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Una «nacht der langen messer» a la colombiana

Fuentes: Rebelión

La última noche de junio de 1934, el por entonces canciller Adolf Hitler esperaba expectante el desarrollo y resultado final de un episodio sangriento que, a la postre, le consolidaría como el líder absoluto de la reacción alemana. Dicho suceso, «la noche de los cuchillos largos» (Nacht der Langen Messer), fue gestado y puesto en […]

La última noche de junio de 1934, el por entonces canciller Adolf Hitler esperaba expectante el desarrollo y resultado final de un episodio sangriento que, a la postre, le consolidaría como el líder absoluto de la reacción alemana. Dicho suceso, «la noche de los cuchillos largos» (Nacht der Langen Messer), fue gestado y puesto en marcha por el propio Hitler, Werner von Blomberg (jefe de la Wehrmacht y ministro de guerra), Hermann Goering, y el más cruel de todos sus validos: el comandante de las SS (Schutzstaffel), Heinrich Himmler.

El propósito de ese operativo era la aniquilación total de las secciones de asalto SA (Sturmabteilung) bajo el mando de Ernest Röhm; un antiguo colaborador del canciller que se había vuelto estorboso…..

Setenta años después, a casi 10.000 kilómetros hacia el oeste-suroeste, en Colombia para ser más exactos, la historia se repite con un parecido que no a pocos asombra.

La pasada noche del 19 de septiembre, el presidente colombiano Álvaro Uribe Vélez autorizaba la ejecución inmediata de la fase final de la denominada «Operación Santuario», la cual, cuenta como directo responsable en el campo militar al ya célebre comandante del ejército Gral. Martín Orlando Carreño (o «general Carroña», según el mote con que le «condecoraron» varios ex-militares).

La finalidad de la «Operación Santuario» es el desmembramiento y destrucción del grupo paramilitar «Autodefensas Campesinas del Casanare» (ACC), comandadas por «Martín Llanos». «Llanos» y su organización jugaron un papel importante en el proceso electoral que llevaría a Uribe Vélez a la presidencia hace dos años pero, de un tiempo acá, igual a como ocurriera con Röhm y las SA, se había convertido en una seria molestia.

¡Así le paga el diablo a quien bien le sirve!, reza un conocido refrán.

La coincidencia entre estos dos eventos históricos no es superficial. Por el contrario, es más profunda de lo que parece y amerita mayores comentarios. En consecuencia, se nos hace necesario contextualizar sucintamente (especialmente para el lector no nativo) el acontecer colombiano e irlo enriqueciendo, en virtud de la analogía histórica, con aquellos aspectos coincidentes que condujeron a la barbarie a la Alemania Nazi.

La historia de Colombia desde la consolidación de la «independencia» en 1819, es un libro que trasuda sangre por todas sus páginas. Un holocausto (que son muchos en el devenir humano y no sólo «uno» como quieren hacérnoslo creer luego de la segunda guerra mundial) que, por supuesto, ha tenido por principales víctimas a los más humildes y desfavorecidos de este atribulado país.

Como tal, la violencia colombiana es una violencia de clases. La continua lucha entre una oligarquía todopoderosa que hace valer mediante el terror sus intereses, y un pueblo que ora calla, ora resiste, ora huye.

En ese sentido, el fenómeno paramilitar es un viejo conocido de los colombianos. Si hace más de 50 años se les llamaba «Pájaros» o «Chulavitas», hoy se les denomina paramilitares a secas o, a su propio gusto, «Autodefensas Unidas de Colombia» (AUC).

Como quiera que sea, estos grupos viejos o nuevos siempre han sido erigidos y amparados por el Estado en el innoble propósito de acallar las reivindicaciones populares. Además, y este es un aspecto importantísimo, han sido el instrumento idóneo mediante el cual los grandes terratenientes, industriales, comerciantes, clero y caciques políticos, acrecentaron o incrementan sus riquezas materiales (tierras, ganado, mercados, ganancias industriales, etc.) y poder socio-político.

El paramilitarismo más reciente nace a mediados de los años ochenta de la no extraña conjunción entre militares, Estado, grandes propietarios y narcotraficantes. Bajo el supuesto de combatir la violencia guerrillera, las principales víctimas de la barbarie paramilitar han sido campesinos, indígenas, líderes sindicales y populares, defensores de derechos humanos, maestros, estudiantes y todo aquel que «huela» a progresista.

