En este reportaje, realizado en mayo para el mensual Le Monde Diplomatique (París), el autor hace un primer balance de la primera huelga feminista de la historia de Chile y vuelve sobre sus origenes. Rebelión publica este artículo con la autorización de Le Monde Diplomatique Chile, que nos mandó la versión traducida al castellano. No […]
Para celebrar esta primera huelga feminista de la historia de Chile, más de 350.000 personas cantaban, bailaban, armaban alboroto en el centro de la capital. Mujeres sobre todo, jóvenes en su mayoría. Algunas, con el cuerpo pintado, se manifestaban en familia, con sus parejas, sus hijos. Perros callejeros acompañaban esta marcha alegre y furiosa, el Día Internacional de la Mujer.
Las abuelas sobrevivientes de la represión de la dictadura del general Augusto Pinochet (1973-1989) y las militantes en defensa de los derechos humanos estaban allí. Al igual que Alicia Lira, presidenta de la Agrupación de Familiares de Ejecutados Políticos, marchaban con las fotografías de sus desaparecidas. «Las razones por las cuales la dictadura las asesinó son exactamente las mismas por las cuales marchamos hoy: querían construir una sociedad de personas libres e iguales».
Las consignas eran tan diversas como el público presente: contra la violencia hacia las mujeres, la discriminación que sufren las homosexuales y las transgénero, las condiciones deplorables de acogida de las inmigrantes, por la igualdad de salarios entre hombres y mujeres. Junto a organizaciones no gubernamentales (ONG), asociaciones y sindicatos, mujeres mapuches, con sus vestidos tradicionales, denunciaban la opresión que sufre su pueblo, mientras que una estudiante agitaba una pancarta donde podía leerse: «Libertad para mis ovarios. ¡Aborto libre, seguro y gratuito!». Habitantes de los barrios populares organizadas en el seno de la red Ukamau insistían sobre el derecho a la vivienda. Un poco más lejos, la organización Pan y Rosas, cercana al pequeño Partido de Trabajadores Revolucionarios, entonaba cánticos de lucha bajo un mar de banderas. Algunos parlamentarios de izquierda se movilizaron. Una imponente columna compuesta únicamente por mujeres abrió la marcha detrás de una inmensa pancarta: «Mujeres trabajadoras de la calle, contra la precarización de la vida».
«Es típico de los grupos de izquierda y los marxistas» -dice sonriente Javiera Rodríguez, estudiante de periodismo y militante conservadora-. Pretenden unir a la gente y terminan mezclando todo. Al principio, militan por del día de la mujer. Y luego se convierte en una manifestación por la mujer ‘oprimida’, la mujer ‘trabajadora’, etc. Finalmente, los que van a la manifestación se encuentran marchando por la reforma de las jubilaciones y contra los fondos de pensión, por el aborto libre o por el matrimonio homosexual…».
Rodríguez fue portada de los medios de comunicación en 2018 por un «acto de resistencia» durante la ocupación de su universidad por parte de feministas: descolgó la pancarta que proclamaba: «No a los acosadores de la Universidad Católica». «¡No podía aceptar la imagen que ese eslogan daba de nuestra universidad! Fue una reacción visceral: la arranqué y luego me enfrenté a las ocupantes. Dije lo que pensaba frente a las cámaras de televisión. Fue por respeto al orden y las instituciones que lo hice. Algunos dirán seguramente que soy ‘facha’: me importa poco».
A diferencia de Rodríguez, las organizadoras consideran que la jornada del 8 de marzo fue un éxito «histórico», que de ninguna manera esperaban: se trató de una las movilizaciones callejeras más importantes desde el comienzo de la transición democrática, en 1990. A nivel nacional, se registraron 800.000 manifestantes en más de 60 ciudades, incluyendo pequeños centros urbanos de provincia que no habían visto algo así desde hacía 30 años…
El nerviosismo del poder
¿Cómo explicar un éxito semejante en una nación conocida por su conservadurismo, donde el Código Civil se remonta a 1855, donde la ley de divorcio recién se sancionó en 2004 (una de las fechas más tardías del mundo) y donde la interrupción voluntaria del embarazo (IVE) recién se despenalizó -muy parcialmente (1)- en 2015, después de décadas de obstrucción por parte de los principales partidos políticos y la Iglesia Católica?
