«No podemos no poder» (Gunthers Anders) «Los medios destruyen los fines» (Günther Anders) «Toda Ciencia estaría de más si la forma de manifestarse las cosas y la esencia de éstas, coincidiesen directamente» (Karl Marx, ‘Das Kapital’) Terciarización posmoderna, flexibilidad númerica, funcional y salarial: ¿qué significan estos nuevos precarios que llaman tanto la atención de […]
«No podemos no poder» (Gunthers Anders)
«Los medios destruyen los fines» (Günther Anders)
«Toda Ciencia estaría de más si la forma de manifestarse las cosas y la esencia de éstas, coincidiesen directamente» (Karl Marx, ‘Das Kapital’)
Terciarización posmoderna, flexibilidad númerica, funcional y salarial: ¿qué significan estos nuevos precarios que llaman tanto la atención de Iglesias? ¿Por qué «aquí y ahora» esta precariedad y qué significa esta determinada precariedad, este homo flexible en el contexto internacional del Capitalismo global? Es un perogrullo pero a estas aplicaciones express de «sociologismo» hay que aclararle una vez más el ABC del método dialéctico: la «cosa misma» no se manifiesta directamente a la reflexión, para captar su necesidad interna no solo es indispensable el esfuerzo del concepto, sino dar un rodeo. Si cualquiera con solo percibir lo heterogéneo de la realidad captase inmediatamente las conexiones de las cosas ¿para qué serviría la Ciencia? Con la «forma de manifestación» que llama poderosamente la atención a Iglesias («los de abajo», gente cada vez más precarizados) ocurre lo mismo que con todas las formas de manifestación en la sociedad burguesa y su trasfondo oculto, su verborgen Hintergrund según Marx. El impresionismo de la forma manifiesta se reproduce de manera directamente espontánea como formas comunes, naturales y corrientes del pensar; el trasfondo oculto de los nuevos asalariados flexibles tiene que ser primeramente descubierto, desvelado por la Ciencia. Iglesias tropieza casi con la verdadera relación de las cosas, pero no la formula conscientemente ni críticamente sin embargo. Muchos de los contra-argumentos contra la tesis ¿posmoderna? de Iglesias fallan el blanco, porque no se está muy seguro del punto de partida, que no debe ser otro que la idea de obrero y trabajador asalariado en Marx. De un lado no se toca en el fondo la evidencia empírica y material del argumento de Iglesias, la creciente informalidad real a nivel fenomenológico, no se la explica ni se la «integra» en la lógica del Capital, repitiendo que siempre fue igual, precariedad hubo y habrá ayer, hoy y mañana, o recurriendo a argumentos morales y piadosos, con lo que se pierde la «especificidad» de la precariedad en el Postfordismo (que no es ni la del primer Capitalismo, ni la del Taylorismo, ni la del Fordismo).Y en segundo lugar, no se comprende el por qué de estas nuevas formas de precarización capitalistas, el ¿cui bono? de las transformaciones de la relación Trabajo-Capital, no se las explica en lo profundo del mecanismo de la relación de producción y circulación, perdiéndose la preciosa Kritik a la Economía Política. En cambio de analizar, desmembrar y reconstruir la dialéctica histórica de la composición técnica y política del obrero asalariado (y los sectores proletarios), única via regia para entender «materialísticamente» los nuevos intereses y necesidades de clase, se utiliza el dato real para ilustrar y confirmar tesis universalmente válidas en todo tiempo y lugar. ¿Dónde está el análisis concreto de la situación concreta?
