1. La noche del 17 de noviembre de 2005, el comandante Fidel Castro pronunció en el Aula Magna de la Universidad de La Habana uno de esos discursos excepcionales que marcan hitos en la historia de la Revolución Cubana, como aquel auroral del 8 de enero de 1959, las «Palabras a los intelectuales» de 1961, […]
1. La noche del 17 de noviembre de 2005, el comandante Fidel Castro pronunció en el Aula Magna de la Universidad de La Habana uno de esos discursos excepcionales que marcan hitos en la historia de la Revolución Cubana, como aquel auroral del 8 de enero de 1959, las «Palabras a los intelectuales» de 1961, la oración por el Centenario de 1868, la amarga alocución del 26 de julio de 1970, en que se analizaron las causas del fracaso de la Zafra de los Diez Millones o el pronunciado en igual fecha de 1989 en Camagüey, en que se reafirmó la decisión del pueblo cubano de seguir la senda socialista aun cuando desapareciera la Unión Soviética. En esta ocasión, el líder escogió como escenario para sus reflexiones nuevamente a la universidad capitalina, donde según confesó una década antes, se había convertido de un joven idealista con ansias de justicia en un verdadero revolucionario. [1]
En los diez años que transcurrieron del 4 de septiembre de 1995, fecha del citado discurso en la Colina, al 17 de noviembre de 2005, muchas cosas cambiaron en el mundo y también en Cuba. A partir de los hechos relacionados con la lucha de todo el país para que regresara el niño Elián González (1999-2000), se desplegó bajo la inspiración de Fidel una gigantesca ofensiva cultural e ideológica conocida como Batalla de Ideas, y cuyas consecuencias en el corto plazo conmovieron numerosos aspectos de la sociedad cubana en su conjunto. Sin embargo, en ese propio lapso de tiempo, en que se experimentaron alivios para la población en los ingresos, la distribución y el consumo de bienes materiales; en el mejoramiento de la infraestructura básica del país y en los principales servicios de educación, salud y cultura, los efectos negativos de los errores, desviaciones y desigualdades acumuladas durante los años más duros del Período Especial −y aun desde antes− empezaron a gravitar como una Espada de Damocles sobre el presente y el futuro de la Revolución Cubana.
En la charla de 1995, Fidel terminaba pidiéndole a los jóvenes que asumieran con firmeza el relevo del legado revolucionario, y les advertía que solo de ellos dependía la irreversibilidad de su obra: «Y lo que nosotros podemos pedirles en un día como hoy es que ustedes sigan siendo, y lo sean cada vez más, baluartes inconmovibles de la Revolución, baluartes que no se rinden ni claudican jamás (…) Es una satisfacción pensar que los sueños de todos aquellos que recordamos están hoy en nuestras manos. Solo nosotros podemos hacerlos sólidos, indestructibles» [2]
Dos lustros más tarde, aquella exhortación a continuar fortaleciendo la Revolución desde adentro, so pena de perecer, se había convertido en inquietante certeza. Ante la pregunta de Fidel: «¿Es que las revoluciones están llamadas a derrumbarse, o es que los hombres pueden hacer que las revoluciones se derrumben? ¿Pueden o no impedir los hombres, puede o no impedir la sociedad que las revoluciones se derrumben? Podía añadirles una pregunta de inmediato. ¿Creen ustedes que este proceso revolucionario, socialista, puede o no derrumbarse? (Exclamaciones de: «¡No!».) ¿Lo han pensado alguna vez? ¿Lo pensaron en profundidad?» [3] , el propio líder admitió: «Este país puede autodestruirse por sí mismo; esta Revolución puede destruirse, los que no pueden destruirla hoy son ellos; nosotros sí, nosotros podemos destruirla, y sería culpa nuestra«. [4]
La trascendencia de esta aseveración y los peligros que entrañaría una tragedia como esa, no solo para el proceso de construcción del socialismo en Cuba, sino para la propia supervivencia de la nación cubana, siempre asediada por el imperialismo estadounidense, fue ratificada meses más tarde en sendos discursos pronunciados por el Ministro de Relaciones Exteriores Felipe Pérez Roque en la Asamblea Nacional (diciembre de 2005) y del Ministro de las FAR Raúl Castro en el 45 Aniversario del Ejército Occidental (junio de 2006), al tiempo que su discusión se amplió a las bases obreras y estudiantiles que ese propio año 2006 realizaron sus respectivos congresos. No obstante, la meditación esperable de esta reflexión en los marcos académicos, las organizaciones políticas y de la sociedad civil en nuestro país no tuvo acaso las resonancias ni la polémica que si obtuvo en diversos escenarios de la izquierda latinoamericana y mundial.
