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«Uno de los países más corruptos del mundo»

Fuentes: Punto Final

Lo que vive en estos días el gobierno de Michelle Bachelet, que tiene a estas alturas a su favor no mucho más que ser la primera mujer en la presidencia de Chile, son episodios muy similares a los sufridos hace dos o tres años por su predecesor en La Moneda. Durante un largo período, bien […]

Lo que vive en estos días el gobierno de Michelle Bachelet, que tiene a estas alturas a su favor no mucho más que ser la primera mujer en la presidencia de Chile, son episodios muy similares a los sufridos hace dos o tres años por su predecesor en La Moneda. Durante un largo período, bien podemos recordar, Ricardo Lagos estuvo asediado por el desvío de fondos públicos para el financiamiento de campañas políticas. Las denuncias, que buscaban al mismo presidente, envolvieron durante más de un capítulo a miembros de su propia familia, sin embargo no lograron involucrarlo personalmente. Aun cuando las investigaciones que realizan los tribunales de justicia no están del todo cerradas, hubo durante su gobierno, también recordamos, un pacto con la oposición que condujo a una distensión, y más tarde retiro progresivo de la agenda política, del asedio por corrupción.

Pese a las similitudes, las circunstancias que vive Bachelet podrían ser otras. El vistoso proyecto de Lagos, que le obligaba a inauguraciones y cortes de cintas prácticamente todas las semanas de los últimos meses de su mandato, no se repite ni se repetirá. No hay tampoco próximos grandes eventos en materia de apertura comercial, y aun cuando los hubiere, éstos ya han perdido el interés político y ciudadano inicial. Pero, principalmente, lo que no hay son grandes reformas políticas en el horizonte ni proyectos que canalicen o lleguen a la altura de las grandes expectativas ciudadanas creadas. Bien recordamos, porque de ello no ha pasado ni un año, que Bachelet llegó a La Moneda con un discurso de renovación y realizaciones. De ello, poco se sabe.

Aun cuando dé un giro, que nunca es imposible, hay otro factor. La oposición, que también controla los medios de comunicación, debería dejarla gobernar. Hoy toda la agenda política está copada por los escándalos de corrupción, los que cruzan no sólo desde varias reparticiones públicas hacia el Partido por la Democracia (PPD), sino se hunden en una zona oscura entre el gobierno de Lagos y el de Bachelet.

El PPD, hoy en el centro del escándalo, no sólo expresa las pequeñas y miserables guerras por el poder político entre bandos internos, sino que es una imagen de un mal mayor: el deterioro del PPD es un espejo del estado actual de la Concertación.

Es la percepción que cruza desde la oposición a la misma coalición de gobierno. El presidente de la Cámara de Diputados, el PPD Antonio Leal, ha admitido que «si la Concertación pierde el poder, será única y exclusivamente por la reiteración de hechos de corrupción», en tanto ha reconocido que los escándalos en su propio partido son el efecto de una descarnada lucha por el poder, donde, del mismo modo que en otros partidos, han florecido los caudillismos.

El senador socialista Carlos Ominami ha declarado que se trata «desde lejos, del episodio más delicado y más difícil que haya vivido la coalición de gobierno, porque «los temas de corrupción han calado hondo en la ciudadanía». Ominami establece una diferencia con otros episodios similares, como el sufrido durante el gobierno de Lagos, que finalmente pudo sortear el problema y terminar con éxito su administración. El parlamentario encuentra también causas en la falta de experiencia política de Michelle Bachelet y su gobierno en el manejo de crisis. Aun cuando son evidentes los «elementos de descomposición» de los partidos políticos, el «gobierno tiene dificultades para manejar este tipo de situaciones difíciles».

Desde la Democracia Cristiana también hacen una evaluación similar. El senador Jorge Pizarro afirma que elementos como el vaciamiento ideológico de los partidos y la mala formación de los militantes son causas de la actual crisis, pero también cree que el gobierno no ha sabido enfrentar las crisis. No lo ha hecho bien con ésta, pero tampoco ha manejado bien los problemas con organizaciones sociales, como los estudiantes o los deudores de hipotecas de viviendas.

Pizarro también apunta a la desaprensión que tienen los partidos de la Concertación hacia el gobierno. Las discusiones respecto a quién o quiénes serán las figuras con mayores posibilidades para las elecciones del 2009 han sido una perfecta muestra del poco apego que hoy le merece el gobierno a los diversos líderes y caciques. Ante este escenario, Pizarro estima que Chile está en una coyuntura «extremadamente compleja. El riesgo que la Concertación termine antes que el gobierno de Bachelet es muy alto».

