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Viaje con nosotros si quiere gozar

Fuentes: Rebelión

Llega de nuevo el verano al hemisferio norte del globo terrestre y, a pesar de la evidente crisis de un sistema emponzoñado, podrido, corrupto e injusto, seguiremos siendo víctimas de la angustia que nos impone el tener que elegir el destino vacacional. Así, con la llegada del calor, cambia nuestra esencia y pasamos de ser […]

Llega de nuevo el verano al hemisferio norte del globo terrestre y, a pesar de la evidente crisis de un sistema emponzoñado, podrido, corrupto e injusto, seguiremos siendo víctimas de la angustia que nos impone el tener que elegir el destino vacacional. Así, con la llegada del calor, cambia nuestra esencia y pasamos de ser trabajadores y trabajadoras, estudiantes, parados y paradas (etc), a ser sonrientes turistas con chanclas y calcetines (uniforme oficial) buscando una semana (¡una!) de retiro en cualquier exótico y paradisíaco lugar del que no sabemos nada, o, acaso, del que sólo conocemos la morfología de la piscina en la que nuestros no tan esculpidos cuerpos retozarán. Así, seguiremos inmersos en el sistema que no busca de nosotros y nosotras sino la contemplación de lo exuberante. Seguiremos siendo víctimas de nuestra vida, siendo testigos pasivos de la película de la existencia. Esa angustia que genera en nosotros y nosotras el imperativo capitalista de tener que viajar a otros lugares hace que nuestros cerebros se cieguen y no piensen en lo que realmente hacemos al viajar.

¿Qué nos piden cuando nos piden que viajemos? Simplemente eso, viajar, desplazarnos, cambiar de sitio nuestros cuerpos. No nos piden que sepamos, que conozcamos, que aprendamos, no nos piden que investiguemos, que curioseemos, que nos relacionemos con otras personas. Nos piden recluirnos en un hotel donde sea imposible crear una experiencia productiva. Ese hotel no es más que un espacio higiénicamente desinfectado, antiadherente culturalmente hablando. Haremos excursiones siguiendo como borregos a un neo-mesías disfrazado de guía turístico. Beberemos piña colada o cuscús, o algún otro misterioso plato alejado de la forma de la hamburguesa (consumible preferiblemente en período laboral).

¿Quién será capaz de negarse a esta opción veraniega? Quien se oponga al turismo casposo, aunque sólo sea durante un minuto, rápidamente será víctima de una sensación de vacío. La tragedia emocional absorberá su ser y se sentirá profundamente desgraciado o desgraciada por permanecer en el mismo sitio de siempre (sitio, por cierto, que tampoco conocemos). El turismo no nos hace felices, pero si no lo practicamos, nuestras mentes empiezan a barajar la posibilidad del suicidio. Necesitamos vender nuestra libertad y nuestro tiempo a la industria del ocio. Y no sólo eso, sino que vendemos también la de los más jóvenes. Miles de empresas privadas ofertan sus campamentos disfrazados de valores, de sueños y de imaginación, pero guiados por el afán de negocio.

Nos moveremos, como otros años, para cambiar de aire sin cambiar de ideología.

Hay, no obstante, una alternativa: la del ocio autogestionado, la de disfrutar sin tener que estar sujetos a las leyes del mercado, la de hacer proyectos mundanos con otras personas. La opción de ser protagonistas de nuestro tiempo, activamente. La opción de un ocio militante, sabio, responsable. Un ocio radical, ajeno al activismo hueco. Un ocio que no nos evada de los problemas, sino que nos eleve para tener una visión panorámica. Un ocio para seguir pensando.