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Vera Nikoláievna Figner. Memoria de una nihilista

Fuentes: Rebelión

Las fotografías de Vera Figner que han llegado hasta nosotros explican el apodo de «Venus de la revolución» por el que fue conocida. Es una mujer extraordinariamente hermosa la que nos mira desde ellas, de aire reflexivo pero que refleja una férrea decisión. Perfilar más su imagen nos exige conjugar ese rasgo con su infancia […]

Las fotografías de Vera Figner que han llegado hasta nosotros explican el apodo de «Venus de la revolución» por el que fue conocida. Es una mujer extraordinariamente hermosa la que nos mira desde ellas, de aire reflexivo pero que refleja una férrea decisión. Perfilar más su imagen nos exige conjugar ese rasgo con su infancia y adolescencia de clase alta, bulliciosa de internados y sueños color de rosa, pero también con su descubrimiento de la miseria del pueblo y las ideas socialistas, y su compromiso absoluto contra la autocracia, con su lucha y sus veinte años de reclusión en la fortaleza de Schlüsselburg. Vera Figner ha quedado en la historia como una de las revolucionarias rusas de la época heroica, pero su longevidad la llevó a conocer las conmociones de los comienzos del siglo XX e incluso el estallido de la II guerra mundial.

Vera Figner amaba la poesía y la escribía con asiduidad para expresar sus vivencias más profundas. Sus versos están dedicados muchas veces a sus familiares o a compañeros de cautiverio, y buscan una solidaridad de las emociones que encuentra en la naturaleza sus símbolos preferidos. Nos dejó también, entre otras obras, un volumen autobiográfico que nos ayuda a resolver el enigma de su existencia; publicado en 1920, de él hay una traducción castellana de Valeriano Orobón que, por lo que sé, fue editada en un par de ocasiones en los años 30 con el título de Rusia en las tinieblas (Memorias de una nihilista).

Primeros años

En la primera parte de sus memorias, que abarca hasta su encierro en Schlüsselburg, Vera Figner nos habla de su nacimiento en 1852 en una familia noble de la región de Kazán, donde su padre ejercía de administrador de bosques y luego fue juez de paz. Era este un hombre despótico que atormentaba a su prole ante la dolorida impotencia de su esposa. Sólo en la habitación de la vieja niñera hallaban los chiquillos amor y consuelo. Vera, la mayor de las cuatro hermanas y dos hermanos, era una muchachita atractiva que hubo de lidiar desde muy pequeña con las atenciones exageradas de los hombres y que no dejaba de alimentar fantasías, según nos cuenta, de «brillo cortesano y coronas doradas». En 1863 es enviada al instituto de Kazán, donde permanece seis años. Aunque su carácter extrovertido y bromista le da algunos disgustos, consigue graduarse con la medalla de oro que se otorgaba a la primera de la clase.

El regreso a la vida familiar no satisface su mente inquieta y pronto Vera emprende estudios de medicina en la universidad de Kazán. Es la época también en la que contrae matrimonio con Alekséi Filíppov, joven abogado que desempeñaba un cargo de juez de instrucción. En la primavera de 1873, cuando el profesor de anatomía Piotr Lésgaft, que dirigía su formación, es expulsado de la cátedra por sus ideas políticas, Vera y su hermana Lydia, deciden viajar a Suiza para continuarla allí. Con ellas va Alekséi, tras abandonar un trabajo que le resultaba repulsivo. En Zúrich, Vera se concentra en la medicina, pero desarrolla además un gran interés por las doctrinas socialistas, que le hacen comprender lo inútil de las medidas paliativas que podía aportar al pueblo con su profesión, y la necesidad de promover la revolución. Esto la lleva a distanciarse de su marido, más conservador, que vuelve pronto a Rusia, y a integrarse en un grupo revolucionario. Cuando la estructura de este es desmantelada en Rusia en el otoño de 1875, Vera es convocada, y aunque está a punto de terminar sus estudios, en diciembre de ese año viaja a San Petersburgo y en seguida a Moscú, sede de la organización caída. Allí se encuentra detenida su hermana Lydia. Vera trabaja para liberar a sus compañeros mediante sobornos, y luego va a Yaroslavl, donde realiza un examen que le da un título de cirujana; a su regreso a San Petersburgo, obtiene también el de partera. No obstante, formalizado su divorcio en Kazán, su vida va a estar volcada a partir de noviembre de 1876 en la lucha revolucionaria.