2. Bajo tales premisas, es decir, la condición latente de reversibilidad del proceso revolucionario cubano a causa de sus propias debilidades y errores; y la necesidad imperiosa de indagar desde posiciones revolucionarias qué debe hacerse para evitar el daño y conjurar los peligros, internos y externos, que acechan al proyecto del socialismo en Cuba, es que el joven ensayista Julio César Guanche se dio a la tarea de reunir y poner a dialogar a un grupo de importantes intelectuales cubanos de diferentes generaciones, formación y campos de trabajo, con el objetivo de alcanzar una mirada coral a tan perentorio debate.
El resultado de esas entrevistas dieron como resultado un enjundioso libro, publicado en 2007 por la prestigiosa editorial de izquierda Ocean Press en su proyecto Ocean Sur, bajo el inquietante título En el borde de todo. El hoy y el mañana de la revolución en Cuba. Agrupadas en cuatro grandes bloques y un epílogo, el volumen se inicia con un hermoso prólogo del inclaudicable pensador y dramaturgo español Alfonso Sastre, prosigue con un preámbulo del antologador, en que deja establecidos los antecedentes y objetivos de su búsqueda, y a continuación reproduce los discursos de Fidel, Raúl y Felipe Pérez Roque antes citados (La pregunta: ¿puede o no ser irreversible un proceso revolucionario?).
A partir de ellos se lanza el primer gran apartado de temas a debatir, agrupados bajo el lema: Los problemas que dan lugar a la pregunta. Los involucrados en este simposio son el historiador Fernando Rojas, los politólogos Jesús Arboleya y Luis Suárez Salazar, los sociólogos Aurelio Alonso y Juan Valdés Paz, y el jurista Julio Antonio Fernández Estrada. Alonso, Valdés Paz, Salazar y Arboleya provienen de la primera hornada de intelectuales formados en la Revolución, Rojas pertenece a una cohorte intermedia y el joven Fernández Estrada es un novísimo intelectual egresado de las aulas universitarias en los años 90. Para todos ellos, como reconoce el propio entrevistador desde un inicio:
El debate es una reflexión sobre el socialismo, sobre su presente y sus alternativas hacia el porvenir. Para ello, piensa los desafíos políticos específicos que presenta la problemática de la continuidad y de los cambios revolucionarios. Se trata de una polémica que busca posicionar tanto el lugar del «yo» como el del «nosotros» ante ese porvenir, ahora que ya es el presente mismo. En él responden personas de diferentes edades, provenientes de diversas especialidades -sociología, derecho, historia, politología-, que discrepan en un buen número de aspectos y construyen, en su escala, un mapa de las posiciones de izquierda existentes al interior del país.
No hay en ellos un discurso homogéneo, aunque tampoco disonancias radicales. La discusión está lejos de agotar el espectro de posiciones de izquierda radicadas en el país, pero ello, en lugar de ser un «problema», constituye sobre todo una esperanza. [5]
En esta dirección, las primeras preguntas giran en torno a los fundamentos ideológicos del discurso de Fidel, sus relaciones con otras etapas del trayecto revolucionario, las causas que llevaron a una reflexión de esa naturaleza y al propio tiempo la necesidad de articular un debate político profundo y colectivo sobre el futuro del socialismo cubano. Entre los múltiples razonamientos que suscitaron las interrogantes planteadas por Guanche a sus entrevistados, quisiera destacar la aceptación que existe sobre la necesidad de desterrar cualquier posible «solución» o «propuesta de cambios» que no parta de un profundo consenso al interior de la sociedad cubana. Y ese consenso solo puede construirse sobre bases colectivas, de participación consciente y de profunda democracia.
