Voy a ver, y escuchar, la inauguración del vigésimoprimer campeonato mundial de fútbol. Estoy en fecha, jueves 14 de junio, así que mi primera impresión al conectarme es estar presenciando un remedo hollywoodense, al que por otra parte son tan afectos en el país eje de la globocolonización planetaria… Todo en inglés; un cantor que […]
Voy a ver, y escuchar, la inauguración del vigésimoprimer campeonato mundial de fútbol. Estoy en fecha, jueves 14 de junio, así que mi primera impresión al conectarme es estar presenciando un remedo hollywoodense, al que por otra parte son tan afectos en el país eje de la globocolonización planetaria…
Todo en inglés; un cantor que pensé era tipically yanqui, resultó británico, Robbie Williams, guarnecido por un plantel de mujeres automatizadas, que ahora están tan de moda en las coreografías en EE.UU. Practican el disloque sincopado y la mirada fija, como caracterizando una industria robótica primitiva…
Pero estoy equivocado. Nadie usurpó, al estilo Orson Welles, la transmisión del Mundial desde Rusia. Es un video, en directo, oficial y simultáneo desde la mismísima Rusia.
Un espectáculo totalmente hollywoodizado; le faltan únicamente las porristas. Pero están generosamente sustituidas por todos los demás recursos habituales: como el cantor-estrella del mundo en technicolor con su corte, que en rigor es una cohorte, todo eso que nos «brinda» sin pausa la industria del espectáculo madeinUSA.
Como para probarnos que no estábamos en San Francisco u Orlando sino en Moscú, el protagónico Robbie llama a una beldad rusa a que lo acompañe. Una dulce belleza rusa, que ensaya un gorjeo inicial… pero que termina cantando en inglés.
El numerito termina con la pareja recién constituida retirándose… y aunque no haya happy end llevándola en brazos, el significado de la universalización del espectáculo estadounidense nos muestra a las claras, no lo que dicen los periodistas deportivos, de que se trata de un encuentro de todas las culturas de la Tierra, sino únicamente de una jugada geopolítica mundial para que todos tengamos esa sola mirada…como la de Robbie.
Su mirada y su idioma. El inglés como lingua franca. Como si fuera la que entendemos todos. Porque los «servicios televisivos» ni siquiera se preocuparon por traducir. La cobertura fue tan penosa, mezquina, narcisista, que lo que dijo Putin, que tuvo la osadía de leerlo en su idioma materno, no fue traducido.
¿Para qué? se preguntará la vanguardia globocolonialista. Lo importante no necesita de palabras. Alcanzan los pasos de baile, los vestidos estrafalarios, los contorneos coreográficos; el espectáculo no se piensa a sí mismo y tampoco quiere verse pensado ni siquiera pensable.
Tomar contacto con las delegaciones nacionales, conocer siquiera algunos de sus rasgos, brilló por su ausencia; apenas se visualizaron la delegación rusa y las de su grupo (el A; saudíes, uruguayos, iraníes) y poco más. Había 32 «naciones» presentes, apenas si nos enteramos.
Se dijo que a Putin no le gustó esta máquina de espectacularizar. Vaya uno a saber.
Pese al desmoronamiento de la URSS, Rusia no habría decidido convertirse en un arrabal de la villa planetaria Finanzas.
Y algunos resistimos ese rasgo básico de nuestro universo mediático unidimensional; un simbolismo gratuito de no se sabe bien qué, pero eso sí, un persistente horror a la reflexión.
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