Con este panel, la serie de debates de los Último Jueves cierra su año 19.
Cada mes, desde 2002, un panel compuesto por conocedores, y un público involucrado, se han reunido para discutir en torno a un problema cultural, económico, político, ideológico, social.
Como no se trata de un evento académico, sino de un ejercicio de inteligencia colectiva, nuestros panelistas han reunido no solo a investigadores y profesores que estudian un tema, sino a practicantes, que lo viven como experiencia concreta; artistas y escritores que lo han abordado en sus obras; funcionarios y asesores de gobierno a quienes les atañe; periodistas, religiosos, representantes de ONG, residentes en Cuba y otros países, cubanos y no, que se encuentran por primera vez para intercambiar interpretaciones y perspectivas muy diferentes entre sí. Este debate se completa en un diálogo con un público que responde a una convocatoria abierta a todos los interesados, y pide la palabra no solo para preguntar, sino para cuestionar al panel.
Los Último Jueves no son sesiones de catarsis, tribunas, muros de las lamentaciones, conciertos de perros y gatos, sino espacios para aprender colectivamente, donde se plantean y analizan problemas, se escucha a todo el que pide la palabra, se ejercita la capacidad para oír criterios distintos y razonar.
A lo largo de 19 años, sus transcripciones se han publicado en cada número de nuestra revista, en recopilaciones seleccionadas y difundidas por Ediciones Temas y otras editoriales, en formato de libros impresos y electrónicos, videos filmados y publicados conjuntamente con el ICAIC, y más recientemente, a través de las redes, en nuestro blog Catalejo, en vivo mediante nuestra página de Facebook, en audio (podcasts) puestos a circular en Ivoox.
En este año de la gran pandemia, el encuentro físico ha sido reemplazado por un espacio virtual en tiempo real mediante grupo de Whatsapp. Por esta vía, hemos contado con la participación de panelistas y público que viven en diversas provincias de Cuba, y en países, como Estados Unidos, Francia, Alemania, España, Reino Unido.
Último Jueves celebra su sesión número 190 con este panel sobre la democracia en las organizaciones, programado desde 2019, agradeciendo a todos los que nos han acompañado en la construcción de una cultura del debate, muy especialmente a las instituciones que nos han apoyado, como el ICAIC y el MinCult; a organismos del Estado, ONG cubanas y extranjeras, iglesias y organizaciones, universidades y centros de investigación, cuyos representantes han protagonizado una discusión respetuosa, abierta, al duro y sin guante. Gracias también a los descontentos, a los que nos han cuestionado y emplazado de un lado y de otro, porque sus críticas nos han servido para crecer y avanzar, en el desarrollo de una capacidad de construcción de esfera pública, mediante un diálogo real, a pesar de presiones y provocaciones.
Gracias a todos por haber podido llegar hasta aquí.
* Panel de Último Jueves, realizado vía WhatsApp, el 26 de noviembre de 2020.
Panelistas:
José Francisco Bellod Redondo. Economista. Profesorde la Universidad de Murcia.Miembro del Consejo Asesor de Temas.
Karen Brito. Periodista. Realizadora audiovisual y presentadora de televisión. Fue vicepresidenta de la FEU de la Universidad de La Habana.
Silvio Calves Hernández. Ingeniero industrial. Profesor Titular y Consultante de la Universidad de La Habana. Vicerrector de la Escuela Superior de Cuadros.
Fernando Luis Rojas López. Licenciado en Pedagogía y Máster en Didáctica de las Humanidades. Investigador del Instituto Cubano de Investigación Cultural Juan Marinello.
P. Ariel Suárez Jáuregui. Sacerdote católico. Párroco del Santuario Diocesano de Nuestra Señora de la Caridad. Profesor del Centro Félix Varela.
Rafael Hernández. Politólogo. Director de la revista Temas.
Rafael Hernández: Este es el último panel del año, ya hemos hecho seis por la vía de los grupos de WhatsApp. Nos vamos a concentrar hoy en el tema de la democracia en las organizaciones. Casi siempre, cuando se habla de democracia, se piensa en la participación ciudadana en las instituciones de gobierno; sin embargo, ella se apoya en la cultura política que tiene esa sociedad. Se sostiene en una cultura que está hecha de valores, de patrones de conducta, de creencias, de hábitos, de mentalidades y, naturalmente, de relaciones sociales, que son la parte tangible de una cultura democrática. Es sobre esa cultura que se construyen representaciones, se asumen actitudes y se ejecutan acciones que permiten el funcionamiento democrático de la sociedad.
De manera que el propósito de este panel –para el cual contamos con un muy especial grupo de panelistas conectados a nuestro grupo de WhatsApp– es analizar el lugar que tienen las organizaciones en ese funcionamiento democrático dentro de la sociedad actual. Estamos entendiendo por organizaciones un espectro muy amplio: las que incluyen a trabajadores –por ejemplo, los sindicatos, pero también las empresas públicas y privadas–, a los estudiantes, a los profesionales, a los jóvenes, a las mujeres, a los vecinos, las de carácter político, religioso, étnicas, fraternales, y cualquier otro tipo de asociaciones.
La primera pregunta que vamos a abordar es: ¿Existe una cultura democrática en la sociedad? ¿Cómo podemos medirla?
Silvio Calves Hernández: Soy de los que cree que existe en nuestra sociedad una comprensión general sobre lo que es democracia, matizada por las percepciones individuales y grupales de los diferentes actores y los de sus diferentes niveles y estamentos sociales. El ejercicio y la asimilación progresiva de la participación consciente es factor clave en la dinámica democrática. Participar es tomar parte, y no basta con la presencia individual o colectiva. La participación genera el compromiso mutuo entre la sociedad, las organizaciones y las personas y crea sentimientos positivos por el trabajo que se realiza y las personas sienten que su presencia es reconocida.
La Revolución cubana, desde sus inicios, implementó la participación como estilo de actuación siendo referentes del ella el accionar voluntario y el compromiso de las personas en la lucha de clases; como en las Milicias, la Campaña de Alfabetización, las movilizaciones a la agricultura, la vinculación con los CDR y otros momentos de la historia de los primeros años del proceso revolucionario.
En años más recientes se han producido eventos fundamentales de democracia, promovidos por la alta dirección del país, como la discusión de los Lineamientos de la política económica y social y de la Constitución, en la que millones de ciudadanos, con entera libertad, expresaron sus consideraciones en torno a cada aspecto de esos documentos. Esas propuestas fueron consideradas y muchas de ella dieron lugar a modificaciones de los textos presentados. Situaciones y contextos cambiantes, como el propio Período Especial, produjeron limitaciones a este accionar democrático que se fue diluyendo en los niveles inferiores del Estado, de los sectores y organizaciones.
No todas las personas y grupos sociales, autoridades y organizaciones entienden y aceptan igualmente los valores democráticos de nuestra sociedad; algunos para ejercerlos y otros para otorgarlos.
P. Ariel Suárez Jáuregui: Muchas gracias por invitarme a tomar parte en este panel. Yo presupongo que, en el caso de un sacerdote católico, lo que se espera de él en este panel, sea la exposición de la visión y la vivencia de las cuestiones que aquí se debaten en el seno de la Iglesia católica. Ante todo, quiero aclarar que la Iglesia católica es una “sociedad sui-géneris”, muy singular. El término sociedad solo se aplica a ella en modo analógico, porque los elementos visibles de esta realidad que es la Iglesia católica: líderes, estructuras, organización, legislación, prácticas habituales, tienen únicamente valor si están al servicio de comunicar algo invisible, que es lo que, en un lenguaje también muy nuestro, llamamos la Gracia de Dios, o dicho quizá de otro modo, la vida de Dios a los seres humanos. Todo lo que existe en esta “sociedad” tan diversa que es la Iglesia… existe para que los hombres y mujeres puedan vivir sus vidas en comunión con Dios, participando de la misma vida de Dios. Así pues, la Iglesia se reconoce como un Don de Dios a los hombres para poder realizar esta finalidad antes descrita, lo cual significa que la Iglesia no es una invención humana, los hombres no fundamos la Iglesia ni la reinventamos o refundamos en cada generación. La Iglesia ha sido “dada” por Dios a los hombres. Y en la autocomprensión bimilenaria que este Don tiene de sí mismo hay una estructura jerárquica al servicio de la comunión de todo el pueblo de Dios. Por eso, en sentido estricto, la Iglesia no es una democracia ni funciona con los parámetros de las democracias modernas o contemporáneas, porque en ella la fuente de su vitalidad y eficacia no depende de las decisiones o el intercambio entre los hombres, sino de la escucha y puesta en práctica del querer de Dios para nosotros, un querer que sabemos no es nunca avasallador ni manipulador de los hombres, sino profundamente liberador y humanizador. Ahora bien, esa escucha y puesta en práctica requiere cada vez más el diálogo, la implicación y la contribución de todos. Y esos elementos, más cercanos de algún modo, a la cultura y los valores de una democracia, se han ido potenciado progresivamente en el seno de la Iglesia católica, sobre todo, a partir de la celebración del Concilio Vaticano II, que se llevó a cabo de 1962 a 1965, en la Basílica de San Pedro.
Karen Brito: Desde mi punto de vista, sí existe una cultura democrática en la sociedad cubana. Los ciudadanos y ciudadanas de este archipiélago se saben con derechos, y los exigen en los más diversos espacios, sean estos institucionales, organizacionales, etc. Hay un sentido de empoderamiento popular que, a mi juicio, tiene que ver con la misma naturaleza del proceso social cubano que, desde su génesis, tuvo como práctica y misión conquistar toda la justicia. Cuando un proyecto de país se propone metas tan ambiciosas y revolucionarias, y durante más de sesenta años cuenta con el respaldo de la mayoría de su gente, necesariamente tiene que haber sido edificado sobre bases democráticas (también en el interior de sus organizaciones). A la cañona no se puede hacer una revolución. Una revolución se hace en libertad.
