Xavier Serra, Història social de la filosofia catalana. La Lógica (1900-1980). Editorial Afers, Barcelona, 2010, 267 páginas
La páginas 157-163 -«Más lógica»- de esta Historia social de la filosofia catalana (HSFC) están dedicadas a comentar una de las principales aportaciones lógicas del gran lógico y filósofo republicano Josep Ferrater Mora. Un libro, una introducción básica a la disciplina de la lógica elemental, que escribió al alimón con Hugues Leblanc, y que fue publicado en 1955 por FCE con el título Lógica matemática. Contienen una sorpresa: al leerlas es imposible saber algo del contenido del ensayo, de su enfoque, de su perspectiva lógica o didáctica. Serra hace referencia a la introducción del ensayo de Ferrater, a sus habilidades literarias, a sus cartas de 1952 y 1953, a la época en que fue escrito, al opúsculo «Qué es la lógica», pero no hay información sobre el contenido del libro comentado. Probablemente sea una consecuencia, más o menos ineludible, de su aproximación histórico-social a la lógica.
Ignoro qué categoría de filosofía catalana alimenta las páginas de esta singular historia social de la lógica entre 1900 y 1980. No es, desde luego, la escrita en catalán porque una parte sustantiva de los autores comentados no escribieron (no pudieron escribir en algunos casos) en ese idioma. Tampoco parece remitir a personas nacidas en Catalunya o en el área de habla catalana porque algunos de los autores estudiados tampoco nacieron en esos lugares. En algunos casos, tampoco ejercieron su magisterio durante décadas en un país que contó con un president republicano-catalanista, pero no anti-español, de la altura de miras de Lluís Companys. El concepto filosofía catalana parece remitir, en este caso, a autores que, escribieran o no en catalán, hubieran nacido o no en Catalunya, estuvieran o no ejerciendo magisterio o investigación en las tierras de Espriu y Fuster, estuvieron vinculados de algún modo a los Países Catalanes. Ciertamente, Eugeni d’Ors, Joan Crexells, David Garcia (escribo como escribe el autor para referirse a Juan David García Bacca), Josep Ferrater Mora, Manuel Sacristán, Manuel Garrido y sus compañeros del departamento de lógica y filosofía de la Universidad de Valencia, lo estuvieron. En ese supuesto, cabe apuntar de pasada que un autor como Jesús Mosterín, es sólo un ejemplo entre otros, que publicó su primer libro de lógica en 1970, hubiera merecido un lugar de mayor relieve en la panorámica expuesta.
Quizá sea por eso, o por razones muy otras, que el autor toma decisiones filológicas muy extrañas. Por ejemplo, «Sacristán» siempre es escrito sin acento, como se escribiría si el apellido fuera catalán. Lo mismo ocurre con García Borrón o en otros casos. ¿Pasa algo? No pasa nada o casi nada. Ni a Sacristán ni a García Borrón les hubiera importado seguramente un grano de sal la catalanización escrita de sus apellidos. Pero ellos nunca lo hicieron a pesar de haber combatido por los derechos nacionales de Catalunya (y, en el caso de Sacristán, abogando además por el ejercicio práctico, real, efectivo, del derecho de autodeterminación, al mismo tiempo que vindicaba en paralelo una República federal de todos los pueblos ibéricos voluntariamente construida). Digamos, pues, que la decisión del autor es tan extraña como si escribiéramos Raimón, con acento castellano, para hacer referencia al autor de «Al vent», un cantante, por cierto, que se carteó con Sacristán y sobre el que éste escribió un texto de presentación de «Poemas y canciones» que sigue siendo una de las mejores aproximaciones a su obra (Antoni Batista bebió de ese escrito largamente en su reconocido ensayo sobre el artista valenciano).