Corrupción, movilizaciones sociales, desorden al interior de la coalición gobernante y otras crisis variadas. Todo ello ha modelado el irregular y crecientemente complejo primer año de Michelle Bachelet en La Moneda, que ha derivado en una caída en su apoyo ciudadano y en una parálisis ejecutiva. Como ejemplo es posible citar el reclamo del senador socialista Jaime Naranjo: en materia de derechos humanos el gobierno de Bachelet no ha hecho absolutamente nada.

El sociólogo Felipe Portales, autor de los ensayos Chile, una democracia tutelada y El mito de la democracia en Chile, observa el actual momento sin pasión, con extrema racionalidad. No hay, según su parecer, nada de qué alarmarse, como tampoco nada de qué alegrarse. Las ataduras de la transición son tales, que el poder de la derecha y los liderazgos de la Concertación se han modelado para la funcionalidad de aquella armazón política. El paquete heredado de la dictadura, bien sellado y cautelado durante la transición, permanece intacto, por lo que más allá de cambios menores, de ciertamente mucho ruido, estas turbias y pestilentes aguas regresarán a sus originarios cauces.

El actual episodio de corrupción, que ha derivado en todo tipo de declaraciones al interior del sistema política y de la misma Concertación, ¿en qué medida lo afecta?

-No creo que haya cambios políticos importantes en el corto plazo. En primer lugar, «la gran obra» de la Concertación ha sido consolidar el modelo económico, social y cultural que dejó la dictadura y en eso hay un consenso muy fundamental entre quienes hegemonizan el liderazgo de la Concertación y la derecha. Desde ese punto de vista, el tema está tan consolidado, es tan estable, que episodios como los que hemos visto en los últimos tiempos me parece que no son capaces de afectar esa estabilidad, porque en definitiva esa estabilidad está basada en acuerdos muy sustantivos. Además, creo que está incorporado el tema de la corrupción en términos más institucionales. No sólo el proceso de corrupción específica que se dio durante la dictadura, que significó miles de millones de dólares regalados al sector privado, sino que además el mismo sistema económico consolidado es un sistema corrupto, donde hay una colusión gigantesca entre los grandes grupos económicos y el aparato estatal. El conjunto de las políticas que se diseñan está absolutamente condicionado por esos grandes poderes económicos. En un sentido profundo, eso es corrupción, y es enorme. Porque va condicionando todas las decisiones políticas en el interés de los grupos económicos. No es la corrupción personal, individual, de la coima. Es mucho peor que eso. Los grandes grupos económicos tienen una hegemonía incontrarrestable sobre las políticas que tienen que ver con lo económico. Desde ese punto de vista, vivimos en un país que es de los más corruptos del mundo en este profundo sentido de la expresión.

«En Chile se elude sistemáticamente impuestos por sociedades fantasmas»

Bajo este punto de vista, estos escándalos, como Chiledeportes, constituirían más bien estrategias electorales que un debate que apunte hacia una solución real.

-Podría ser. Pero es claro que ha habido un aumento de la corrupción más tradicional, porque además hay un proceso de desmoralización profunda de la sociedad chilena. Se expresa en todos los ámbitos, y en los económicos se expresa de manera cada vez más preocupante. Está el caso cada vez más reiterativo de malversación de fondos públicos orientada a financiar campañas políticas. Pero hay otro fenómeno de corrupción que casi no se habla, que es aquella en la cual es Estado no participa directamente aunque sí lo hace por omisión. Es el hecho que la clase alta y media alta sistemáticamente está eludiendo impuestos a través de estas sociedades fantasmas. Curiosamente estas sociedades fantasmas han estado dando pie por el caso de los fraudes con respecto a Impuestos Internos. Hay un problema mucho más profundo que es el hecho de la creación de estas sociedades para eludir el pago de impuestos. Eso está sumamente extendido, lo que significa una disminución de fondos del Estado de dimensiones gigantescas. Aprovechando que los impuestos a las personas son mucho más altos que los impuestos a las empresas, un grupo muy generalizado de gerentes, profesionales de alto vuelo, etc., utiliza estos instrumentos, que son legales, pero absolutamente inmorales, para eludir impuestos vía adjudicación de ingresos a unas sociedades que son fantasmas. Eso está sumamente extendido pero nadie habla. No lo hacen porque hay mucha gente involucrada y de gran influencia. Eso es obviamente corrupción. Si uno va viendo elementos de tipo personal, estos están también muy generalizados. A lo que voy, es que de todas formas se olvida lo más esencial, que esta corrupción es institucional, que es un maridaje, una colusión entre los grandes grupos económicos y el Estado en todo lo que son las grandes decisiones de política económica. El caso Celco es patético y patente en este sentido.

Su tesis apunta a que la génesis del momento actual está dada por la dictadura y se consolida durante la transición.