El consentimiento nace siempre en la producción. El nuevo precariado es inteligible sin el telón de fondo de la larga Era de la Globalización y «mercancificación» del Mundo (1975-2008), período en el cual la economía se «desvinculó» de la sociedad civil y tanto los financieros como los economistas neoliberales intentaron crear una «New Economy» de mercado global basada en la competitividad y un nuevo individualismo despótico. A fines de los 1980’s, ante el evidente estancamiento (la Estanflación) capitalista, neoliberales y libertarianos (aunque la Economía Política era y es Neo-Clásica) clamaban, de Thatcher a Reagan, de Menem a Aznar, del FMI al Banco Mundial, como salida mágica de la crisis la «flexibilidad del mercado de trabajo», o sea: una «re-regulación», adoptada a los nuevos horizontes de acumulación. Una solución postfordista a una crisis fordista indisoluble con los viejos instrumentos del pasado. La necesaria modificación de la composición orgánica del capitalismo español (las proporciones entre capital fijo y variable) pasa por una contrarrevolución violenta pero pasiva, imponiendo una radical transformación de la estructura socioprofesional de los asalariados. La fórmula ideológica era sencilla para un slogan de márketing político: si se derrumbaban los costos laborales introduciendo grados de flexibilidad (informalidad/precariedad/outsourcing/offshore/inshore), eso sería la única forma de ser «competitivos» y más «productivos», ergo, la grandeza de la nación. La nueva precariedad postfordista tiene muchas dimensiones, no solo el elemental «trabajar para vivir» de Iglesias : » flexibilidad de los salarios» significaba acelerar los ajustes a los cambios en la demanda , en particular a la baja ; la «flexibilidad laboral» significa la capacidad fácil y sin costo de las empresas para cambiar los niveles de empleo , en particular a la baja , lo que implica una reducción de la seguridad en el empleo y la protección social ; » flexibilidad laboral» significaba ser capaz de mover empleados en todo el interior de la empresa y cambiar estructuras de trabajo con mínima oposición sindical o costo cero ; «flexibilidad en capacidades» significa ser capaz de ajustar las habilidades de los trabajadores fácilmente a la necesidad del Profit capitalista y la nueva dinámica de la «formación permanente» ( Lifelong learning) . En esencia , la flexibilidad propugnada por los radicales economistas neo -clásicos, en un contexto de fuerte descenso de la tasa media de ganancia, significó hacer a los trabajadores sistemáticamente más inseguros , teorizada por los politólogos académicos como una vertiginosa «sociedad de riesgo», afirmando como un arcano religioso que es un precio necesario para retener la inversión, ser competitivos globalmente (mantra neoliberal), que vuelva el crédito y el empleo llegue a niveles «naturales». La New Economy no es una «desindustrialización» sino una nueva reinvención del Fordismo, donde el Capital ha re-estructurado la fuerza de trabajo en núcleos fordistas, hiperfordistas y prefordistas (precisamente los nuevos estratos precarios).
Con respecto al obrero-masa, al trabajador asalariado «fordista», el postfordista ha perdido la siguientes condiciones de seguridad del viejo modelo en la relación Capital-Trabajo: 1) Seguridad del mercado laboral: adecuadas oportunidades de obtener ingresos suficientes para la reproducción de la fuerza de trabajo, al nivel macro resumido con el lema del estado «Pleno empleo» ; 2) Seguridad contra el despotismo patronal: contrato escrito de estabilidad, protección contra el arbitrio del empleador, regulaciones sobre despidos y abusos, imposición de los costos al empleador; 3) Seguridad laboral: capacidad y la oportunidad de mantener un nicho en el empleo, barreras a la disolución de la habilidad profesional, oportunidades para la movilidad «hacia arriba» en términos de estatus e ingresos; 4) Seguridad en el puesto de trabajo: protección contra accidentes y enfermedades en el trabajo, a través, por ejemplo, los reglamentos, la seguridad y la salud, límites a la jornada laboral, las horas intempestivas, el trabajo nocturno de las mujeres, así como la compensación por accidentes; 5) Seguridad en la reproducción del conocimiento práctico: oportunidad de adquirir nuevas habilidades, a través del aprendizaje, la capacitación laboral, etc., así como la oportunidad de hacer uso de las competencias; 6) Seguridad en el ingreso: garantía de un ingreso adecuado estable, protegidos a través, por ejemplo, de la fijación del salario mínimo, indexación de los salarios, seguridad social integral, impuestos progresivos para reducir la desigualdad y para complementar los bajos ingresos de los que ingresan en la pirámide salarial; 7) Seguridad de la representación: poseer una voz «colectiva» en el mercado de trabajo y dentro del ámbito del empleador, a través, por ejemplo, los sindicatos independientes, con derecho a la huelga. El primer fenómeno, causante del nuevo Precariado, es la «mercancificación» de la propia empresa capitalista, independiente de su tamaño, que ahora se hace más fluida, hiperconectada, y que se autoflexibiliza a través del Outsourcing, el Inshore y el Offshore. A través de ellas y estimulados por la nueva regulación estatal (eufemísticamente llamada «reformas») se desencadenan los procesos centrales de flexibilidad capitalista: 1) la numérica, 2) la funcional y 3) la salarial. El punto clave es que para los propios capitalistas, estas medidas son imperativos que impone la propia competitividad y la tasa media de ganancia.
