Nota de Rebelión: Este reportaje es una muestra del nivel de crueldad del paramilitarismo de derechas en Colombia y su reclutamiento de niños. Todo ello sin olvidar las relaciones del gobierno de Uribe y las Fuerzas Armadas de Colombia con ese paramilitarismo, según han confirmado jueces e instituciones internacionales Esta historia revela una más desgarradora: […]
Nota de Rebelión:
Este reportaje es una muestra del nivel de crueldad del paramilitarismo de derechas en Colombia y su reclutamiento de niños. Todo ello sin olvidar las relaciones del gobierno de Uribe y las Fuerzas Armadas de Colombia con ese paramilitarismo, según han confirmado jueces e instituciones internacionales
Esta historia revela una más desgarradora: la de niños que ‘Martín Llanos’ reclutaba y son hoy veteranos de guerra con 18, 19 o 22 años. Apenas ahora se atreven a contar los horrores que vivieron.
Guardadas las proporciones, podría compararse con lo ocurrido a los niños de Sierra Leona que ha escandalizado al mundo: niños reclutados a la fuerza y «entrenados en la barbarie para perder el pudor y convertirse en asesinos eficientes», como diría la columnista Natalia Springer.
En una larga entrevista con un llanero que a los 17 años, en el 2004, ya era veterano de la más cruenta pelea ‘paraca’ que haya vivido el país -la de los ‘buitragueños’ de Martín Llanos (el único jefe paramilitar que no desarmó a su ejército) contra los ‘urabeños’ de Arroyave- él me contaba que a veces les dejaban los muertos «a los ‘chulos'» y otras veces los «picaban» para echarlos a los ríos. Me explicaba que «tocaba chicotearlos y sacarles las tripas, porque si no, flotaban. Las tripas las pincha uno, les abre hueco para que se llenen de agua y al río las echa también».
-¿Y a alguno le daban pesadillas?, pregunté.
Para responder, comenzó a contar unas historias hasta ahora desconocidas:
-De todas esas muertes se formó un problema ni el verraco. ¡Como cosas del diablo! -dijo con sonrisa apenada-. La gente se volvía loca, se les metía un espíritu y los ponía a que se golpearan contra los árboles. Amanecían con morados por todo lado. Como metérseles el demonio.
Y continuaba. «Uno le pregunta al espíritu: ‘¿a qué viene? ¿qué quiere?’ y él le hablaba a uno en el cuerpo de la otra persona y decía, por ejemplo: ‘Yo vengo porque a mí me mocharon en tal parte y no me tiraron completa donde me tenían que tirar y si no me regresan eso entonces sigo golpeando la gente’. Ese espíritu soltaba al uno y agarraba al otro y así era casi todos los días esa recocha».
El cuento puede parecer absurdo para muchos, pero lo cierto es que en medio de esa inmensa sabana, tan fértil para lo mítico y lo mágico, a los ‘paracos’ les tocó vivir un verdadero infierno con los fantasmas de sus víctimas descuartizadas. Y como esas historias del llanero, otros siete protagonistas de la guerra, relatan episodios similares.
Dos muchachos que tratan de recuperarse en Bogotá de las lesiones mentales que les dejó esa guerra -a la cual los llevaron a la fuerza reclutadores que cobraban 200 mil pesos por cada uno-, recuerdan que en el Tropezón (la que era sede de los paramilitares de ‘Martín Llanos’ a dos horas de Puerto López), «a un man se le metió un espíritu. Le pusieron una virgen y el comandante le preguntó: ‘¿De dónde viene? De parte de Dios o de parte del diablo’. Y el espíritu le contestó: ‘No, es que a mí me confundieron. Yo no era guerrilla, yo era un campesino'».
Otros eran ‘cruzados’
Las mujeres, según varios de los entrevistados, eran las más propensas a «que se les metiera el diablo».
Los hombres, por el contrario, preferían convertirse en ‘cruzados’ a través de «un rito satánico para proteger la vida en los combates a cambio de entregar el alma», como lo explica en su tesis de maestría aún no publicada, Liliana Ramírez Arias. Según la investigadora, el rito lo hace un «brujo» -hay dos en los Llanos- con un gato negro sin ojos del cual se bebe la sangre para que «entre al cuerpo del cruzado la protección del diablo».