Fernando Luis Rojas López: En primer lugar, agradezco la invitación al espacio Último Jueves de la revista Temas y el tratamiento de esta temática.
Considero que existen culturas democráticas –así, en plural– en la sociedad cubana actual, en el entendido de que están presentes diversas percepciones e ideas sobre qué es (debe ser) una sociedad democrática, cuán democrático o no es el escenario cubano contemporáneo –en su interrelación con el contexto internacional– y cuáles serían los elementos de consenso para estar en condiciones de hablar de la existencia de “una sociedad democrática”.
Entonces, creo que no, que no existe un consenso amplio en este sentido. En ocasiones, la discusión parece limitarse a elementos de gran importancia –jurídicos, institucionales, políticos– para garantizar eso que en la presentación de este panel se identifica como “participación ciudadana en las instituciones de gobierno”. Al mismo tiempo, parece que elementos vinculados con las visiones de las personas, lo que domina en el sentido común y la riqueza de perspectivas adquieren un lugar secundario.
Es por ello que, para mencionar rasgos definitorios de las culturas democráticas presentes en nuestra sociedad, apuntaría en un primer momento: 1. Su diversidad y heterogeneidad; 2. La falta de consenso sobre sus componentes “centrales” –diría, sus componentes “puente” para ampliar el contenido de lo que se comprende como “democrático”–; 3. La pluralidad y relativo antagonismo –en algunos casos– de los paradigmas y referentes para construir la idea de “lo democrático”, que va desde vacíos ejercicios comparativos –no por el acto comparativo, sino por la imprecisión de los indicadores para este ejercicio– tipo “el país más democrático del mundo” hasta la absolutización de una variante específica de paradigma.
Por otra parte, estos rasgos iniciales reflejan, en mi criterio, la que debía ser otra característica base y que se perfila en la propia pregunta que realiza la revista Temas: las formas en que se construye el consenso. Por desgracia, me resulta bastante común escuchar frases como “hablo en nombre del pueblo” cuando, en rigor, se presentan postulados individuales, grupales o sectoriales; y eso ocurre en un ámbito bastante amplio que supera a las propias instituciones formalmente aceptadas.
No se trata, para mí, de un falso ecumenismo en que caben todos, sin precisar siquiera cuáles son los fundamentos de ese “caber todos y todas”. Se trata de identificar, como primer paso, desde dónde defendemos una perspectiva sobre “lo democrático” –que puede ser individual y eso es respetable. Se trata de ser transparentes en este sentido.
José Francisco Bellod Redondo: Aprovecho esta primera pregunta paraagradecer a Temas que siga funcionando a pleno rendimiento, a pesar de la epidemia, porque la cultura, en muchos países del mundo, particularmente en el mío que es España, es siempre la hermana pequeña que, cuando hay crisis económicas, crisis severas como la de la Covid, siempre se puede recortar y limitar. Felicidades, entonces, por su empeño en mantener el debate cultural a pesar de las dificultades económicas y estructurales actuales.
En lo que respecta a España, considero que realmente no hay una cultura democrática. Existen reglas de juego democrático que se extienden a ámbitos muy diversos, desde cómo elegir a los dirigentes del país, de los partidos políticos, y hasta de los clubes deportivos, pero hay amplios espacios de convivencia, como el mundo de la empresa –piensen que buena parte de la jornada de un ciudadano español transcurre en él– que escapan al juego democrático. Incluso donde hay esas reglas de juego –partidos políticos, sindicatos, organizaciones de todo tipo–, se suele circunscribir a la participación periódica en procesos electorales. No hay en mi país una cultura de participación cotidiana en lo público; hay lo que llamarían los griegos clásicos una idiotización, una abstención en participar. Un ciudadano español, después de su jornada laboral, quizás dispone de tiempo, pero ese tiempo está muy mercantilizado, muy colonizado por actividades mercantiles y de consumo, y hay poco espacio, al menos de momento, según los esquemas básicos de funcionamiento de una sociedad capitalista, para la democracia. Esta implica participación, y participar implica gastar tiempo privado en asuntos públicos, y lo que se nos enseña es a ser competitivos; es decir, a utilizar el tiempo privado, que es un recurso, en obtener beneficios personales, no colectivos, públicos. Por tanto, no podría decir que, a pesar de cuarenta y tantos años ya de democracia burguesa en España, existe una cultura de participación democrática.
Rafael Hernández: ¿Con qué criterios se podría juzgar el carácter democrático de las organizaciones? ¿En qué sentido las que hemos tomado como referente tienen un funcionamiento democrático?
Silvio Calves Hernández: Como criterio de sistema democrático debería existir una verdadera participación de las personas en la toma de decisiones de la sociedad y de cualquier organización, así como que exista una rendición de cuentas transparente y útil de las autoridades de cada organización y la sociedad. Siempre es deseable un comportamiento democrático, aunque no siempre se considera la vía hacia mejores resultados. Por ejemplo, en las pymes y organizaciones familiares, el papel que desempeña el dueño o patrón es contrario a la participación y la democracia. Para medir si hay democracia o no, hay que considerar la existencia de participación real en la toma de decisiones, la rendición de cuentas sistemática de jefes ante subordinados, usuarios y otros interesados, la ausencia de grupos informales en la organización que no vean reflejados sus intereses y necesidades y forman lo que llamamos en buen cubano las “piñas”. El compromiso, sentido de pertenencia y empoderamiento de sus miembros es un elemento de medición importante y se reflejan en la alta productividad y eficacia de las personas y su pasión por la labor que realizan.
P. Ariel Suárez Jáuregui: Como indiqué anteriormente, a partir del Concilio Vaticano II se subrayó en la Iglesia la conciencia de una participación responsable de todos los miembros de la misma en diversas cuestiones. Aclaro también que nunca se podrán poner en tela de juicio dentro de la Iglesia los contenidos fundamentales de la fe o de la moral cristiana, porque esos contenidos han sido comunicados por Jesucristo, que para nosotros es Dios hecho hombre. Pero hay una serie de elementos dónde sí podemos y debemos buscar entre todos lo que Dios nos pide hacer hoy. Por ejemplo: ¿Cómo hacer presente el anuncio del Evangelio de Jesucristo en continentes, culturas y pueblos tan diferentes, sin que la presentación del mensaje y del obrar de los cristianos constituya una intromisión negativa o irrespetuosa de los valores de cada cultura? ¿Cómo participar, desde nuestra fe cristiana, en la construcción de un mundo mejor, más humano y fraterno, más solidario, más respetuoso de la naturaleza y del clima, más preocupado por los pobres y por la promoción de la dignidad de todo ser humano? ¿Cómo colaborar con otros cristianos y con los miembros de otras religiones para que las diversas tradiciones religiosas sean elementos de cohesión, de paz y de armonía entre los pueblos? ¿Cómo presentar los valores humanos y morales que el cristianismo siempre ha defendido para que nuestros contemporáneos descubran igualmente que esos valores pueden ser universalmente compartidos, aunque no se comparta la misma visión religiosa o de fe? ¿Cuál ha de ser la actitud de la Iglesia y de los cristianos frente al diferente, al hostil, al que nos impide la posibilidad de expresarnos y dar testimonio de nuestro estilo de vida? ¿Qué papel debería ejercer la mujer en la Iglesia; le hemos ido reconociendo toda su genialidad y su especificidad? ¿Habría así una palabra típicamente cristiana para un feminismo auténtico? ¿Cuál es la relación que Cristo quiere entre los sacerdotes y sus fieles, entre los Obispos y sus sacerdotes, entre los Obispos y el Papa, entre el Papa y los líderes de otras comunidades religiosas? ¿Lo tiene que decidir todo un sacerdote en su parroquia? Sobre todas estas cuestiones, créanme, hay un debate amplio en el seno de la Iglesia católica. Y no creo equivocarme, si afirmo incluso, que el actual Pontificado del Papa Francisco, lo promueve.
Karen Brito: Para evaluar el carácter democrático de nuestras organizaciones, lo primero que debemos hacer es velar porque ese carácter sea uno de los pilares del funcionamiento de la organización. No se puede dar por sentado que, porque exista en los estatutos, ya las cosas van a funcionar democráticamente. Debe y tiene que estar estipulado en la arquitectura de la organización; pero también en la vocación y en el credo de quienes la integran. Porque si no, es letra muerta. Si una organización vive democráticamente sus días, si sus miembros saben que lo que digan, hagan, sueñen, se articula con las palabras, los hechos y los sueños de otros gracias a esa organización, definitivamente habrá una solidez en la existencia misma de esta. El sentimiento de tomar parte en algo más grande que uno mismo, el compromiso y la satisfacción de PERTENECER, desbordarían la propia organización en un activismo social mayor en correspondencia y beneficio del proyecto país.
Fernando Luis Rojas López: En un primer momento me decanto de inmediato por responder que sí. Es deseable el funcionamiento democrático de las organizaciones que se mencionan en la presentación del panel. No obstante, hay otro asunto sobre el que vale la pena conversar.
¿Es exactamente lo mismo una sociedad que funcione democráticamente –con la complejidad ya mencionada de las diversas formas de entender “lo democrático”– que una sociedad donde sus organizaciones funcionen democráticamente?
La presentación da cuenta de un amplio abanico de estas organizaciones. Podría darse el caso que, aun cuando dos organizaciones gremiales, religiosas o que reivindiquen demandas identitarias funcionen “democráticamente”, se planteen objetivos o asuman posiciones ante problemas concretos que sean contrapuestas. Entonces, más allá del funcionamiento específico, el avance democrático para la sociedad en general se da en el escenario de articulación –o no– de este mosaico organizacional.
Dicho de otra manera, podemos encontrarnos un escenario organizacional que funcione democráticamente para la toma de decisiones y que reivindique el libre derecho a la asociación religiosa y, al mismo tiempo, no secunde las propuestas de otras entidades que aspiran a conquistar “todos los derechos para todas las personas”. Puede darse un espacio de discusión y decisión colegiada en un gremio de propietarios (empresarios) privados que esté en contradicción con un gremio de trabajadores contratados en el sector privado que decide sus prácticas de manera democrática.
