En el Parlamento Europeo más de la mitad de los eurodiputados le dio la espalda cuando iba a intervenir. En Estocolmo, Buenos Aires, Madrid, Londres, Quito, Berlín, Ginebra, Caracas, Washington, Bruselas y otras capitales fue recibido con consignas de rechazo y de condena. Por doquier se le gritó «Uribe fascista usted es el terrorista». Y […]
En el Parlamento Europeo más de la mitad de los eurodiputados le dio la espalda cuando iba a intervenir. En Estocolmo, Buenos Aires, Madrid, Londres, Quito, Berlín, Ginebra, Caracas, Washington, Bruselas y otras capitales fue recibido con consignas de rechazo y de condena. Por doquier se le gritó «Uribe fascista usted es el terrorista». Y esas manifestaciones le enervaron el alma. Le hicieron brotar la cara de la rabia y el odio. Vociferó contra los manifestantes. Los tildó de guerrilleros, de cómplices y de estafetas.
Los amenazó.
Y ahora empieza a cumplir sus amenazas.
Con la complicidad de grandes empresas que están haciendo fiestas en un país en venta, han iniciado la «cacería de brujas» en Europa. El cuento es el de desarticular las redes de la insurgencia. Pero es solo eso, el cuento. La verdad es que se trata de una acción revanchista contra los activistas de la solidaridad. Contra quienes develaron ante el mundo la monstruosidad del terrorismo de Estado y la guerra sucia en Colombia. Contra quienes contaron la tragedia de un pueblo que debe soportar a la más violenta y sanguinaria de las oligarquías latinoamericanas. Gracias a su trabajo se supo que Colombia no era «la Suiza latinoamericana». Que no era la democracia perfecta. Que allí bajo la belleza de una naturaleza exuberante, en un país lleno de colores y de olores, de fiestas y carnavales, de risas y de abrazos se sentía el diario olor de la muerte. De los torturados y los desaparecidos. De los masacrados. Se supo de los cinco mil muertos de la UP y del Partido Comunista. De los cuatro millones de desplazados. El mundo, gracias al trabajo generoso y la denuncia persistente, se enteró de los sindicalistas asesinados. Y de los indígenas. Y de los estudiantes. Y de los defensores de derechos humanos. Y de tanta gente, decenas de miles, de hombres y mujeres anónimos victimas del holocausto. Se conocieron sus nombres y sus historias. De dolor, pero también de resistencia.
Por eso vienen ahora contra ellos. Uribe les permite la neocolonizaciòn y ellos le permiten exportar su modelo de represiòn. Que de paso sirve para intentar acallar a quienes podrìan liderar las movilizaciones de resistencia a los recortes y despidos que vienen ahora con la crisis. El objetivo de las transnacionales son los partidos de izquierda y los Foros Sociales. Allì estan buscando supuestamente a la guerrilla.
Por eso no es hora de callar. Ni de dejarse aislar. Es la hora de la solidaridad antifascista. No es la hora de sacarle el cuerpo a los señalados. Como si estuvieran contagiados. Al contrario. Es la hora de llamar. De visitar. De rodear.
Es el momento de multiplicar la denuncia. De ampliar la solidaridad. De seguir contando y contando las tragedias y los dolores hasta que se cansen de no escuchar y nos escuchen.
Y decir con la Pasionaria,
No pasarán.
Mientras tanto . . .
Un batallón de militares colombianos reforzará al Ejército español en Afganistán. Es el precio que paga Uribe por el silencio y la impunidad frente al terrorismo de estado en Colombia. Y para que le permitan extender en Europa sus garras. A la entrega del país a las transnacionales se suma el mercenarismo cipayo. Definitivamente Uribe se bajó los pantalones y algunos gringos y europeos están dispuestos a todo.