Unos días antes de la movilización, ya emanaban signos de preocupación desde la cúpula del Estado. En uno de los numerosos canales de televisión privados adeptos a su causa, el presidente Sebastián Piñera, un empresario multimillonario elegido en 2018 tras haber gobernado el país entre 2010 y 2014 (2), intentaba calmar los ánimos: «Es un error querer instrumentalizar la noble causa de la igualdad plena de derechos y obligaciones entre hombres y mujeres. Pienso que una huelga es innecesaria, ya que nuestro gobierno hizo suya la causa de las mujeres».
El nerviosismo del poder se explicaba sin duda por el recuerdo de la impresionante movilización estudiantil de 2018 contra el acoso sexual y en favor de una educación no sexista. Ese «mayo feminista» había conducido a la ocupación de decenas de universidades, obligando a las instituciones a reaccionar y reconocer a regañadientes el malestar que crecía desde hacía mucho tiempo. Profesores renombrados fueron cuestionados, y otros suspendidos, entre ellos el expresidente del Tribunal Constitucional. Incluso la venerable Universidad Católica de Santiago, cuna de los «Chicago boys» que aconsejaban al general Pinochet durante la dictadura, fue ocupada (provocando la ira de Rodríguez). Algo que no sucedía desde 1986.
De hecho, este primer terremoto feminista de alguna manera fue una réplica de la intensa movilización estudiantil de 2011, durante el primer mandato de Piñera (3). Para los jóvenes que en ese entonces tomaron las calles, así como para las personas que respondieron al llamado a la huelga feminista del 8 de marzo, Chile debía acabar con la maldita herencia de la época autoritaria. Una ruptura que los sucesivos gobiernos de la «concertación» fueron incapaces de realizar durante sus veinte años de gobierno (1990-2010).
Pero los reclamos de las feministas contemporáneas tienen sus raíces en una historia aun más antigua. «El movimiento feminista nunca desapareció, a pesar de los altibajos en términos de visibilidad -nos explica la historiadora Luna Follegati-. En vez de ‘olas’, pueden distinguirse tres grandes épocas. Desde comienzos de siglo hasta los años 50, en torno a las demandas políticas y civiles (especialmente el derecho al voto, obtenido en 1949). El período de los años 80, con la intensa resistencia de las mujeres de origen popular a la dictadura. Y finalmente, las luchas que emergen desde hace algunos años, que ponen de relieve las problemáticas de la diversidad sexual, la teoría queer, etc.».
El poderoso Movimiento pro Emancipación de la Mujer Chilena (MEMCH), activo de 1935 a 1953, exigía también el derecho a la anticoncepción y al aborto, la legalización del divorcio, la igualdad salarial. Blandía -ya- el arma de la huelga. Además, sus precursoras, como Elena Caffarena y Olga Poblete, participaron en 1983 de la refundación de esta organización para luchar contra el régimen militar. A su lado, las intelectuales Julieta Kirkwood y Margarita Pisano, quienes imaginaron a lo largo de esos años negros una consigna que se volvió famosa: «¡Democracia en el país y en la casa!».
Pocos avances
La transición democrática de 1989-1990 no sólo conservó el modelo económico de la dictadura, así como la Constitución impulsada por el general Pinochet. La «democracia del consenso», tan alabada por la patronal del «jaguar chileno», se forjó también gracias a la desmovilización de los actores sociales críticos. El movimiento feminista es un claro ejemplo. Perdiendo poco a poco su fuerza, derivó hacia políticas públicas de género: reformas compatibles con la ideología del «mercado omnipresente», a la cual se convirtieron numerosos progresistas. En las altas esferas del Estado, algunas mujeres lograron abrirse camino (en la medida en que no alteraran el statu quo ). En los sectores más bajos de la sociedad, otras, provenientes de las clases populares y las poblaciones indígenas, no observaban ninguna mejora de su situación.