Las cifras esclarecen: se calcula que sólo entre 1994 y el 2003 ocurrieron en Colombia 1969 masacres (más de una cada dos días), se desaparecieron 6370 personas en la década del noventa, y se ha arrancado violentamente de sus terruños a casi tres millones y medio de colombianos entre 1985 y el 2003 (1).

La inmensa mayoría de estos crímenes de lesa humanidad fueron y vienen siendo cometidos por la sociedad: paramilitares-fuerzas armadas. En menor proporción, la guerrilla y la delincuencia común.

La explosión paramilitar se amplió y se profundizó desde 1997 cuando, bajo la égida de Carlos Castaño, todos los grupos paramilitares del país se unieron en lo que sería las AUC. El accionar coordinado de esos grupos, entre los que se cuenta las ACC de «Martín Llanos», desplazó de muchas regiones del país a la subversión no precisamente gracias a la derrota militar sino, más bien, por la aniquilación física de su base social. No obstante, en los lugares donde la insurgencia no hacía presencia, el narcoparamilitarismo y las fuerzas armadas también desarrollaron campañas de exterminio y desplazamiento con el único fin de apropiarse de las tierras y bienes de los pequeños campesinos, mineros y comerciantes.

Ante tanta atrocidad era difícil para muchos siquiera imaginar que aquella pudiera alcanzar algún grado de legitimación política.

¡Pero cuán equivocados estaban!

En efecto, gracias al fracaso (2) de las negociaciones de paz entre el gobierno del ex presidente Andrés Pastrana (1998-2002) y la guerrilla de las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia), se creó «desde laboratorio» una matriz de opinión y represión que llevaría a la presidencia al tenebroso hacendado Álvaro Uribe Vélez.

Abanderando un discurso de guerra total contra la guerrilla y la recuperación de la seguridad nacional, la elección de Uribe contó con el decisivo concurso de los grupos paramilitares.

Las mencionadas ACC, por citar un caso, fueron claves en el considerable caudal de votos a favor de Uribe en el departamento del Casanare. Como ocurriera en otras regiones del país con el resto de paramilitares, «Martín Llanos» y sus hombres recorrieron las áreas urbanas y rurales por ellos controladas prohibiendo, amenazando y, si era el caso, asesinando, a todos aquellos que hacían proselitismo a nombre de opciones políticas distintas a la de Uribe Vélez. Abundan los testimonios de cómo mucha gente fue obligada a votar por el candidato del paramilitarismo (3).

Es justo detenernos en este momento pues las comparaciones históricas se hacen pertinentes.

Al igual que lo descrito para el caso colombiano, Ernest Röhm y sus tropas paramilitares de la SA fueron importantísimas en las pugnas electorales, fallidas y exitosas, que sirvieron de mampara para la llegada al poder de Hitler el 30 de enero de 1933.

Allí también se redujo violentamente a los opositores del partido Nazi, se coaccionó al electorado y se amenazó a lo indecisos.

Para ambos casos, tras la conquista del poder, se agudizaron las diferencias internas entre los propios grupos paramilitares y parte de estos en su relación con las dirigencia política, económica y militar imperante.

En Alemania, las SA entraron en conflicto con Hitler por su transigencia y complicidad con las elites conservadoras (especialmente el poder económico asentado a orillas del Ruhr); con Himmler y las SS por el dominio final de las agrupaciones paramilitares; y con la Wehrmacht por el control total de las fuerzas armadas.

Aquí, en Colombia, «Martín Llanos» y las ACC desataron la ira del grueso de las AUC al no querer ceder parte de su emporio económico y delincuencial a las tropas de Carlos Castaño (4); de Uribe, al no participar en conjunto con las AUC en la farsa que representa las negociaciones gobierno-paramilitares; y, de los militares y barones económicos (la mayoría delincuentes de cuello blanco asentados en el departamento de Antioquia), al apreciar estos cómo día a día las pugnas internas de sus aliados paramilitares entorpecen el proceso de legitimación política de los prohijados.

Era apenas obvio que las dos situaciones descritas alcanzaran un punto de no retorno. Desde el poder se hacía necesario, en consecuencia, actuar con celeridad y contundencia.