Sí. El génesis básico surge en la dictadura y se consolida en los regímenes democráticos. Desde ese punto de vista, viene de la dictadura y es avalada y consolidada en la democracia. Pero creo que hay otro tipo de corrupción que genera efectos funestos en Chile. Es la corrupción ideológica y política del liderazgo de la Concertación. Corrupción, si vamos a la etimología, es lo que va decayendo, lo que se va pudriendo; entonces también podemos hablar de una corrupción ideológica y política en la medida que el liderazgo de la Concertación ha abandonado completamente el proyecto histórico que dijo representar al oponerse a la dictadura y de alguna manera se tradujo en el programa de 1989. Si vemos eso hoy, nos podemos dar cuenta de forma impactante de los cambios profundos que ha experimentado ese liderazgo. Programa que podría estar aplicándose hoy con la mayoría parlamentaria que tiene la Concertación y el gobierno de Michelle Bachelet, lo que, por cierto, ha sido olvidado. Para ilustrarlo, el programa de la Concertación de 1989 se planteaba, en otras cosas, la modificación sustancial del la legislación laboral y sindical. Eso habría significado cambios sustanciales en el derecho a la sindicalización, en el derecho a la negociación colectiva, en el derecho a huelga. En suma, en hacer efectivos esos derechos.

¿El actual episodio de corrupción, si lo comparamos con hechos recientes similares, es más grave o estamos hablando de ruido, de espectáculo político, de todo aquello que ya bien se conoce?

-Yo no sé si esto es mayor o más grave que el MOP-Gate. Aquel episodio evidentemente tenía implicancias que podrían haber afectado a la gestión del ex ministro de Obras Públicas y entonces presidente Ricardo Lagos. Se habló en un momento que habían serias posibilidades de que, incluso, se buscara la salida de Lagos. Eso se paró, se dice, con una gran negociación entre la derecha y el gobierno de la época. Yo no sé si Chiledeportes sea mayor. Tal vez está siendo más debatido, tiene más efectos en la opinión pública, pero yo diría que desde el punto de vista de los riesgos para la coalición, creo que fue más grave el fenómeno MOP-Gate, el que fue resuelto en la línea que señalo: los consensos básicos de la derecha con el liderazgo de la Concertación son tan profundos y, todavía más, la satisfacción que tiene la derecha económica en la Concertación es tan profunda, que todo este tipo de eventualidades no tienen por qué afectar esta estabilidad. ¿Por qué? ¡Por favor! si fuera por eso entonces tendrían que estar haciendo algún escándalo por lo que significó la corrupción de la dictadura y nadie está interesado en eso. En definitiva lo que se están buscando es, creo yo, ir poniéndole paños fríos a esto porque los grandes intereses económicos no querrán que este episodio afecte la estabilidad política o al gobierno de la Concertación. Creo que si las cosas se ponen más feas para el gobierno podrían aparecer líderes empresariales en rescate de Bachelet, tal como lo vimos con el gobierno de Lagos.

Si no ve grandes cambios en el sistema político a raíz de este tipo de episodios, ¿qué sucede con la ciudadanía?

-Creo que la gente está todavía muy aplastada en Chile, atomizada. Entonces, pese que esto genere un mayor malestar, no creo que la población esté en condiciones de ver o entender más activamente este malestar. Creo que el sistema económico está muy consolidado, la gente de base de la Concertación la ve como un mal menor respecto a la derecha. La gente, aunque esté asqueada en muchos aspectos, va a seguir votando por la Concertación en relación a las posibilidades de la derecha. Siempre se va a buscar algunos chivos expiatorios de rangos medios. Pueden llegar a procesarse a mandos medios para que la dirigencia de la Concertación pueda señalar hipócritamente que aquí se ha hecho una limpieza. Hay muchas formas de presentar, de comunicar una dinámica de este tipo, más aun cuando los principales medios de comunicación están predispuestos a ser funcionales a estrategias de esta naturaleza.

«Esta es la dictadura perfecta»

The Economist publicó hace unas semanas un informe mundial sobre calidad de las democracias, informe en el que Chile sabe bastante mal evaluado. Ese estudio está, por cierto, muy en la línea de sus tesis desarrolladas en sus ensayos.