Tierra y libertad

Un hito importante en la agitación de aquella época fue la gestación en San Petersburgo del programa de los naródniki (populistas), que se proponían llevar a las aldeas un mensaje basado en la recuperación de la vieja institución rusa del mir u obshchina (propiedad comunitaria de la tierra). Estos esfuerzos se concentrarían en alguna región con mayor tradición revolucionaria, como la del bajo Volga, e irían coordinados con atentados contra elementos destacados del sistema autocrático. Vera participa en la elaboración de este programa. En el otoño de 1876 se constituye una sociedad denominada Tierra y libertad (Zemliá i Volia), que asume los objetivos de los naródniki y organiza manifestaciones y huelgas ese mismo año en la capital. Reprimidas estas con violencia, los juicios que siguen evidencian la brutalidad del régimen y son un apoyo propagandístico importante para el movimiento.

Vera trabaja en esta época tres meses de médica en un distrito rural y contempla la espantosa miseria del pueblo. En marzo de 1878 se establece con su hermana Yevguenia, cirujana recién graduada, en el distrito de Petrovsk, cerca de Sarátov, donde asisten a los muzhiki y organizan una escuela. La inquina y persecución por parte de las fuerzas vivas de la localidad no se hace esperar, y es entonces cuando concluyen que sus esfuerzos son inútiles y sólo por la violencia será posible llevar a las masas la conciencia de su poder. El 2 de abril de 1879, Aleksandr Soloviov atenta sin éxito contra la vida del zar y al saberse que había visitado a las hermanas hacía unos días, estas han de abandonar la región. Por estas fechas Vera decide ingresar en Tierra y libertad, tras dejar el pequeño grupo en el que militaba.

La voluntad del pueblo

En los años 1878 y 1879 el doble programa de Tierra y libertad de preparar una revuelta en el campo al tiempo que se realizaban acciones individuales se decanta principalmente hacia las segundas, al considerarse que sólo estas serían capaces de crear una desorganización que propiciara la sublevación de las masas. Sin embargo, personalidades destacadas, como Gueorgui Plejánov o Mijaíl Popov cuestionaban el argumento y se oponían a esta deriva. La polémica entre «didácticos» y «terroristas» se agrava tras el atentado de Soloviov y acaba provocando una escisión. Vera está con los segundos, que adoptan el nombre de Voluntad del pueblo (Naródnaia Volia) y se organizan en grupos secretos de una forma rígidamente centralista bajo un Comité ejecutivo. Su finalidad es introducir la libertad política, proclamar la república, convocar cortes constituyentes y entregar la tierra a los campesinos, con el terrorismo como un instrumento esencial de agitación para favorecer la insurrección. No obstante, la labor propagandística y organizadora nunca se dejó de lado. Pronto se cuenta también con una sección independiente formada por oficiales del ejército.

Vera, establecida en Odessa, participa en los necesarios trasiegos de la dinamita revolucionaria, cuya elaboración estaba a cargo de Nikolái Kibálchich, ingeniero y tío paterno de Victor Serge. Se suceden diversas tentativas de volar el tren imperial y el 5 de febrero de 1880 se produce una explosión en el Palacio de Invierno que origina numerosos muertos, pero no consigue sepultar el comedor donde se encontraban en ese momento el zar con su familia y el príncipe de Hesse. Estos hechos hacen crecer enormemente la popularidad de la organización, aunque al mismo tiempo arrecian las detenciones y con ellas cae la hermana de Vera, Yevguenia, que es deportada a Siberia. La negativa del gobierno francés a extraditar a uno de los implicados en estos atentados, refugiado en París, fue un éxito moral importante. Tras intensos trabajos preliminares para la realización de otro intento contra el zar en Odessa, que resultan inútiles, Vera Figner va en julio de 1880 a San Petersburgo, donde se suma a los planes que allí se están desarrollando.

Desde una quesería montada por ellos en la Sadóvaia petersburguesa, lugar frecuente de los paseos del autócrata, los revolucionarios excavan una mina en la que colocan una buena cantidad de dinamita. Por si falla, más bombas y puñales están también preparados. Por fin, el 1 de marzo de 1881, domingo, tras un registro en la tienda el día anterior en el que la policía sorprendentemente no fue capaz de dar con nada sospechoso, los nihilistas, al no poder usar la mina, pues se cambió el itinerario del paseo, liquidan con sus bombas de mano a Alejandro II; inmediatamente, hacen pública una carta a Alejandro III exigiendo el fin del absolutismo.