A Sacristán dedica el autor gran parte del capítulo V del libro. No se sabe por qué incluye en ese mismo apartado unas páginas a Jorge, Jordi para Serra, Pérez Ballestar (páginas 198-206), el autor de una disparatada refutación del teorema de incompletud de Gödel y colega de Sacristán, junto con Manuel Garrido, en las oposiciones a la cátedra de Valencia que se celebraron en Madrid en 1962, asunto de importancia política sobre el que el autor sugiere una interesante, y muy discutible, conjetura explicativa que desgraciadamente no podemos discutir aquí con calma.
El capítulo tiene cosas sorprendentes. Por ejemplo, la traducción al catalán de dos páginas (¡dos!) de una conferencia de Sacristán de 1954, texto que le permite al autor justificar una sugerencia suya, sin duda arriesgada pero que vale tener en cuenta, sobre las motivaciones que tuvo Sacristán para estudiar lógica y no otra disciplinas en las que entonces estaba más versado, en la Universidad de Münster, en el Instituto de lógica que fundara el teólogo, filósofo y lógico Heinrich Scholz (Los semestres fueron decisivos en la biografía de Sacristán: en el instituto de Westfalia no sólo fue alumno de Hermes y Hasenjaeger, y recibió la influencia de la filosofía de la lógica de Scholz, sino que fue allí donde conoció al lógico pisano Ettore Casari, esencial en su forma de aproximarse al marxismo, en su conocimiento de la obra de Gramsci y en su militancia en el PSUC-PCE).
Siguiendo con las sorpresas: en contra de lo que afirma Serra, la necrológica de Scholz no fue el primer texto que publicó Sacristán. Tampoco se sabe por qué Serra no cita el nombre de un dirigente del Partido comunista alemán -que designa como «jefe»-, Hans Schweins, para hablar de los primeros contactos políticos comunistas de Sacristán. Curiosamente también, Serra escribe en nota que un artículo, excelente, del joven matemático Martín Rubio sobre las oposiciones a la cátedra de 1962 se basa en documentos, cosa que efectivamente ocurre, «a diferencia de todos los otros que hacen alusión al tema», cosa inexacta, por una parte, porque algunos de ellos sí hacen uso de documentos en sus aproximaciones, e injusta, por otra, porque parece razonable que gentes como Mosterín, Muguerza o Rubert de Ventós apelen a sus recuerdos para hablar de lo sucedido. El autor del ensayo, que tampoco usa documentación nueva, afirma que los argumentos que se han elaborado para dar cuenta del resultado de estas oposiciones son «extraordinariamente débiles» y eso le lleva a escribir que «es probable» -¡sólo probable!- que los miembros del tribunal tuvieran información sobre la militancia política comunista de Sacristán. De hecho, la conjetura que Serra establece, y que cree original y distinta al resto de las explicaciones, y que en su opinión supera la insuficiente explicación política en términos de comunismo-anticomunismo, no parece falsar ni superar ninguna de las cosas ya sabidas: el centralismo universitario, la voluntad de Eulogio Palacios de imponer sus preferencias (era entonces el único catedrático de lógica en España) y los posibles consejos para la oposición que pudo dar a su preferido, su discípulo Manuel Garrido, no son notas que refuten o amplíen mucho nada de lo dicho. El Opus Dei, o mejor, el opusdeísta Eulogio Palacios impuso su voluntad, aunque también Pérez Ballestar bebiera de esas aguas fanático-religiosas, y desde luego no le importó un higo la preparación lógica de Sacristán, el único de los opositores que en aquel entonces era competente en asuntos de lógica, por ser comunista (curiosamente esta característica es tenida cuenta por Serra en páginas posteriores), porque no era del Opus Dei, claro está, y porque en aquella oposición uno podía ser catedrático de lógica sin saber realizar una deducción elemental en lógica de primer orden. Seguramente, el propio Eulogio Palacios desconocía esa saber que probablemente despreciara. La referencia al clásico de Kuhn que Serra realiza en su argumentación es innecesaria e un poco ingenua, pueril incluso. Su afirmación posterior de que Sacristán creía en la independencia de la lógica, del artefacto lógico, respecto a la filosofía es, cuanto menos, depende como quiera leerse la afirmación, inexacta: Sacristán entendió desde siempre que la problemática filosófica, vía semántica, acompañaba a la aventura lógica.
