Luchando contra un dictador militar en Chile, hablando por los pobres en el South Bronx o denunciando la intervención de Estados Unidos en el extranjero, Víctor Toro nunca ha sido tímido respecto de sus opiniones políticas de centroizquierda. ¿Por qué debiera empezar a serlo ahora? Quizá porque enfrenta una inminente deportación a su Chile natal, […]
Luchando contra un dictador militar en Chile, hablando por los pobres en el South Bronx o denunciando la intervención de Estados Unidos en el extranjero, Víctor Toro nunca ha sido tímido respecto de sus opiniones políticas de centroizquierda. ¿Por qué debiera empezar a serlo ahora?
Quizá porque enfrenta una inminente deportación a su Chile natal, después de que las autoridades descubrieron que había estado viviendo ilegalmente en Estados Unidos desde 1984.
EMPECINADAMENTE LOCUAZ
Un conocido activista a favor de los inmigrantes y necesitados de Nueva York, Toro ha estado entrando y saliendo del tribunal de inmigración durante casi cuatro años, luchando sin éxito contra una orden de deportación e intentando obtener asilo.
Pero a diferencia de la mayoría de los solicitantes, ha seguido siendo empecinadamente locuaz fuera del tribunal: convocando a sus colegas a manifestaciones por el Día del Trabajo, pidiendo cambios en las leyes sobre inmigración y criticando al gobierno de Estados Unidos, que lo ha acusado de pertenecer a un grupo terrorista chileno en los años 70.
Incluso cuando anunció el mes pasado un recurso legal final, se salió de madre culpando al Presidente Barack Obama por no haber pedido perdón por el rol de EEUU en el golpe de Estado de 1973 que derrocó al Presidente chileno Salvador Allende e instaló en el poder al general Augusto Pinochet. «No se trata sólo de mi situación», explicó Toro más tarde, «sino de las crisis que enfrentan diferentes comunidades y todo aquel que se oponga a la opresión».
UN HOMBRE FORMADO EN LOS ’60
A los 68 años, Toro tiene muchas razones para resistirse a regresar a Chile. Estuvo preso y fue torturado durante el régimen de Pinochet. Tiene allí pocos familiares e incluso menos perspectivas de trabajo, tras haber desarrollado una vida y una familia en la sección de Mott Haven del Bronx, donde instaló La Peña, un popular centro cultural y político.
Algunos de sus más decididos partidarios desean que, por su bien, se enfoque más en su propio predicamento. «Quiere verse a sí mismo como un combatiente y parte de una lucha colectiva, pero en EEUU la jurisprudencia tiene que ver con el individuo», dijo Temma Kaplan, historiadora de la Universidad Rutgers que ha escrito sobre Chile.
«Es como una trampa de tiempo. Estamos enfrentando estos casos de inmigración en el siglo XXI, pero él es una persona que fue formada en la década de 1960».
LUCHA EN CHILE Y EN EL BRONX
La Peña comparte un loft con el colectivo de arte Rebel Díaz. «Siempre dijimos que no basta con expresarse culturalmente», dijo. «Estamos en el medio de todos estos grandes problemas sociales y eso hay que incorporarlo».
Admitió que fue uno de los fundadores del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), un grupo socialista chileno que surgió en los años 60.
Pese a que el grupo financiaba sus actividades mediante asaltos a bancos, a los que llamaba «expropiaciones», Toro dijo que nunca participó en ellos, sino que organizaba a trabajadores.
El derrocamiento de Allende en septiembre de 1973 hizo que Toro se escondiera, aunque fue eventualmente arrestado e internado en una serie de campos de concentración donde fue torturado.
Habla poco de esas degradaciones. Fue liberado en 1977 y se fue del país. El gobierno lo declaró muerto: un mensaje, dijo, de que si regresaba podía desaparecer.
Después de haber estado en Cuba y Nicaragua, Toro obtuvo asilo con su esposa y su hija pequeña en México. Pero, sintiéndose vulnerables a agentes del régimen de Pinochet, cruzaron ilegalmente la frontera con Texas y se instalaron finalmente en el South Bronx de Nueva York. «Vi desde aquí al tercer mundo de dónde venía», dijo.
Toro se lanzó al activismo local, ayudando a organizar a vendedores callejeros sin permiso, organizando eventos musicales y artísticos y brindando un espacio de encuentro a inmigrantes de México, la República Dominicana y Honduras.
Luego, en julio de 2007, después de asistir a conferencias sobre derechos inmigratorios en varias ciudades, se encontraba en un tren fuera de Buffalo cuando agentes de inmigración le pidieron sus papeles. Todo lo que tenía era un pasaporte chileno vencido. Fue arrestado.
PIDE UN CAMBIO DE LEY
Las audiencias judiciales se realizaron a fines del año pasado, y en marzo una jueza de inmigración, Sarah Burr, negó la petición de asilo de Toro, diciendo que su patria era ahora un país seguro porque la democracia fue restaurada en 1990.
Aún así, la jueza rechazó la afirmación del gobierno de que Toro había estado implicado en terrorismo. Y pareció simpatizar con él, diciendo que le parecía «incomprensible» que no hubiese intentado obtener antes de su arresto asilo o una tarjeta verde (documento de residencia), debido sobre todo a que su esposa y su hija son residentes legales.
Toro dijo que no había solicitado antes el asilo porque desconfiaba del gobierno estadounidense por su apoyo a la dictadura de Pinochet. Dijo que, en lugar de arriesgarse a la deportación, esperaba un cambio en las leyes sobre inmigración.
NO PUEDE CALLAR
Una apelación le permitió una suspensión temporal de la deportación. Él y su gobierno piensan argumentar que el apoyo de Toro a los derechos de los grupos indígenas lo podría poner en dificultades con el gobierno chileno.
Pero personeros de derechos humanos dicen que Chile no es el país represivo del cual huyó Toro. «Chile ha hecho avances significativos», dijo José Miguel Vivanco, director de la división de las Américas de Human Rights Watch.
Quienes apoyan a Toro temen que el sólo hecho de regresar allí le causaría estragos. Su médico, Clyde Lanford Smith, testificó que las pasadas torturas habían dejado efectos persistentes en Toro. Hizo ver ante el tribunal que, desde que fue arrestado, Toro se había vuelto silencioso y temeroso a las muchedumbres.
Sin embargo, Toro sigue siendo voluntario en La Iglesia Evangélica Española, una iglesia a donde cientos de personas van todas las semanas por una comida caliente y una bolsa de alimentos.
Ha aconsejado a adolescentes para que abandonen las pandillas y ayudado a drogadictos a ingresar a programas de desintoxicación.
El Reverendo Danilo Lachapel, pastor auxiliar de la iglesia, dice que sí: Toro se mantiene declaradamente político. ¿Debiera callar? Duda de que Toro jamás pueda hacerlo. «Pienso que se ha puesto más radical», dijo. «Dada su trayectoria, si él se vuelve moderado de pronto, sólo haría que el gobierno sospechara más de él».