La represión que sigue es feroz. Cinco de los implicados son asesinados ya el día 3 de marzo, entre ellos, Nikolái Kiválchich y Sofia Peróvskaia, una heroica mujer de origen noble que salvó con su decisión el éxito de la empresa en sus últimos y complicados momentos. Vera parte para Odessa por orden del Comité ejecutivo y en octubre es enviada a Moscú, donde este, diezmado, se había visto forzado a replegarse. Alejandro III se reafirma en su rechazo a cualquier reforma y todos en Rusia temen o ansían nuevos y espectaculares golpes de los revolucionarios. Estos han perdido mucha capacidad operativa, pero Vera organiza a finales de año un atentado en Odessa contra el fiscal militar Strélnikov, sádico sin conciencia que es ejecutado el 18 de marzo de 1882. En junio, establecida en Járkov sabe que, tras las últimas detenciones, es ella el único miembro del Comité ejecutivo que está en libertad en Rusia.

La Voluntad del pueblo agoniza y en diciembre el escritor Nikolái Mijailovski se entrevista con Vera para pactar una tregua con el gobierno. Este ofrece medidas liberalizadoras y una amnistía a cambio del cese de la actividad terrorista, pero ella intuye la trampa y se opone al armisticio; entonces trata de reconstruir la organización y dotarla de una imprenta, pero todo fracasa. El 10 de febrero de 1883, es arrestada en la calle en Járkov y enviada a la capital el día siguiente. En el departamento de policía recibe la visita de altos dignatarios que se acercan a ver a la fiera enjaulada. Pronto la llevan a la fortaleza de Pedro y Pablo, donde permanecerá veinte meses, hasta la vista del proceso. Allí tiene noticia de nuevas detenciones, y traiciones que la dejan desolada. Se refugia en la lectura y el estudio; en ese tiempo llega a dominar el inglés.

En septiembre de 1884 tiene lugar el juicio contra ella y otros trece revolucionarios. En su alegación ante el tribunal narra cómo conoce en el extranjero las ideas socialistas y la seducción que le producen, su regreso a Rusia, su identificación con los naródniki y su conversión al programa violento de la Voluntad del pueblo cuando comprende que la concienciación de los campesinos es perseguida como un crimen. Agotada, pero satisfecha tras el esfuerzo realizado, recibe la calurosa felicitación de los acusados y sus defensores. Condenada a la muerte en la horca, renuncia a pedir el indulto, pero la pena es conmutada a trabajos forzados a perpetuidad. La autocracia teme las secuelas de asesinar a otra mujer tras la Peróvskaia. Pocos días antes, Vera había visto a su madre por última vez.

Veinte años de encierro

Muy de mañana el 12 de octubre de 1884, cinco horas de vapor por un luminoso y apacible Nevá llevan a Vera de la fortaleza de Pedro y Pablo a la de Schlüsselburg en el lago Ládoga, blancos muros coronados de altas torres. Comienza así una vida de días interminables y noches febriles, con el solo consuelo de sentir que sigue la lucha, de ser un eslabón, junto a otros muchos, contra la tiranía y la miseria, de vivir aún y esperar. «¡No estás sola… No estás sola…!» Pronto aprende el arte de golpear en la pared para comunicarse. En enero de 1886 logra que se le permita compartir la hora del paseo con otra condenada política, Liudmila Volkenstein y en primavera se les concede además cultivar una huerta; son pequeños privilegios que se reparten aleatoriamente, y Liudmila y Vera deciden renunciar a ellos para tratar de conseguir que se extiendan a todos los presos.

En 1889, cuando se les da recado de escribir es cuando Vera tiene por primera vez la tentación de expresar sus emociones mediante versos; una epidemia lírica arrebata por entonces a los reclusos de Schlüsselburg. Poco después, cuando los libros de contenido social son purgados de la menguada biblioteca tras una visita de inspección, Vera se declara en huelga de hambre, pero ha de interrumpirla por la presión de sus propios compañeros, que amenazan con suicidarse si ella llegara a morir; este comportamiento la hiere profundamente. La mejor época fue cuando un comandante más conciliador, permitió, ya en el segundo decenio de encierro de Vera, enriquecer la biblioteca, e incluso que los presos dispusieran de los recursos de un museo y la biblioteca municipal de San Petersburgo; también facilitó que en las horas de paseo pudieran comunicarse libremente todos. Estas pequeñas mejoras, leer y aprender eran su mayor estímulo. Vera estudió con dedicación bajo la dirección de compañeros más versados en esas materias: física, química, botánica, entomología, geología y mineralogía. Las preparaciones de plantas que realizaron llegaron hasta la exposición de París, donde fueron muy elogiadas. Además hacían trabajos artesanales y cultivaban la tierra con tesón y excelentes resultados.

