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Urge un programa de gobierno de la izquierda que sea antineoliberal con medidas anticapitalistas

Fuentes: Rebelión

Marzo será un mes político clave. Será el momento político abierto en el contexto de un ineludible escenario electoral. Será cuando habrá que plasmar; proyectar escritas y argumentadas las demandas populares y de los movimientos sociales por una ruptura democrática con las políticas de la oligarquía empresarial que hasta al momento han dominado la vida política.

Se trata de tomar el escenario electoral presidencial por las astas e irle dando consistencia a un programa de corte claramente anti neoliberal que oriente e incluya medidas anticapitalistas que las ultraderechas y las “centro-izquierdas” denunciarán, con su consabida narrativa del caos y la impotencia, como utópicas. Ante la distopía o la continuación de la pesadilla neoliberal, las fuerzas de izquierda institucionalizadas y con recursos para campañas políticas bien organizadas tendrán que hacer prueba de osadía y claridad. Hay una situación propicia, además de aguijoneada por la urgencia (*). Y en tal situación, los intelectuales tendrán que tomar posición.

Los tiempos no están para consensuar lo que no se puede sin que aparezca espontáneamente a la consciencia popular, forjada desde hace dos años en la movilización misma, la figura de otra traición más de un proyecto de voluntad de mayorías. Es justo el tiempo, o será demasiado tarde. Habrá una coyuntura para radicalizar posiciones y debates con propuestas de cambios estructurales. Si se puede hablar de momento histórico, sin exagerar, es ahora. Estamos en una encrucijada. Sólo se ganarán el respeto popular y se conectarán con la historia de los de abajo las fuerzas de izquierda capaces de impulsar medidas que modifiquen la correlación de fuerzas políticas y sociales con medidas en el plano de la base económica, y que apunten a potenciar un proyecto social y político que permita enfrentar los cambios desde una perspectiva de los pueblos, de las igualdades, de la democracia participativa desde el territorio, del lugar de trabajo y de vida comunal y de las relaciones con la naturaleza. Medidas que ayuden a disminuir los efectos sobre las mayorías de la catástrofe económica, sanitaria y ecológica en curso y a la vista. Es lo que se espera. Navegar en el impulso de la consciencia acumulada durante la Rebelión Social y Popular de octubre 2019 para transformarla en caudal político con el cual realizar esos cambios deseados, y una y otra vez postergados. El desafío es encarar sin tregua a los propagandistas de los petits pas (del reformismo carita inocente, pero culpable de desidia política); conectar el proyecto transformador con las ansias y esperanzas de un cambio real. Y los cambios más difíciles serán los que se imponen en la estructura económica que concentra la propiedad privada de los recursos económicos entre manos de una oligarquía poderosa y mortífera. El aparataje jurídico legal está para eso: para defender la gran propiedad en manos de quienes han expoliado y acumulado riquezas bajo la forma de capitales industriales, financieros y patrimonios y fortunas en paraísos fiscales.

Pues bien, si la energía del movimiento social del 18/O del 2019 rompió los diques de una institucionalidad  diseñada para ningunear las demandas de Asamblea Constituyente libre y soberana, la casta política logró imponerle un remedo llamada “Convención”. En esas movidas vimos como la fuerza del poder constituyente fue capturada por la casta de partidos viejos y nuevos de la oposición (salvo honrosas excepciones) y del oficialismo. Maniobra conspirativa que demostró la esencia del sistema de casta política y partidos: ser orgánicas burocratizadas integradas a las estructuras políticas de dominación, bajo apariencia de “consenso”. Es lo propio del juego institucional: captar una demanda profundamente democrática levantada por el pueblo (pueblo de millones de carne y hueso en las calles exigiendo AC) y desnaturalizarla o vaciarla de su contenido transformador en nombre del juego “democrático” institucional entre “representantes”, no del pueblo, sino de castas. Y de paso, sucumbir a la presión de la ideología del orden y del capital y aprobarle leyes represivas al Gobierno de Piñera. Son las aporías de la “democracia representativa liberal”.             

Que el movimiento social decida sobre su curso extra institucional de lucha por obtener las demandas, no es necesariamente una lógica separada de una lógica partidista institucional que busca gobernar una buena parte del aparato del Estado para impulsar medidas de transformación social. No son lógicas contradictorias. Pueden acompañarse en un juego dialéctico de empoderamiento mutuo en un proyecto de cambio, estratégico, que se enfrenta necesariamente a las estructuras de dominación y a su violencia … por ende estructural. Es mejor un gobierno auténtico de izquierda, con amplia base popular, que se comprometa (además de cumplir su programa sin transarlo) solemnemente durante la campaña a no reprimir al pueblo y a sus movimientos sociales, y junto con eso, a reformar los aparatos policiales represivos, que uno timorato de centro-izquierda/socialdemócrata o de confrontación social y de derecha autoritaria como el actual. Bien sabemos que estos dos últimos se reclaman de la consabida e hipócrita monserga del “orden y de la defensa de la propiedad”. Saber distinguir matices es lo propio de una estrategia correcta capaz de moverse en el terreno de lo táctico.