En opinión de Aurelio Alonso:
Hablo de la democracia que tampoco pudo ser creada por los experimentos socialistas, porque los avances en propiciar al pueblo una participación efectiva en los mecanismos de decisión, aún en los casos más loables, han sido parcos en ese horizonte. El Che anotó en una ocasión que «las masas deben tener la posibilidad de dirigir sus destinos, resolver cuánto va para la acumulación y cuánto al consumo, la técnica económica debe operar con estas cifras y la conciencia de las masas asegurar su cumplimiento». Este juicio apunta a un esquema a muy largo plazo, al que no se puede llegar, por supuesto, si nos traga la corrupción. Por tal motivo no solo podemos enfrentar la superación de la corrupción como delito, sino como problema ético. El éxito frente al delito no nos garantiza que no se repita y que los corruptos de mañana no sustituyan a los corruptos de hoy. [6]
Otro elemento de enorme relevancia en esta búsqueda, más que de soluciones, de argumentos para repensar la propia naturaleza del socialismo y sus implicaciones para Cuba, es el factor de la conciencia, la ética y las reservas morales de las personas, severamente deterioradas por el Período Especial. Jesús Arboleya afirma que: «Las causas que generan la permanencia de este debate en Cuba son, sin dudas, las insuficiencias de la conciencia revolucionaria que se pretende -y se requiere- para el progreso del Estado socialista» [7] , mientras que Julio Antonio Fernández enfatiza:
Sobre la moral socialista debemos decir que el 17 de noviembre de 2005 se rescató el antiguo discurso de los valores del dirigente comunista y Fidel declaró que no bastaba con la crítica y autocrítica, sino que había que hacer pública la crítica y encontrar las responsabilidades y las formas de reparación de lo dañado.
(…)
Es evidente que lo que se pone en juego aquí es la moral socialista, o la relación antiquísima entre lo útil y lo ético. Es trascendental que se tome en cuenta en este discurso la necesidad histórica de poner en su lugar la escala de valores sociales que resulta del trabajo, la productividad, el salario y el prestigio que algunas actividades y oficios o profesiones tradicionalmente han tenido.
Mientras lo útil y lo ético se encuentren tan distantes, ni la moral socialista será convincente, ni la corrupción en todas sus manifestaciones podrá ser erradicada. [8]
La economía, y sus complejas relaciones con el ámbito político y social, también encuentran eco en estas disquisiciones. Asuntos tan sensibles como el de la insuficiencia generalizada de los salarios para satisfacer la necesidades básicas de la población, pasando por la ineficiencia en el área productiva, el descontrol y el despilfarro de recursos, hasta los efectos perversos de la doble circulación monetaria y los ingresos no provenientes del trabajo socialmente útil, como las remesas enviadas desde el extranjero, son abordados por los especialistas con espíritu crítico y franqueza.