Con el interés de referirme a las otras interrogantes, sí considero que las organizaciones más democráticas tienen un potencial mayor para cumplir su papel. Lo que ocurre es que la propia práctica está mediada por esas culturas democráticas que existen de forma descentrada y, muchas veces, sin diálogos.
No creo que este análisis se limite a cuestiones relativas a decidir todo a través de una votación; o que se identifique que los liderazgos cortan el potencial democrático para la toma de decisiones colectivas; o que las prácticas educativas son siempre adoctrinamientos.
Y hay otro asunto: la especificidad de aquellas organizaciones para las cuales el cumplimiento de su “papel” y funciones se relaciona directamente con formas no democráticas de dirección. Situación que puede ocurrir. Quizás el reto de una sociedad democrática es participar en la definición de cuáles son esas organizaciones, y eso lleva de nuevo a la transparencia. Esta última es fundamental también a la hora de definir cuáles son aquellas que sí debían caracterizarse por su democraticidad y no lo hacen.
José Francisco Bellod Redondo: Es sabido que hay, básicamente, dos procedimientos: los elementos formales y los materiales. Los primeros consisten en la existencia de algún tipo de regla de funcionamiento democrático, donde los participantes en una organización, en una sociedad, puedan decidir quién dirige esa organización y qué agenda tiene. El elemento material es en qué medida eso se cumple.
Yo podría poner el ejemplo de la ciudad en la que vivo. En los años 90, en Murcia, que tiene cuatrocientos cincuenta mil habitantes, se inició un proceso muy interesante de participación democrática, de descentralización. Se creó una estructura descentralizada en la que el ayuntamiento o municipalidad entregaba parte del presupuesto a cada barrio y este decidía en qué se gastaba. Era formalmente muy democrático; materialmente, se tradujo en reproducir los esquemas de mal comportamiento que, a nivel de ciudad, provincia o país, se llevaban a cabo, pues al final en vez de participar los ciudadanos de cada barrio, lo hacían solo los afiliados a uno u otro partido político. El partido gobernante intentaba llevar a cabo las políticas que, desde arriba, le indicaban, y mecánicamente los de la oposición se negaban a ello. Y el mismo oligopolio político que había a nivel provincial o estatal, se replicaba en lo local, y la inmensa mayoría de los ciudadanos se abstenía de participar.
Rafael Hernández: ¿Qué problemas afectan el funcionamiento democrático de las organizaciones? ¿Qué factores inciden sobre él?
Silvio Calves Hernández: El funcionamiento democrático de las organizaciones está afectado por malos hábitos, tradición de autoritarismo, paradigmas erróneos, ausencia de delegación de autoridad por miedo a que lo hagan mejor que él o que si no lo hace el jefe no saldrá bien; incultura y falta de conocimientos de por qué y cómo dar participación y por utilizarla como manipulación o tratamiento para ocultar realidades adversas. Muchos jefes se niegan a escuchar o no aceptan opiniones ajenas. Por otra parte, existen demasiadas normas, procedimientos y reglamentos; si todo está regulado, ¿para qué participar? Hay un deterioro sostenido de los buenos modales en la sociedad que afecta la relación entre personas y entre estas y las organizaciones.
P. Ariel Suárez Jáuregui: Creo que, fundamentalmente, la incapacidad de dialogar y de escucha respetuosa que a veces nos caracteriza. Fruto del miedo, de la inseguridad, de la soberbia de creernos en posesión de la verdad total. Las precomprensiones o prejuicios, sobre todo, cuando hay visiones ideológicas del hombre y de la realidad, también incapacitan para un diálogo sincero, porque obnubilan la conciencia, dañan la imprescindible humildad, necesaria para buscar consensos y para dejarnos iluminar por las posiciones o argumentos de otras personas. El Papa Francisco en su reciente encíclica Fratelli Tutti, en el número 203, lo dice de modo insuperable. Permítanme citarlo: “El auténtico diálogo social supone la capacidad de respetar el punto de vista del otro aceptando la posibilidad de que encierre algunas convicciones o intereses legítimos. Desde su identidad, el otro tiene algo que aportar, y es deseable que profundice y exponga su propia posición para que el debate público sea más completo todavía… en un verdadero espíritu de diálogo se alimenta la capacidad de comprender el sentido de lo que el otro dice y hace, aunque uno no pueda asumirlo como una convicción propia. Así se vuelve posible ser sinceros, no disimular lo que creemos, sin dejar de conversar, de buscar puntos de contacto, y sobre todo de trabajar y luchar juntos” (fin de la cita). Al mismo tiempo, el diálogo no es un fin en sí mismo, sino un medio para encontrarnos todos en la Verdad más grande. Cuando se elimina la cuestión de la Verdad y se acepta el relativismo del “todo vale”, se termina cayendo en el reino de las opiniones, donde diciéndolo de modo elegante, se terminará por imponer la opinión del más fuerte. Si no se admite la Verdad, ahora lo digo de modo más llano: el pez grande se come al chiquito. Solo si hay una Verdad por encima de los océanos y a la que todo el mundo haga referencia, hay posibilidad de que el pez chiquito viva. La Verdad es la única garantía que queda a la vida y los derechos de los pobres, los indefensos, los más frágiles y vulnerables.
Karen Brito: Para tratar de listar los problemas que afectan el funcionamiento democrático de las organizaciones, pienso que en el hit parade está la burocracia, como enfermedad que corroe el empeño democrático. Cifras, estadísticas, papeles, formularios, manuales, “modelitos”, inundan las gavetas y archivos, sin una expresión concreta luego en la vida de la organización ni de sus miembros. Entonces, ¿para qué?
La preparación de los líderes de esas organizaciones es otro factor clave. Con una población altamente alfabetizada, con un grado de escolaridad ampliamente por encima del noveno grado, con acceso a la cultura en todas sus manifestaciones, a la tecnología, a Internet, nuestros líderes no se pueden dar el lujo de no estar a la altura de la gente que dirigen. Y no hablo solo de los niveles más altos de jerarquía organizacional, sino también de los intermedios. Hay que estudiar, hay que superarse, pero hacerlo no solo en un curso de tal o mas cual materia, sino como parte de un ejercicio cotidiano de crecimiento intelectual. La ciencia del ejemplo empieza por los cuadros de dirección. (Véase/Léase al Che)
Muchas de nuestras organizaciones son históricas: las fundaron los grandes hombres y mujeres de nuestra nación. Ello constituye un legado inapreciablemente hondo. Pero, ojo: pretender que las que tienen muchas décadas de vida sean iguales hoy que en el momento de su creación, es negar la evolución histórica de la sociedad. Es negar la esencia marxista. A veces, nuestras organizaciones poseen estructuras que se quedaron varadas en una época y no trataron de –sin negar los principios– ir cambiando con los tiempos. Solo hay un modo de ser un hombre de todos los tiempos –parafraseo a Martí–, y es haber sido un hombre de su tiempo. Cambiemos el sustantivo hombre por organizaciones, y tengamos organizaciones para todos los tiempos.
Habría otros problemas, pero creo que irán saliendo en el debate.
Fernando Luis Rojas López: Trataré de presentar algunos problemas de manera enunciativa.
El primero está asociado al escenario. En el plano nacional no existe una predisposición favorable desde las organizaciones modélicas (las que en otros espacios se llaman “tradicionales” o surgidas con la Revolución, etc.) al funcionamiento democrático. Ello tiene un peso importante, si consideramos que muchas personas que pertenecen a otros espacios asociativos militan también, con niveles de participación diferentes, en esas organizaciones. Asimismo, la práctica de estas organizaciones “históricas” desconoce la riqueza que también existe en sus estructuras de base donde no es raro encontrar, por ejemplo, secciones sindicales de base que implementan prácticas con esta cualidad democrática.
Desde el punto de vista externo, sobra decir que existe un paradigma democrático que llega a Cuba y toma como punto de anclaje diferenciador las estructuras políticas y las premisas electoralistas a escala nacional. Resulta más común, desde posiciones críticas de las experiencias democráticas (o no) en Cuba, alusiones al funcionamiento de estructuras institucionales nacionales que a prácticas organizacionales democráticas que se encuentran en resistencia ante esas estructuras institucionales foráneas. No siempre es así, pero es lo que veo como dominante.
El segundo lo veo relacionado con la cultura institucional acumulada. Me parece innecesario ampliar en ello si tomamos en cuenta que predominan prácticas verticalistas en muchas de las organizaciones consideradas “históricas” y masivas. Otro asunto de interés sería discutir en qué medida esos métodos calan también en una parte del asociacionismo de reciente aparición. Vinculado con esto se manifiesta otro problema y es que ese verticalismo transmite desde las estructuras de dirección “superiores” una homogeneidad (de criterios, prácticas, etc.) que no corresponde con exactitud a lo que ocurre en las bases.
Un tercer problema sería laburocratización, viéndolo desde las prácticas que la estimulan y se reproducen en escenarios diversos. Entre esas prácticas pueden mencionarse: 1. La existencia excesiva de estructuras y niveles de dirección; 2. El completamiento de muchas de esas estructuras con dirigentes profesionalizados; 3. El reciclaje burocrático; 4. La profesionalización a través de responsabilidades como asesores, consultores, etc.; y otras.
Un cuarto y último problema que quiero mencionar está referido a la perspectiva del proyecto de país a que se aspira y la manera en que el tejido social se articula en torno a sus objetivos. Ello, en mi criterio, juega un papel fundamental para la acción colectiva y popular de gobierno.
