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Uribe a Chávez: haz en tres meses lo que yo no conseguí en cinco años

Fuentes: Rebelión

Cuando Álvaro Uribe subió al poder (aciago día para Colombia), en el año 2002, lo hizo acompañado de su eslógan «Mano firme, corazón grande». Un bogotano me comentó amargamente, el año pasado, que «lo que no sabíamos era para quién era la mano firme, y para quién el corazón grande». La mano firme fue para […]

Cuando Álvaro Uribe subió al poder (aciago día para Colombia), en el año 2002, lo hizo acompañado de su eslógan «Mano firme, corazón grande».

Un bogotano me comentó amargamente, el año pasado, que «lo que no sabíamos era para quién era la mano firme, y para quién el corazón grande». La mano firme fue para los movimientos sociales, las radios comunitarias, los campesinos e indígenas, la guerrilla y todo aquel que se le opusiera por la izquierda (estar a la izquierda de Uribe es por otro lado tan fácil como ser más culto que Manuel Rosales). El corazón grande fue para los paramilitares, responsables de las más graves violaciones de derechos humanos en el país (más que la guerrilla, si atendemos a lo afirmado por todas las ONGs internacionales). De ahí se ganó su apodo AUV, tomando las iniciales de Álvaro Uribe Vélez, fonéticamente bastante similares a AUC, la más brutal de las organizaciones de los paracos.

Uno de sus mejores chistes de campaña, con el que acompañó su engañoso lema de manos que ahogan y corazones que sangran, fue el de que iba a acabar con la insurgencia de las FARC y el ELN en dieciocho meses. Sí, dijo eso, en el 2002. Colombia todavía espera.

Además de contar con el Plan Patriota, es decir una lluvia de asesoría, armamento, soporte, entrenamiento, personal, ayuda de toda clase y hasta rezos por parte de ese país que sabe bastante de matar gente (EE.UU.), Colombia dedica entre un 3 y un 5% de su PIB a la defensa (en 2006, aproximadamente entre 4 mil y 7 mil millones de dólares), para acabar con una guerrilla que según la propaganda oficial está siempre debilitada y sin apoyos, cuyas filas se estiman en unos 17 mil combatientes. Curiosamente, ese número es bastante estable, por más guerrilleros que mata el ejército colombiano, siempre son 17 mil, señal del evidente descontento social del país: los que mueren en combate son rápidamente reemplazados por gente sin oportunidades, de esa que va dejando el neoliberalismo regada por ahí, revolcándose en la miseria.

Cuando Uribe nombró a Piedad Córdoba como facilitadora para lograr un intercambio humanitario entre las FARC y el gobierno colombiano, y ésta llamó a Chávez para que hiciera de mediador, de inmediato pensé que Uribe había quedado en una posición muy incómoda. Porque, de conseguirse llegar a un acuerdo -por el cual las FARC liberarían a 45 personas, y el gobierno a unos 500 guerrilleros o colaboradores- el mérito no iba a ser para él. Y muchos colombianos se preguntarían «¿No era que con las FARC no se puede negociar? ¿No era que son narcoterroristas sin alma? Y sobre todo, ¿no era que usted señor Uribe los iba a exterminar en año y medio? ¿Cuántos muertos se habría ahorrado Colombia de actuar antes hacia un acuerdo?».

Por tanto, a Uribe lo que le interesaba era apostar al fracaso, y si alguna vez mostró algo de interés (simulado) en resolver la cuestión del canje humanitario fue por la enorme presión que ejercían sobre su gobierno los familiares de estas personas, algunas con más de diez años en manos de la guerrilla y por la muerte de diez secuestrados, en un incidente todavía sin aclarar. ¿Y qué hace Uribe si fracasa el diálogo? Decir triunfante: «No hay nada que hablar con las FARC: guerra total», y llevar al país a una mayor y más duradera matazón con sufrimiento y barbaridades por partes de ambos bandos.

Uribe pretendía que Córdoba y Chávez resolvieran en tres meses lo que él no pudo resolver en cinco años. No contento con eso, sus condiciones para el diálogo parecían (¿eran?) obra de un esquizofrénico. Quería que hubiera diálogo entre Chávez y las FARC, pero advertía que si veía a algún guerrillero camino a Venezuela, sería capturado o, como dicen eufemísticamente los medios colombianos, dado de baja.

Córdoba y Chávez subestimaron el fanatismo ultraderechista del ejército y gobierno colombianos, y en momentos puntuales sólo consiguieron irritar a ese poco de desquiciados (lo que es sumamente fácil de conseguir). ¿Ejemplo? Las repetidas invitaciones para conversar de Chávez a Manuel Marulanda, a veces demasiado informales («Marulanda: te espero en la raya»), y la comparecencia en público de Iván Márquez en Miraflores, sede de la presidencia venezolana.

Estos detalles, sumados a las presiones internas y externas (el Departamento de Estado gringo debe estar en estos momentos babeando de placer) hicieron que Uribe tomara una decisión aferrándose a un incidente que con buena voluntad no era tan grave.

El martes Uribe fijó un plazo final para llegar a una acuerdo concreto: el 31 de diciembre. El jueves, botó a Chávez y Córdoba del asunto. No hay que ser detective para deducir que lo del martes se debió a que alguien, o varios alguien, lo presionaron, y no contentos con el plazo de mes y medio, el jueves contraatacaron: «Esa presión no es suficiente. Acaba esa vaina».

La oposición venezolana, que como no es capaz de obtener victorias propias se aferra, en un patetismo digno de limosna, a festejar las derrotas que supuestamente otros infligen a Chávez (como el incidente del Rey), ha hecho de esto una fiesta. ¡Pero cuidado! El gobierno venezolano ha quedado como un señor con su comunicado, acatando la orden y reiterando su voluntad de colaborar.

Por contra, ahora Uribe se tiene que enfrentar a una presión casi tan grande como la de sus amigos ultraderechistas: la de los familiares de los ciudadanos en poder de la guerrilla. Esposo, ex-esposo, madre e hijos de Ingrid Betancourt, la secuestrada más emblemática, así como asociaciones de familiares, partidos políticos y otros sectores de la sociedad colombiana ya han mostrado su frustración con la decisión de Uribe, y le han pedido que la reconsidere. Cuando pasen unos días, dejarán de pedírselo para comenzar a exigírselo. Lo mismo hará el gobierno francés (Betancourt tiene también esa nacionalidad), que confiaba en la labor del presidente venezolano. Hoy mismo emitieron una declaración, que no será la última, y en breve le llegará a Uribe una carta del presidente francés Sarkozy, pidiéndole lo mismo.

Y Uribe, por obedecer presiones internas y externas (¿será coincidencia que nuestro querido William Brownfield sea actualmente el embajador de EEUU en Colombia?) puede sufrir un duro revés político no sólo internacionalmente, si no también dentro de su propio país, que al fin y al cabo es el país que debería importarle.

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