Para Fernando Rojas hay un elemento esencial a tomar en cuenta, y es que : «En el caso específico de la organización económica, más que el inventario superficial que han hecho algunos amigos nuestros fuera de Cuba, lo que verdaderamente me preocupa es no comprender el lugar que le conferimos a la producción de bienes materiales. Pareciera a veces que por primera vez una revolución socialista no otorga a esta el lugar de mayor privilegio en la organización económica. Si así fuera, ello merecería al menos una discusión». [9]
Juan Valdés Paz, por su parte, dirige su mirada a las estrategias económicas implementadas por el modelo de transición y sus posibilidades reales de ser viables en el proyecto del socialismo cubano:
De hecho, el discurso explicita rasgos de un modelo económico en ciernes que recuerda, en parte, las estrategias implementadas en los años 60 basadas en: pretensión de originalidad, predominio absoluto del sector estatal, minimización del mercado, definición de las prioridades mediante Programas, dirección económica altamente centralizada, ingreso basado en el trabajo personal, prioridad del gasto social, subsidio generalizado, limitaciones al consumo en favor de la acumulación, distribución regulada, incentivos morales, etc.; a los que se adicionan otros nuevos rasgos, tales como: acumulación basada en el sector de los servicios, persistencia ―aunque minimizada― de algunas de las aperturas de los años 90, mayor peso de las políticas sociales en el gasto público, reconversión del sector azucarero, nuevo diseño energético del país, circulación de dos monedas nacionales, supresión eventual del consumo racionado, entre otros.
Este modelo híbrido supone, de manera expresa o no, la delimitación o supresión de muchas de las reformas económicas de los años 90 y, con ello, abre a discusión temas objeto de la mayor polémica y el menor consenso, tales como: las políticas en curso, las medidas económicas avaladas en el discurso, y el comportamiento real de la economía nacional.
En un sentido más profundo, el debate se refiere al grado de autonomía que el sistema económico y sus agentes deben tener respecto de la dirección política y en el marco de las estrategias de transición socialistas. En mi opinión, esta es una cuestión crucial para la continuidad de la Revolución. [10]
A continuación, en el epígrafe titulado «La «fortaleza» proviene del debate político y de la construcción ciudadana», el contenido a examinar lo es el sistema político de la Isla; las tácticas y estrategias a seguir para conservar el poder y la unidad alcanzada, sin menoscabar por ello la diversidad y riqueza de matices al interior del proceso revolucionario. Como afirma Arboleya: «Esta búsqueda de la unidad a toda costa ha tenido, en ocasiones, el subproducto negativo de reducir los márgenes del debate político interno y servir de excusa a las deficiencias de la burocracia, pero visto en términos de sus consecuencias globales, ha sido la base de la capacidad de supervivencia demostrada por la Revolución cubana». [11]
Desde esta óptica se valora con objetividad la necesidad de pensar desde adentro el tránsito, por imperativo vital, del actual liderazgo encabezado por Fidel, Raúl y la generación que hizo la Revolución, hacia cuadros más jóvenes. Hay anuencia entre los entrevistados en que la ausencia física de Fidel, si bien podría significar un impacto en la toma de decisiones, no alteraría en lo fundamental la viabilidad del socialismo cubano. La enfermedad del comandante en el verano de 2006,−una variable que los entrevistados no podían prever− y la normalidad en que se ha desenvuelto la vida del país hasta la fecha (febrero de 2008) confirma el aserto anterior. Otro asunto es que las generaciones más jóvenes estén realmente preparadas para el ejercicio del poder y las reflexiones que esto conlleva, una vez desaparecida la poderosa fuente de legitimación de que disfrutaron sus mayores.
En este sensible punto, Valdés Paz entiende que solo la profundización de mecanismos democráticos de gobierno y toma de decisiones consensuadas garantizaría la transición socialista, pues: «la problemática de continuidad y cambio enfrenta desafíos políticos específicos, tales como: la reproducción de un consenso ampliamente mayoritario; la legitimidad del sistema político y de su liderazgo, en circunstancia de un peso decreciente de sus fuentes históricas; la continuidad de su desarrollo democrático, mediante una mejor representación y una mayor participación de la población en las instituciones políticas «. [12]
Otras muchas variables entran a jugar su papel en estos análisis, reiterados de una forma u otra por los encuestados, y que van desde la propia redefinición teórica de qué entender por socialismo y su adecuación a las condiciones específicas de Cuba, hasta como se refleja esto en la conciencia social de los ciudadanos y en la reproducción de su vida cotidiana. También se insiste en la necesidad de dotar de mayor flexibilidad a los mecanismos institucionales; hacer efectiva la pluralidad de agentes económicos y que estos logren un impacto en el incremento de la producción de alimentos y bienes de consumo; alcanzar una mayor influencia de la opinión pública y de los medios masivos de comunicación en la resolución de conflictos; sensibilizar al pueblo en el enfrentamiento a los diversos modos que asume la corrupción, el abuso de poder y el burocratismo, hasta llegar al siempre delicado terreno de la subjetividad ejercida con libertad y responsabilidad.