José Francisco Bellod Redondo: Entre los problemas que afectan el funcionamiento democrático de las organizaciones, hay uno obvio que es la existencia o no de reglas de juego democrático. Como se ha demostrado en España en los últimos cuarenta años, esas reglas no son suficientes. Por ejemplo, podemos elegir dentro de una colectividad qué diputado nos representará en el Parlamento, pero, a partir de ahí, la representatividad se mercantiliza. Teóricamente, ese diputado debería representar intereses como el siguiente: conseguir que la energía eléctrica que se suministra a la ciudad a la que representa tenga el menos costo posible, o que esa electricidad sea producida de la forma más limpia y segura posible. Pero lo cierto es que la mercantilización hace que ese diputado sea rehén de otros intereses –por ejemplo, de empresas eléctricas– que le van a ofrecer una salida profesional –recuerden que la representación parlamentaria tiene una limitación en el tiempo–, al final de su mandato, en una empresa, con un salario elevado, a cambio de que, mientras tanto, renuncie a defender un precio económico, o a reivindicar fuentes ecológicas de energía eléctrica, etcétera.
Por tanto, las reglas de juego tienen que estar muy bien definidas, de modo que el votante no solo pueda elegir a su representante, sino que pueda deponerlo en caso de que no cumpla con su tarea. En el caso de España, esa fórmula no existe. Sea cual sea el nivel de participación, no es posible que un representante que no cumple con aquello que prometió sea sustituido. Hay que esperar a las próximas elecciones.
Rafael Hernández: ¿En qué medida el ejercicio de una cultura democrática depende del funcionamiento de las organizaciones? ¿En qué medida puede existir esa cultura sin que haya un funcionamiento democrático de las organizaciones o a pesar de que estas puedan ser menos democráticas?
Silvio Calves Hernández: El ejercicio de una cultura democrática en la sociedad y en una organización se desarrolla o no si es voluntad del Estado o de la dirección de la organización y una prioridad en la gestión de todos los estamentos de la misma. No es solo que esto se cumpla para eventos centrales del país. Áreas u organizaciones democráticas dentro de un mar de autoritarismo en cualquier sociedad, pueden ser excluidas si no hay políticas que potencien la democratización. Se pondera más la disciplina y el control que las ideas nuevas para resolver problemas viejos y nuevos. Este pensamiento de desarrollo de una cultura de democracia hay que llevarlo a las organizaciones políticas y estatales y comenzar con la escuela primaria, las universidades y las familias, las políticas sectoriales y otras políticas públicas. No necesariamente las sociedades más cultas y desarrolladas suelen ser más democráticas. Las que lo son, es porque han tenido liderazgos democráticos y ha sido una tradición social durante largos años presente en la cultura de las masas.
Tuve en lo personal el privilegio de trabajar junto a un jefe que propiciaba la participación y motivaba el entusiasmo, compromiso y lealtad a las tareas que asignaba. Un accionar muy particular caracterizaba su comportamiento. Recuerdo que, en los consejos de Dirección o reuniones de análisis colectivo, nunca hablaba primero, escuchaba las opiniones de los demás y en sus conclusiones tomaba decisiones enriquecidas por las propuestas escuchadas. Decía que, si hablaba primero, todo el mundo en la reunión coincidiría con él y para eso no hubiera sido necesario reunirlos. Igualmente recuerdo que, siendo su asesor, me señaló: “Si tú y yo siempre tenemos la misma opinión, no me sirves, me dejarías equivocar”.
Esa gestión participativa, democrática, transparente y sistemática creó un ambiente positivo de alto compromiso en la organización, las personas sentían el empoderamiento que se les otorgaba. Se produjo un impacto en los trabajadores que sintieron que eran escuchados y sus opiniones eran consideradas por la jefatura. Los trabajadores expresaron con sus acciones y opiniones el deseo de participar y abandonaron la apatía por participar en la toma de decisiones.
P. Ariel Suárez Jáuregui: Depende en grado sumo, porque el funcionamiento de una organización es el que ofrece cauce, diríamos, hace viable, concreto, “aterriza” el modo de ejercer la responsabilidad y el compromiso compartidos de un determinado grupo. Voy a poner ejemplos dentro de la realidad eclesial. Después del Vaticano II se crearon distintas estructuras de diálogo y de búsqueda y toma de soluciones comunes. Las Conferencias episcopales en cada nación, los Sínodos de los Obispos que ayudan al Papa a ventilar asuntos que tienen que ver con la Iglesia y el mundo, los Consejos pastorales y económicos, que deberían funcionar en cada diócesis y en cada parroquia. Tomemos por muestra uno de estos últimos, que es algo en donde yo me muevo, pues soy párroco. El consejo parroquial, que está integrado por los responsables de los distintos grupos y movimientos de la parroquia: catequesis, adolescentes, jóvenes, matrimonios, visitadores de enfermos, liturgia y coro, Cáritas, pastoral de santuario, administración y economía. Si el consejo parroquial es solo una instancia en la cual el cura ordena y el resto obedece en silencio, ese modo de funcionar expresa una concepción clerical del funcionamiento de la parroquia. Terminará por ser irrelevante, aburrido, una pérdida de tiempo o una tomadura de pelos a los laicos. En cambio, si el consejo parroquial es un lugar de intercambio, de aportación compartida de ideas y proyectos sobre la vida de la parroquia en sus diversas realidades, un espacio de comunión y de fraterno acompañamiento recíproco, donde todos aprendemos de todos y todos nos sentimos parte, entonces el ser y el quehacer de esa parroquia será mucho más vivo, entusiasta y comprometido con la vida de las personas, con el pueblo del cual formamos parte y al cual queremos servir.
Karen Brito: La cultura democrática NO es privativa de las organizaciones. Se construye en el espacio público, y en las relaciones sociales que se van tejiendo. No es un proceso que se da per se, sino que, desde la educación, la familia, la comunidad, podría alimentarse más y mejor. Hay experiencias desde la educación popular que lideran instituciones como el Centro Memorial Martin Luther King, Jr. (CMMLK) que han mostrado, en el espacio cubano, la validez de metodologías más participativas en el trabajo comunitario. También en eso habría que alfabetizarse dentro de las organizaciones, desde el punto de vista educativo y comunicacional. Buscar otros paradigmas que den nuevos aires a la manera en que hacemos las cosas, y que para nada niegan los principios de nuestra Revolución. Y entonces estaríamos contribuyendo a esa cultura democrática que debemos preservar y enriquecer.
Fernando Luis Rojas López: Antes me referí a estas cuestiones. Estamos hablando de un país en el que coexisten organizaciones muy diferentes desde el punto de vista de su historia, sus objetivos, sus maneras de funcionar y las personas que agrupan. No es rara la pluripertenencia, si bien hay un número importante de entidades que emergen como contraparte de otras organizaciones ya existentes.
Y sí, en espacios comunitarios, familiares, centros de estudio se dan prácticas y tiene lugar una manera de “educar” en materia de cultura democrática. Ahora, creo que dado el tejido organizacional cubano debía desarrollarse una cultura democrática aprovechando su potencial y no “a pesar de este”. Ello también expresa un problema, desde el instante que nos planteamos la cuestión del desarrollo democrático al margen de las organizaciones existentes –de algunas de ellas– se impone la obligación de repensar la utilidad de las mismas.
Quisiera aprovechar ahora para referirme, desde mi perspectiva ciudadana, a otro fenómeno que entiendo muy asociado al desarrollo de una cultura democrática en la sociedad cubana. Tiene que ver con el espacio comunicativo, con el que me relaciono, no como especialista sino como “prosumidor”.
En un escenario que se amplió positivamente para los cubanos, es común encontrarse mensajes emitidos desde asociaciones, grupos, organizaciones e individuos que se refieren a cuestiones relativas a la democratización de la sociedad cubana. Ello supone el reto de enfrentarnos todos los días a prácticas, contenidos y mensajes que se jerarquizan no necesariamente por la cantidad de personas y problemas que amplifican, sino por las redes comunicacionales que se generan. Entonces, un mensaje desde una perspectiva individual puede anclarse con mayor fuerza que uno colectivo. Ello da cuenta de otro problema al que deben enfrentarse las organizaciones: su capacidad para posicionarse y en qué medida esa (in)capacidad es reflejo de determinados agotamientos.
José Francisco Bellod Redondo: La experiencia reciente de la situación política en España ofrece un ejemplo muy singular. Hace cinco años apareció un movimiento conocido como el 15M (porque el 15 de marzo se produjeron varias movilizaciones ciudadanas, populares, que trataban de denunciar, primero, la enorme corrupción y la impermeabilidad del sistema político –entonces gobernaba el Partido Popular). Era casi imposible que una persona, y más una joven, lograra que sus reivindicaciones fueran asumidas por alguna organización política. Buena parte de esa generación formó un nuevo partido político llamado Podemos, que trataba de superar las limitaciones de los partidos tradicionales de izquierda, basados fundamentalmente en el movimiento obrero. Y lo que sucedió es que el mismo sistema corrupto que denunciaban fue capaz de absorberlos. En la medida en que ciudadanos de ese movimiento alcanzaron, gracias al voto democrático, cargos públicos, empezaron a desmovilizar a sus propias bases y a renunciar a su programa o agenda política.
Por desgracia, como vemos, las organizaciones pueden jugar un papel desmovilizador del propio movimiento que las llevó al poder. Así ha pasado en España. El 15M parió un partido como Podemos, que hoy forma parte de un gobierno que está haciendo políticas absolutamente contrarias a las que el 15M promovía. Es un gobierno que reprime la inmigración desde el Magreb, Marruecos, Argelia, Mauritania; que promueve un proceso de deslocalización de empresas; que reprime policialmente al propio 15M, etc. Estamos viendo, por tanto, un caso práctico en que las propias organizaciones surgidas de la democracia popular se alienan de ella, y acaban reprimiéndola.
Rafael Hernández: ¿Cómo lograr un funcionamiento más democrático de las organizaciones? ¿Resulta viable hacerlo? ¿De qué depende? ¿Basta con proponérselo? ¿En algunas organizaciones más que en otras?
