En Colombia a los desamparados que afean el espacio, a quienes sobreviven en la indigencia, se les suele llamar desechables. Está en el lenguaje no sólo de quienes les matan en operaciones de «limpieza social», sino en la jerga de amplias capas sociales que también de esa manera participan del fascismo larvado de múltiples […]
En Colombia a los desamparados que afean el espacio, a quienes sobreviven en la indigencia, se les suele llamar desechables. Está en el lenguaje no sólo de quienes les matan en operaciones de «limpieza social», sino en la jerga de amplias capas sociales que también de esa manera participan del fascismo larvado de múltiples formas. Estamos en presencia de una situación similar, pero inversa: quien ha ostentado un grandísimo poder, capaz de liderar y articular una larga y profunda estrategia política, económica, militar y cultural, blindado con las alianzas que tejió desde muy joven con el narcotráfico, las bandas de paramilitares, las castas de políticos y empresarios, hasta llegar a ser un dependiente del Imperio, en calidad de presidente de Colombia, ese hombre que muchos aborrecemos por deber y derecho, Álvaro Uribe Vélez, ha comenzado a morir por dentro y por fuera, desechado racionalmente, por la red que lo cebó y lo encumbró. El portavoz Charles Luoma-Overstreet, del gobierno de Obama, ha dicho en Washington sobre la decisión de la Corte Constitucional que niega el referéndum para que Uribe se postulara a un tercer gobierno: «es una nueva señal de que Colombia es una democracia vibrante y madura y muestra por qué Colombia es una aliado tan valorado por E.U.«.
Hace ya cerca de dos años nos referimos a la necrografía escabrosa de los triunfales (http://www.rebelion.org/
Reseñado en el puesto 82 por agencias de inteligencia de los Estados Unidos como colaborador directo del narcotráfico (1991), implicado directamente en el paramilitarismo y en crímenes de Estado (1992-2010), Uribe no tendrá ya más poder del que tuvo. No quiere ni puede ser Fujimori. No le es factible un nuevo asalto para permanecer en la presidencia, como lo hizo aquel en Perú. Por el contrario, Uribe admite su retiro formal para recubrirse y no terminar más pronto entre rejas: necesita no activar más contradicciones, para protegerse del devenir, que puede ser complicado en caso de que le delaten, frente a lo cual sus reservas de poder son inmensas, incalculables todavía, para decir que no sabía, que no fue él, o que lo hizo por la patria.
De nuevo vienen a la mente muchos ejemplos, como el de Manuel Antonio Noriega, gobernando Panamá a órdenes de los Estados Unidos, pero luego condenado allí por narcotráfico. Otrora poderosos narcoparamilitares socios de Uribe están también hoy en cárceles gringas, y saben mucho del cebado, igual que algunas cosas de sus centinelas. La geometría del chantaje recíproco no es una ficción. De nuevo en ese país, ahora con Obama, tienen la llave de importantes ánforas de Pandora. El pragmatismo de un posible giro se sintetiza en lo que el presidente Roosevelt o Cordell Hull (de los creadores de las Naciones Unidas, Premio Nobel de la Paz en 1945), uno de los dos, expresó para explicar la política internacional estadounidense, cuando dijo sobre «Tacho» Somoza, de Nicaragua, a quien la prensa calificaba como hombre sangriento: «sí, es un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta«. Uribe es eso. Y él lo sabe. No es ingenuo sino artero, diestro y siniestro. Usará el caudal de muchos recursos legales e ilegales para escudarse y, si es posible, y se lo piden, volver a zarpazos. Ya ha anunciado que estará en alguna trinchera de la política que él diseñó. Dice que lo importante es que no se abandone la estrategia de seguridad que afianzó en ocho largos años de embrujo. A lo cual dice sí una parte del arco de la centro izquierda que sin tapujos le reconoce aciertos, convalidando el rumbo guerrerista.