El ‘cruzado’ tiene que pintarse las uñas de negro para que en medio de los combates pueda ser identificado por el ser que lo protege.
Por eso, el 11 de abril del 2006, cuando se desmovilizaron cerca de 1.800 hombres de ‘Héroes del Llano’ y ‘Bloque Guaviare’ (distintos a los de Llanos y Arroyave), en un corregimiento de Puerto Lleras (Meta), se vieron muchos con uñas negras.
En el diario de un comandante paramilitar del bloque de Miguel Arroyave, publicado por la revista Semana, este cuenta que cogieron a 15 muchachos de ‘Martín Llanos’ y uno de ellos, en muy mal estado, le pidió que mejor lo matara. «Déjeme morir. Me tengo que morir hoy. Hace un tiempo yo hice un pacto con el más allá para obtener protección. A mí me rezaron en cruz y según la persona que lo hizo, para que no me entrara el plomo yo tenía que obedecer algunas cosas que las ánimas pedían que hiciera y hoy ya me dijeron que me había llegado la hora», habría dicho el joven. «Vi las heridas -escribe el comandante- que eran muy profundas, algunas atravesaban el cuerpo y la verdad es que eran muchas como para que todavía estuviera vivo».
Un infierno que el país no vio
Pero más allá de los espantos lo cierto es que la manera cómo reclutaba y entrenaba ‘Martín Llanos’ a sus combatientes (2002 y 2003) y luego la guerra en la que se trenzó con los ‘urabeños’ durante dos años y medio (abril del 2003 a octubre del 2005) convirtió a gran parte del Meta y el Casanare en un verdadero infierno.
En el 2001, ‘Martín Llanos’ decidió hacer fuerte su ejército. En un solo curso, de los varios que hizo en el 2002, entrenó a 220 muchachos. Se veían niños hasta de 13 años. A muchos los recogían de los pueblos y fincas de la zona, a otros los sacaron de correccionales como la de Villavicencio, se llevaron niños de la calle de Bogotá, muchachos en las esquinas de Ciudad Bolívar, del Tolima y hasta algunos incautos que caían con avisos que invitaban a ir a un «centro de rehabilitación especial para la drogadicción».
«A muchos les decían que iban a recoger arroz, y cuando llegaban y se daban cuenta, se veía mucho hombre llorar», recuerda uno de ellos.
Y lloraban porque los entrenamientos eran campos de exterminio: muchos se quedaban a mitad de camino destrozados por sus mismos compañeros. El método ‘pedagógico’ era macabro: se deshacían de los débiles o los que no parecían estar convencidos de la causa y con sus crueles asesinatos le daban al resto lecciones de barbarie.
Cada uno de los entrevistados tiene su propia historia de como, a los pocos días de llegados, les tocaba participar del descuartizamiento de cualquier recluta por una falta ínfima. No importaba la falta, era solo una excusa para convertir, en menos de dos meses, muchachos de 16 años en hombres dispuestos a matar.
«Los cursos antes eran más difíciles, de 20 que entraban solo salían (vivos) 10 ó 5. Después, de 180, solo se quedaban en el camino 10 ó 15».
Un tolimense, al que se llevaron de 16 años, cuenta su primera ‘lección’: «Una pelada se acostó con un man y quedó embarazada. La mataron y todos teníamos que pasar para partirle un pedazo y entregárselo al comandante. A uno le tocó el feto de un mes».
En un momento dado, abrumados además por la inmensidad del llano y la soledad, perdían cualquier sentido de los valores humanos. Hasta el punto de que tomaban como un pasatiempo de adolescentes comer carne humana.
«Lo de la carne es curiosidad. En los cursos del 2002 o 2003 comía carne el que quisiera. En los de antes sí les tocaba obligados. En mi curso mataron a a un ñero que con la droga tenía pasado el cerebro. Mataron al chino y un comandante dijo: traigan un pedazo de carne para que pruebe al que se le de la gana o si no todos jartan a las malas».