Silvio Calves Hernández: Tiene que existir una voluntad política en el desarrollo de una cultura de democratización de la sociedad, de sus organizaciones y entes de la administración pública. Se requiere una política de rendición de cuentas y controlar que esto se haga bien y de manera transparente, que los ciudadanos sientan que es importante participar, que son escuchados y sus opiniones tenidas en cuenta. La participación tiene dos componentes: el que dirige y los que deben participar, y ambos deben sentir su importancia. Resulta necesario que se creen mecanismos efectivos y transparentes de captación y retroalimentación del estado de opinión sobre aspectos fundamentales y que las personas puedan conocer qué se hace con ella. Las encuestas, por sí mismas, no son participación, a menos que el encuestado conozca que su opinión fue escuchada y tomada en cuenta. Hay que brindar información a los ciudadanos y personas de las organizaciones para que puedan participar de forma positiva. Considero que hay que desburocratizar la sociedad y las organizaciones; para qué participar y dar opiniones si todo está reglamentado por normas e instrumentos jurídicos que hacen improcedente la participación y si se hace puede parecer manipulación. Se debe modificar la concepción de las reuniones de balance anual de organizaciones tanto del sector público como aquellas donde rinde su informe la máxima autoridad de la organización y están presentes los mismos actores que han ejecutado las tareas y no los ciudadanos, usuarios o clientes que pueden tener puntos de vista diferentes a lo referido en el informe y donde muchas veces las decisiones están preconcebidas. La democratización debe ser sistémica, abarcar todos los ámbitos de la sociedad, y estar soportada por una política transparente de comunicación e información. Cada vez más hay que educar, capacitar y entrenar a los jefes, a los ciudadanos y usuarios en los conceptos de participación y rendición de cuenta pues son actores estratégicos. Mediante la participación, la persona como actor social adquiere la verdadera identidad de ciudadano, con sus deberes, responsabilidades y derechos.
P. Ariel Suárez Jáuregui: Yo creo que depende mucho del talante y del compromiso paciente de los líderes. Y también de la implicación honesta y leal de todos los que conformamos las distintas organizaciones. La democracia supone responsabilidad y como dije precedentemente, la responsabilidad es un modo de colocarse ante la Verdad, la Verdad con mayúscula que nos supera y trasciende a todos, la verdad con minúscula, que es la que cada ser humano va descubriendo y ojalá, aportando con humildad a sus semejantes. El Papa Francisco, en sus últimas intervenciones, ha subrayado que quiere para la Iglesia un estilo y un modo de obrar sinodal. La palabra sínodo, del griego syn: con y odos: pies, significa literalmente “caminar juntos”. La audacia del Papa ha llegado a tal punto que ha pedido a un comité de teólogos y pensadores que estudien las raíces bíblicas y teológicas de la sinodalidad. E incluso el próximo Sínodo de Obispos que se va a realizar en Roma en el año venidero tendrá como tema justamente: “Por una Iglesia sinodal: comunión, participación y misión”. Hay artículos verdaderamente valiosos que van saliendo en estos mismos días, en el marco de un simposio titulado “La Iglesia de Francisco” que se ha ido desarrollando, virtual, en Roma. Pueden consultar cosas muy interesantes en el sitio oficial de Vatican News. Por último, me gustaría recordar que de muchas personas sabias y buenas escuché con frecuencia que: “Solo quizá se llega más rápido, pero acompañados se llega más lejos”. Este panel en el que estamos participando es una manera de caminar acompañados en este tramo de nuestras vidas. Pido a Dios nos permita llegar lejos en el sueño y la realización de un mundo más humano y fraterno. Muchas gracias.
Karen Brito: Para democratizar el funcionamiento de las organizaciones no basta con proponérselo; hay que ir más allá, hay que revisar las estructuras, la manera en la que se trabaja, y si hay que cambiar algo, atreverse. Por supuesto, depende de diagnosticar cuáles y dónde están los problemas que, en el sentido que estamos discutiendo, pudieran afectar a la organización. Es importante la retroalimentación con las bases de esa organización: ¿qué piensan los miembros?, ¿qué se puede hacer diferente y mejor?, ¿cómo hacerlo?, ¿para qué y por qué existe la organización? Esas preguntas se deberían hacer con más frecuencia, para evitar achantarse y no dejar pasar la oportunidad de que buenas ideas, y mejores sueños contribuyan al proyecto colectivo.
Fernando Luis Rojas López: La respuesta a esta pregunta pasa, en mi opinión, por tres escenarios de análisis:
- Existe un grupo de organizaciones que desarrollan prácticas democráticas que en rigor pueden extenderse, compartirse y perfeccionarse;
- Otras están abocadas a un proceso casi que de refundación en este sentido;
- Está el escenario de la sociedad y la manera en que se articula y relaciona (o no) este desigual entramado organizacional.
Me concentraré en el segundo caso. Un grupo de organizaciones, en especial las de más larga data histórica y que, coincidentemente, aglutinan la mayor cantidad de personas, se enfrentan a la siguiente disyuntiva: ¿disolución, reestructuración o refundación?
Ante esta, se ponen sobre la mesa dos cuestiones:
- Existe la posibilidad real de que las distorsiones y problemas que se expresan en las organizaciones no puedan “resolverse” en el marco de estas por las dinámicas que presentan: sus maneras de funcionar; la cualidad de las relaciones que mantienen con el Estado, el Partido Comunista, sus afiliados y el resto del entramado social y político del país; las características de sus dirigentes; sus estructuras; sus estatutos y reglamentos…
- Impulsar el cambio desde las propias organizaciones.
Aunque siempre está latente la posibilidad de que continúe reproduciéndose el inmovilismo, es el segundo escenario el menos conflictivo —y por tanto probable— en la actual coyuntura nacional.
En términos prácticos pueden darse los siguientes pasos:
Promover un discurso de refundación que pasaría por un reconocimiento del “cambio de escenario”.
Acciones para la conciliación de una plataforma común con otros actores. Ello implica identificar esos otros actores que sostienen demandas particulares; organizar encuentros para consensuar agendas de demandas y trabajo común; promover acciones de comunicación en que se sitúen estos encuentros y los acuerdos logrados; conciliación y propuestas de regulación (generación legal) que comprendan las demandas de estos actores, con las que se comprometan las organizaciones.
Estos procesos implicarían transformaciones en los documentos de las organizaciones y en sus métodos.
José Francisco Bellod Redondo: Sobre cómo democratizar las organizaciones, pues es lo que en España llamaríamos “la madre del cordero”, el problema central. No tengo una respuesta definitiva, sinceramente; pero, según mi experiencia de cuarenta años en movimientos políticos, sindicales y sociales, lo más importante es la participación. Somos ciudadanos antes que otra cosa; acreedores de derechos y obligaciones, pero el sistema siempre tiende a alienar, alejar, anular, desincentivar –esa es la palabra clave– la participación ciudadana.
Democratizar depende también de cada sociedad. No es lo mismo la cubana que la española. En el caso de esta última, se trataría de garantizar que los ciudadanos tengan acceso a la participación política concreta, y lo deseable es que no fuera posible una desvinculación entre las organizaciones y las personas elegidas para representarlas. En cuanto eso sucede, se pasa de la democracia representativa a la sustitutiva. Por cuestiones técnicas, es normal que haya una democracia representativa, que se elija, dentro de un colegio, un conjunto de personas que represente a las demás. Una cosa distinta es que aquellos que nos representan impongan una opinión que sustituya la voz de los representados. ¿Cuál es la solución para evitarlo? Participación y reclamación, incluso al margen de la ley. La voz última no es la de la ley; en mi opinión debe ser la del ciudadano.
Rafael Hernández: Hemos escuchado a los panelistas, que han respondido desde ángulos y experiencias muy diferentes, con argumentos e ideas que enriquecen y nos ayudan a tener una visión mucho más en tercera dimensión, por decirlo de alguna manera, de esta problemática verdaderamente compleja.
A partir de este momento, les vamos a dar la palabra a los participantes que han solicitado hacer preguntas y comentarios.
Marta Pérez-Rolo: (Profesora de la Universidad de La Habana). Quisiera, en relación con la última pregunta, que el panel profundizara más en el papel de la capacitación, incluso en cómo enseñar a participar, concretar cómo podría lograrse esto en el aprendizaje de la polémica, que aporte diversidad de enfoques y ayude a la innovación dentro de las ideas revolucionarias.
Wilder Pérez Varona: (Investigador del Instituto de Filosofía de Cuba). Agradezco a Temas la propuesta a que nos convoca y a los panelistas sus intervenciones, llenas de elementos relevantes que auguran un buen debate.
Me llama la atención que los panelistas parecen aceptar una tesis, tal vez implícita en la convocatoria: la cultura democrática caracteriza a la sociedad cubana, a pesar de las limitaciones que, en este sentido, poseen las organizaciones que tipifican el entramado institucional del país. En otras palabras, las instituciones cubanas, por razones de otra índole, tal vez coyunturales, no están a la altura de la impronta democrática que el proceso revolucionario arraigó en el tejido social. Con ciertos matices, parece haber consenso al respecto. Hago notar, sin embargo, que sostener esta tesis conduce a subestimar la influencia de la cultura política sobre la institucionalidad política.
Sin embargo, cabría contemplar otra posición, opuesta a la anterior. Los déficits democráticos del entramado institucional cubano están condicionados por la carencia de una tradición cultural democrática. Tomada en sentido amplio, esta tesis se refiere a la existencia de patrones de relación social, desde la familia al sistema político, de raigambre autoritaria, persistentes a lo largo de la historia nacional, y que la Revolución reprodujo pese a su indudable alcance social.
Esta tesis fuertemente culturalista, unida a carencias de desarrollo económico, ha sido usualmente empleada para explicar la naturaleza de un sistema político que, al procurar un orden social alternativo al capitalismo, supone un franco retroceso o distorsión en términos de democracia. Y no solo ha sido esgrimida por los defensores del universo liberal. Llevada al extremo, esta tesis avala que unas sociedades pueden ser democráticas, otras no.
