Sí, claro que sí, claro que está muy oído y muy citado, pero en balde, porque son unos versos tan repetidos como desatendidos: «Vendrán por ti»… Bertolt Brecht o Martin Niemöller, Blas de Otero en otro poema, ese en el que habla de haber perdido la voz en la maleza… «Vendrán por ti». Algo más […]
Sí, claro que sí, claro que está muy oído y muy citado, pero en balde, porque son unos versos tan repetidos como desatendidos: «Vendrán por ti»… Bertolt Brecht o Martin Niemöller, Blas de Otero en otro poema, ese en el que habla de haber perdido la voz en la maleza… «Vendrán por ti». Algo más que un verso, ese de Otero, que está cada vez más a menudo en boca de muchos. Tu nombre está ya temblando en un papel. Otero, como había hecho antes Rafael Alberti en su conocido «Nocturno» de 1937 o 1938, habla de balas, pero ahora mismo quienes te someten tienen otra forma de matarte: la muerte civil, el despojamiento, la reducción a la pobreza vergonzante y al silencio.
Vendrán por ti, dices, y sin quererlo añades que no lo harán, si te estás quieto, si estás callado, si agachas la cabeza, sobre todo si agachas la cabeza, no vendrán. Pero eso nadie puede asegurártelo, porque también con la boca cerrada y la cabeza gacha, te pueden detener y agredir de manera arbitraria sin que a ti te quepa defensa real alguna. Vendrán por ti sin avisar y porque sí, por capricho, por no perder mano: rasgos del orden nuevo. El poder judicial no está contigo, no está para protegerte, está para escarmentarte o para coadyuvar al castigo. Han hecho las cosas de tal manera que en sus terrenos no puedes con ellos por mucha ley que lleves en la mano: han puesto muy difícil hacerla valer, acceder a una defensa de calidad, a una defensa a secas. No te alcanza. Un paso detrás de otro te conducen a la resignación, al conformismo, como si fueras una de las reses de las que habla Zitarrosa en Guitarra negra: estabulación y matadero.
A cambio crean rencor y resentimiento, frustración y odio, pero cuentan con que quien los padece, sabe que esa es mala carga vital y olvida o deja a un lado, para poder asomarse a la ventana o salir a la calle y mirar las cosas y pensar que en el fondo, en el fondo, no pasa nada porque a él no le pasa y que incluso cuando le tratan de manera injusta son «cosas de la vida» o de los tiempos que corren que son muy malos. El aire que se respira está envenenado.
Entre tanto, el régimen policiaco del Partido Popular avanza como una marea incontenible. Si las semanas pasadas se trató de la nueva Ley de Orden Público o ley Fernández, esta ha sido la de la ley de los Matones o de auténtica inseguridad privada, un peligro para la ciudadanía, a la que le sigue la reforma desproporcionada del Código Penal del ministro Gallardón, y a esta la ley del aborto, y a esta la de regulación del derecho de huelga, y a esta… a esta es fácil imaginar lo que le puede seguir. No estamos muy lejos de la regulación de la libertad de expresión en los medios de comunicación, sean los tradicionales o los que están acogidos en la Red. Tienen que reducir los ámbitos de protesta al mínimo. No hay que forzar mucho la imaginación ni hacerse adivino del porvenir, ya se encarga este de llamar todos los días a la puerta a porrazos.
Convengamos en que se trata de un régimen policiaco de rasgos nuevos, en la medida en que los poderes más sólidos del Estado se desplazan hacia el capital, al mundo de la empresa o mejor sería decir de los negocios y de los intereses de las elites financieras en todas su ramificaciones. Para muestra, un botón: el de esa nueva ley de matonería privada que otorga poderes inauditos a particulares sin que a ti, como era ya norma, te quepa defensa alguna frente a sus abusos. En España el falso testimonio es una costumbre castiza, una majeza.
Solo se le oculta al que quiere, que en el negocio multimillonario de la seguridad privada tienen o han tenido intereses económicos, miembros del actual gobierno o cargos públicos del Partido Popular, como Mayor Oreja. La trama de las empresas de seguridad españolas es espesa y no se ha desbrozado jamás. ¿Quién es quién en ese sector? ¿Importa? Mucho en la medida en que hay un evidente trasvase entre lo público y lo privado, y un imparable ir a más. Arbitrariedad e indefensión: negocio.
No hay duda de que los poderes públicos están al servicio de los partidos que representen intereses de casta y clase, como el PP y UPN. Solo así se entiende que un informe «reservado» de la Guardia Civil haya acabado en manos de esos partidos y que estos lo utilicen para pedir reformas en el Código Penal que castiguen socialmente la ideología, presunta y con descaro atribuida, de los ciudadanos que caigan en su punto de mira.
Y no solo eso, de ese informe fantasma, solo secreto para los perjudicados, se deduce que un amplio sector de la población ha sido espiado sin orden judicial alguna y sin que la magistratura levante un dedo ante este abuso. Explicación: no la dan, urden una mentira, una tras otra, confiando en que tratan con débiles mentales no porque lo seamos, sino porque así nos consideran.
Un minucioso programa de represión imparable, cierto, pero una represión que se lleva a cabo con el beneplácito de una parte mayoritaria de la ciudadanía. Conviene no olvidarlo. Una mayoría que no solo no reacciona, sino que aplaude o ve con indiferencia cómo la someten porque se siente a salvo, incluso si ha perdido el trabajo, la vivienda o los ahorros. Habría que concluir que la mayoría de la población era franquista y lo sigue siendo, sin Franco, pero con otro tipo de poder absoluto e intocable, en su culto. La cifra total de víctimas y perjudicados por las políticas gubernamentales es aplastante, pero no aplasta. Ese es el misterio español. Lo advirtió Susan George porque saltaba a la vista. Parecía mentira que aguantasen tanto los españoles, pero así era: baratas cobayas del orden nuevo.
Hace unas semanas, en Sartaguda, el pueblo de las viudas, una nieta de asesinado de 1936, me dijo: «No nos vamos a rebelar, ¿verdad?». No supe qué contestarle, porque qué podía responderle con verdad, con algo más que no fueran palabras al paso. No he podido olvidar ni su mirada ni la tristeza de esta y de sus palabras.
Artículo publicado en Diario de Noticias, de Navarra, 15.12.2013
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