-Creo que vivimos en una democracia de fachada. Podemos parafrasear la expresión de Mario Vargas Llosa con el PRI. ¡Esta es la dictadura perfecta, la de Chile. Es mucho más convincente! Basta ver la imagen exterior que tiene Chile. Pero si uno analiza desde la constitución misma, del sistema electoral binominal, existen fuertes obstáculos para que las grandes mayorías puedan ser efectivas a la hora de establecer la constitución y las leyes. Pero además no sólo desde el punto de vista jurídico, sino constatemos algo que es de sentido común. Qué peso tienen hoy día en Chile los sindicatos, las juntas de vecinos, los colegios profesionales, el movimiento de cooperativas, los gremios de pequeños productores. En definitiva, qué peso tiene la clase popular o los sectores medios en la forma como se adoptan las decisiones clave en Chile. Todos los indicadores nos dicen que casi cero. ¿Quiénes son los que pesan política y económicamente en Chile? El gran empresariado, las grandes corporaciones gremiales que los agrupan, las elites políticas y muy poco más. Podemos recordar la agenda reactivadora del Gobierno de Lagos. Bastó que el gobierno se pusiera de acuerdo con la Sofofa y con algunos grandes entes empresariales. Nunca se contempló en esta agenda a los trabajadores, a los pequeños empresarios, universidades… Eso estaba absolutamente descartado de plano, y ya no nos asombra. Todos esos son indicadores que te dicen que aquí no hay un sistema democrático mínimo.

Baja participación, mínima representatividad. ¿Qué le merece la movilización de los estudiantes secundarios en mayo pasado? Si estuviésemos en mayo tal vez haríamos otro diagnóstico.

-Evidentemente que el movimiento de los pingüinos fue importante. Fue la primera vez que desde un movimiento social se cuestiona una de las herencias clave de la dictadura, como es la LOCE y el sistema educativo. Eso es ciertamente un hito. Pero es un hito que viene a insertarse en un esquema tremendamente consolidado del poder y de sociedad. Entonces, mal uno podría pensar que eso va a ser decisivo para un cambio sustantivo. Como un primer comienzo hay que valorarlo, pero es necesario tener en cuenta que los jóvenes secundarios, por su misma naturaleza, no tienen tanta fuerza, además es un grupo cambiante en cuanto su composición y hemos visto como el gobierno y el Estado tiene múltiples formas de neutralizarlos. Así hemos visto la creación de este Consejo Asesor. Si todo indica que va a introducir algunos cambios, no va a buscar una modificación sustantiva del modelo educacional. Creo que se sacaron conclusiones demasiado apresuradas de un movimiento que tuvo fuerza pero que también tenía profundas limitaciones en la medida que estaba acotado a ese universo. Una sociedad no puede cambiar simplemente por una buena manifestación o una buena organización de secundarios. Sería absurdo pretender que eso constituya un cambio en la sociedad.

Tenemos por un lado un modelo político consolidado. La otra cara de la medalla son sus efectos políticos, sociales y económicos: desigualdad, concentración del poder, de la riqueza, un silencioso malestar ciudadano. ¿Cómo se expresa una tensión, una contradicción de esta magnitud?

-Como estamos en una virtual dictadura, eso se expresa en una serie de variables bastante lamentables. Por ejemplo, el tipo de enfermedades mentales, el auge de la depresión, que hace de Santiago una de las ciudades que lidera este mal en el mundo, drogadicción, alcoholismo, delincuencia en general, incluyendo la infantil, exceso de trabajo, precariedad laboral, lo que reproduce el conformismo. Como señaló Moulian, el propio sistema económico va disciplinando a la población, por la precariedad laboral, por el endeudamiento, todos elementos que ayudan a que muchas personas se sientan muy desprotegidas y muy inermes ante su empleador y al mismo tiempo, como no tienen redes de protección en términos sindicales, políticos o sociales, entonces se siente muy vulnerable y busca su satisfacción en lo único que le queda, que es el consumo. Así acentúa su vulnerabilidad y se convierte en un sujeto totalmente pasivo, capaz de aceptar todo tipo de arbitrariedades y excesos en su lugar de trabajo. Eso contribuye a un sentimiento de desmoralización e impotencia que tiene la generalidad de la población respecto a su destino y su futuro. Simplemente la gente se rasca con sus propias uñas. Eso, a su vez, va generando una exacerbación de la desconfianza entre las mismas personas, y una desconfianza hacia las instituciones. Pero eso no se traduce en una actitud contestataria, en algún tipo de organización social o política contestataria, sino en una suerte de resignación y de explosión del malestar a través de los signos señalados.

¿Por qué esta parálisis en Chile y no en el resto de Latinoamérica? ¿Cuál es nuestra especial condena?

-Porque Chile tiene una virtual dictadura. El resto de los países latinoamericanos tendrán democracias muy precarias, muy frágiles, muy imperfectas, pero no tienen esta dictadura virtual que ha continuado en Chile. Recordemos que todos los países latinoamericanos o volvieron a las constituciones que tenían antes de las dictaduras militares o establecieron nuevas constituciones generadas democráticamente. Más allá de la precariedad de sus democracias, al menos, desde el punto de vista formal, electoral, del surgimiento de los poderes públicos, son democracias. En Chile no existe todavía una democracia estrictamente hablando en relación a las instituciones políticas. Hay una gran falsedad, un gran autoengaño de los líderes políticos y de la misma población.