Entre estas posturas opuestas, aquella que concede un papel determinante y la que subestima ese papel de las representaciones y percepciones culturales sobre las organizaciones, me parece que cabría pensar la relación en términos de interdependencia.
¿Qué opinan los panelistas al respecto? Gracias una vez más.
Carlos Alzugaray: (Presidente de la Sección de Literatura histórico-social de la UNEAC). He atendido a las intervenciones de todos los panelistas, pero no he escuchado mencionar dos conceptos que, para mí, son fundamentales para la democracia. Uno es la deliberación, definida como el proceso de argumentar una política determinada, antes de tomar una decisión o de elegir un camino a seguir. Ejemplo de ello es la consulta popular sobre la Constitución cubana. Ese fue un proceso realmente deliberativo, donde, además, se estimuló que la gente dijera lo que pensaba. No todo el mundo lo asimiló, porque aquí, a veces, hay cierto temor a decir cosas que puedan ser controversiales, pero, en general, se puede decir que hubo deliberación, más allá de la crítica que se pueda hacer a lo que pasó después.
El segundo concepto es el de tolerancia. Es decir, que los que participan en una organización sepan que hay tolerancia a cualquier idea o planteamiento, por descabellado que sea. Digo esto porque pienso que la práctica demuestra que donde no hay esa tolerancia, la gente se queda callada, tiende a ir con lo que entiende la mayoría y a no enfrentarse a ella. Esto de la tolerancia implica también la aceptación de que las minorías forman parte del proceso y no deben ser excluidas porque tengan una opinión minoritaria.
Maikel Pons: (Profesor de Teoría sociopolítica, Universidad de Camagüey). Hablo desde Belo Horizonte, Brasil. Agradezco inmensamente la posibilidad de aprender junto a ustedes. Creo que estas cuestiones son bien instigantes y oportunas. Intentaré hacer un breve aporte y dejar una pregunta para el intercambio.
Lo primero que me inquieta es la multiversalidad y multifuncionalidad de un término como cultura democrática. A priori no voy a afirmar su existencia o no en la sociedad cubana, sin preguntarme a mí mismo si tengo esa cultura democrática y si la practico. En ese sentido, me cuestiono acerca de tres rasgos para esa cultura que sueño, de la cual quiero ser sujeto protagónico. El primero: prácticas de horizontalidad en las relaciones sociales, institucionales, organizacionales y gubernamentales. Segundo, la visibilización de saberes y experiencias populares, descolonizadas y antidiscriminatorias. Y, tercero, el ejercicio efectivo del mandato popular que delego a las autoridades institucionales, políticas y de organizaciones.
Reconozco que el consenso democrático de una sociedad debe tener en cuenta la perspectiva de cada sujeto parte de la ciudadanía y de esa cultura democrática, pero que siempre no será el consenso deseado para los intereses individuales de cada uno, por lo cual la construcción del consenso, desde los disensos y las disidencias, desde la unicidad y las diferencias, desde la unidad y la diversidad, es vital. Quiero pensar que la sociedad más democrática, la cultura democrática ideal, será la que propicie e incentive que la individualidad de sus sujetos se manifieste en plena autenticidad, con emancipación, y además con sentido de responsabilidad de lo que aporta y contribuye, para que el otro y la otra también sientan orgullo de ser ellos mismos y parte de un espacio común que siempre será diverso y etéreo.
Me gustaría, además, incorporar una cuestión que deriva de la quinta pregunta: ¿Deseamos democratizar el funcionamiento de nuestras organizaciones? ¿Sentimos esa necesidad?
Julio César Guanche: (Jurista).Tengo una pequeñísima reflexión y luego una pregunta. La reflexión tiene que ver con la democracia dentro de las organizaciones, específicamente en la tradición marxista. Si uno mira las distintas discusiones en torno a ello, encuentra una entre Rosa Luxemburgo y Lenin en torno a si la conciencia puede producirse fuera o inevitablemente dentro del movimiento obrero; otras sobre el entrismo y su legitimidad; encuentra en Gramsci la celebración del asociacionismo como la base de la cultura socialista. Me parece que en este tipo de discusiones siempre subyace una lógica de reconocimiento de la autonomía de las bases de una organización, en este caso obrera o proletaria, para ejercer, desde sí mismas, sus intereses y sus demandas de representación. En Cuba, en las últimas décadas, la lógica sobre eso siguió un camino diferente, quizás asociada a dinámicas del marxismo soviético que tenía una comprensión distinta de la autonomía de las organizaciones sociales y, a su vez, de las relaciones entre Estado y sociedad.
Ya ha pasado tiempo y hay mucha elaboración marxista sobre ello, ha pasado tiempo de práctica en Cuba, con el modelo que se ha seguido del tipo de organización que se tiene, y mi pregunta, entonces, es: ¿cómo valoran, a la luz de la experiencia que se ha vivido y de lo que ha sido la tradición marxista, esta necesidad de una organización que sea autónoma respecto a otras y que gane la democracia interna, a partir del poder de sus propias bases y no del que puede conferirle determinado orden legal, porque la coloca en un lugar de privilegio? Es decir, ¿cómo valoran la autonomía –como principio– de las organizaciones que conforman un sistema político, por ejemplo, las de trabajadores o de estudiantes, con respecto al resto?
Rafael Hernández: El público ha colocado problemas de importancia central y esperamos que puedan ser recuperados por los panelistas a continuación.
Antes de devolverles la palabra, quiero hacerles otro grupo de preguntas, solo a manera de reflexiones. La primera se conecta con una de las intervenciones, la de Wilder. ¿Podemos tener unas instituciones más democráticas de lo que la cultura nacional y la historia nos ha permitido experimentar como prácticas concretas? ¿Podemos tener una cultura democrática en las organizaciones que logre colocarse más allá de las relaciones sociales y sus defectos respecto a la democraticidad? ¿Podemos tener organizaciones más democráticas que nosotros mismos, que nuestra herencia cultural real? La cuestión de una tradición cultural, democrática, no es teórica; tiene que ver con cómo se realiza nuestra práctica y como estamos, o no, preparados para ejercer democráticamente. Aquí podríamos mencionar la herencia cultural española, colonial, de un estilo peculiar –y me alegra tener a un español en este panel–, que tanto a nivel de la sociedad como de las instituciones representa un estilo altamente vertical; una enseñanza escolar –incluida la de las escuelas católicas existentes en Cuba donde se formaron generaciones de ciudadanos cubanos–, que tiene, por una parte, un objetivo y un contenido patriótico, pero que, al mismo tiempo, está marcada por una pedagogía que no enfatiza en la participación. Se trata de un problema histórico: la falta de desarrollo efectivo de una institucionalidad democrática representativa a lo largo del medio siglo que precedió a la Revolución y las circunstancias en que esta ha tenido lugar. De una manera o de otra, no somos herederos, aparentemente – y esta es una provocación al panel–, de elementos democráticos que estén no solo en el pensamiento filosófico y político, sino en las experiencias y las prácticas concretas.
Mi segunda pregunta tiene que ver con la presencia de prácticas autoritarias y democráticas en espacios que tienen una importancia fundamental en la reproducción de la vida; por ejemplo, el centro de trabajo. ¿En qué medida las relaciones laborales están marcadas por un predominio de la jerarquía y la verticalidad en oposición a la participación y la iniciativa, a escuchar y tomar decisiones colectivamente? Aun si no estamos hablando de una cooperativa, aun si hablamos de una empresa privada, y no solo de una estatal.
Otro asunto que tiene que ver con la democraticidad de las organizaciones es lo que el Padre Ariel mencionaba como proyectar el mensaje y los valores en la perspectiva de culturas diferentes, de colaborar entre religiones, de la capacidad del diálogo interreligioso, de generar comunicación entre creencias diferentes, más allá de la fe, relacionarse con la sociedad no solo a través de la fe, de la ideología compartida, sino de medios que hagan efectiva la participación de todos los ciudadanos en espacios donde no necesariamente se tiene como denominador común una fe o una ideología.
Algunos panelistas se han referido al autoritarismo y la burocracia. ¿Cómo lidiar con la necesidad de que la sociedad esté ordenada, organizada, normada jurídicamente y, al propio tiempo, ofrezca un espacio a la participación que no sea inocuo, sino que vaya más allá de lo normado? Es decir, que se logre desarrollar la participación ciudadana, no reducirla a lo establecido, sino a fórmulas creativas que pueden generarse desde abajo, que ayuden a su expresión, a hacerla efectiva, eficaz, y a no confundirla con la reproducción de normas jurídicas participativas.
Por último –y me estoy aprovechando de que los participantes han sido muy concisos y puntuales, y hemos tenido la posibilidad de contar con más tiempo–, quisiera preguntar sobre la construcción de la participación desde las organizaciones, y más allá de ellas. ¿En qué medida puede desarrollarse un estilo sinodal –como diría el Padre Ariel– más allá de las instituciones, de las escuelas, de las organizaciones políticas, las iglesias, que se reproduzca a nivel de las relaciones sociales? ¿Cómo hacer para que las organizaciones desarrollen y practiquen democráticamente una cultura que tenga aplicabilidad fuera de ellas, que las desborde, y que permita el acceso a la participación concreta, mediante prácticas que involucren a todos los ciudadanos?
Después de esta andanada inmisericorde de preguntas, y aprovechando que tenemos en el panel experiencias muy diversas, valdría la pena encontrar, frente a estos problemas, perspectivas y matices que informen acerca de estas cuestiones. Los invito, entonces, a que hagan comentarios y contesten las preguntas que deseen.
Silvio Calves Hernández: Creo que estamos en un momento en que las personas tienen que desaprender de la intolerancia, del sentido de venganza, de determinados miedos, de normas burocráticas que se han hecho casi tradición. Estamos en un momento en que el debate y escuchar a otros, no afines a nosotros, es importante. En las ideas de los demás siempre hay algo útil.
