No hay palabras adecuadas para describir la consternación que se siente por el asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral en la ciudad de Guatemala, un sábado 9 de julio del año 2011. Por lo que se conoce, al menos dos vehículos interceptaron el vehículo donde viajaba Facundo Cabral junto a otras personas. El vehículo recibió […]
No hay palabras adecuadas para describir la consternación que se siente por el asesinato del cantautor argentino Facundo Cabral en la ciudad de Guatemala, un sábado 9 de julio del año 2011. Por lo que se conoce, al menos dos vehículos interceptaron el vehículo donde viajaba Facundo Cabral junto a otras personas. El vehículo recibió varios impactos de bala de grueso calibre y, aunque se llevó al cantautor a una estación de bomberos cercana, murió debido a las múltiples heridas recibidas.
Canciones como «Los ejes de mi carreta», «Pobrecito mi patrón» y muchas más, que reflejaban una profunda espiritualidad y una crítica social aguda, no volverán a salir de la garganta de una persona que, en muchos aspectos, constituía un referente de humanidad y arte.
Las reacciones que se observan en el país en donde se produjo esta tragedia combinan estupor, vergüenza, rabia, dolor, tristeza e indignación. Una persona decía que al escuchar la noticia no pudo menos que llorar durante un buen tiempo, así como lloró cuando supo que un bebé de pocos meses había sido asesinado por una bala perdida en un tiroteo dentro de un autobús hace algún tiempo.
Pues en efecto, independientemente de los motivos concretos por los que sucedió esta tragedia, este dolor que hoy pueden sentir miles de personas alrededor del mundo es un dolor que se vive cotidianamente en Guatemala, uno de los países más violentos del mundo (es el dolor que sienten las familias de pilotos asesinados, de campesinos expulsados de sus tierras y de víctimas de un conflicto armado que aún no encuentran justicia).
No sería muy arriesgado pensar que este contexto fuera objeto de preocupación de Facundo Cabral cuando estuvo en el país. Y que, siendo una tragedia irremediable, su muerte llame la atención sobre la tragedia continua que se produce en estas latitudes, así como un llamado que renueve el llamado al «inextinguible impulso, sostenido contra la realidad, de que ésta debe cambiar, que se rompa la maldición y se abra paso a la justicia» (M. Horkheimer).
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