Trabajador posfordista I: la flexibilidad numérica de la fuerza de trabajo: se trata de una contratendencia básica del Capital en el nivel de la producción, es la que más ha colaborado con el crecimiento de un nuevo Precariado: se subcontratan los procesos de trabajos improductivos, reproductivos, secundarios o no-esenciales, mientras se mantiene un núcleo de asalariados fordistas («ciudadanos corporativos», con contrato indefinido y toda la serie de seguridades del ciclo anterior), con los que se comparte seguridad, conocimiento y lealtad, las rentas extraordinarias se descargan en las empresas terciarias (en los autónomos de segunda generación). Una característica de la flexibilidad numérica es el uso creciente de mano de obra temporal, que permite a las empresas a cambiar de trabajo rápidamente, de modo que puedan adaptarse y modificar su división del trabajo o las proporciones entre capital fixe y variable. Este nuevo Precariado tiene ventajas de costos: los salarios son más bajos, se evita el pago nominal de experiencia laboral, los faux frais de gastos a la seguridad social y así sucesivamente. Y hay menos riesgo, tomando a alguien temporalmente no significa hacer un compromiso que podría lamentar, por cualquier razón. Obviamente donde predominan los servicios, la fuerza de trabajo tiende a ser explotada en torno a proyectos y no a una actividad laboral continua. Esto trae más fluctuaciones en la demanda de trabajo, haciendo el uso de mano de obra temporal casi un elemento necesario. También hay factores menos tangibles que promueven su crecimiento. Las personas con contratos temporales pueden ser (y son) inducidas a trabajar más duro, a ser explotados de manera extensiva. Los contratos temporales también conducen a formas de subempleo más fácilmente, no se pagan los períodos de descanso (fiestas, recesos, vacaciones), por ejemplo, o se encadenan contratos temporales ad infinitum. Estos estratos de asalariados pueden ser controlados a través del miedo y la amenaza de despido rápido más fácilmente que el obrero-masa. Una razón simple de usar más temporales es que otras empresas lo están haciendo, lo que confiere una ventaja de costos de la cual no puede escapar un capitalista (o quedará fuera del Mercado). La nueva competitividad a través del uso de mano de obra temporal es cada vez más importante en el sistema global, las empresas tratan de emular lo que se hace en otros países, en especial por lo que hacen los líderes del mercado en su sector (un patrón conocido como el «efecto dominante»). Así, por ejemplo, el modelo de McDonald conocido como «Mejores prácticas» («Best Practice») implica para su fuerza de trabajo descalificación, retiro forzoso de los empleados antiguos, acciones antisindicales, salarios más bajos y altos beneficios empresariales. La esencia del sistema Postfordista es este nuevo trabajo temporal, flexible. Los estratos de asalariados postfordistas son parte inseparable de este nuevo proceso de acumulación capitalista global inédito. Como los nuevos (falsos) creadores de start-ups: el fenómeno de los autónomos de segunda generación y la figura familiar de la «subcontrata» (el Outsourcing postfordista), generador del nuevo Precariado, es evidente en España: las empresas sin asalariados (¡la figura mitológica postfordista del «emprendedor»!) son las que registraron un mayor crecimiento en el número de altas entre 1999 y 2007 (un 42,1% frente al 25,7% del total); es más: durante la última década el porcentaje de empresas con menos de 10 trabajadores se ha mantenido estable en torno al 94% y más de la mitad no tenía ningún trabajador.
Y este proceso se ha agravado con la crisis financiera de 2008. España por su parte se ha convertido en el epítome de un mercado de trabajo de varios niveles de segmentación, divide et impera, con la mitad de su fuerza de trabajo con contratos temporales y a su vez dentro de los trabajadores indefinidos, los funcionarios como aristocracia obrera. En 2010, la OCDE estimaba que el 85% de los empleos perdidos en España tras la crisis financiera eran temporales, postfordistas y prefordistas, los asalariados que impresionan ahora a Iglesias. Gobierno y sindicatos han reaccionado a la presión antes de flexibilidad de la New Economy mediante la preservación de los valores para los trabajadores fordistas afiliados y la creación de un tapón (inútil) para los flexibles. Esto no sólo dio lugar a una fuerza de trabajo de varios niveles, a veces competitivos entre sí, gran obstáculo para un recomposición política de clase, sino un creciente resentimiento de los estratos más precarios del proletariado hacia los sindicatos mayoritarios, CCOO y UGT, que protegen a sus propios miembros, a expensas de los nuevos estratos asalariados flexibles. Sin sonrojarse un aseso de CCOO afirmaba que «la economía española debe ser más competitiva, recuperar productividad. Y en el corto plazo, cuando es difícil cambiar la tecnología o aumentar la dotación de capital, competir por precio es una estrategia válida. Lo que hay que ver es como se reparte el esfuerzo y dónde está el límite». Y esto puede verse en los costos laborales: en 2012 la rebaja de costes se debe al ajuste en servicios, dado que la industria (centro de gravedad del núcleo fordista) fue donde más aumentó el coste laboral neto (+1,7%), mientras los costes disminuyeron un 1,3% en el sector servicios, lugar de concentración numérica de los asalariados flexibles. Otra faceta de esta «flexibilidad numérica» ha sido la incorporación-expansión de la mujer entre el asalariado postfordista, en especial en los trabajos intermitentes o part-time, «mejores y más baratas» decía un artículo de la BBC.
