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Una cultura made in USA

Fuentes: Rebelión

Ya en un plano superficial se puede apreciar aquí cierta pérdida de identidad cultural de lo autóctono, para mostrar una tendencia hacia lo anglosajón y en especial al modelo que exporta USA. Es posible que esto sea debido a pasar por una fase de incapacidad creativa, lo que seguramente lleva a acogerse a cualquier referencia […]

Ya en un plano superficial se puede apreciar aquí cierta pérdida de identidad cultural de lo autóctono, para mostrar una tendencia hacia lo anglosajón y en especial al modelo que exporta USA. Es posible que esto sea debido a pasar por una fase de incapacidad creativa, lo que seguramente lleva a acogerse a cualquier referencia foránea para ir tirando. También pudiera ser el reflejo de la expresión real de ese sentido mimético, unido al culto a las modas, que las hace patrón de distinción entre los animados por el sentido de la novedad. Tal vez se trate de que el producto que se importa es superior en términos generales a la cultura de aquí -lo que resultaría dudoso si se analiza objetivamente-. Ofrece una perspectiva más verosímil que esta forma de orientar la vida colectiva en realidad no sea más que un producto comercial etiquetado con la marca made in USA, promovido por las multinacionales del sector de la información y la comunicación con la exclusiva pretensión de mejorar sus cuentas de resultados.

El producto mercantil dispuesto para promover el reemplazo cultural gira en torno a las imágenes, acompañadas de su cuota de sonido, porque es posible que así sean más efectivas. Si en un primer momento el cine, dado su mayor gancho sobre el texto escrito, pasó a ser el vehículo casi único para influir a gran escala en las masas, hoy se asiste a todo un arsenal visual servido en internet. Pese a ofrecerse un horizonte más amplio, esto no impide que la susodicha marca USA siga controlando el negocio en régimen de cuasi monopolio.

Los ídolos de la pantalla sirvieron e incluso hoy sirven de modelo a quienes aspiraron y aspiran a ser imaginativos sin originalidad. Salvo excepciones, esos personajes exclusivos -de los que hay a miles prácticamente idénticos, pero que, por gracia de su mentor ocasional y en interés del negocio, solo unos pocos destacan- eran y son simples productos comerciales prefabricados por una productora. En base a su imagen se aprovechaba para vender otras mercancías, ya fuera tabaco, whisky, armas o cualquier material del que las empresas USA eran líderes del mercado. Ahora la vieja doctrina continúa en vigor. Pese a un mundo que se dice algo más plural, se sigue vendiendo la idiosincrasia de aquella sociedad, es decir, violencia, mala comedia, supuesto bien-vivir y consumismo llevado al extremo, pero sobre todo, aprovechan para colocar películas  made in USA de todos los formatos. Las que, por otra parte, hay que comprar por decreto para que no se enfaden los amos del dinero y como consecuencia nos castiguen económicamente con aranceles. Cierto es que, hablando de los largometrajes, nos los imponen a veces a precio de saldo -para dar de comer al negocio local-, en el caso de los más manoseados, y otras, los llamados estrenos, puro engaño en base a la falsa imagen de cualquier protagonista de moda recién creado, para que el sufrido espectador de antes y ahora siga soñando con estar al día con la moda de vanguardia marcada por el país políticamente hegemónico. Y todos a callar sin rechistar porque lo manda el jefe, es decir, el dinero.

Si el cine norteamericano dejaba, y pudiera ser que hoy dejara, espacios libres para la creatividad vital, acabaron por cerrar todas las puertas la variedad de productos aportados por la industria de internet, puestos al servicio de la cultura de masas. Encerrados en redes virtuales y monopolios tecnológicos, los afectados creen vivir la libertad a través de una información y comunicación fluidas repleta de noticias baratas -las importantes se reservan a unos pocos y no están al alcance de cualquiera-, porque tal infraestructura tiene buena acogida, mientras al otro lado las escudriñan científicamente para estudiar nuevas formas de vender. Los mensajes, los iconos, las imágenes fluyen adelantándose a los deseos y marcan el camino a seguir. De manera que, primero, se piensa y se siente en clave USA y, luego, se compra los productos de sus multinacionales, porque están diseñados para satisfacer esas necesidades artificialmente creadas.

Aquí ya no queda nada que inventar, y menos crear, porque viene todo hecho, debidamente empaquetado y pagar un precio resulta mucho más cómodo que dedicarse a innovar. Si acaso, siguiendo esa misma línea de copiar lo de otros, queda lo de echar un vistazo cultural a Europa – en realidad al mercado alemán-, pero en esto tiene escaso empuje, resulta que vende poco cine con gancho y menos internet. Por otro lado, sería como tratar de eludir la influencia norteamericana, presente en cualquiera dirección que se tome a este lado del Atlántico -por aquello de la cuestión política de los bloques-, para retornar a ella. Ya que comprar cultura europea es prácticamente lo mismo que comprar cultura USA. Vista la acogida que a menudo ha tenido y tiene casi todo lo foráneo, el problema de la nueva forma de colonización -puesto que de esto se trata, al seguirse un modelo cultural ajeno- no tiene visos de arreglarse ni a corto ni a largo plazo.

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.