando la Edad Media dos coronas europeas, Castilla y Portugal, fueron adelantadas en la expansión ultramarina. La primera, buscando la ruta alternativa para traficar con Oriente, tropezó con un enorme continente que ignoraba. La segunda fundó factorías en la costa africana.
Castilla halló en América dos sociedades plenamente excedentarias, en los futuros México y Perú, con agricultura protagónica y copiosa producción de plata, las conquistó y abusó de sus gentes para el beneficio minero. Atroz explotación y enfermedades exóticas desencadenaron la hecatombe demográfica, no por defunción, pues todos los originarios eran mortales, sino porque las mujeres se negaron a parir y reponer a los difuntos. Para substituirlos los agresores cazaron nativos de naciones autosuficientes, recolectores cazadores que señoreaban el 80% del ámbito, o consumieron millones de esclavos africanos saqueados desde los enclaves lusos.
Durante tres centurias Castilla y después otras coronas europeas controlaron menos del 20% continental, permitiendo que en el enorme resto siguieran viviendo o resistiendo dichas naciones autosuficientes, según los castellanos «sin Dios, rey, ni ley» y sociedades cimarronas, alternativas, nuevas y resistentes, entrevero de originarios o africanos huyendo de la servidumbre y europeos, mujeres y jóvenes en primer lugar, reprobando la nueva civilización tan coercitiva, hasta para ellos.
El panorama empezó a mudar notablemente hace 200 años; repúblicas hijas de la llamada Independencia, en el Norte o en el Sur, iniciaron la expansión más allá de lo que fue la frontera colonial. De ellas los USA devinieron bien pronto, uno de los estados más imperialistas, con una salvedad, durante su primera centuria no agredieron tierras ultramarinas sino que arremetieron con ensañamiento el territorio al oeste de su límite inicial, los Apalaches, masacrando a casi todos los naturales y a la fauna de la que se abastecían. Espanto que pronto fungió como epopeya germinal de su Historia Sagrada y por largo tiempo argumento de muchos films de trama heroico patriótica. El expolio fue, al principio, más lento en el resto de América, pero si la masacre en el Yucatán implicó la venta de los prisioneros mayas a Cuba, Argentina o Chile exterminaron a quienes poseían Tierra de Fuego o Patagonia. Sobre la felonía puede y debe consultarse Menéndez. Rey de la Patagonia (Losada, 2014) de José Luis Alonso Marchante. En la actualidad se está cometiendo la aniquilación de los últimos vestigios en la Amazonía.
Para laborar en las regiones usurpadas y despobladas se apeló a muchas y diversas vilezas, mientras en Brasil o la Cuba española todavía se valieron de esclavos africanos hasta casi finales del XIX, en comarcas templadas predominaron moradores ahuyentados de Europa por la revolución burguesa, del final de la propiedad comunal a la revolución industrial, o del Próximo Oriente por el declive del Imperio Otomano y en las tropicales se explotó a nuevos siervos de varias procedencias China, India o Polinesia.
La magnífica aportación de Mario Amorós sobre la isla de Pascua resulta un compendio de cuanto acabo de decir *. Si, como doquier, los jerarcas, políticos o no, llamaron a los nativos flojos, bárbaros, rebeldes o inmorales, asombra su cultura tan armónica, extraordinaria o compleja, aún como doquiera. El elemento más espectacular son los 887 moái, enormes estatuas megalíticas, pero habían creado una escritura, aún no descifrada, sobre tablillas que, por cierto, quemaron misioneros tachándolas de sacrílegas, como ya perpetró, 1562, el obispo Diego de Landa con los códices mayas en Yucatán o, cuando el Gobierno chileno intentó comprar la tierra, le contestó el responsable «la tierra no es mía, la tierra es de toda la gente y yo sólo la cuido para ellos». El abyecto trato padecido por los isleños supuso que su civilización pudiera considerarse extinguida hacia 1862.