En 1896, Liudmila y otros cuatro reclusos son liberados por la reducción de penas promulgada tras la coronación de Nicolás II en 1894. En 1897 se les permite correspondencia con la familia ¡dos veces al año! Su hermana Olga le cuenta las disputas entre naródniki y marxistas, y la constitución del Partido Socialdemócrata en 1898. Las revistas que reciben también abundan en esta polémica que acaba provocando división y agrias discusiones. En 1901, tras trece años sin ingresos en la fortaleza, el grupo de trece reclusos que allí habitan se incrementa con el joven Piotr Karpóvich, que había ejecutado al ministro de Instrucción Pública, responsable de una infame represión. Él les trae noticias de una nueva Rusia en movimiento donde obreros y estudiantes se organizan, y les profetiza la revolución «para dentro de cinco años». Se integra bien con los «viejos populistas» a los que aporta dosis de intrépida energía.

Con el nuevo siglo, el ambiente en la fortaleza se ha relajado bastante y ha mejorado la alimentación y la libertad de movimientos de los presos; la biblioteca dispone de cerca de dos mil volúmenes. El gobierno tiene otros desafíos y ya no hostiga a los viejos naródniki, testimonio de un tiempo ido; los altos dignatarios tampoco los visitan como hacían antes. Sin embargo, en marzo de 1902 hay un conato de regreso a la antigua disciplina, y en mayo una visión cruel cuando se trae a la prisión y se aplica en ella la pena de muerte a Stepán Balmachov, que acababa de ejecutar al ministro de Interior Dmitri Sipyaguin. Un año después, Vera recibe con indignación la noticia de que su condena ha sido conmutada a veinte años de reclusión a petición de su madre, que ha quebrantado con la solicitud la palabra que le había dado. La explicación llega con una carta en la que le comunica que se está muriendo de cáncer tras dos operaciones. Vera la contesta pidiéndolo humildemente perdón y la respuesta no se hace esperar: «Un corazón de madre no guarda rencor por las ofensas sufridas.»

Una nueva vida

Delicada de salud tras el fallecimiento de su madre, Vera no aguarda con alegría el momento de su liberación, con el pensamiento de que tal vez es ya demasiado tarde. Además, despedirse de sus compañeros, a los que no volverá a ver, significa dejar atrás a los que son todo su mundo. En la tarde del 29 de septiembre de 1904 un vapor la devuelve a la fortaleza de Pedro y Pablo, donde la visitan su hermano y sus hermanas, jóvenes de sus recuerdos transformados en adultos a los que apenas reconoce. Así concluye el relato de sus memorias. Desterrada en Arjánguelsk hasta 1906, Vera vive luego ocho años en el extranjero, desde donde realiza una importante labor de agitación contra las crueldades de la represión zarista.

La voluntad del pueblo fue una referencia del activismo emancipador en Rusia, aunque con la industrialización creciente, el auge del Partido Socialdemócrata la fue dejando en la sombra. Parte de sus objetivos serían recogidos por el Partido Socialista Revolucionario a partir de 1901, y de hecho, Vera militó en este partido entre 1907 y 1909. En 1914, con el estallido de la guerra, regresa a su patria, pero es detenida en la frontera y confinada en Nizhni Nóvgorod; en diciembre de 1916 consigue establecerse en Leningrado y allí vive las convulsiones de un proceso revolucionario que acaba defraudando sus expectativas. Tras la guerra civil, intenta aportar algo en el dominio cultural apoyando proyectos como el comité y el museo Kropotkin. Vera Figner falleció en Moscú el 15 de junio de 1942.

Los reclusos de Schlüsselburgo es otro libro de Vera Figner del que existe versión castellana (Cenit, 1931, trad. de Braulio Reyno). Se trata de una colección de biografías en las que honra la memoria de los que fueron sus compañeros en la fortaleza, entremezclando información sobre ellos y sus propios recuerdos. Hombres y una mujer, Liudmila Volkenstein, de todos los orígenes sociales, obreros, científicos y poetas quedan hermanados por la lucha contra un régimen tiránico y la convivencia, el trabajo y la amistad entre los muros del fortín que guarda la entrada del lago Ládoga.

Eran aquellos tiempos heroicos. Los destinos que se entrecruzan en la narración nos dejan un gusto desolado y amargo. Jóvenes entregados noblemente a la causa, torturados y condenados, decenas de vidas truncadas, en las que muchas veces era el suicidio la solución más razonable. Crónica dolorosa de una Rusia en tinieblas.

Blog del autor: http://www.jesusaller.com/

Rebelión ha publicado este artículo con el permiso del autor mediante una licencia de Creative Commons, respetando su libertad para publicarlo en otras fuentes.