Una joven de 17 años de nombre Eloísa y de apellido González, vocera de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) le propinó, a un caballero de mediana edad de apellido Beyer y de nombre Harold, Ministro de Educación del gobierno del multimillonario chileno Sebastián Piñera, una contundente lección de democracia y madurez cívica. Tras […]
Una joven de 17 años de nombre Eloísa y de apellido González, vocera de la Asamblea Coordinadora de Estudiantes Secundarios (ACES) le propinó, a un caballero de mediana edad de apellido Beyer y de nombre Harold, Ministro de Educación del gobierno del multimillonario chileno Sebastián Piñera, una contundente lección de democracia y madurez cívica.
Tras la exitosa movilización del 23 de agosto convocada por la ACES, que marcó el reinicio de las movilizaciones estudiantiles entrampadas durante algunos meses a la espera de respuestas a sus demandas por parte del Gobierno y el Parlamento que nunca llegaron, el mencionado ministro declaró en tono soberbio ante las cámaras de televisión: «los estudiantes no siguen a sus dirigentes», en un intento de minimizar la protesta, para posteriormente, y desde luego, criminalizarla como se ha hecho costumbre en los representantes del poder. Frente a estos dichos la joven, hasta hace poco tiempo atrás una niña, respondió sencillamente: «tiene razón el señor Ministro, porque somos los dirigentes los que seguimos a los estudiantes».
En una frase, en unas cuantas palabras, una clase magistral de democracia que encierra toda una macro visión, un potente mensaje que sintetiza los anhelos de gran parte de una juventud que cree en nuevas formas de relaciones democráticas entre los representados y sus voceros. Una nueva forma que deje atrás la mala costumbre de la clase política que consiste en olvidarse de quienes los eligieron, de hacer leyes y utilizar a la gente que les confió su representación con fines personales, para favorecer a los poderosos o para atraer aguas al molino de sus tiendas políticas, prácticas que, como es ya tan sabido, han generado el rechazo de la gran mayoría de la ciudadanía.
Un mensaje de cuál es la democracia por la que luchan nuestros jóvenes, en la que sean escuchados, verdaderamente representados, un mensaje que nos muestra un camino que seguirá siendo ignorado por el Estado y el empresariado, al igual que el de los mapuche, el de los deudores habitacionales y del crédito fiscal y Freirina entre tantos otros, pero que por otro lado, y esto al fin y al cabo es lo importante, comienza a arraigarse paulatinamente en la ciudadanía, pobladores, trabajadores, dueñas de casa, etc., lo que se expresa en nuevas formas de movilización y organización social tales como las Asambleas Ciudadanas, comunales, sindicatos de nuevo tipo y diversas otras de carácter autónomo e independientes del Estado y los partidos políticos tradicionales.
Estos dos conceptos de democracia marcan una abismante diferencia y traslucen el espíritu que subyace entre dos visiones diametralmente opuestas; por un lado la del poder, que nos ofrece la democracia representativa como la panacea del ejercicio de la democracia, la que de tanto en tanto nos convoca a emitir un voto, el que se traduce en la reproducción de más de lo mismo, como también de una élite de políticos profesionales que no escuchan a la gente y que en nuestro nombre hacen lo que supuestamente es bueno para nosotros, en contraste con el concepto de una nueva democracia expresada en el «mandar obedeciendo», una nueva forma de entenderla, respetuosa del mandato de los representados y una nueva forma de ejercerla, directa, participativa, integradora, la que además no sólo se exprese en lo político sino también en todos los otros ámbitos, es decir en lo social, económico, etc., lo que augura el desarrollo de un proceso profundamente democratizador de la sociedad chilena.
Los jóvenes, especialmente los estudiantes secundarios, nos están entregando una gran lección; nos están mostrando un camino claro y posible para conquistar la tan anhelada democracia, un camino que la experiencia indica, debe transitar por vías propias, de movilización y organización autónoma, de ejercicio del poder ciudadano desde la base, presionado al Estado, a la banca, al empresariado, para lograr desde estos espacios la conquista de sus aspiraciones.
Una vía autónoma que no dependa de componendas entre cuatro paredes a espaldas de la gente, sino más bien de un programa político que, elaborado por la ciudadanía desde sus propias y diversas organizaciones, exprese los legítimos anhelos de las grandes mayorías y nos convoque a todos a ser parte de la construcción de una sociedad democrática… y todo indica que es un camino el que una buena parte de la ciudadanía ha comenzado a compartir.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.