La socialista Michelle Bachelet, víctima de la dictadura, agnóstica y soltera, fue ministra en los años 2000, y luego primera presidenta en la historia de la República, en 2006 y 2014, utilizando su imagen de «madre de todos los chilenos» (4). Pero no hizo que la causa de las mujeres avanzara más de lo que rompió con el social-liberalismo de su familia política. «Durante su primer mandato, no se hizo prácticamente nada», exclama Gael Yeomans en su pequeño local de la comuna popular de San Miguel. Ella encarna el ala izquierda del Frente Amplio, una coalición nacida a comienzos de 2017 que agrupa varios movimientos políticos (del centro a la izquierda radical), algunos de los cuales surgidos del movimiento estudiantil de 2011. «Durante su segundo mandato, una medida positiva fue la creación -¡finalmente!- del Ministerio de la Mujer y la Equidad de Género. Pero no recibió ni el presupuesto ni la atención política que necesitaba para intervenir realmente en todos los terrenos sociales. Incluso el proyecto de ley contra la violencia hacia las mujeres fue abandonado, dejando finalmente esta iniciativa en manos de la derecha».¦
La «Agenda Mujer», un paquete de medidas legislativas lanzado por Piñera en mayo de 2018, mezcla una visión conservadora (siendo las mujeres reducidas a menudo al papel de madres) con el liberalismo económico. Prevé valorizar la paridad en los directorios de las empresas, o incluso un derecho «universal» a una vacante en las guarderías para las empleadas con un contrato de trabajo estable, lo que limita considerablemente el alcance de la medida en un país donde la precariedad es a menudo la regla, y en particular para las mujeres. Mientras que menos de la mitad de ellas tiene acceso a una actividad remunerada, el 31% trabaja sin contrato, ni protección social o de salud (sin siquiera mencionar la posibilidad de afiliarse a un sindicato) (5). Y, si bien el presidente señala insistentemente su compromiso en favor de los «derechos de la mujer» (un singular que tiende a esencializar a las mujeres), nadie se deja engañar: el actual titular de La Moneda es conocido por sus comentarios misóginos, difundidos en la prensa a lo largo de su carrera. Por otra parte, sigue actuando bajo la presión de una coalición (hoy minoritaria en el Parlamento) donde conspiran adeptos al Opus Dei, militantes antiabortistas y antiguos apoyos del general Pinochet.
Durante este período, los diputados de derecha lograron mediante una jugarreta que el Tribunal Constitucional aceptase el concepto de objeción de conciencia «institucional» (y no sólo individual) respecto de la IVE: en un país donde la salud se encuentra en gran medida privatizada y en manos de numerosos organismos religiosos, una clínica puede actualmente proclamar que no se practicará allí ningún aborto, eximiéndose de la ley vigente, así como del derecho internacional.
Pero la marea feminista chilena no sólo se alimenta del contexto nacional. Apoyándose en movilizaciones callejeras y «desde abajo», se identificó con los llamados a la huelga de las mujeres en Polonia en octubre de 2016, con las imágenes de las manifestaciones masivas en Madrid tras la liberación de los autores de una violación en la primavera de 2018 o con los textos de intelectuales como Silvia Federici, Cinzia Arruzza, Nancy Fraser o Tithi Bhattacharya. El principal caldo de cultivo sigue siendo, sin embargo, latinoamericano: el pañuelo verde, símbolo de la lucha por el derecho al aborto en Argentina, atraviesa la Cordillera de los Andes, así como el grito «¡Ni una menos!» que denuncia los femicidios. Este feminismo proveniente del Sur goza además de una larga experiencia de encuentros continentales organizados desde los años 80, aunque marcados por crecientes divisiones. La resistencia frente a los asesinatos de mujeres en Ciudad Juárez (México), El Salvador, Guatemala, está también muy presente.
La huelga feminista
A comienzos de 2018, la coordinación del 8 de marzo tomó forma, primero en Santiago, luego en colaboración con otras organizaciones de la región. Las asambleas locales de mujeres fijaron los programas de movilización. Un año más tarde, la coordinación aún no dispone de locales, se autofinancia día a día, pero cuenta con la adhesión de más de sesenta organizaciones.
A lo largo del tiempo, se crearon comisiones de trabajo (articulación social, comunicación, logística, etc.), se eligieron voceras mediante un sistema de rotación, en un esfuerzo tendiente a alternar generaciones, orientaciones sexuales, orígenes y puntos de vista. «Quisimos romper con la forma patriarcal y masculina de organización que existe en la política, incluyendo la izquierda», señala una joven militante con la que conversamos. Gracias a los comités de huelga en los barrios, las intervenciones en las redes sociales y las acciones en la calle de las «brigadas feministas», el éxito del 8 de marzo se construyó poco a poco.