Trabajador posfordista II: la flexibilidad funcional de la fuerza de trabajo: la esencia de la «flexibilidad funcional» postfordista es hacer posible que las empresas modifiquen la división del trabajo rápidamente sin costo y que los trabajadores asalariados puedan le puedan ser modificados turnos entre las tareas, puestos y lugares de trabajo. Este es un segundo nivel de generación de nuevos estratos proletarios más precarios. Si la «flexibilidad numérica» genera inseguridad general y sans phrase en el empleo, la «flexibilidad funcional» es la intensificación de esta precariedad laboral. El nuevo ciclo nació de nuevo en la producción: con el fortalecimiento de las prerrogativas de la empresa sobre las modalidades de trabajo, tema central de la lucha de clases en los años 1970’s y 1980’s, cuando la burguesía arrebató el control de los sindicatos y las organizaciones profesionales sobre la empresa. Sometiendo a los asalariados a más despotismo fabril y subordinación, marcó un avance de la «proletarización», como señalaba la prognosis marxiana, algo que, paradójicamente, era necesario para el siguiente paso de flexibilidad y precarización. Establecer el control administrativo de la división del trabajo en los centros de producción permitió gestiones para crear soluciones flexibles que incluye líneas más débiles de progresión profesional y el principio del fin del obrero-masa (Blue Collar). Una tendencia relacionada es la extensión de los contratos individuales, como parte de la «contractualización» de la vida posmoderna. En la sociedad industrial, la norma era un contrato colectivo, establecido por negociación colectiva con el sindicato, pero a medida que los sindicatos y la negociación colectiva se han reducido, los contratos individuales son ahora la norma general. Ellos permiten que las empresas ofrezcan distintos tratamientos internos en la producción, grados de seguridad y status, así como para canalizar algunos trabajadores en el universo «fordista», puestos de trabajo estables con contratos indefinidos, algunos en un estado de precariado, y otros como falsos autónomos, pero cuyo efecto societal es un aumento de las divisiones y jerarquías: la segmentación interna del proletariado. Los contratos individuales se han convertido en más de una tendencia mundial desde que la China ¿comunista? promulgó su Ley del Trabajo (1994) y su Ley de Contrato de Trabajo (2008), que arraigan los contratos de duración determinada y de amplia flexibilidad. Como China es el mercado de trabajo más dinámico y más grande del Mundo capitalista, estos acontecimientos marcan el paso a una fuerza de trabajo mundial de varias capas en la que trabajadores asalariados privilegiados trabajarán junto a un estrato proletario precario interno y externo crecimiento. Contratos individuales, precarización y otras formas de flexibilidad externa se unen en un nuevo mandato, la famosa «terciarización». El fenómeno que nubla el juicio de Iglesias sin encontrarle ninguna explicación. O si le encuentra alguna, es precisamente la equivocada: una suerte de desindustrialización. Durante décadas, la producción y el empleo en el mundo han estado cambiando a los servicios. El término popular «desindustrialización» es engañosa, la otra cara ideológica de la pérdida de centralidad política del obrero industrial, ya que implica una erosión y la pérdida de la capacidad, mientras que gran parte del cambio ha sido coherente con los avances tecnológicos y la naturaleza cambiante de la producción. Se trata no de un «Transfordismo», sino de un «Hiperfordismo» en la producción. Act est fabula! Incluso en Alemania, una potencia exportadora que reconocerá Iglesias, la participación de las manufacturas en la producción y el empleo se ha reducido a menos del 20%. En Francia, el Reino Unido y los Estados Unidos, es mucho más bajo, en España el 14,2%. «Terciarización» resume una combinación de formas de flexibilidad, en el que la división del trabajo ya no es rígidamente fordista, los lugares de trabajo se funden en el hogar y en espacios públicos, las horas de trabajo son fluctuantes, «los de abajo» pueden combinar varios diferentes status laborales y tienen varios contratos al mismo tiempo (como el mismo Iglesias). Pero esto no ha cambiado lo central: La fábrica es el símbolo del Capitalismo industrial, en la que el trabajo fordista se definía en bloques de tiempo, con la producción en masa y mecanismos de control directo en los lugares fijos de trabajo (el Management taylorista). Esto lo diferencia del sistema terciario posmoderno de hoy en día. La flexibilidad funcional postfordista implica más trabajo para la mano de obra (paradójico), una difuminación de los lugares de trabajo, lugares de origen y lugares públicos, y un cambio de control directo a diversas formas de control indirecto, en el que se implementan los mecanismos tecnológicos cada vez más sofisticados.