Tengo experiencias muy recientes también. En una organización en la que trabajé, vi cómo se perseguía a un compañero porque tenía una opinión diferente a la de la jefatura, y ese compañero tuvo que irse. Si bien hay un sentimiento y una intención democrática de la sociedad, refrendada en documentos, es como cualquier sinfonía, donde una cuestión es cómo está escrita, y otra es quién la interpreta. En este problema hay que llevar los debates y hacerlos más públicos y más transparentes. Muchas gracias por la posibilidad de participar.
P. Ariel Suárez Jáuregui: Graciasa las personas que participan en este panel por el interés y por la amable y delicada atención con que han leído nuestras reflexiones, y se han motivado a compartir las suyas.
Quiero referirme, sobre todo, al tema que apuntaba Rafael del diálogo interreligioso como elemento fundamental de cohesión y de compartir ideas entre las grandes religiones. Pero antes me gustaría subrayar que el cristianismo, en su nacimiento o al desvelarse como acontecimiento histórico, tuvo dos elementos que son muy interesantes para el tema de hoy. Primero, el cristianismo fue un momento enormemente inclusivo, o participativo, de la historia de la humanidad. Nace en medio del mundo judío, y el judaísmo, como religión, era nacionalista. Por principio, los judíos creían –y eso era verdad– que eran el “pueblo de Dios” en el Antiguo Testamento, el pueblo elegido, y, con cierto desprecio, se referían a los otros pueblos. En el Templo de Jerusalem, por ejemplo, los no judíos solo podían llegar hasta el atrio, y a partir de un cierto punto solo podían seguir transitando los varones. Las mujeres, los niños, los esclavos, los leprosos, ciertas categorías marginales no entraban en los lugares principales del Templo. El cristianismo acoge, por primera vez, a todo el mundo. En una típica reunión cristiana –por ejemplo, la misa– entrarán, por vez primera en un ámbito religioso, los niños, las mujeres, razas diversas, pueblos disímiles, esclavos, etc. Pudiéramos decir que esa fue la primera revolución inclusiva de la historia.
Otro elemento muy importante: se podría pensar que el cristianismo –nacido en un contexto judío, pero que llega al mundo cultural grecorromano–, siendo una religión, se iba a aliar, de alguna manera, a las religiones existentes, y para sorpresa de todos no fue así; se alió a la filosofía, curiosamente se vincula a la razón, al pensamiento, a la inteligencia, a eso que pueden tener todos los hombres y mujeres independientemente de compartir una fe religiosa o no. Benedicto XVI decía que el cristianismo es la religión del logos; “una religión ilustrada”, decía. Eso quiere decir que conecta con las preguntas racionales del ser racional, del ser humano, las preguntas por la vida, el sentido, los valores. Sin el cristianismo hubiera sido muy difícil, casi imposible, que la cultura occidental reconociera el valor, la dignidad de toda persona, el respeto a la libertad, lo que significa cada ser humano, con independencia de su raza, género o condición social.
Por eso el diálogo interreligioso, al que Rafael aludía, es fundamental hoy para nosotros, porque en todas las tradiciones religiosas ha habido momentos en los que esto se ha perdido, cuando pretendimos imponer a los demás la verdad en la que creíamos. Esto es una distorsión porque, entonces, la religión deja de ser ilustrada, deja de ser apta para la razón, liberadora del hombre, deja de convertirse en un factor de humanización, de potenciación de lo mejor que hay en el ser humano. Por decirlo de una manera bien concreta: las llamadas guerras santas son una aberración, en nombre de Dios no se hace una guerra, las religiones, bien entendidas, son fuerzas espirituales del mundo, de los hombres, caminos de humanización, y es ahí donde el diálogo interreligioso es muy importante.
En una intervención anterior aludí a la encíclica Fratelli Tutti, del Papa Francisco, y es muy interesante, por ejemplo, que en ella el Papa comienza diciendo que parte de la inspiración para escribirla fue su encuentro con el mundo musulmán, así como cuando nos habló de la naturaleza, la creación, el cuidado del clima, estos temas tan importantes de la ecología, quiso decir también en la Laudato si´, que había sido inspirado por el Patriarca ortodoxo griego, su amigo y hermano Bartolomé I. Esos ejemplos nos dicen, pues, que en la historia genuina del acontecimiento cristiano hay un deseo de inclusión, de diálogo y de comunión con todos los hombres, incluso con toda la creación.
Rafael Hernández: Mientras hablaba el Padre Ariel yo pensaba en lo importante de la diversidad cultural y cómo el cristianismo en Occidente y religiones como el budismo en Oriente, crean culturas cívicas y políticas diferentes y también maneras de lidiar con los conflictos. De hecho, es difícil entender la participación y el sentido de la pertenencia que tienen los pueblos que practican religiones como el budismo, sin comprender en qué medida están impregnados de esos valores que implican la convivencia y no solo una relación con la trascendencia, sino también una forma de vivir. Igual que el cristianismo en su propio contexto.
Quiero darle la palabra a Karen, quien ha llamado la atención sobre un aspecto que no estaba completamente definido en las otras intervenciones: la historicidad de las organizaciones, la existencia de un contexto histórico en donde son creadas y otro posterior, y la necesidad de que se transformen en función de responder a ese sentido histórico. Quisiera que ella se refiera a eso en su respuesta a los comentarios del público.
Karen Brito: Realmente ha sido una gran clase escuchar todos los comentarios y preguntas, a las que, obviamente, no vamos a poder responder, pero al menos nos quedaremos “talleréandolas”, con esas inquietudes que nos mueven.
Decía lo de la historicidad de las organizaciones porque creo que hay una mística –pienso de pronto en la FEU– en pertenecer, que no voy a explicar porque es harto conocida, y eso le imprime un sello muy positivo, de mucho romanticismo, pero también, en determinados casos, podría ser un fardo intentar aferrarse a estructuras, a modos de hacer, a lecturas de las cosas que van cambiando con los tiempos. Creo que ahí hay un desafío: si no sentimos la necesidad de democratizar las organizaciones, más allá de lo democráticas que consideremos que puedan ser, las cosas no van a cambiar. Ningún cambio serio y profundo se da si no hay una necesidad sentida, percibida, por las personas involucradas. Aquí se hablaba de la verticalidad en las escuelas, pero también hay familias verticales en su estructura, en sus dinámicas, que la escuela también va a reproducir, y entonces cómo no va a pasar lo mismo en los centros de trabajo o las universidades. Por eso pienso que hay que abrirse a otros paradigmas educativos y comunicacionales, porque los medios de comunicación y las redes sociales, viejos y nuevos, reproducen esas mismas dinámicas que pueden ser antidemocráticas y que estamos tratando de desmenuzar aquí. Pienso siempre en la educación popular, en la comunicación popular, que son metodologías con una matriz que podría ser consustancial a muchos de estos empeños. Hay una especie de creencia en no dejarlos salir de determinados espacios donde ha dado resultado, pero que, si se piensa un poquito más, podrían ser muy útiles a muchas de estas mismas organizaciones que entiendan la necesidad de sacudirse el polvo y de mover las ideas y dinámicas internas, en el afán de ser mucho más democráticas.
El profesor Alzugaray nos provocaba con el tema de la deliberación. Obviamente, tiene que ser un ejercicio permanente; en muchos lugares no lo es. Como probablemente muchos aquí sepan, hay organizaciones que, en determinadas circunstancias, sí han echado mano a esa manera de argumentar.
El término tolerancia no me acaba de enamorar. Por aquello de “yo te tolero porque estoy en una posición de poder y tú en una de subordinación”, yo prefiero el respeto. Este hablaría de mucha más horizontalidad en cualquier tipo de debate o de presencia de minorías. De ahí entonces la necesidad de capacitarse en el uso de esos no tan nuevos paradigmas, porque si no se conoce, si no se estudia, definitivamente estaríamos hablando en vano. Estoy pensando no solo en los líderes, sino también en las propias bases, porque estas no podrían estar empoderadas realmente de las cosas a las que se podría aspirar buscando muchas más y mejores dinámicas democráticas dentro de las organizaciones, si tampoco estudian y se preparan. Creo que una organización, para que sea perdurable, útil, para que tenga sentido, tiene que estar en absoluta retroalimentación y escucha de esas bases que le dan razón de ser, que hacen que no sea una entelequia vacía.
Rafael Hernández: Gracias, Karen, por recordarnos que la comunicación no solo se ejerce desde los medios, sino también desde la sociedad, y que la que se genera en el ámbito de la familia e interactúa con las demás instituciones, con las escuelas, con el centro de trabajo, tiene un carácter primordial. Esto también tiene que ver con una cultura política y cívica heredadas, y con el análisis de ese contexto.
Fernando Luis Rojas López: Agradezco a los panelistas y a los que Rafael llama el “público”. Si bien sus comentarios fueron muy precisos por exigencia del tiempo, abrieron muchas aristas y temáticas que será imposible agotar.
Rafael y Wilder mencionaban un asunto que tiene que ver con la relación entre cultura política y organizaciones, y Wilder también dialogaba con la tesis que veía como consensuada de la existencia de una cultura democrática consustancial a la sociedad cubana. Yo hablaba de culturas democráticas para tratar de presentarlas una manera plural, pero al mismo tiempo más efectiva, y hablar también de ideas, de comprensiones sobre la democracia. Estamos proponiendo un ámbito de aspiración a una sociedad democrática, por eso quizás también dejamos relativamente fuera la posible existencia de percepciones no necesariamente democráticas en la sociedad cubana actual, que también existen, en mi opinión. Me gustaría destacar es la complejidad de componente histórico de ese asunto, o sea, cómo esta discusión nos podría llevar a tratar de superar las prácticas de periodización macrohistóricas. Por ejemplo, está bastante aceptada la idea de situar una división para hablar de estas herencias democráticas o no –Rafael proponía un análisis más allá de eso–, de marcar en 1959, con el triunfo de la Revolución, un antes y un después. Creo que eso puede hacernos perder de vista experiencias que se han dado más recientemente, como respuestas a determinadas problemáticas, como las que se dieron ante el tornado que pasó por La Habana en enero de 2019, y que tenía en su base cierta forma de organización y reacción ante una situación concreta, pero que sería interesante traer a este espacio.