Así, surgió la idea de huelga feminista, «precisamente porque el derecho a huelga no está garantizado para nadie -nos explica Alondra Carrillo, vocera de la Coordinadora Feminista 8 de Marzo-. Nuestro proyecto apuntaba pues a restablecer el bloqueo de la economía como herramienta política». Con el nuevo Código del Trabajo promulgado por la dictadura, en 1979, la posibilidad de interrumpir el trabajo se redujo a su mínima expresión para todos los trabajadores, al mismo tiempo que las libertades sindicales. Producto de una legislación restrictiva totalmente arcaica, las huelgas de la inmensa mayoría de los asalariados que aún se atreven a movilizarse son declaradas ilegales, y los empleados del sector público siguen desconociendo por completo ese derecho fundamental. «Pero la idea de huelga, agrega la vocera, implicaba también que deseáramos convocar tanto a mujeres como a hombres, aun cuando, en este caso, las mujeres debían tener el papel principal, con el apoyo de los hombres, que, por ejemplo, se encargarían de la organización de puntos de alimentación y el cuidado de los niños».
A lo largo de las semanas, decenas y luego cientos de mujeres se comprometieron en cuerpo y alma, a pesar de sus diferencias. Algunas, por ejemplo, estaban a favor de militar exclusivamente en espacios no mixtos (es decir, sin hombres), mientras que otras se oponían a ello. Algunas se mostraban favorables a los contactos con los partidos políticos, el Estado o los medios de comunicación; otras lo consideraban demasiado riesgoso…
El Encuentro Plurinacional de Mujeres que Luchan, en diciembre de 2018, representó un momento importante de este trabajo de hormiga. Reunió a 1.200 mujeres de todas las regiones, hizo el llamado a la huelga del 8 de marzo y elaboró un programa de diez puntos (6). Según Carrillo, apuntaba a actuar de manera que la cuestión feminista impregnara al conjunto del movimiento social y todas las temáticas que lo animaban. Así, los reclamos de las inmigrantes convivían en el documento con la exigencia de una «educación desmercantilizada no sexista, anticolonial y laica»; el reconocimiento de la autodeterminación de los pueblos autóctonos con la defensa del aborto «libre, legal, seguro y gratuito» y el «fin de la violencia política, sexual y económica contra las mujeres».
Según cifras oficiales, casi un tercio de las chilenas sufriría violencia sexual al menos una vez a lo largo de su vida. Y la Red Chilena contra la Violencia hacia las Mujeres denuncia desde hace varios años la muerte de una mujer por semana, en promedio, como consecuencia de los golpes de un hombre (sin que eso sea sistemáticamente considerado un femicidio por la ley) (7). Para las militantes, esta violencia contra el cuerpo de las mujeres es consustancial a la violencia del modelo capitalista neoliberal. Rechazando un feminismo elitista y liberal, Carrillo y sus compañeras no dejan de recordar los puntos de contacto entre las dominaciones de género, raza y clase, expresando así su oposición al gobierno y las políticas vigentes. En efecto, las mujeres figuran entre las principales perdedoras del ultracapitalismo andino. En un país donde la semana legal de trabajo es de cuarenta y cinco horas y donde el 70% de los asalariados gana menos de 730 euros por mes, las mujeres perciben un salario un 30% inferior al de los hombres (8). En el acceso a la salud, sufren la discriminación de los seguros privados debido a los potenciales embarazos, considerados un «riesgo». Lo mismo ocurre en lo que respecta a las jubilaciones, totalmente en manos de fondos de pensión desde los años 80 (bajo el impulso de José Piñera, hermano del actual presidente, ministro de Trabajo de la dictadura).
Pero la coordinación enfrenta también numerosas críticas, tanto internas como externas, que amenazan su voluntad de unidad. «El movimiento feminista hegemónico actual está muy ligado al movimiento estudiantil y a las temáticas de lucha contra el acoso sexual en el seno de las universidades», señala Daniela Catrileo, joven poeta de origen mapuche y miembro del colectivo decolonial Rangiñtulewfu. Sin buscar la conciliación, agrega: «Las mujeres racializadas, los reclamos del pueblo mapuche, el colonialismo interno no eran demasiado visibles ni tenidos en cuenta. Éramos también críticas del llamado a una ‘huelga’ feminista, en el sentido de que esa consigna, proveniente sobre todo del Norte y de los movimientos europeos, puede excluir a muchas mujeres precarias o inmigrantes». Carrillo responde a la objeción: «Impulsamos una huelga bajo cuatro formas posibles: en el lugar de trabajo si la situación de las trabajadoras lo permite; huelga de cuidados y de trabajo no remunerado en los hogares; interrupción del consumo; y, finalmente, manifestación en el espacio público».
