Contados son los presidentes latinoamericanos que han sido capaces de conjugar las cinco virtudes del gran estadista: liderazgo democrático, decencia personal, proyección histórica, coraje político y prudencia extrema a la hora en que se presentan las ineludibles encrucijadas de la historia. A veces pesan las unas, a veces las otras. Salvador Allende las conjugó a […]
A veces pesan las unas, a veces las otras. Salvador Allende las conjugó a todas, y Fidel Castro ha confesado cuán difícil le resultó dominar la quinta virtud. Hugo Chávez encarna las cuatro primeras, mas no acaba de entender que con un vecino como Álvaro Uribe Vélez, la contención verbal sería lo ideal.
Personificación del mal absoluto, el perfil del presidente colombiano requeriría de un buen novelista para enriquecer la desquiciante saga de los grandes sátrapas de nuestra historia. Porque a estas alturas (y a propósito del «canje humanitario» que tuvo lugar de agosto de 2007 a enero pasado) resulta impensable que Uribe pueda «…sobresaltarse más de lo espantoso, familiar a mis pensamientos carniceros» (Macbeth).
Sostenido por la Casa Negra y los grupos oligárquicos de Colombia, Uribe no es más que la sublimación del modelo político analizado en el siglo XVI por Maquiavelo para explicarse a César Borgia. Traigamos a cuento un hecho menor: la circular que la Dirección Nacional de Impuestos (DNI) giró a la candidata presidencial Ingrid Betancourt (cautiva desde 2002 por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, FARC) para «…ponerse al día con sus obligaciones tributarias».
La DNI pidió perdón por el error. Pero lo interesante es que a causa de este comprensible error, el gobierno de la ciudad de Bogotá debatió, con toda naturalidad, una medida para que «las personas secuestradas queden exentas del pago de impuestos municipales hasta por 10 años». La medida, finalmente, fue aprobada y… Tenga, ésta es Colombia (título de un libro de Jaime Bateman, desaparecido jefe guerrillero del Movimiento 19 de Abril).
Mientras el sátrapa busca su tercera relección con ayuda de los servicios de inteligencia de Estados Unidos y los grandes medios de comunicación, muchos capítulos del drama vivido por los familiares de Ingrid Betancourt no han sido difundidos. Tal es el caso de lo sucedido el día en que Uribe engañó a Jacques Chirac, ex presidente de Francia, historia contada por Iván Márquez y Rodrigo Granda, comandantes de las FARC.
En abril de 2004, luego que las FARC comunicaron a la familia que liberarían a Ingrid (quien tiene nacionalidad francesa), la cancillería de Chirac se puso en acción. En pocas horas, de una base militar cercana a París decoló un avión C-130 con rumbo a la ciudad amazónica de Manaos, Brasil.
Por motivos de seguridad, las FARC pusieron una condición: no avisar ni a Uribe ni al presidente de Ecuador, Lucio Gutiérrez, de la reunión entre el comandante Raúl Reyes y una delegación de la cancillería francesa en una zona del río Putumayo, cercana a la frontera con Ecuador. Por «discreción», los franceses avisaron a Gutiérrez, quien a su vez avisó a la embajada de Washington en Quito, y Uribe recibió el «tip».
En Bogotá, el presidente llamó al Palacio de Nariño (presidencial) a uno de sus agentes de confianza, y le encomendó la misión de presentarse en la nunciatura apostólica. El agente informó al delegado del Papa que las FARC iban a liberar a Ingrid, y que él era el «contacto» de la guerrilla para concretar la misión.
De paso, el agente manifestó que Reyes estaba «gravemente enfermo de cáncer», lo que requería de una intervención quirúrgica urgente para salvarle la vida. Que a tales efectos, añadió, el gobierno francés iba a desplazar un avión hospital a Manaos, con un equipo médico capacitado. Además, el agente de Uribe informó que debía llevar «armas para las FARC, y una fuerte suma de dinero», como parte del acuerdo para la liberación de Ingrid.
Compungido, el nuncio se comunicó con Uribe, quien lo recibió en su despacho. Con el cinismo proverbial que lo distingue, el artífice del retorcido ardid llamó a la familia de Ingrid para «oír su opinión y acordar un curso de acción». Astrid (hermana), Carlos Lecompte (esposo de Ingrid), y el agente de Uribe tomaron un avión ejecutivo rumbo a Manaos.
Frente al giro de la situación, la delegación del gobierno francés (que ya se encontraba en Quito) recibió instrucciones de suspender el viaje al Putumayo, donde la esperaba el comandante Reyes. En tanto, la familia constataba el aterrizaje del avión y su discreto estacionamiento en un extremo de la pista del aeropuerto internacional de Manaos.
El esbirro de Uribe se dirigió a un puerto fluvial, acompañado de los familiares. Allí abordó una pequeña embarcación con motor fuera de borda «para traer a Ingrid». Al cabo de unas horas regresó, diciendo que el motor estaba fallando. Que necesitaba dinero para uno nuevo, y por si se presentaba «algún imprevisto». Los familiares le entregaron 3 mil dólares, y el hombre se perdió en la floresta. Tenga… esto es Uribe.