Me parecen muy útiles también los apuntes de Carlos, cuando se refería a un ejemplo de deliberación muy global, muy general, que es el proceso de consulta constitucional. Yo hablaba de la necesidad de articular, entre diferentes organizaciones, una plataforma para la acción común. Eso, indiscutiblemente, lleva un escenario de deliberación importante.
Con respecto a la provocación de Rafael sobre la existencia de democracia en centros de trabajo, y otros espacios de reproducción de la vida. Lo que pasa es que esas prácticas están articuladas con las carencias y límites que se establecen desde las propias articulaciones, en el sentido de que, en muchas ocasiones, existe la idea de que, en un centro de trabajo, se puede poner coto a determinadas prácticas autoritarias desde el espacio administrativo,y que esta puede ser la labor de las organizaciones. Eso nos lleva a una discusión que pasa por lo que se ha propuesto este panel, que creo que debe complementarse con otros que ha realizado Temas.
A propósito del comentario de Maikel, me gustaría rescatar la idea de las tensiones dentro de la construcción de del consenso, porque verlo como resultado final, nos puede dar la percepción de que esa práctica está libre de tensiones.
Para no extenderme mucho, solo quiero referirme a dos de los temas que se han abierto. Uno tiene que ver con lo que decía Guanche sobre la democracia dentro de las organizaciones, como se ve en la tradición marxista. Él puso un ejemplo muy interesante, desde los debates que se dieron en el escenario de la socialdemocracia europea de finales del siglo xix y principios del xx, pero que podríamos trasladar a un ámbito mucho más amplio, que sería no solo la tradición marxista con otras percepciones, como el propio anarquismo, referido a las organizaciones o la autonomía de estas, y al mismo tiempo, los propios debates que se dieron en Cuba en los primeros años de los 60, los textos que se escribieron –por ejemplo, sobre el papel de los sindicatos en el proceso que se estaba iniciando en ese momento.
Finalmente, quiero comentar otra problemática que mencionaba Rafael, que tiene que ver con la generación de comunicaciones desde posiciones diferentes, y cómo eso se da en un contexto que, en mi opinión, está muy marcado por la polarización de algunas posiciones en el escenario cubano actual. Y ese también es un elemento que debe ser indicativo del sentido de las discusiones que debemos emprender.
Rafael Hernández: Gracias, Fernando.Podríamos estar varias horas discutiendo algunas de estas cuestiones, incluidas estas que mencionabas de las culturas democráticas que, para mí, es uno de los aspectos centrales: se reconocen ciertas prácticas como culturalmente democráticas y otras como culturalmente antidemocráticas, pero terminan no siendo las mismas de acuerdo con el grupo o con la actitud y la posición de la gente, es decir, se descalifica como cultura antidemocrática aquella que refleja un punto de vista que no es el propio, lo que, al final, no nos lleva demasiado lejos.
José Francisco Bellod Redondo: En primer lugar, quiero agradecer a los organizadores y a los participantes la posibilidad de que estemos discutiendo de estos temas culturales en tiempos de crisis. Me alegra ver que, en Cuba, la actividad cultural se mantiene a pesar de las circunstancias tan graves.
Estoy de acuerdo con Rafael en una cosa muy importante. Cuando escucho a amigos cubanos hablar de los problemas que tienen allí, a pesar de las diferencias estructurales en la organización política y económica de vuestro país y el mío, os puedo asegurar que me asombro de las similitudes que hay. Por ejemplo, cuando oigo hablar de problemas de inercia, que se mantienen en el tiempo y no se corrigen; o de cierta apatía en la participación. Eso, si nos referimos a España, encaja perfectamente.
Quisiera referirme al comentario de Carlos Alzugaray. Me he dado cuenta de que mi intervención como panelista tiene bastantes huecos, y hay uno muy importante: hablamos de sociedad y, a veces, nos olvidamos de que esta se compone de individuos, y, por tanto, habría que ver qué características tienen que tener para que la sociedad sea democrática. No puede serlo si sus miembros no tienen un comportamiento democrático. Él hablaba de saber deliberar –por cierto, en todos los años que tengo, nunca en España hemos tenido un proceso de deliberación como el que han hecho ustedes con la Constitución, eso no lo conocemos aquí–, de tolerancia y me parece fundamental. En este sentido, es clave hablar de participación, pero no de cualquier tipo de participación. Estoy convencido de que, en democracia, tiene una dosis muy elevada de altruismo, es decir, el individuo tiene que participar, invertir su tiempo, exponer sus ideas con lo que ello supone quizás de deterioro de su imagen frente a personas que tienen una impresión distinta de él, de erosión de sus relaciones personales con personas que no comparten sus ideas, a cambio de intentar mejorar algún aspecto de la colectividad. Eso en España se entiende mal. Tengan en cuenta que, en una sociedad capitalista, se valora muchísimo el éxito personal. Significa que, si yo me esfuerzo, y con una buena dosis de suerte consigo prosperar económicamente, seré digno de ejemplo. Lo que no se entiende aquí es que alguien invierta tiempo en asistir, de noche, a la reunión de un partido político, un sindicato, de una asociación de vecinos, para mejorar la colectividad. Eso nos lleva al problema de la educación democrática. Como saben, podríamos dividir la educación en dos grandes ámbitos: por un lado, la formal, que es la de la escuela en sentido amplio. Aquí los profesores deben aprovechar sus clases –de Matemáticas, Economía o cualquier otra materia— para educar en valores democráticos, de tolerancia, de rechazo a la homofobia, la xenofobia, el racismo, etc. En la práctica, aunque esas reglas existen, no se aplican. El profesor se dedica exclusivamente a impartir los contenidos de su asignatura. Por tanto, está prevista oficialmente una educación democrática, pero no se lleva a cabo.
Y luego está la educación no formal, oficiosa. Buena parte del tiempo lo pasamos en la empresa –que en España son privadas— y ahí la formación que se adquiere, de forma no planificada, es profundamente antidemocrática. Les pongo un ejemplo: la legislación española garantiza que cualquier ciudadano participe en un sindicato, y nadie lo puede obligar a decir en cuál, ni sancionarlo por pertenecer a uno. Pero lo cierto es que en la empresa privada sí se le sanciona no elevándole el sueldo, no promoviéndolo, porque los directivos no quieren tener en la empresa a alguien que participa en actividades sindicales. Si durante ocho horas al día se vive en un contexto donde se genera una cultura no democrática, lo normal es que se lo lleven a casa, al barrio, etc.
Entonces tenemos un problema grave. La democracia, básicamente, funciona por inercia, porque en realidad no hay un compromiso importante de los ciudadanos con ella. Es más, las organizaciones con más afiliados no son ni los partidos políticos ni los sindicatos; los clubes de fútbol tienen más miembros que aquellos dos juntos. De hecho, el Fútbol Club Barcelona tiene 145 000 socios; el Partido Popular, que ha estado gobernando durante mucho tiempo, tiene 70 000. Los partidos no esperan mucho de la gente, salvo que los voten, y la gente solo espera que aquellos no roben mucho. Tenemos una deficiencia –supongo que en Cuba habrá una problemática similar– en la educación para la participación altruista.
Rafael Hernández: Muchísimas gracias, Bellod. Ha sido un placer y también un ejercicio de conocimiento escuchar su perspectiva.
No descubro nada si digo que ha sido un extraordinario panel, que ha abordado un asunto complicado, espinoso, afilado, y que tiene visiones diferentes, y lo ha hecho con ecuanimidad, equilibrio y utilidad. Este tema, que no hemos agotado, nos lleva a la cuestión del derecho a discrepar y el ejercicio del disentimiento como reflejo de una cultura que escuche al que no piensa como uno. Ese problema ha recorrido transversalmente todas las intervenciones. A veces se disiente ante lo que se percibe como prácticas autoritarias, con razón, pero se emplea un estilo unilateral que tiende a descalificar al otro como “oficialista”, “desviado,” «traidor» o cualquier otra etiqueta, y que no propicia el diálogo, obviamente. Un estilo que, aun cuando exalta la importancia de la democracia, aunque dice apoyar la práctica del debate, se construye sobre una cultura cívica que es más excluyente que incluyente. La democracia y el funcionamiento democrático de las organizaciones, para poder representar, para poder deliberar, deberían desarrollar la capacidad para engancharse en un diálogo.
Lo típico de esa supuesta cultura del debate es la visión de quienes en vez de decir “estoy en desacuerdo contigo”, dice “tú estás muy equivocado”, los que defienden la deliberación, pero solo comparten con quien piense como ellos. Aprender a debatir –y eso lo hemos visto a lo largo de estos diecinueve años de paneles de Último Jueves– requiere no solo escuchar, sino la actitud de aprender y profundizar en la comprensión de los problemas y sus soluciones, si uno escucha a quien piensa incluso muy diferente. Se trata de una idea que ha estado como eje vertebral de estos intercambios, y para decirlo con las palabras de Jorge Bergoglio, nuestro Papa Francisco, el auténtico diálogo social supone respetar el punto de vista del otro, aceptando la posibilidad de que algunas convicciones e intereses de ese otro sean legítimos. No simplemente tolerarlos, sino ser capaces de aprender de ellos.
Agradecemos a todos los que han estado conectados con este panel, y a los que lo han hecho posible, la oportunidad de habernos reunido durante estas dos horas. El panel será divulgado con todos sus matices, sus detalles y visiones diferentes en los medios digitales y redes sociales de Último Jueves y de la revista Temas. Muchas gracias a todos.