Esta última modalidad estuvo en el corazón de la jornada del 8 de marzo último. En el terreno sindical, el hecho de que la principal organización nacional, la Central Unitaria de Trabajadores (CUT), no haya apoyado el llamado feminista a la huelga no facilitó la ampliación del movimiento. Sin embargo, la CUT está presidida por una mujer, la dirigente comunista Bárbara Figueroa. Pero a la dirección de la central se le dificulta aún acompañar aquello que no controla. A pesar de todo, en algunas ciudades, como el puerto de Valparaíso, organizaciones sindicales combativas hicieron decididamente acto de presencia, sufriendo además una fuerte represión policial. Otras organizaciones de empleados del sector público, como el Colegio de Profesores y la Confederación Nacional de la Salud Municipal, estuvieron también muy comprometidas.
Resabios del conservadurismo
Comentando el éxito de la jornada del 8 de marzo, Karina Nohales, especialista en derecho laboral y militante feminista, se alegra de los gigantescos avances obtenidos en algunos meses. Las dificultades continúan, señala sin embargo, especialmente para llegar a las habitantes de los numerosos barrios pobres de Santiago (las poblaciones), las inmigrantes o incluso las trabajadoras de los sectores más bajos. Más aun cuando la imagen de feministas más bien blancas y provenientes de la clase media está muy ligada al movimiento, y genera algunas reticencias. «Sin embargo, comenta, avanzamos mucho en el sentido de una mejor integración de la lucha feminista en el seno de las poblaciones y algunos sindicatos, particularmente en los sectores (educación, salud, administración) donde existe una marcada presencia femenina. El objetivo de la coordinación es precisamente lograr un enfoque que llegue al conjunto de las mujeres, que aborde tanto las expectativas de aquellas que pertenecen a los sectores populares, las inmigrantes, como de aquellas llamadas a veces de ‘clase media’, pero que, en el Chile neoliberal, son en realidad -especialmente las jóvenes- profesionales, pero están endeudadas hasta el cuello».
A pesar de algunos bemoles, esta primera huelga feminista fue vivida como un inmenso paso adelante, y la coordinación pretende continuar con su impulso: completar el programa fundacional sometiéndolo nuevamente a discusión; reforzar el trabajo unitario, desde el gran Norte hasta la Patagonia, pero también internacional. Objetivo buscado: establecer puentes más sólidos en dirección a las inmigrantes, ancianas y menores, e incluso crearlos en lo que respecta a las detenidas. Según Carrillo, «se trata de mostrar que el feminismo es una solución real, particularmente en un momento de crecimiento de la extrema derecha y las corrientes reaccionarias en toda la región».
En Chile, las encuestas demuestran que la Iglesia Católica sigue perdiendo terreno, y la multiplicación en su seno de escándalos de pedofilia, ocultados por la jerarquía, no hace más que profundizar ese descrédito. Sin embargo, diversas sectas evangélicas avanzan en los barrios, sin ser todas ellas integristas (dos pastoras participaron incluso en los encuentros feministas). Algunos grupúsculos fascistoides atacan regular -y violentamente- a las feministas, las lesbianas y las transgénero. Al mismo tiempo, las recomposiciones políticas favorecieron el surgimiento mediático y electoral de personalidades de extrema derecha, como el exdiputado José Antonio Kast (Acción Republicana), que denuncia la «ideología de género». Ferozmente opuesto al aborto y a quienes califica de «feministas de cartón», alaba a la «verdadera mujer chilena», necesariamente católica, nacionalista y… dentro del hogar.
1. La IVE sólo se autoriza en caso de violación, riesgo de vida para la madre o inviabilidad del feto.
2. ver libro PIÑERA, publicado por la editorial Aún Creemos en los Sueños .
3. Ver libro OTRO CHILE ES POSIBLE, editorial Aún Creemos en los Sueños y numerosos textos de la edición chilena de Le Monde Diplomatique, que dio la palabra a más de sesenta líderes estudiantiles desde enero de 2011.
4. Nicole Forstenzer, Politiques de genre et féminisme dans le Chili de la postdictature, 1990-2010, L’Harmattan, col. «Anthropologie critique», París, 2012.
5. Instituto Nacional de Estadísticas de Chile, Santiago, octubre-diciembre de 2017.
7. www.nomasviolenciacontramujeres.cl
8. «Los verdaderos sueldos de Chile», Fundación SOL, Santiago, 2018, www.fundacionsol.cl.
El autor es Profesor de historia latinoamericana de la Universidad Toulouse 2 (Francia). Presidente de la Asociación ‘France Amérique Latine’. Publicó, entre otras obras, Chile 1970-1973. Mil días que estremecieron al mundo (LOM, 2016).
Traducción del francés: Gustavo Recalde
Fuente: https://www.