Algunas afirmaciones marginales de Serra -«Sacristán desencantado del comunismo ortodoxo de partido se interesó por este líder indio [Gerónimo]», «[…] Y naturalmente, el consejo de rectores postfranquista se da el gusto de rechazar la propuesta. Se volverá a poner de moda hablar de Sacristán. Sí, pobre Sacristán (sic!)», «…porque Sacristán, después de su muerte, ha conservado en el área de Barcelona un grupo de admiradores incondicionales (marxistas, naturalmente)»- no están entre los momentos más afortunados de la aproximación a la obra y al legado del autor de Introducción a la lógica y al análisis formal.
No son sólo las únicas afirmaciones sorprendentes. Al hablar de Ferrater Mora, por ejemplo, el autor escribe: «[…] Vendió todo lo que escribió. Incluso en lógica. En ocasiones, para vender, sólo necesitó cambiar el título y escribir una nueva introducción» sin que crea necesario argumentar o justificar con detalle su nada cortés afirmación.
De todo lo anterior no debería inferir el lector de esta nota que el libro no ofrezca nudos de interés. Los tiene. No soy suficientemente competente en la obra de «David Garcia», con quien por cierto Sacristán también se carteó, pero las cuarenta páginas que Serra le dedica están llenas de buenas informaciones e ideas interesantes. Lo mismo puede afirmarse de sus aproximaciones a Joan Crexells o al departamento de lógica y filosofía de la ciencia de la Universidad de Valencia, especialmente al papel Manuel Garrido y de Josep LL. Blasco, autor que Serra conoce profundamente.
Eso sí, sorprende en la bibliografía que al citar los documentales de «Integral Sacristán» no hable de su autor, de Xavier Juncosa; que repita algún libro (el de Hilbert y Ackermann por ejemplo); que cite libros en los apartados en los que ha estructurado la bibliografía que apenas tienen que ver con el autor que las encabeza y que, en cambio, olvide textos del autor analizado y algunos de los ensayos más reconocidos sobre su obra. En el caso de Sacristán, por ejemplo, no cita, además de sus apuntes editados de 1956 y 1957 de «Fundamentos de Filosofía» y de sus documentos de trabajo (cartas, cursos de doctorado, programas,…) depositados en Reserva de la Biblioteca Central de la UB, dos de sus trabajos lógicos, uno de ellos una excelente reseña escrita en 1956, su primer texto de lógica, de la Lógica matemática de Ferrater Mora y Leblanc, ni tampoco hace referencia a los que seguramente son, junto con el excelente artículo de Luis Vega Reñón, que sí cita, las dos mejores aproximaciones que hasta ahora se han publicado sobre la obra del discípulo de Scholz, del traductor de Quine: Paula Olmos y Luis Vega, «La recepción de Gödel en España», Éndoxa, nº 17 (2003), pp. 379-415, y Albert Domingo Curto, «Manuel Sacristán y el estudio de los escritos lógicos de Leibniz», en: AA. VV. El valor de la ciencia, Barcelona, El Viejo Topo, 2001, pp. 213-248.
Nota edición: publicaciones relacionadas con la temática de esta reseña:
Salvador López Arnal, Manuel Sacristán y la obra del lógico y filósofo norteamericano W.O. Quine. En el centenario de su nacimiento.
http://www.rebelion.org/docs/
Salvador López Arnal, Entre filósofos amantes de la lógica.
http://www.rebelion.org/docs/
Salvador López Arnal, Cinco historias lógicas y un cuento breve. http://www.rebelion.org/docs/
Salvador López Arnal, Manuel Sacristán en la cultura catalana. http://www.rebelion.org/61788.
Salvador López Arnal, Albert Domingo Curto et alteri (eds) Donde no habita el olvido. En el 40 aniversario de la publicación de Introducción a la lógica y al anàlisis formal de Manuel Saccristán Luzón, Montesinos, Barcelona 2005
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