La guerra colombiana lleva casi 70 años, y pese al anuncio de pacificación del país, hay paces que no basta con decretarlas para que se materialicen. Son muchas las tragedias que contar en tantos años de violencia y sus vecinos venezolanos han sido salpicados por demasiadas. Una de ellas es el paramilitarismo, que nace a […]
La guerra colombiana lleva casi 70 años, y pese al anuncio de pacificación del país, hay paces que no basta con decretarlas para que se materialicen. Son muchas las tragedias que contar en tantos años de violencia y sus vecinos venezolanos han sido salpicados por demasiadas. Una de ellas es el paramilitarismo, que nace a finales de los 70 como una organización de extrema derecha que combatirá con armas y estrategias de guerra, a la guerrilla de izquierda en la nación neogranadina.
Con el pasar de los años, los diferentes grupos paramilitares fundados en muchos casos por exmilitares y expolicías, se agruparon bajo un comando único denominado Autodefensas Unidas de Colombia (AUC), que equipados con armamento de última tecnología, motosierra en mano y alimentados por el dinero del narcotráfico, protagonizaron la más grande y sangrienta ola de desplazados en la historia de Suramérica. Se calcula que entre ocho y diez millones de colombianos fueron desplazados por la violencia en su país, según cifras de ACNUR.
La incursión de paramilitares en territorio venezolano era cuestión de tiempo, y en una frontera donde los ciudadanos y el territorio fue abandonado a su suerte por los gobiernos que han pasado por la Casa de Nariño, la violencia paramilitar se enseñoreó de varias regiones fronterizas y comenzó a practicar sus atrocidades en suelo venezolano.
Primeras incursiones
A finales de los 90 Venezuela comenzó a sufrir en carne propia los horrores del paramilitarismo. Muchos gobiernos venezolanos ya habían protagonizado combates con grupos irregulares que se escondían de su lado de la frontera, pero hasta ahora las prácticas paramilitares eran ajenas a la zona. El cobro de «vacuna» (pagar a cambio de seguridad), los secuestros, las amenazas y los salvajes asesinatos, comenzaron a ocurrir cada vez con mayor frecuencia.
Para finales del siglo XX, ya muchos paramilitares extorsionaban a terratenientes venezolanos y en algunos casos, mantenían vínculos estrechos de colaboración. Carlos Castaño, fallecido jefe de las AUC, señaló en 1997 que sostuvo reuniones con más de 140 empresarios ganaderos de los fronterizos estados Táchira, Barinas y Zulia.
Ya comenzado el siglo XXI, Venezuela vive el escandaloso caso del secuestro del empresario Richard Boulton, quien fue raptado junto a su esposa en una hacienda del central estado Carabobo y llevado a Colombia en su propia aeronave para quedar plagiado durante dos años por las AUC. El propio Carlos Castaño reveló en un mensaje la mediación que sobre el caso tuvo el delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja, George Comninos, quien recibió el aval del gobierno colombiano para la liberación del empresario. Finalmente la familia Boulton agradeció la mediación del presidente Hugo Chávez ante el gobierno del vecino país.
Guerra paramilitar contra Venezuela
En 2003 comienza a recrudecer el enfrentamiento de tropas paramilitares con efectivos de la Fuerza Armada Venezolana. Los fronterizos estados Táchira, Apure y Zulia, son los escenarios favoritos de las AUC que ven en los empresarios agropecuarios venezolanos, un botín nada despreciable. Es recordado el saqueo al pueblo «La Escuelita», en Perijá, Zulia, donde cientos de paramilitares vestidos con insignias de tropas colombianas, arrasaron con todo a su paso.
Ese mismo año, se registraron varios enfrentamientos en la frontera entre paramilitares y soldados venezolanos, con bajas de lado y lado. Varios pueblos de Táchira fueron virtualmente tomados por las costumbres terroristas de grupos paramilitares. Tras los choques armados, los paramilitares entendieron que otra forma de agredir al gobierno venezolano, era penetrar en el propio territorio del país caribeño y sembrar el terror desde adentro.
El propio Castaño reveló que desde las AUC, se comenzó la formación de personal venezolano que se estaba armando contra el gobierno de su país. «Tenemos gente dictando instrucción en territorio venezolano. Mantenemos comunicación. Es un proceso de gestación», dijo Carlos Castaño en una ocasión.
Finca Daktari
En un operativo sin precedentes en la historia reciente de Venezuela, la madrugada del 9 de mayo de 2004, organismos de seguridad del Estado dieron con el paradero de 150 paramilitares colombianos que se habían logrado infiltrar hasta el centro del país para matar al presidente de la República. El lugar de refugio y entrenamiento, era la Finca Daktari, propiedad de Robert Alonso, un opositor radical al gobierno de Hugo Chávez, que prestó su propiedad para tales propósitos.
Tras la captura y la confesión de muchos de los detenidos, se conoció que entre ellos se encontraban al menos tres reconocidos criminales que habían ganado fama por la práctica del sangriento «corte de corbata», cruel método de persuasión que costó muchas vidas en Colombia.
Además del dueño de la finca, las investigaciones salpicaron a renombrados políticos venezolanos como Pedro Carmona Estanga, quien sumió el Golpe de Estado contra Chávez en 2002, el diputado Rafael Marín de Acción Democrática, Gustavo Ziig Machado, empresario encargado de la logística con los paramilitares y tiempo después se conoció que el jefe del Departamento Administrativo de Seguridad (DAS) de Colombia, Rafael García, también estaba en conocimiento de la acción terrorista, tras descubrirse sus nexos con el paramilitarismo, que alcanzó al propio ex presidente de Colombia, Álvaro Uribe.
Paramilitarismo en Caracas
«Y aunque a medio mundo le robó la plata, todos lo comentan, nadie lo delata», dice una estrofa de la canción «Juanito Alimaña» inmortalizada por el cantante boricua, Héctor Lavoe. La frase puede emplearse perfectamente a la presencia, acción y consolidación de grupos paramilitares en diferentes barriadas caraqueñas, cuya presencia es un secreto a voces. Tras la desaparición forzada de las AUC y la muerte de Carlos Castaño, los grupos paramilitares se transformaron en bandas peligrosamente armadas (BACRIM) que controlan la actividad criminal, no sólo en Colombia, sino que también son material de exportación para Venezuela.
Sectores de la capital venezolana como Petare, El Valle, Antímano y El Cementerio, han sido tomados por el paramilitarismo que se ha dedicado, además de controlar el negocio de la droga y el crimen organizado, en bandas de choque que operan contra líderes de izquierda que caen asesinados selectivamente y que son adjudicados al hampa común.
El paramilitarismo sigue cobrando vidas de campesinos y luchadores por la tierra en suelo venezolano, se le ha vinculado con la muerte del joven diputado Robert Serra en 2014 y tiene sus manos metidas, según el gobierno de Venezuela, en los entrenamientos recibidos por quienes atentaron contra la vida del presidente Nicolás Maduro el 4 de agosto de 2018. Una que nuevamente cobra la vida de militares venezolanos con la reciente incursión de paramilitares en suelo venezolano el pasado 4 de octubre.
Fuente original: https://prensarural.org/spip/spip.php?article23656