Aún así, adulado por detractores, el actual declive personal de Uribe es factible, cumplida su función. Otros competidores clones dentro del sistema esperan su turno y que de verdad les entregue el testigo, como en carrera de relevos. La obligada y oportuna renovación de una tramoya inteligente, dicta una medida higiénica, como con la jeringuilla del drogadicto, que ha sido utilizada y puede tirarse. Es en esa medida que Uribe pasa a ser un desechable opulento pero peligroso, inmundo pero perfumado, que se regocijará con las medallas punzantes de ser un mafioso inmune, un paramilitar impune, un sátrapa incólume y un neoliberal indemne.
A ello han ayudado muchas manos, incluso las del movimiento guerrillero, que le dejan irse campante e ileso al salón de la historia interina, donde reposan superiores déspotas, más ilustrados y célebres que Uribe. El tiranicidio de los poemas no fue posible y muchos graves errores de gran magnitud deberán ser asumidos por los ahora derrotados, que no obstante vivirán más allá de los hijos de Uribe, como grito humano de una rebelión necesaria ante la injusticia.
Por el momento, y es urgente, hay que dejar de ser tan majaderos: el cambio que produce la imposibilidad de que Uribe sea otra vez presidente (a quien le quedan, y con él nos quedan, muchas tempestades por ver: dejará el gobierno hasta el 7 de agosto de 2010), es el cambio que exige un refinado orden de exclusión, en pos de su mayor legitimación interna y exterior, sin el lastre de quien puede (así sea) ser llevado con probabilidad a un tribunal para que responda por diferentes delitos, pero a quien muy poderosos de todo el mundo le deben muchos favores.
Cebado y desechable, Uribe vive, y el uribismo vivirá cualificado, con nuevo rostro y manos limpias, en quien le suceda, dentro de cualquiera de los candidatos que hoy están en las tablas, ninguno de ellos dispuesto a renunciar a la férula militarista. Ni uno sólo es decente. Pero la suma de todos sus prontuarios, no llega ni a las a las rodillas tendidas de Uribe, desembarazado a partir de ahora de la motosierra. No existe nadie más perverso y escabroso que pueda ocupar la presidencia. El crimen de los que se disputan su silla es y será limpiar los alrededores, cambiar de aparatos, validar la democracia genocida. Creo que nunca tuvo tanta razón como hoy Javier Giraldo, jesuita defensor de derechos humanos, al identificar con esas palabras la institucionalidad colombiana. Esa inteligente democracia genocida asea y engalana con un nuevo señorío. No vendrá alguien más delincuente con las manos más manchadas, eso es seguro, pero, como escribió Rafael Sánchez Ferlosio, «vendrán más años malos y nos harán más ciegos; vendrán más años ciegos y nos harán más malos«.
Una parte de la llamada oposición muestra auténtica mediocridad: mientras tiene un explicable sentimiento de satisfacción por la imposibilidad de reelección de Uribe, monta con pragmatismo una campaña que le reconoce al mafioso logros y cualidades de su política y de su persona. No es rentable hablar en contra de la seguridad democrática de Uribe, porque ésta ha tenido como objetivo a la subversión. De ese modo tal oposición embriagada con la lógica electoral, dispensa crímenes ejecutados con la intención de arrasar las alternativas sociales y políticas, así como naturalmente a la insurgencia.
A Uribe se le puede comparar con muchos. Pública y acertadamente se ha dicho que es mucho más que don Corleone. Atrevámonos a otra referencia: Richelieu. El cardenal servil y cabeza de la monarquía, primer ministro del rey Luis XIII de Francia en la primera mitad del siglo XVII. Intrigó, ascendió, comandó tropas, mando matar, ordenó espiar, se hizo muy rico y nombró a su sucesor, otro cardenal, Julio Mazarino. Escribió Auguste Bailly (en «Mazarino«, hacia 1900): «No sabemos si se podría citar un personaje que haya suscitado más odios que Richelieu. Todo su ministerio no fue sino un largo combate, implacable, encarnizado… A veces ocurre que la pasión política o la devoción susciten un fanático y hagan de él un asesino«. Uribe como Richelieu, temía de los propios y de los adversarios, «hubiera sido derribado veinte veces de no haberse protegido con una férrea vigilancia. Y aun así no es seguro que hubiese logrado zafarse de quienes acechaban para eliminarle cualquier desfallecimiento de sus guardaespaldas o de su precaución, de no haber terminado con su vida la enfermedad«. A Uribe le han prejubilado, pero no está tan enfermo: cebado por el poder, y sólo ahora desechado en parte, estará en su trinchera, como él mismo ha dicho. Y lo que lo hace criminal lo defiende. En sus círculos de asesinos, algunos extraditados a Estados Unidos, ni en otros lados, se olvida su figura.