-¿A qué te supo la carne?
-Normal. Comí del lado de la nalga. Como usted comer carne de marrano. Como usted fritar un pedazo de cuero con carne. Todo mundo como que sí comía, como que no. Cada uno cogía su pedacito. Y ya si le gustó se lo comía.
Y es enfático en dejar claro, -No es para cogerlo de vicio y que si se le acabó la carne entonces mate al vecino».
En confesiones que han recogido fiscales de Justicia y Paz, otros ‘paras’ han contado también este tipo de escarceos caníbales. Los ejemplos de episodios macabros, ocurridos en esa tierra, abundan.
Duerme por ejemplo en expedientes el testimonio de ‘Menudencias’, un muchacho de 23 años con cuerpo de niño que un día en la cárcel de Acacías dijo ya no poder con el cargo de conciencia y contó de un señor de apellido Polo con dos hijos guerrilleros al que el comandante ‘Solín’, en Aguazul (Casanare), para que confesara donde estaban sus hijos «le inyectó un veneno de prueba en humanos». Lo encerró en un cuarto y los demás miraban por las rendijas. «Se le salían los ojos al cucho y los demás juagados de la risa».
Contaba también como les hacían tomar la sangre de los compañeros que mataban en entrenamiento «para obtener la fuerza del muerto».
Los dos años de apocalipsis
De todas esas historias nunca el país se enteró. Ni tampoco, a pesar de todo el ruido que implicó, se dio mediana cuenta de la dimensión de la guerra de abril del 2003 a octubre del 2005.
‘Martín Llanos’, que dominaba gran parte del Meta y Casanare, en un ánimo de expansión desde el 2001 se empezó a extender hasta Mapiripán y Caño Jabón (ruta importante de la coca hacia el Guaviare) y hasta Boyacá. Mientras que Miguel Arroyave, que recién había comprado el bloque ‘para’ a Vicente Castaño, empezó a tratar de recortarle terreno.
Al principio, cuenta un investigador que vivió de cerca esa guerra, era una pelea entre ‘criollos’ (los de Llanos) y ‘paisas’ (los de Arroyave), en la que estos últimos, a pesar de ser grandes y fuertes, llevaban las de perder porque no conocían el terreno. Luego, bajaron a ayudarle a Arroyave tropas de Carlos Castaño, de ‘Macaco’ y de ‘Don Berna’. Y lograron sacar a los ‘buitragueños’ del Meta en diciembre del 2003.
¿No pasa nada?
Y en la estocada final -sacarlos del Casanare- tuvo que ver el proceso de negociación con el Gobierno en Ralito. Como ‘Llanos’ se rebeló y a pesar del ultimátum que le dio el presidente Álvaro Uribe en agosto del 2004 no quiso ser parte de la mesa de negociación, la artillería del Ejército acabó con sus tropas.
«Era triste ver cómo esos niños (los de ‘Martín Llanos’) al ver esos tipos grandes y los helicópteros, botaban el fusil y salían corriendo», cuenta una autoridad judicial de la zona.
¿Y que pasó con todos? Arroyave es asesinado en noviembre del 2004, en plena negociación con el Gobierno.
‘Martín Llanos’ logró fugarse del cerco oficial en octubre del 2005. No se sabe nada de él. Su papá, Héctor Buitrago, hoy sigue reclutando.
Los grupos herederos de los ‘paras’ (‘cuchillos ‘ y ‘macacos’) se han ensartado en una guerra que en agosto de este año dejó, según la Policía, 250 muertos de lado y lado.
‘Cuchillo’, señalado de asesinar a su jefe Arroyave, a última hora no se quiso desmovilizar y hoy manda a nuevos ‘paras’ desde el Guaviare.
Y en Bogotá, en un barrio popular, hay un muchacho de 19 años, que tres años después de vivir ese infierno me dice: «Por la noche me despierto con miedo».
Información relacionada;
Paramilitares acudieron a un exorcismo para romper supuesto maleficio de sus víctimas