3. Un tercer momento dentro del libro está consagrado al rescate de la memoria histórica del país, y a reflexionar sobre las problemáticas relaciones entre cultura, política y praxis revolucionaria a lo largo de la historia de Cuba. Los entrevistados son cuatro figuras imprescindibles del campo intelectual cubano en el último medio siglo: los ensayistas y profesores universitarios Roberto Fernández Retamar, Graziella Pogolotti y Ana Cairo, junto al cineasta Alfredo Guevara (El ayer y el hoy, o qué es necesario continuar).
Para Retamar, un teórico del pensamiento anticolonial y anticapitalista de talla mundial, el socialismo es indisoluble de su relación con la modernidad, pero no con aquella que es sinónimo de «capitalismo» y sus corolarios «civilizatorios». En su opinión: «un auténtico socialismo tiene que plantearse una modernidad otra, distinta de la que encarna el capitalismo. Sin duda el llamado «socialismo real» (…) «no resultó una alternativa cultural al capitalismo». [13]
Retamar repasa en sus respuestas diversos momentos revolucionarios de la historia universal, aspectos críticos concernientes a la construcción del socialismo en la URSS y se detiene en las polémicas recepciones del marxismo en Cuba, algo en lo que también enfatiza Ana Cairo, aunque por la naturaleza de sus investigaciones, su reflexión se retrotrae el siglo XIX. La corrupción como lacra social heredada de los siglos coloniales y su reproducción ampliada en las décadas republicanas, junto a tópicos relativos a la unidad del proceso revolucionario, la participación de los intelectuales en la esfera política y el pensamiento socialista en Cuba actual también acaparan la atención de esta laboriosa investigadora.
Graziella Pogolotti recorre asimismo momentos polémicos en la historia del socialismo cubano antes de 1959, las continuidades y cambios del pensamiento y la práctica revolucionaria entre la república burguesa y la revolución triunfante, así como las acumulaciones culturales previas, desplegadas en la etapa republicana, que sirvieron de sedimento a la construcción de una nueva y más profunda cultura política en el pueblo cubano. Entre estas reservas culturales precedentes, Pogolotti reconoce el antiimperialismo como un legado fundamental, y narra esta anécdota del gran historiador Emilio Roig, que ilustra muy bien lo hondo que había calado ese sentimiento en amplias zonas de la población: «Cuando el incidente de los marines sobre la estatua de José Martí, recuerdo perfectamente, como si hubiera sido ayer, a Emilito hablando por la radio y respondiendo a esa agresión con un insulto en inglés que me voy a permitir repetir. Les decía a los marines: «You are sons of a bitch«. Ese mismo Emilito también reivindicó la custodia y la defensa del patrimonio cultural». [14]
Alfredo Guevara, siempre penetrante e irreverente, aborda en sus réplicas al interrogador sus luchas contra el dogmatismo en las políticas referidas a la cultura desde los años tempranos del triunfo, denuncia la «ignorancia» de ciertos cuadros políticos como un suceso nefasto, y se detiene en algunos momentos puntuales de la historia intelectual más reciente, desde el desafortunado «Caso Padilla», hasta sus discusiones personales con intelectuales europeos para que no juzgaran a la Revolución cubana con los mismos raseros con que habían impugnado al estalinismo. Compañero de luchas y avatares existenciales de Fidel desde sus años juveniles, Guevara nos entrega esta reflexión, hija de la emoción y de la meditación más honda: «El arco de la vida nos ha puesto juntos a Fidel y a mí entre los diecinueve y los ochenta años, y yo creo que aquel muchacho ―porque era un muchacho, éramos unos muchachos―, que todo lo tomaba en serio, ha tomado en serio de verdad la vida, y cuando la vida se toma en serio de verdad es cuando uno es de verdad un ser humano. Y esa calidad de ser humano es, aunque parezca un salto conceptual, ser un revolucionario. A Fidel le falta cumplir un deber con todos nosotros y con las futuras generaciones, y es dejar claro que el socialismo es socialismo de veras y no caricatura del socialismo». [15]