La triste historia está no sólo en la buena salud de quien hiede, sino en una oposición pasmada que confunde a Uribe con el rey, que ignora al Mazarino que ha de sucederle (quien al final cumplió temporalmente con la «pacificación» emprendida por su antecesor); una centro izquierda que hoy conciliaría con Richelieu para no ver nunca caer la cabeza de Luis XVI, siglo y medio después.
Esa versión de la historia sin salida, puede ser superada por una sub-versión forjada entre la dignidad no perdida de la política, entre la ética y la cultura de las resistencias. Que no cubra con oportunismos la dimensión de lo ocurrido en la era del terror de Uribe y de sus Mazarinos. Las alternativas no son ahora las urnas ya controladas y huecas, aunque a ellas acudan unas pocas personas respetables. No normalizar unas votaciones preparadas como máquinas de lavado de camisas negras con sangre de los de abajo, para que sólo en ellas participen escuderos de la «seguridad democrática«, es una correcta opción ética. La salida existe en otros términos, en medio de un conflicto que debe reconocerse como tal, para atacar con legitimidad el Ancien régime, el Antiguo Régimen que representa Uribe y sus Mazarinos.
Majaderos seríamos también si no viéramos una encrucijada importante, despejada con la no reelección de Uribe. Por lo tanto sí se puede sacar a Colombia del coma de tantos años. Con una condición: recobrar la comprensión del conflicto armado y de sus partes contendientes como proyectos políticos que pueden dialogar. Ésta es la columna vertebral sobre la que Uribe y sus asesores sicarios han pasado una y mil veces su atroz maquinaria, negando que existe una confrontación armada. Uribe construyó su capital político y para-militar negando la perspectiva de una solución política negociada tanto con el movimiento popular como con las organizaciones alzadas en armas. Su única opción salvadora fue la violencia contra el pueblo. Esto es lo que debe hacerse añicos ahora, para lo cual existen instrumentos y escenarios, entre los cuales cuenta obviamente la disposición probable de una franja del propio Establecimiento que puede renunciar a ese método y hacer viable el comienzo de un pacto.
Del lado de las resistencias, se ha tomado nota de al menos cuatro hechos: el diálogo epistolar con la insurgencia; la demanda de concretar acuerdos humanitarios; el compromiso básico de respeto y confluencia de noviembre de 2009 firmado por las FARC-EP y el ELN; y la voluntad inquebrantable por ahora de seguir luchando para que Uribe Vélez y los suyos respondan por tanto sufrimiento infligido en miles de crímenes de lesa humanidad, por sus estrategias narcoparamilitares y por el estado de indigencia de millones de colombianos-as que es la herencia propagada con sus políticas de un capitalismo más depredador que nunca. Para que no sea más un país que se piense como desechable, ni la finca del desechado y cebado Uribe Vélez.
«te metiste en crueldades de once varas
y ahora el odio te sigue como un buitre
no escapes a tus ojos
mírate
así
aunque nadie te mate sos cadáver aunque nadie te pudra estás podrido»
Torturador y espejo (Mario Benedetti).
Carlos Alberto Ruiz Socha es jurista, autor de «La rebelión de los límites. Quimeras y porvenir de derechos y resistencias ante la opresión» (Ediciones Desde Abajo, Bogotá).
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