Que un partido menor de tres años, de izquierda democrática, en un deletéreo ambiente reaccionario, haya tenido ya logros electorales apreciables y pueda perfilarse como opción de gobierno es, sin duda, un fenómeno que concita a la reflexión y al análisis. Es natural, por eso, que a menudo se ocupen de él los comentadores de […]
Que un partido menor de tres años, de izquierda democrática, en un deletéreo ambiente reaccionario, haya tenido ya logros electorales apreciables y pueda perfilarse como opción de gobierno es, sin duda, un fenómeno que concita a la reflexión y al análisis. Es natural, por eso, que a menudo se ocupen de él los comentadores de oficio.
Entre quienes lo hacen con alguna frecuencia, pueden distinguirse al menos cuatro categorías:
1. Los enemigos abiertos que ven en el Polo Democrático Alternativo (PDA) la encarnación del mal, destinado -si no se le detiene a tiempo- a trastocar un orden dispuesto por la Divina Providencia que asigna a cada quien el sitio y el rol que en la sociedad le corresponde. De Uribe hacia abajo, no es difícil identificar a esos devotos del santo statu quo.
2. Los enemigos encubiertos que lo halagan y le dan consejos para que haga las cosas bien, que designe voceros «razonables» (léase domesticables), que elija para cargos públicos a verdaderos estadistas a imagen y semejanza de los que a través de la historia patria han sabido servir con lealtad al establecimiento…y así sucesivamente. (¿Tendrá dificultades el lector en identificar alguno?
3. Los simpatizantes de corazón y por convicción que sin hacer parte de la militancia nos exigen más trabajo, más hondura en las propuestas, más protagonismo. Estos críticos son nuestros más valiosos aliados aunque, desde afuera, no alcancen a percibir y a valorar en toda su dimensión las desventajas que tenemos que afrontar en nuestra tarea. Creo que si se detienen a examinar la brillantez, la valentía y la coherencia con que actúa nuestra bancada en el Congreso (más allá de sus matices y sus estilos) pueden volverse más comprensivos, ya que precisamente es el Congreso el único escenario de que disponemos para que el país nos escuche.
4. Los que «con sus sentimientos en la izquierda» (León Valencia, El Colombiano 8 de agosto) nos exhortan a dividirnos como único modo eficaz de superar las desavenencias y reconocer que, como ocurre en otras latitudes, moderados y radicales deben separarse para que puedan crecer y amarse en la distancia en vez de odiarse en la proximidad. No es cierto, como afirma el citado columnista, que en ningún país del mundo comunistas y socialistas estén en «un mismo agrupamiento partidario». Pueden señalarse ejemplos que contradicen tal afirmación. Pero aun si fuera esa una constante, no sería válido deducir que se trata de un hecho insuperable, pues la historia no obedece a leyes inexorables sustraídas a las decisiones y a los propósitos humanos.
En contravía de esa «cariñosa» invitación, pienso que los esfuerzos del Polo tienen que enderezarse a consolidar la unidad, con plena conciencia de que existen discrepancias entre militantes procedentes de distintos sectores, que aun siendo significativas son incomparablemente menores que las que nos separan del proyecto político regresivo, hoy encarnado en Uribe, que es nuestro deber enfrentar. Como amplio marco ideológico, el Ideario de Unidad, delimita un ámbito en el que concurren nuestras coincidencias sustantivas y dentro del cual pueden debatirse nuestras disensiones, bajo un presupuesto inalterable: el respeto a las reglas democráticas. Por persistir en esta tesis y afirmar que mis convicciones tienen raíces, se me ha desconceptuado como extremista de izquierda. Si es ése el precio que debo pagar por perseverar en tal propósito, con mucho gusto asumo el costo. Más aun: no pido rebaja.