4. Re-crear el socialismo cubano, es decir, hacerlo creación viva, actuante y permanente en la existencia de su actores, es el espíritu que anima la última sección de estos diálogos, bautizados como: El hoy y el mañana, o qué es necesario cambiar. Aquí la mirada se desplaza del esfuerzo de intelección teórico−aunque es imposible abandonarlo plenamente− a planos, si se quiere, más «terrenales», y ello es todavía más importante si tomamos en cuenta que dos de los ponentes ejercitan sus experiencias de cambio sobre las personas desde ámbitos vinculados a la religiosidad. A diferencia del primer bloque de opiniones, eminentemente masculino, aquí discuten tres mujeres y un hombre. Son ellos la traductora, editora y educadora popular Esther Pérez, la socióloga Mayra Espina, la periodista Milena Recio y el reverendo y diputado Raúl Suárez.
Esther Pérez posee una amplia experiencia en los temas de educación popular, labor que desarrolla en el Centro Memorial «Martin Luther King Jr.». Desde esa atalaya valora su influencia en la formación y la educación de sujetos orientados a la participación, así como los diálogos y silencios que se han establecido con otras estructuras similares del país. Un punto de particular interés en su discurso lo es el de la historia de encuentros y desencuentros de la revolución cubana con los movimientos sociales latinoamericanos y sus intentos de cambio socioteológicos, y como es posible que unos y otros se retroalimenten desde sus experiencias particulares, entre las que sobresalen la pedagogía del oprimido, la teología de la liberación, las lecturas populares de la Biblia, entre muchas otras elaboraciones. Para Esther Pérez, ser «anticapitalista», no solo «hacia fuera», sino principalmente hacia el interior de la sociedad cubana es una condición indispensable para el revolucionario de hoy y de mañana.
Las complejidades de la sociedad insular actual, sus dimensiones, estructuras y contenidos socioclasistas, ocupan la aguda reflexión de Mayra Espina. Un aspecto central de sus aportes en este sentido está enfocado a los temas de la desigualdad en el periodo de construcción del socialismo, y su pertinencia en los análisis después de 1989 y hasta el presente, etapa que Espina denomina de «reestratificación en la estructura socioclasista cubana». Entre lo análisis pendientes que la socióloga demanda están los siguientes:
Se requieren evaluaciones integrales de la situación socioeconómica efectiva de las familias y los diversos grupos sociales. Por otra parte, esta larga etapa de reestratificación configuró nuevos actores, nuevas relaciones, nuevos perfiles subjetivos. Todo eso está «vivo» todavía. Las medidas para hacerle frente pueden tener efecto directo en los sectores más carentes, por ejemplo, los ancianos y los discapacitados. Esas expresiones extremas de desigualdad encontrarán, sin duda, soluciones inmediatas a algunos de sus problemas acuciantes. Asimismo, el acceso masivo a la educación superior, junto a las demás políticas sociales, generará en poco tiempo ampliaciones efectivas de la capacidad de inclusión del sistema. No obstante, como ya he dicho, el núcleo duro de esa reestratificación no se ha movido. Aurelio Alonso valora estas estrategias sociales de la transición socialista cubana con lo que él ha llamado «políticas de amparo», es decir, políticas muy efectivas para atender situaciones extremas y dotar de mínimos sociales (evidentemente un gran avance en el entorno de la periferia del sistema mundo), pero que no alcanzan a superar la pobreza y proveer de niveles más avanzados de satisfacción de necesidades, y que se expresan entonces como una especie homogenización hacia abajo, que demora mucho o tiene una efectividad sectorialmente asimétrica en la homogenización hacia arriba. [16]