Trabajador posfordista III: la flexibilidad salarial de la fuerza de trabajo: un imperativo categórico (en el sentido kantiano) para la Globalización del Capital es la flexibilización salarial. El término mitifica y oculta una serie de cambios que ha producido nuevos estratos del precariado posmoderno. En esencia, no solo tiene que ver con el hecho que el nivel de ingresos global que recibe la mayoría de los asalariados ha descendido, sino que además ha aumentado la inseguridad de esos ingresos. Los ingresos sociales se están re-estructurando, para la baja pero también para la alta. En primer lugar , los salarios en los países industrializados de la OCDE se han estancado , en muchos países desde hace varias décadas . Las diferencias salariales se han ampliado enormemente, incluyendo las diferencias entre trabajadores fijos «fordistas» y los nuevos estratos flexibles . Por ejemplo , en la industria manufacturera alemana , los salarios de los trabajadores permanentes han aumentado, mientras que los salarios de los que tienen contratos «atípicos» han caído. En Japón , los empleados temporales reciben salarios que son 40 % menores de los que se pagan a los asalariados «fordistas» que realizan trabajos similares . A diferencia de los precarios de otras etapas del Capitalismo, el asalariado flexible posmoderno se basa en gran medida en ingresos monetarios, pro lo que puede hablarse de un proceso de «re-mercancificación» de la fuerza de trabajo, un auténtica revolución silenciosa que se está llevando a cabo. En cualquier caso, la Globalización capitalista ha invertido la tendencia de los salarios con respecto los beneficios. Mientras que el asalariado «fordista» conservó y siguió ganando toda una serie de beneficios empresariales y privilegios (bonos, licencias médicas pagadas, seguro médico, vacaciones pagadas, guarderías, transporte subsidiado, viviendas de protección oficial, etc.) la drástica disminución de su «núcleo» ha ido perdiendo uno a uno los miembros de su estrato. El nuevo trabajador asalariado posfordista fue privado de ellos por completo. Es así como la flexibilidad salarial ha dado forma al nuevo precariado. Las contribuciones del empleador y la prestación de los beneficios y los servicios han llegado a formar una parte importante de los costos de mano de obra, sobre todo en los países industrializados, como en Europa. Frente a la competencia de «Chindia», las empresas se han «descargando» sistémicamente esos costes, la externalización y la deslocalización y por la conversión de más y más mano de obra en el precariado, en particular mediante el uso de denegaciones provisionales de derechos. Otro aspecto de la reestructuración del salario «fordista» es el cambio a una remuneración flexible (entre ellos los famosos «Mini-Job» alemanes). Una vez más, flexibilidad significa una ventaja para los empresarios y un mayor riesgo e inseguridad para los trabajadores asalariados. Una de las demandas de los movimientos obreros del siglo XX era de un salario estable y predecible. Pero el Capitalismo mundial quiere ajustar los salarios rápidamente y sin resistencias. Si no puede hacerlo, irá a donde cree que sí lo podrá hacer. La patronal española, CEOE; por ejemplo, acaba de proponer que una parte de los sueldos sea «variable y dependa de la situación de la empresa». Los nuevos estratos precarios del obrero hiperfordista son los que sufren esta experiencia radical de flexibilidad laboral. Sus salarios son más bajos, más variables y menos predecibles. La variabilidad