Nada nuevo bajo el sol en las candidaturas de derecha. Cuando se trata de pontificar en economía aparece siempre un ex ministro de Hacienda y economista ortodoxo que sale con las eternas recetas de “crecimiento con productividad” y de creación de empleos con bajos salarios (“apretarse el cinturón” dicen) sin considerar siquiera el carácter profundo de una crisis que es global, financiera, climática, sanitaria y, resultado del mismo paradigma neoliberal que sacrifica lo público-social a lo privado-empresarial y por ende a la desigualdad social. En esa línea, (y en la de los neoliberales de todos los pelajes estilo PS-PPD) se ignoran los análisis de quienes no profesan el dogma economicista; que lo cuestionan, como lo hace un investigador capaz de escribir un libro de 600 páginas, documentado, con reflexiones histórico-comparadas y filosóficas que argumenta acerca de la necesidad urgente de regular el capitalismo, de aumentar fuertemente los impuestos con fiscalidad progresiva a los más ricos, y de la importancia de impulsar la participación de los trabajadores en las empresas, así como de nacionalizar las estratégicas para planificar la economía por áreas.

Hablamos de Thomas Piketty, quién en su último libro, “La Ideología del Capital” explica además que la ideología de la “meritocracia” es un individualismo que permite a los ganadores del sistema estigmatizar a los llamados “perdedores”. Ideología enfocada en el “esfuerzo individual”, sin siquiera ésta, preocuparse de crear condiciones reales para la igualdad social. Thomas Piketty defiende un tipo de socialismo democrático en que los bienes públicos orienten la política de Estados liberales (de “derecho”) que, como en Chile, devienen cada vez más autoritarios y más militarizados al estar en manos de las oligarquías con vocación para reprimir a los poderosos movimientos sociales portadores de demandas ciudadanas. Lo impensable sucede cuando un economista neoliberal, el ex ministro de un gobierno que se ha caracterizado por reprimir sin vergüenza, se adora en el espejo y decide presentarse de candidato a la presidencia por un partido “liberal en lo valórico” e intrascendente en lo político, mero furgón de cola de la oligarquía empresarial.

El resto de los candidatos de la ultraderecha neoliberal, además de encarnar el mismo esquema donde los mercados y el lucro mandan, participan del gran espectáculo que Freud llamaba el “narcisismo de las pequeñas diferencias”. ¡Cuál más ridículo que el otro! Obligado cada uno a hacer prueba de ingenio vulgar (como mostrar sus tatuajes) para destacarse del o de la alter ego. Sin, por supuesto, ningún programa de gobierno que presentar.

Al igual que las dos candidatas del llamado centro-izquierda, sin programa alguno que ofrecer que no sea la letanía de buenas intenciones de coaliciones que no hicieron otra cosa que remozar y retocar el modelo dejado por la dictadura y cuyo marco jurídico legal es la constitución del 80. Una fue designada a dedo por la ex presidenta socialista M. Bachelet – que no hizo otra cosa que patear los problemas de Chile para adelante. Hasta que el pueblo cansado, con un gobierno de derecha inepto a cuestas, decidió rebelarse con sus propias demandas negadas por derechas ultras y socialdemocracias cristianizadas, y otros que hoy se deslindan, pero que en su momento fueron también dama de compañía y príncipe consorte de la experiencia fracasada de la Nueva Mayoría. En su momento hicieron mutis por el foro. Hoy pueden redimirse, sobre todo si en su Congreso partidario se han declarado por un proyecto antineoliberal, anticapitalista y antipatriarcal, y cuentan con un buen candidato para encarnar un proyecto de izquierda. Lo mismo para la otra posible candidatura que se sitúa en el campo de la izquierda. Que levante ya un programa claro, que sea también de corte antineoliberal y anticapitalista, pues no basta con retirar la plata de las AFP. Y si estos partidos con base de izquierda, no quieren hacer primarias de izquierda, que hagan un pacto en caso de balotaje o segunda vuelta. Es lo que la razón política ordena: la unidad de la izquierda en torno a un buen programa coherente, discutido ampliamente y elaborado con inteligencia que permita agitar y propagandear ideas fuerza y consolidar un proyecto de transformación social. Que inspire a las y los convencionales delegados, que las y los oriente en un proyecto, para que no pierdan la brújula y se queden en debates abstractos y encerrados en el “fetichismo constitucional”. En la adoración de fórmulas legales formales. Pues el poder constituyente del pueblo podría en todo momento retirarle la legitimidad a la Convención Constitucional, o imponerle medidas democráticas para ser creíble y eficiente.

Leopoldo Lavín Mujica  

(*) entre los años 20-30 del siglo XX quienes lograron captar la atención de muchos pueblos en un contexto de cesantías, crisis del capitalismo e incertidumbre ante el futuro fueron partidos fascistas que siempre pescan a río revuelto y aprovechándose de la incapacidad de las izquierdas de levantar un programa claro de satisfacción de demandas sociales, de los y las trabajadoras y de regulación del poder de la clase empresarial. Esta se acomodó con el partido nazi en Alemania. Fue en ese contexto que Gramsci, preso en Italia, escribió: “Pasado y presente, el aspecto de la crisis moderna que se presenta como una ola de materialismo está vinculado a lo que se llama crisis de autoridad. Si la clase dominante perdió el consenso-consentimiento, es decir que ella ya no es dirigente sino únicamente dominante, que detenta para gobernar solo la fuerza coercitiva pura, esto significa precisamente que las grandes masas se desapegaron de las ideologías tradicionales, que ya no creen más en lo que creían antes, etc. La crisis consiste precisamente en que lo viejo muere y lo nuevo no puede nacer. Es en este interregno que ocurren los más variados fenómenos mórbidos”. Gramsci, Cahier III, au paragraphe 34.