Conceptos novedosos o poco acostumbrados a oír hablar de ellos dentro de las ciencias sociales cubanas, como los de «pobreza urbana», «estrategias de sobrevivencia», las búsquedas «no oficiales» de ingresos, las migraciones internas y el surgimiento de bolsones de pobreza, el debilitamiento de los espacios de inclusión social producto de la crisis de los noventa, las asimetrías de la pirámide social, el distanciamiento entre el discurso oficial y la psicología social, entre muchos otros, ocupan las reflexiones de Mayra Espina en este libro. En su criterio, la resolución y el enfrentamiento de estas duras realidades y sus retos no debería repetir: «el viejo pecado homogenista, el diseño centralizado, la ignorancia de la diversidad, la baja sensibilidad para captar la heterogeneidad de necesidades e intereses, su irradiación desde un único centro-cima que sabe qué necesitamos todos y no deja lugar a la elección». [17]
Más adelante insiste en una idea que no deja de ser polémica, y es la que se refiere a los bordes tolerables o permisibles de desigualdad dentro del socialismo, toda vez que la diversidad social y los aportes disímiles de los individuos a la sociedad como un todo implican una «desigualdad necesaria». En que consiste esta distinción la autora lo explica del siguiente modo: «(…) el modelo de «desigualdad necesaria» presupone el establecimiento de un marco de justicia social e inclusión, que prohíbe normativamente la vulneración de la gama de derechos ciudadanos, pero que, ni impide la posibilidad de satisfacer las necesidades básicas, ni prohíbe que, una vez satisfecho ese nivel básico, la política social y económica maneje un grado de desigualdad considerado como un impulso, una «conducta ante el rendimiento». [18]
En resumen, tales desigualdades «legítimas», «necesarias» o incluso «históricamente aceptables», no tendrían como fundamento la justificación de un régimen de explotación, sino que sería una «norma socialista de desigualdad», y descansaría en «la contribución a través del trabajo. Y no me refiero solo al trabajo asalariado, pues existen diferentes maneras de contribuir al bien común». [19]
El pastor bautista Raúl Suárez, por su parte, estima que el discurso de Fidel es:
Una apelación a la conciencia ética, moral y espiritual de todo el pueblo cubano que siente, piensa y vive la Revolución. A la vez, es un reconocimiento de la conciencia política adulta y madura que hemos adquirido durante estos años ante el desafío de la construcción y el perfeccionamiento de la obra revolucionaria. Desde mi propia perspectiva de fe, creo que convoca a valorar nuestras propias limitaciones y errores, y abandonar nuestra cómoda costumbre de resaltar lo que hemos logrado en comparación con lo que históricamente no se ha logrado en otros países, o de culpar a la política agresiva de los Estados Unidos, lo que si bien tiene un buen grado de veracidad, no nos hace bien cuando contribuye a una autojustificación personal o colectiva. [20]
Líder ecuménico y diputado al Parlamento cubano, Suárez ha dedicado su vida a lo que llama «ministerio profético», es decir, a religar la fe religiosa con la militancia revolucionaria, con el objetivo de contribuir a la obra común del proyecto socialista con humildad, honradez y vocación de unir voluntades. Todas sus reflexiones siempre van acompañadas de glosas bíblicas, lo que no le impide afirmaciones tan del «Reino de este mundo» como cuando asevera: «El hombre nuevo en Cuba hoy requiere de la recuperación económica del país, del creciente poder adquisitivo del peso cubano, de tomar conciencia del sentido de pertenencia, de una mayor participación en las decisiones de la vida nacional, de vivir y no de sobrevivir, de reencontrarse con el sentido socialista del trabajo, de asumir -como generalmente se asume― la solidaridad internacionalista, pero también la solidaridad en nuestras relaciones en la vida cotidiana en el interior del país. En fin, necesita darle a la vida su auténtico sentido». [21]