y el riesgo se correlaciona negativamente con las necesidades personales y con las políticas, acuñan casi genéticamente un tipo de subjetividad poco antagonista. En España el índice de la llamada «pobreza laboral» de estos estratos ha crecido en progresión geométrica: en solo tres años, de 2007 a 2010, la tasa ha aumentado del 10,8% al 12,7%; en esta línea, el porcentaje de trabajadores con un sueldo igual o inferior al salario mínimo interprofesional (SMI) ha pasado del 6% al 10,5% en el periodo 2004-2010. Como venimos señalando, el núcleo duro del obrero fordista no ha sido tocado por la flexibilización posmoderna: era del 5,1% en 2004 y hoy es del 5,5%. La desigualdad social, la otra cara de la nueva composición del asalariado posfordista, se explica por el peso relativo que tienen estos estratos, es decir, aquellos que son inferiores a dos tercios de salario medio de una economía: eran el 21% del total (calculado sobre el salario bruto mensual) en 2012, frente al 19% de 2007 o el 18,9% de 2001. Por supuesto, los nuevos estratos precarios y flexibles del Capitalismo actual son inconcebibles sin las nuevas transformaciones del Estado burgués, la reducción brutal del Estado ampliado, del Welfare State post-1945, que en todo tiempo y lugar es un faux frais para la burguesía. Una larga marcha que comenzó el PSOE en los 1990’s, que se suspendió temporalmente en el ciclo de la burbuja inmobiliaria y que parece intentar completarse a partir de la crisis de 2008.
Composición y Teoría de Partido: si el diagnóstico impresionista de Iglesias sobre «los de abajo» es confuso y poco concreto, también falla en la necesaria conexión entre pensar la composición técnica del proletariado y la Teoría del Partido. Primero deberíamos preguntarnos cuál es la utilidad política de polemizar en torno a la composición social del asalariado español, del «obrero asalariado», y en particular sobre las nuevas precariedades laborales. Aparte del sano intercambio ideológico, de épater le bourgeois, de ilustración sociológica, la única utilidad estratégica de la polémica es que sirva en algún punto de orientación hacia una nueva respuesta organizativa a nivel de Autonomía de Clase, de Teoría de Partido y de Movimiento. Como decía Günther Anders, nuestras tesis para tener efecto sobre lo real deben ser Kampfthesen, «tesis militantes». ¿Ha cambiado la centralidad política del proletariado industrial con la aparición de estas nuevas figuras proletarias como sostiene Iglesias? Creemos que no, en absoluto. El nuevo Precariado, «los que tienen que trabajar para vivir», como parte del proletariado, debe tener una relación necesaria e intrínseca entre su estructura socioprofesional (la materialidad de la posición dentro de la fuerza de trabajo improductiva) y determinadas actitudes político-ideológicas, vagamente una conciencia todavía «en-sí», natural, por defecto, una praxis y una proyección revolucionaria, seguramente muy diversa de la del obrero fordista (obrero-masa). De lo que se trata es de entender la estructura de la nueva fuerza de trabajo ya que allí, en el complejo de producción-circulación, es donde se constituye la subjetividad, la conciencia económica, el magma de la mítica constitución de la conciencia, condición para toda futura (RE) composición política. En la nueva composición de clase posfordista es evidente que estos nuevos estratos precarios no representan su polo más avanzado, sino el más débil, el más atrasado políticamente, el segmento que más sufre el despotismo del Capital.