La isla, volcánica, una de las casi 25.000 que boyan en el Pacífico la mayoría al mediodía del Ecuador, fue poblada por una colonización procedente de la Polinesia e incorporada al espacio occidental, 5.4.1722, al visitarla dos navíos holandeses.
El capitán Policarpo Toro de la marina firmó, 9.9.1888, con los responsables de la Isla la cesión a la soberanía chilena en un espurio Acuerdo de Voluntades. Y dos consorcios, la Compañía Merlet (1895-1902) y la Compañía Explotadora de la Isla de Pascua (1903-1953), quebrantaron el+ equilibrio usufructuando las tierras y atropellando y esquilmando a los nativos. La segunda, con más beneficio y permanencia era un tentáculo de la Williamson & Balfour, una transnacional de capital británico que depredaba en varios países americanos, del Canadá al Brasil o en África y Filipinas y con oficina en Valparaiso desde 1852, se dedicó en Rapa Nui a la ganadería para comerciar cueros y lana. Desde 1900, en su codicioso afán de incrementar su ya notable explotación ganadera encerró, a personas amantes de los espacios abiertos, en guetos, como había hecho poco antes el general Weyler con patriotas cubanos pensando derrotarles; abusó sexualmente de las mujeres; incendió cultivos o liquidó rebaños; recurrió a frecuentes iniquidades, en especial azotar con látigos o con una vara flexible de metro y medio terminada con una púa de hierro. Como pasó en las salitreras de Atacama, las víctimas debían comprar en la tienda de la Compañía, género malo y caro. El Estado chileno, escandalosamente, ni siquiera recibía el canon estipulado que debía aportar la Compañía.
De esta forma los isleños fueron esclavizados en su tierra o fuera de ella. Sufrió funestas expediciones, así una comandada por el catalán Juan Maristany Galcerán, 12.1862, que capturó a más de 200, luego transportados como los africanos. No fue el único transgresor del Principado en la zona, algún paisano suyo participó en el secuestro de chinos para venderlos en el Perú, donde en 1863, igual que éstos orientales, 1.408 originarios de Rapa Nui, un tercio de su población, penaban en plantaciones de caña o guaneras. Hay, de 1899, documentadas nuevas deportaciones a Chile.
Por supuesto los abusos generaron rechazos más o menos explícitos y el más conocido fue una revuelta, 1914, embebida de cristiandad milenarista pero exigiendo recuperar el uso de la tierra según reconocía el Acuerdo de Voluntades de 1888 y dirigida por una abuela impedida.
Jóvenes isleños que habían estudiado en Chile, especialmente muchachas, regresaron a Rapa Nui comenzando la década de los 60 del siglo pasado imbuidos de sus derechos civiles; impulsaron la organización de la comunidad y fomentaron deportes o la recuperación de la cultura autóctona y enviaron, 5.12.1964, una carta al Presidente, firmada por todos los isleños con más de 21 años, en la que denunciaban el régimen colonial perpetrado por la Armada, puntualizaban las13 cortapisas a la plena libertad y, 1.1965, empezaron victoriosas protestas y resistencias pasivas.
La isla se había incorporado, 1881, por el Acuerdo de Voluntades, a Chile y Santiago intentó venderla, 1937, a Alemania, Gran Bretaña o los USA para adquirir dos cruceros para su armada. Terminada la Segunda Guerra Mundial, cuando en otros continentes tenía lugar la descolonización, Rapa Nui siguió como colonia. Posteriormente, 1965-1970, albergó una base norteamericana con las secuelas imaginables y desde 2015 los originarios han emprendido una ofensiva jurídica a escala internacional ante la ONU y en una audiencia, 18.3. 2017 intentaron lograr la descolonización.
* Mario Amorós, Rapa Nui. Una herida en el océano. Historia y memoria de la opresión, Penguin Random House, Santiago de Chile, 2018, 331 páginas.
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