El intercambio con la joven periodista Milena Recio cierra el capítulo de las entrevistas que componen este libro. Su lugar en el texto no lo juzgo casual, sino estratégico. Milena pertenece a la misma generación de Guanche, y también de quien redacta estas líneas, quienes éramos adolescentes a mediados de los 80, llegamos a nuestra adultez en el momento que se iniciaba el Período Especial y adquirimos madurez ideológica en los años duros de los 90 y más acá. De hecho el propio título En el borde de todo se debe a una afirmación de Recio, quien insiste en la necesidad de integrar las perspectivas del socialismo cubano desde una doble plataforma: de un lado la defensa del proyecto de justicia social y de la propia nación; del otro la dimensión subjetiva, del yo individualizado. En sus palabras: «Nosotros estamos en el borde de todo. Para responder a los desafíos desde la izquierda, deberíamos afirmar en la mayor plenitud la condición de la integridad del individuo, y reconocer la importancia de la dimensión individual de los hechos sociales». [22]
Finalmente, el volumen se cierra con un epílogo que es también un manifiesto hacia el futuro. El entrevistado es uno de los científicos sociales cubanos que más ha reflexionado en las últimas décadas sobre el socialismo, siempre desde una dimensión marxista creadora y con una definitiva vocación anticapitalista. Fernando Martínez Heredia habla con pasión y lucidez de la historia revolucionaria de Cuba, de lo que significó aquella fecunda década de los 60 para el pensamiento marxista cubano y latinoamericano, de la necesidad del marxismo de plantearse siempre nuevos problemas de acuerdo a circunstancias específicas, de la compleja relación entre el poder revolucionario y sus intelectuales, de la gran ofensiva del capitalismo en el orden cultural y la necesidad de combatirlo en múltiples territorios de la vida social. Su afirmación de que «El poder debe estar siempre al servicio del proyecto» apuesta por una emancipación profundamente cultural del ser humano en interacción con los poderes que garantizan el cambio revolucionario de la sociedad.
Por ello quiero terminar esta invitación a leer y meditar los gigantescos retos que plantea este libro para todos los cubanos, con estas palabras de Fernando llenas de esperanza: «Para salir adelante y proveer salidas socialistas al presente, será vital que cada vez más cubanos conozcan a fondo nuestras realidades y opciones, y participen en el planteo de los problemas principales y en las decisiones para enfrentarlos. Será vital también una unión intergeneracional, que la sociedad logre que los jóvenes asuman a fondo el proyecto socialista, que su participación sea enriquecida por la profundidad con que lo vivan, y no con que lo sigan, y por lo que puedan aportarle y recibir de él». [23]
La Habana, febrero de 2008
Información relacionada:
En el borde de todo. El hoy y el mañana de la revolución en Cuba, de Julio César Guanche
[1] Fidel Castro, En esta universidad me hice revolucionario, La Habana, OPCE, 1995.
[2] Ídem, p. 48
[3] Fidel Castro, «Esta revolución no la pueden destruir ellos, pero sí nuestros defectos y desigualdades», en: Julio César Guanche, En el borde de todo. El hoy y el mañana de la revolución en Cuba, Ocean Sur, 2007, p. 51.
[4] Ídem, p. 59.
[5] Idem, p. 135.
[6] Ídem, p. 153.
[7] Ídem, p. 151.
[8] Ídem, p. 160.
[9] Ídem, p. 161.
[10] Ídem, pp. 163-164.
[11] Ídem, p. 165.
[12] Ídem, P. 169
[13] Ídem, p. 205.
[14] Ídem, p. 249.
[15] Ídem, p. 264.
[16] Ídem, p. 289.
[17] Idem, p. 291-292.
[18] Ídem, p. 297.
[19] Ídem, p. 300.
[20] Ídem, p. 310.
[21] Ídem, p. 345.
[23] Ídem, p. 365.