Si una de las premisas del análisis de Iglesias era errónea o elaborada a partir de una forma distorsionada y superficial, hipnotizado con el árbol que no le deja ver el frondoso bosque, la segunda parte de su posición (que no contestan sintomáticamente ninguno de sus críticos), su confusa crítica a Izquierda Unida, sí es pertinente y bienvenida. ¿Puede Izquierda Unida asumir el desafío de traducir en una recomposición política la nueva composición de clase técnica con que nos desafía el Capitalismo español y europeo? Las distintas composiciones «internas» de la clase obrera a lo largo del tortuoso derrotero histórico del Capital, reclaman nuevas contestaciones a nivel organizativo y táctico. Y aquí la crítica debe orientarse de manera materialista-histórica. ¿Ha quedado anclada la izquierda histórica española en un diseño organizativo desfasado, cristalizado en la vieja forma partido eurocomunista, en el Catch-all-Party popular-nacional orientado hacia el trabajador fordista? ¿se ha transfigurado el partido de clase en una maquinaria electoral que vive y late al ritmo de los ciclos políticos del Capital? ¿los partidos de izquierda son una suerte de Búho de Minerva, que vuelan después que se esconden el Sol, llegan siempre tarde en la síntesis con las nuevas composiciones de clase? ¿son un obstáculo para un recomposición política del proletariado español? Es probable que tanto sindicatos de clase (CGT, CCOO, UGT) como la izquierda parlamentaria hayan quedado «esclerotizados» en los 1980’s, en la búsqueda de representación del obrero-masa y de los trabajador de los servicios públicos (en esa época el Estado era el primer empleador en su rol keynesiano anticíclico). Lo cierto que los nuevos estratos que genera la nueva necesidad de acumulación posfordista, que, repetimos: no pueden ser nunca el núcleo ni el polo más avanzado del proletariado, no se encuentran representados ni a nivel político ni a nivel económico, y se encuentran «fuera» de la red social de clase que podía ser efectiva en el modo de producción fordista. La desafección política, la compleja segmentación del proletariado español, la baja sindicalización española (alrededor del 15% de la fuerza de trabajo activa), el estancamiento en el recambio generacional tanto en militantes de bases como en el grupo dirigente, la pérdida en el diseño organizativo de alguna relación intrínseca con la nueva composición de clase posfordista, nos habla de una escisión entre la izquierda institucional y los estratos precarios posmodernos.
La problemática de la composición de clase vive, en la Teoría crítica, íntimamente ligada a la Teoría del Partido. La formación del Partido, es decir: la exigencia de organización de la actividad práctica y consciente de los asalariados revolucionarios dentro de la experiencia de lucha, de vida, de relaciones con el proletariado como clase, con el Capital, con las instituciones, del militante, debe ser el primer y elemental núcleo conclusivo del análisis, de nuestras Kampfthesen. El Partido es la síntesis del momento práctico, activo, consciente y antagonista de la experiencia proletaria. Hay una estrecha, vital y orgánica dependencia del Partido con la composición de clase, como puede obviamente deducirse (aunque para muchos, incluido Iglesias y algunos de sus críticos, no). Pero: ¿qué es la composición de clase? La composición nos indica dos dimensiones: de un lado la historia de las variadas determinaciones que la Fuerza-Trabajo asume en cuanto fuerza productiva e improductiva del Capital (la composición estática y técnica) y del otro lado, la reconstrucción material de las diversas, siempre recurrentes y siempre nuevas experiencias de lucha de masas estrictas derivadas del antagonismo. En este trabajo preliminar, dialéctico y materialista, previo a la gran estrategia, permite superar en el concepto formal del movimiento (sujetos que venden su fuerza de trabajo, etc.), otorgarle un espesor biopolítico histórico concreto ya que la co-investigación materialista sobre la composición social (incluye un perfil bifronte técnico y político) deduce la relación entre la forma específica de producción y la forma y las posibilidades de luchas constituyentes. Nos permite pensar las líneas de acción posibles y revolucionarias de la recomposición de clase (otro gran tema de Marx). La «Recomposición de Clase» podemos definirla como el nivel de homogeneidad y de unidad del ciclo de luchas en el proceso que conlleva el pasaje de una Composición (Fordista) a otra (Postfordista). Un cortocircuito hoy evidente en el escenario de la lucha de clases española, parcialmente expresado en las tres velocidades y tempos de la lucha de clases: la partidaria militante, la sindical-burocrática y la espontaneísta-movimientista. Esencialmente, ella comprende la superación de la división capitalista, la creación de una nueva unidad entre los diversos sectores del proletariado y la extensión de la frontera de lo que se entiende con el término ‘clase trabajadora’. En términos gramscianos: Hegemonía y Bloque Histórico.