Hitler da vía libre a la «Noche de los cuchillos largos»; Uribe, a la «Operación Santuario». En Alemania significó la aniquilación total de las SA, Röhm y sus lugartenientes, y el «empoderamiento» definitivo de las SS como salvaguarda del futuro Führer. En Colombia, hasta hoy, se ha prácticamente desarticulado a las ACC, es inminente la caída de sus máximos jefes, y se ha despejado el terreno para el total control territorial por parte de las AUC. De carambola, el accionar representa valiosas ganancias políticas para Uribe quien ya había pactado en secreto con la comandancia paramilitar simular, ante la opinión pública nacional e internacional, «ser duro» con ellos (5).

Así las cosas, mediante el exterminio de las ACC, Uribe no sólo libraba a sus estimadas AUC de un serio rival regional, sino que también pretendía diluir la cada vez más evidente complicidad entre él y el paramilitarismo. Connivencia de vieja data y que se remonta a los tiempos en que siendo gobernador de Antioquia, Uribe, amparado por la ley, patrocinó la creación de grupos paramilitares en su región.

No obstante, la jugada no les salió perfecta al presidente y las AUC ya que, además de revelarse el pacto secreto entre ellos en torno al discurso admonitorio, el número más reciente de la revista colombiana «SEMANA» dio a conocer unos casetes comprometedores. Dichas cintas fueron grabadas cuando el comisionado de paz (otro antioqueño), Luís Carlos Restrepo, trataba de tranquilizar los exaltados ánimos de la dirigencia paramilitar. En voz del propio comisionado, se le insiste al comandante general de las AUC Salvatore Mancuso y a algunos de sus colaboradores, que no deben preocuparse por las peticiones de extradición (por narcotráfico) que pesan sobre ellos desde los Estados Unidos y, mucho menos, sobre la posibilidad de ser requeridos por el Tribunal Penal Internacional.

A nombre del propio Uribe, Restrepo les deja entrever que simulando una condena judicial en Colombia, puede evitarse ser juzgados por los tribunales internacionales. En cuanto a la extradición, el presidente haría uso de su «facultad discrecional» para no enviar a las cortes norteamericanas a algunos de los extraditables.

De todo lo anteriormente descrito es evidente que las negociaciones de paz entre el gobierno y los paramilitares son, en rigor de la verdad, una componenda sin precedentes que busca la inserción social, política y económica de los genocidas, y el beneficio colateral de sujetos como Uribe Vélez y la casta oligárquica que representa.

Puede apreciarse que la forma como en Colombia el actual gobierno emplea el poder no se diferencia, en lo substancial, del comportamiento criminal de Hitler y sus secuaces.

Pero mal haríamos en creer que es una mera coincidencia procedimental. Se trata, en el caso colombiano, de una versión criolla del fascismo (disfrazado de democracia) y cuyos rasgos distintivos pueden ser columbrados no sólo en el símil SA-ACC, Röhm-«Martín Llanos», Hitler-Uribe.

Veamos unos pocos:

1. Al igual que Hitler, Mussolini y Franco, Uribe accede y ejerce el poder político amparado en el terror estatal y paraestatal.

2. La Wehrmacht criolla actual de consuno con los paramilitares.

3. Las masacres, desapariciones, desplazamientos forzosos y detenciones masivas de pobladores rurales y urbanos, son arma cotidiana de las fuerzas paraestatales y el gobierno.

4. La opción militar-policiva es vista como la única solución a la problemática social.

5. Se intimida constantemente a la población civil, desde el Estado, a la «no neutralidad»: «o eres de los nuestros y apruebas lo que hacemos, o estás con el enemigo». La convivencia pacífica es aceptada sólo con los miembros del propio «ethos».

6. Se sataniza, persigue y aniquila física y moralmente, a toda voz disonante.

7. Desde el Estado (Uribe no se cansa de hacerlo), se niega la lucha de clases y se mistifica la armonía en medio del vasallaje.

8. Se promueve y construye la imagen falsa de un líder supremo sin el cual el país no puede sobrevivir, y se exalta el culto irracional de insulsa «simbología nacional».

9. Se acude a las más variadas maniobras legales e ilegales conducentes a la perpetuación en el poder del «líder» y a la concentración (o al menos sumisión), en sus manos, de todos los hilos del Estado.

10. Se apela al nacionalismo visceral en las relaciones con el extranjero (por ejemplo, en la creciente «conflictividad» con Venezuela), y al «espíritu de predestinación», al interior del país, de los originarios de determinada región geográfica. El individuo es concebido y tolerado únicamente si se debe a su Estado y «misión nacional».

