El viernes 15 de diciembre abrí un diario de circulación nacional y me encontré con tres importantes noticias. La primera fue la renuncia solicitada por el Ejército al comandante en jefe de la Quinta División, general Ricardo Hargreaves, quien aseguró seguir compartiendo ideas golpistas. .Con la baja de este general y con la que se […]
El viernes 15 de diciembre abrí un diario de circulación nacional y me encontré con tres importantes noticias. La primera fue la renuncia solicitada por el Ejército al comandante en jefe de la Quinta División, general Ricardo Hargreaves, quien aseguró seguir compartiendo ideas golpistas. .
Con la baja de este general y con la que se ordenó en el caso del capitán Augusto Pinochet Molina, nieto del dictador, el Ejército hizo lo que corresponde en una nación democrática.
La segunda información que me agradó leer se refería a la decisión de la segunda Sala de la Corte Suprema de declarar imprescriptibles, de acuerdo a la normativa internacional sobre derecho humanitario, los asesinatos de dos miembros del MIR, ocurridos en 1993.
Y la tercera noticia que permite mirar hacia el futuro con espíritu renovador fue la aprobación de la Cámara Baja del proyecto de ley que busca terminar con la aplicación de la Ley de Amnistía. Aunque ésta es la primera fase, al menos por ahora, podemos imaginar que el camino se está abriendo y está entrando una luz de esperanza.
Realmente al leer estas informaciones me sentí en otro país. En una nación donde la justicia y el sentido común imperan. Y hay que dar las gracias, porque esté ocurriendo así, puesto que durante años no se dio espacio para ello como tampoco hubo margen de acción al sentido común, a la libertad y a la justicia. Sabemos que hubo denegación de justicia en todos los procesos por violaciones a los derechos humanos durante la dictadura y después de ésta la utilización de razones de Estado en materia jurisdiccional.
Luego de reflexionar sobre estas tres noticias y el avance que implican, comencé a pensar que quizás estemos entrando en un período abierto a una mayor evolución. Tal vez, estemos llegando a una etapa donde lo primordial es conseguir que se instale un escenario en que la justicia juegue el rol que siempre debió tener.
Es posible en consecuencia que estos acontecimientos constituyan tres verdaderos pasos hacia la reconciliación y la paz anhelada.
Han pasado sólo unos días de la muerte de Augusto Pinochet. Los ánimos están más calmados y se ha ido recuperando la serenidad. Respeto el duelo, sobre todo el de la familia del fallecido. Lo que indigna es la falta de respeto pues se produjeron muchas actuaciones contra las instituciones chilenas y medios de comunicación tanto nacionales como extranjeros.
También indigna que se gritara como se hizo en el funeral. Como chileno, fue una vergüenza que el mundo entero viera que había tan poca civilización.
Pinochet siempre tuvo conciencia de lo que significó la dictadura y las violaciones a los derechos humanos. Las justificaba, aunque no abiertamente como lo hacen hasta la fecha sus partidarios. Él pensaba que la dictadura había sido útil y necesaria. Y jamás dejó de pensar así.
Por lo tanto, recordemos lo que le pasó a la mujer de Lot: que por mirar hacia atrás se convirtió en una estatua de sal. Que no nos ocurra eso. Debemos ver el futuro como una era de paz, justicia y entendimiento. Demos todos el primer paso.
– Juan Guzmán Tapia fue el primer magistrado que procesó a Pinochet en Chile, en diciembre de 2000, por el caso «caravana de la muerte».