La composición de «los de abajo» es cuatridimensional: 1) se refiere a la ‘forma’ del proceso de trabajo (modo de la cooperación capitalista); 2) se refiere al ‘contenido’ del proceso de trabajo (aquí la dimensión de la jornada laboral, trabajo necesario, etc.); 3) en referencia a los niveles objetivo de las necesidades (históricamente determinadas en la forma salario); 4) en referencia al nivel de luchas y de la organización que el movimiento, de fase a fase, crea y supera. Para Iglesias la constatación empírica, fenoménica, palmaria del surgimiento y expansión del Precariado, la «mutación genética» de la composición, cuestiona la «traducción» organizativa ortodoxa en la forma-partido revolucionario. El partido de cuadros competitivo (con la figura de la mediación: el militante) es una rémora decimonónica. Muchos creen incluso que la «recomposición» revolucionaria vendrá, no de la forma-Partido, sino de movimientos sociales… ¡como la PAH! De alguna manera se ha perdido el Norte de la estrategia, se ha perdido de vista la propia Teoría revolucionaria. La pregunta es si esta nueva subjetividad proletaria, «los de Abajo» de Iglesias, puede generar, en su espontaneísmo, una clase-parte del proletariado que sea «contra-sí», es decir, que en su praxis se oponga a la (su) propia condición proletaria posmoderna, que se enfrente contra su propio valor de cambio, contra su propio ser mercancía, por su autoextinción. No se ha visto en el ámbito de la lucha de clases española este surgimiento subversivo, no hay una deriva espontánea de los nuevos precarios hacia la recomposición política, por el contrario: el problema es que la lucha de clases ya no tiene un sentido único, ha desaparecido su univocidad: al tempo defensivo del núcleo fordista se le oponen los estratos y clase-parte posfordistas, hiperproletarios, flexibles, en la actualidad dispersos, fragmentados, descompuestos, tanto que sus componentes ya no sienten que tienen pertenencia a una clase, ni siquiera de ser una clase. Los nuevos estratos precarios ni siquiera han podido construir una alianza táctica con las viejas instituciones del trabajador asalariado fordista. La misma Izquierda Unida, ni siquiera un partido en el sentido del término sino una federación de partidos de diverso pelaje, aparece congelada en el horizonte keynesiano, esclerotizada en las viejas coordenadas del obrero-masa fordista y en la lógica burguesa de la competencia electoral, ya ha sido «metabolizada» por el sistema diseñado en la Transición. ¿Izquierda Unida podrá lograr el sincretismo antagonista (extraparlamentario, partisano, pagano, etc.) que exige la nueva composición de clase posfordista? ¿En Izquierda Unida la función del partido de clase se subordina a la estructura del partido competitivo burgués?
La contrasubjetividad debe ser construida. No es otra cosa que la dialéctica consciencia-organización organización-consciencia. La dificulta de «traducir» directamente en política y en respuesta organizativa esta nueva composición de clase (¿esto no es acaso el Marxismo?) es el gran desafío, ya que no emerge una subjetividad política unitaria y meridiana extraordinaria (como la etapa de los consejos obreros o de la institución de los Soviets) de la fase objetiva de la lucha de clases. Tenemos la tarea pendiente de la recomposición de clase, reconstruir sobre la nueva articulación técnica de la fuerza-trabajo en el capital variable, de construir una nueva subjetividad más allá de la impuesta por el fetichismo del Capital. Un trabajo que no puede ser abandonado a la espontaneidad pero tampoco al «organizacionismo», que cree en una Metafísica de la burocracia revolucionaria sic et simpliciter, independiente de la composición de clase, de la situación histórica y de las luchas sociales. Quedamos atenazados entre las dos tendencias especulares: el «Burócrata» y el «Alma Bella». El «Burócrata» que debe su existencia a la ciega adhesión a una forma organizativa pensada bloqueada y privada de proceso y cambio: el «Alma Bella» que vive en la tranquilidad de quién, evitando actuar, nunca es responsable de errores, equívocos y tragedias, cómodamente instalada en el Grand Hotel post festum.
Definir qué es el trabajador asalariado hoy en su triple dimensión, fordista, postfordista (nuevos precarios) y prefordista, establecer qué tipo de centralidad política posee hoy, requiere el esfuerzo del concepto, la comprensión de los cambios tecnológicos (¡las famosas Fuerzas Productivas!) y organizativos del propio Capitalismo (el «uso capitalista» de la Técnica para corregir la tendencia histórica el descenso de la tasa media de ganancia); en segundo lugar aprehender el gobierno «político» de este proceso, austeridad, recortes (en la reproducción ampliada) y estado mínimo, Workfare State, luego encontrar la coherencia (y las contradicciones) entre las acciones de gobierno, administración pública y la transformación tecnológico-organizativa del trabajo asalariado; en último término, parafraseando a Bologna, aunque se trata de un círculo virtuoso entre praxis-teoría-praxis, reconocer los grilletes que nos atan de pies y manos, para hacerlos saltar uno a uno. Finalmente queda claro que la hipostatización del aspecto fenoménico determina no solo una visión abstracta del nuevo Capitalismo sino que conduce a la apologética.
Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.