11. El terror estatal y paraestatal es azuzado por exiguas minorías latifundistas, industriales, eclesiásticas y comerciales, en función del acrecentamiento de sus riquezas.

12. Los medios masivos de comunicación y los aparatos de propaganda, desarrollan elaboradas campañas de alienación social estigmatizando a la oposición, falseando hechos, manipulando a la opinión pública, etc. (6).

Es conocida la máxima de que «la historia suele repetirse como comedia o como tragedia». Colombia, sin embargo, pareciera ser uno de esos insólitos casos en los que, una y otra vez, el proceso histórico deviene farsa y drama al mismo tiempo lastrando a la humanidad con vergüenzas y sufrimientos que ya se creían superados.

A la luz de lo expuesto en este texto es incontrovertible que la nación colombiana está siendo lanzada a la etapa más oscura de su historia. Una era donde el fascismo crudo y rampante moldeará, en adelante, nuestro hasta ahora sino trágico.

Valga como aliento y sublime esperanza que tras cada noche el sol emerge victorioso y nosotros, los que no somos ciegos, nos encargaremos de que ésa gigante llama matutina no se extinga.

* Investigador independiente.

NOTAS.

(1) 3650 días de horror. En: El Tiempo. Bogotá. 26/IX/2004. Sección 1. p: 10.

(2) El aborto de dicho proceso negociador y la subida de Uribe al poder, fueron un gran triunfo de la derecha colombiana, los sectores militaristas, Estados Unidos, el narcotráfico y las clases oligárquicas del país. Nada hubiera podido ser de no contarse con el ingente apoyo de la apisonadora mediática colombiana que, como otrora lo hiciera Joseph Goebbels en Alemania, supieron alienar parte de la opinión pública a favor de los intereses mencionados.

(3) Desde el comienzo de la campaña electoral, los grupos paramilitares afirmaron públicamente que apoyaban la candidatura de Álvaro Uribe Vélez. También manifestaron (y lo hicieron) que iban a favorecer operativamente su elección.

Ahora, cuando desde el Estado se impulsa toda una serie de medidas legales e ilegales que posibiliten la reelección de Uribe para el cuatrienio 2006-2010, las AUC han reiterado su apoyo al presidente. De ahí que el éxito de las actuales «negociaciones de paz» entre gobierno-paramilitares es necesario para ambos socios; en el caso de Uribe potenciaría políticamente su reelección y pagaría, legitimando política y económicamente a las AUC, el favor que les debe tras las elecciones del 2002.

(4) Las diferencias llegaron a la confrontación armada directa luego que el antioqueño Carlos Castaño (ex jefe supremo de los paramilitares y al que sus tropas y el gobierno quieren hacer pasar por muerto) creara el «Bloque Centauros», al mando del hace poco asesinado Miguel Arroyabe, y lo enviara a los departamentos del Meta y Casanare para someter a las ACC. En ésa misión los hombres de las AUC han contado con el apoyo descarado de las fuerzas militares.

(5) En un discurso televisado a todo el país el pasado día 19, Uribe Vélez, haciendo gala del limitado y arrogante lenguaje de cabo que le caracteriza, «amenazaba» a los paramilitares de actuar contra ellos si boicoteaban los principios de las negociaciones de paz. Tal regañina coincidió con el asesinato, el mismo domingo, en el departamento del Meta, de su paisano y comandante del «Bloque Centauros», Miguel Arroyabe. La muerte de este criminal, (uno de los negociadores del Estado mayor de las AUC) ocurrió luego que viajara a dicha región procedente del departamento de Córdoba (donde se hallan concentrados los máximos jefes del paramilitarismo), con la autorización y en una aeronave de la presidencia de la república.

En lo referente al discurso pactado entre Uribe y los «paras» ver: Aseguran que advertencia de Álvaro Uribe fue un «plan orquestado» entre gobierno y paramilitares. En: El Tiempo. Bogotá. Edición digital. 22/IX/2004.

(6) A quien desee adentrarse más en las características históricas del fascismo les sugiero consultar: Bourderon, R. Le Fascisme, Idéologie et Pratiques (essai d’analyse comparée). Éditions Sociales. Paris. 1979; y, Rama, C.H. Revolución Social y Fascismo en el Siglo XX. Editorial Palestra. Montevideo. 1962. El lector descubrirá que no nos equivocamos en calificar el gobierno de Uribe como régimen fascista.