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Una corte para la violencia contra la mujer

Fuentes: OnCuba

Con solo 14 años compartió su historia frente a un grupo de desconocidos. Habló de la crudeza cuando se vive en un barrio pobre de Centro Habana, con tres hermanos menores  a su cuidado, la madre presa y una abuela casi invidente. En una corte de mujeres contra la violencia, Dayeisi Quevedo contó por primera […]

Con solo 14 años compartió su historia frente a un grupo de desconocidos. Habló de la crudeza cuando se vive en un barrio pobre de Centro Habana, con tres hermanos menores  a su cuidado, la madre presa y una abuela casi invidente.

En una corte de mujeres contra la violencia, Dayeisi Quevedo contó por primera vez que todo el tiempo se sentía triste, desprotegida, que prefería no haber estado consciente de nada.

«Cuando me hablaron de ir a testimoniar pensé en gente juzgándome o criticando a mi mamá por su pasado. Pero esta corte es diferente: allí nadie es condenado, al contrario, todos están para apoyarte. Yo era la más joven entre las personas que hablaron y al principio tuve vergüenza, pero poco a poco fui sintiendo confianza».

Las «Cortes contra la violencia patriarcal» son espacios simbólicos, coordinados por el grupo Galfisa del Instituto de Filosofía en La Habana, desde 2002, en conjunto con la Federación de Mujeres Cubanas y el Centro Memorial Dr. Martin Luther King, Jr.

Son un lugar donde comunican sus experiencias de vida personas que han sido víctimas de distintas formas de maltrato.

«Me saqué cosas de muy dentro: lo difícil que es pasar cuatro años en la cárcel sin saber qué están comiendo tus hijos, cómo se visten,  qué están haciendo. Dejé cuatro niños con mi mamá, una anciana débil visual  que vive de una pensión, la cual repartía entre pagar el refrigerador y comprar medicamentos.

«Mi familia sobrevivió gracias a la caridad de algunos vecinos que regalaban ropas, zapatos o algo para comer. Cada vez que alguno se enfermaba la vigilante del CDR era quien los llevaba al médico y cuidaba a la más chiquita», recuerda Damileysi.

La última de estas cortes fue en Centro Habana, actualmente el municipio más densamente poblado del país, donde las mujeres representan el 65 por ciento de la población total.

Allí, en medio de del deterioro de las viviendas, la prostitución desde edades tempranas, el hacinamiento, la contaminación ambiental y la drogadicción, se multiplican historias como la de Yolanda, Damileysi y Dayeisi; abuela, hija y nieta. Tres generaciones de cubanas que relataron cómo han vivido ellas en La Habana menos visible.

Damileisy fue madre desde la adolescencia, abusada por su padrastro, prostituta a los 16 años, luego adicta a las drogas. También recibió golpes y  todo tipo de humillaciones de la mayoría de sus parejas. Ante un tribunal simbólico lo contó todo.

«Participar en la corte y escuchar lo que han sufrido otras mujeres me sirvió para notar que nuestra historia era la más triste de todas y, a pesar de eso, la estamos superando. A mí me hizo bien contarlo , fue como tirar lo que había sufrido y empezar otra página. Pero sobre todo me dio constancia de mi fuerza», asegura.

Este proyecto del Instituto de Filosofía busca testimonios que involucren vivencias personales, para desde el individuo valorar los modos de vida en una comunidad. El acto de testimoniar presupone ser fiel a la verdad, pensando que la experiencia de una puede ser la de muchas. Como se ha visto: historias de pobreza, abusos, prostitución, drogas, prejuicios… pero también resistencias y superación personales.

«Nos proponemos divulgar voces de iniciativas y creación popular que enfrentan dificultades y degradación. Pretendemos mostrar experiencias cotidianas que promuevan la solidaridad, la equidad de género, la cooperación y, sobre todo, la integración social desde la diversidad», explica Georgina Alfonso, directora del Instituto de Filosofía. «Hemos desarrollado cortes en barrios como Los Sitios, Cayo Hueso, Colón, Dragones y Pueblo Nuevo», agrega.

«En cada uno de estos espacios ponemos en primer lugar todo lo que hace a estas mujeres y hombres crecer en su autoestima y dignidad».

Desde la primera corte en 2002, decenas de mujeres han compartido su historia en estos espacios. «Desde el principio se creó un clima de respeto y confianza hacia las testimoniantes. No invadimos su intimidad, dejamos que nos lleven hacia allí. Le brindamos toda la información que necesitan para tener la certeza de que no van a ser utilizadas para algo que desconozcan», explica la directora.

«En todos los casos se trabaja con mucha transparencia y se trata de personalizar la labor, no repetir o formalizar los métodos para obtener la información y también comprometer a las testimoniantes con el proyecto».

«El trabajo con los relatos es la parte más interesante y creativa del propósito. De ellos depende la efectividad de cada una de las etapas. Los alegatos se convierten en el eje central de todo el trabajo con ellas, donde se supera la noción de mujeres-víctimas para asumirse como sujetos sociales activos. No se busca victimizar sino reconocer las fortalezas y las maneras de supervivencia de las personas maltratadas. Esta ha sido la experiencia que hemos llevado a todos los espacios», comenta.

Después de compartir sus relatos más íntimos ante una audiencia pública  en Centro Habana, Yolanda, Damileysi y Dayeisi continuan sus vidas.  La abuela ayuda a cuidar a los cinco nietos. La madre, aunque siente que la cárcel deja una marca que muchos desprecian, muestra su fortaleza y trabaja cada día en una ponchera. Y Dayesi hoy estudia corte y costura. Dice que sueña un día con ingresar al Instituto Superior de Diseño y ser una gran diseñadora de modas.

Fuente: http://oncubamagazine.com/sociedad/una-corte-para-la-violencia-contra-la-mujer/